—?Pueden hacer algo asi unas maquinas? —pregunto Ormandy.
—No lo se. No las maquinas construidas por el hombre.
—Esta hablando usted de poderes propios de Dios.
—Si. —Hicks hizo ademan de levantarse—. Ya he pasado por todo esto con el presidente. No veo el motivo de hacer que viniera hasta aqui, cuando usted ha aconsejado al presidente que actuara contrariamente a…
—Por favor, sientese. Sea paciente conmigo. No soy el ogro que todos ustedes creen que soy. Estoy fuera de mi entorno habitual, y tan solo hace dos noches que todo esto cayo sobre mi. He hablado con el presidente, y le he hecho saber mis conclusiones… Pero no estoy en absoluto seguro de mi mismo.
Hicks volvio a sentarse lentamente.
—Entonces supongo que tiene usted preguntas especificas.
—Las tengo. ?Que se necesita para destruir la Tierra? ?Seria significativamente mas dificil que, digamos, destruir ese otro lugar llamado Europa?
—Si —dijo Hicks—. Se necesitaria mucha mas energia para destruir la Tierra.
—?Podria hacerse bruscamente, un cataclismo? ?O deberia empezar en un lugar y extenderse a partir de ahi, como una guerra?
—Realmente no lo se.
—?Podria empezar en Tierra Santa?
—No parece que haya aparecidos en Tierra Santa —dijo secamente Hicks.
Ormandy acepto aquello con un asentimiento de cabeza, frunciendo aun mas el ceno.
—?Puede haber alguna forma de decir, cientificamente, si los alienigenas pueden ser considerados como angeles?
—No —respondio Hicks, sonriendo ante el absurdo. Pero Ormandy no veia ningun absurdo.
—?Pueden estar actuando en beneficio de una autoridad superior?
—Si son realmente robots, como parecen serlo, entonces supongo que estan actuando en beneficio de la autoridad de unos seres biologicos que se hallan en alguna parte. Pero no podemos estar seguros ni siquiera de eso. Las civilizaciones basadas en mecanismos…
—?Que hay de las criaturas que han ido mas alla de la biologia…, criaturas de luz, seres eternos?
Hicks se encogio de hombros.
—Especulaciones —dijo.
El rostro infantil de Ormandy exhibio una intensa agitacion.
—Estoy muy lejos de mi campo aqui, senor Hicks. Nada de esto resulta claro para mi. Ciertamente, no estamos tratando con angeles portadores de llameantes espadas. No estamos tratando con nada que haya sido predicho en la literatura apocaliptica.
—No en la literatura
—Yo no leo mucha ciencia ficcion —admitio Ormandy orgu-llosamente.
—Peor para usted.
Ormandy hizo una mueca.
—Y no estoy de humor para cruzar mi espada con usted ni con nadie. Lo que digo es que no estoy seguro de poder presentar esto a mi gente de una forma que ellos puedan comprender. Si les digo que es la voluntad de Dios…, ?como puedo yo estar seguro de ello?
—Como usted ha dicho, parece que hay actuando fuerzas propias de Dios —ofrecio Hicks.
—Mi gente sigue pensando aun en terminos de angeles y demonios, senor Hicks. Adoran los halos de luz y los resplandores, los tronos y los poderes y las dominaciones. Se lo tragan todo entero. Son como ninos. Y ninguno de ellos niega que hay belleza y poder en ese tipo de teologia. Pero esto… Esto es frio y politico, enganoso, y no me siento comodo atribuyendo este engano a Dios. Si es obra de Satanas, o de las fuerzas de Satanas, entonces… El presidente, con mi ayuda, lo admito, esta a punto de cometer un tremendo error.
—?Puede conseguir usted que cambie de opinion? —pregunto Hicks, menos ansiosamente de lo que hubiera podido sentirse.
—Lo dudo. Recuerde que fue el quien me llamo, no a la inversa. Es por eso por lo que digo que me siento fuera de mi elemento. No soy tan orgulloso como para no poder admitir eso.
—?Le ha hablado usted de sus recelos?
—No. No hemos vuelto a vernos desde que yo… empece a sentirme inseguro.
—?Tiene usted la fijacion de una interpretacion teologica?
—Emocionalmente, segun todo lo que me han transmitido mis padres y maestros, debo creer que Dios interviene en todos nuestros asuntos.
—?Esta diciendo usted, senor Ormandy, que cuando se produzca el empuje final, y el fin del mundo aparezca rapidamente, ya no seguira anhelando el apocalipsis?
Ormandy no respondio nada, pero su ceno se intensifico. Alzo sus manos suplicantes, de una forma ambigua, su opinion no fijada ni hacia un lado ni hacia otro.
—?Puede hablar usted de nuevo con el presidente, y al menos
—Me gustaria no haberme dejado implicar nunca en esto —murmuro Ormandy. Echo la cabeza hacia atras y se masajeo los musculos de la nuca con ambas manos—. Pero lo intentare.
27
Arthur participaba en una conferencia en Washington a ultima hora de la noche con una serie de astronomos, examinando la aparicion de los objetos de hielo y su posible conexion con Europa, cuando llego la noticia de que William D. Crockerman estaba ganando las elecciones para la proxima presidencia de los Estados Unidos. Nadie se sorprendio. Beryl Cooper lo confirmo a la una de la madrugada, mientras aun seguia la conferencia.
Los astronomos no llegaron a ninguna conclusion en su reunion. Si las masas de hielo procedian de Europa, lo cual parecia innegable dadas sus trayectorias y composicion, entonces sus actuales orbitas, casi en linea recta, tenian que ser artificiales, y en consecuencia cabia suponer alguna conexion con los extraterrestres. Los hechos eran suficientemente claros: ambas masas estaban constituidas por agua casi pura, helada; la mas pequena de las dos, de apenas 180 kilometros de diametro, viajaba a una velocidad de unos 20 kilometros por segundo, y golpearia Marte el 21 de diciembre de 1996; la mayor, de unos 250 kilometros de diametro, estaba viajando a unos 37 kilometros por segundo y golpearia Venus el 4 de febrero de 1997. Fuera lo que fuese lo que habia causado la destruccion de Europa, no habia calentado sustancialmente las cosas, quiza debido a que el desgaste superficial del hielo habia retenido la mayor parte del calor. Ambos objetos eran muy frios, y perderian poco de su masa por vaporizacion a causa de la energia del sol. En consecuencia, ninguno mostraria una cabellera cometaria, y ambos serian visibles tan solo a los observadores atentos con telescopios o binoculares de alto poder.
Arthur abandono Washington al dia siguiente, convencido de que su equipo poseia ahora unas pruebas solidas que permitian trazar una conexion. Tenia tiempo suficiente, penso, para preparar un caso y presentarselo a Crockerman, demostrando que todos aquellos acontecimientos estaban relacionados, y que habia que elaborar alguna estrategia a gran escala.
De todos modos, no conseguia convencerse a si mismo de que el presidente iba a escucharle.
La mayor Mary Rigby, la ultima de su serie de oficiales de servicio, les llamo a todos a las seis y media de la manana para que escucharan la radio. Shaw apilo sus almohadas y se sento en la cama mientras sonaba el «Hall to the Chief» —un autentico toque Crockerman— y el presidente de la Camara escuchaba gravemente el