informe de Seguridad Nacional en sus manos.
—Estupendo lo que hemos conseguido ahi dentro —dijo Harry.
—Lo siento, caballeros —murmuro Schwartz.
—Va a resultar muy efectivo en television —senalo Hicks—. A mi casi me convencio.
—?Saben que es lo peor de todo esto? —dijo Arthur mientras salian por la puerta de atras, seguidos por Schwartz, hacia sus coches—. Que no esta loco.
—Ninguno de nosotros lo estamos —dijo lugubremente Schwartz.
Una hora despues de que abandonaran la Casa Blanca, Hicks, Arthur y Feinman comieron en Yugo's, un restaurante especializado en carnes que se habia puesto de moda pese a hallarse en uno de los barrios menos decorativos de Washington. Comieron en silencio. Hicks termino su plato, mientras Arthur y Harry apenas probaban los suyos. Harry habia pedido una ensalada, un marchito error recubierto con queso azul.
—Hemos hecho todo lo que hemos podido —dijo Arthur. Harry se encogio de hombros.
—?Y a continuacion que? —pregunto Hicks—. ?Seguiran adelante con sus cientificos?
—Todavia no hemos sido echados —dijo Harry.
—No, solo han sido ignorados por su jefe ejecutivo —comento secamente Hicks.
—Usted siempre ha sido el hombre que sobraba aqui, ?no? —dijo Harry—. Ahora sabe como nos sentimos. Pero al menos tenemos un nicho definido que llenar.
—Un papel que representar en la gran comedia —dijo Hicks.
Harry empezo a tensarse, pero Arthur apoyo una mano sobre su brazo.
—Tiene razon.
Harry asintio, reluctante.
—Asi que empieza la fase dos —dijo Arthur—. Me gustaria que se uniera usted a nosotros en un esfuerzo mayor. —Miro fijamente a Hicks.
—?Fuera de la Casa Blanca?
—Si.
—Tienen ustedes algun plan.
—Mi plan me lleva de vuelta a Los Angeles, y a ningun otro sitio —dijo Harry.
—Harry debe acudir a su consulta —dijo Arthur—. Las mentes de los presidentes pueden cambiar el numero de veces que sean necesarias. Si el enfoque directo no funciona… —Paso los dedos por encima del sobre de formica de la mesa, con un dibujo que imitaba el granito—. Entonces trabajaremos al nivel de las raices de la hierba.
—El presidente es un ganador seguro, como ustedes dicen muy bien —recordo Hicks.
—Hay formas de extirpar presidentes. Creo que, una vez haya hecho su declaracion…
Harry suspiro.
—?Te das cuenta del tiempo que tomaria un
—Una vez haya hecho su declaracion —prosiguio Arthur—, todos los que nos hallamos alrededor de esta mesa vamos a vernos en gran demanda en el circuito de los media. Trevor, su libro se va a convertir en la cosa mas caliente publicada en los ultimos anos… Y todos vamos a tener que participar en programas de television, entrevistas en los noticiarios, por todo el mundo. Podemos hacer todo lo que podamos…
—?Contra el presidente? Es una figura muy popular —dijo Hicks.
—Schwartz, sin embargo, remacho el clavo —senalo Arthur, tomando la cuenta de su bandeja de plastico—. Los norteamericanos odian pensar en rendirse.
Hicks contemplo la ropa limpiamente doblada en su maleta con una cierta satisfaccion. Si podia guardar sus pertenencias con dignidad y estilo, mientras colgaba a todo su alrededor su ropa para secarse…
El numero de historias acerca de la autodestruccion de los alienigenas australianos y el misterio del Valle de la Muerte habian disminuido tanto en los periodicos como en la television. La vispera de las elecciones retenia toda la atencion. El mundo parecia estar inspirando profundamente, no del todo consciente aun de lo que estaba ocurriendo, pero sospechando, anticipando.
Hicks se sobresalto cuando sono el telefono de encima de la mesa. Respondio tras coger torpe y nerviosamente el auricular.
—?Si?
—Tengo una llamada telefonica para Trevor Hicks de parte del senor Oliver Ormandy —dijo una mujer de agradable voz con un bien modulado acento del medio oeste.
—Yo soy Hicks.
—Un momento, por favor.
—Me alegra hablar con usted —dijo Ormandy—. Siempre he admirado lo que escribe.
—Gracias. —Hicks estaba demasiado sorprendido para decir mucho mas.
—Creo que ya sabe usted quien soy, y a la gente a la que represento. He estado discutiendo de algunas cosas con el presidente, como amigo y asesor suyo…, a veces incluso como consejero religioso. Creo que usted y yo deberiamos vernos y hablar un poco antes de que transcurra mucho tiempo. ?Puede hacer un hueco en su agenda? Puedo hacer que un coche venga a recogerle y le traiga luego de vuelta, no hay ninguna dificultad en ello, espero.
—Por supuesto —dijo Hicks—. ?Hoy?
—?Por que no? Enviare un coche en su busa ahora mismo.
Exactamente a la una, un Chrysler descapotable con el techo de lona blanca se detuvo delante del hotel, e Hicks espero a que la portezuela se abriera automaticamente y subio. La portezuela se cerro son un suave zumbido y el conductor, un joven palido de pelo negro vestido con un traje azul oscuro de estilo conservador le sonrio amistosamente a traves de la separacion de cristal.
La nieve se amontonaba en pequenas cordilleras blancas y amarro-nadas a ambos lados de la calle. Aquel era uno de los otonos mas frios y humedos que recordaba. El aire olia desacostumbradamente limpio y claro, enervante, azotandole desde la rendija en el cristal de la ventanilla que Hicks habia pedido al conductor que abriera un poco.
El coche le llevo fuera de los circulos concentricos y los confusos bucles del trafico de la Capital hacia los suburbios, a lo largo de vias de circulacion rapida flanqueadas por jovenes y esqueleticos arces, y hacia campo abierto. Habia transcurrido una hora antes de que el Chrysler se metiera en el aparcamiento de un modesto motel. El conductor le guio a traves del vestibulo hasta el segundo piso y llamo a una puerta en la esquina trasera del edificio. La puerta se abrio.
Ormandy, medio calvo y de unos cuarenta y cinco anos, llevaba unos pantalones negros y una camisa gris de vestir. Su rostro era blando, casi infantil, pero alerta. Su saludo fue rutinario. El conductor cerro la puerta, y los dos hombres quedaron a solas en la pequena y desnuda habitacion.
Ormandy le indico que se sentara en un sillon al lado de una mesa circular junto a la ventana. Hicks se sento, observando atentamente al hombre. Ormandy parecia dudar en enfocar directamente el asunto, pero puesto que a todas luces no sabia como iniciar una conversacion intrascendente se volvio con brusquedad y dijo:
—Senor Hicks, me he sentido muy confuso durante las ultimas semanas. ?Sabe usted lo que esta ocurriendo? ?Puede explicarmelo?
—Seguro que el presidente…
—Me gustaria que me lo explicara usted. En lenguaje claro. El presidente esta rodeado de expertos, si entiende lo que quiero decir.
Hicks fruncio los labios e inclino la cabeza hacia un lado, organizando sus palabras.
—Supongo que se refiere usted a la nave espacial.
—Si, si, a la invasion —dijo Ormandy.
—Si es una invasion. —Ahora se sentia abiertamente cauteloso, reluctante a ser empujado a ofrecer conclusiones.
—?Lo es? —Los ojos de Ormandy eran como los de un nino, muy abiertos, dispuestos a aprender.
—Para decirlo claramente, parece que nos hemos metido en el camino de automatas, robots, que buscan destruir nuestro planeta.