anuncio de la aparicion del presidente de los Estados Unidos.
—Quizas el viejo estupido se decida ahora a firmar nuestra salida de aqui —dijo Minelli, con la voz rasposa tras una noche de protestas y gritos. Minelli no lo estaba llevando bien. Aquello enfurecia a Edward. Pero la fria y latente furia habia sido su estado mental durante las ultimas dos semanas. Esta experiencia iba a dejarles a todos marcados de una u otra forma. Reslaw y Morgan hablaban tambien muy poco.
—Senor presidente, honorables miembros de la Camara de Representantes, companeros ciudadanos — empezo el presidente—, he convocado esta conferencia de emergencia tras semanas de profundas meditaciones y muchas horas de consulta con asesores y expertos de confianza. Tengo un extraordinario anuncio que hacer, y quizas una peticion aun mas extraordinaria.
»Sin duda han estado siguiendo ustedes con tanto interes como yo los acontecimientos que se han producido en Australia. Esos acontecimientos parecieron al principio traer esperanza a nuestro maltrecho planeta, la esperanza de una intervencion divina del exterior, de aquellos que estaban dispuestos a actuar para salvarnos de nosotros mismos. Empezamos a sentir que quiza nuestras dificultades fueran de hecho solo las de una especie joven, dudando en sus primeros pasos. Ahora esas esperanzas se han visto eliminadas, y nos hallamos sumidos en una confusion aun mas profunda.
»Mis simpatias se hallan con el primer ministro Stanley Miller de Australia. La perdida de los tres mensajeros del espacio exterior, y el misterio que rodea su destruccion, quiza su autodestruccion…, es una profunda impresion para todos nosotros. Pero ya es hora de confesar que ha sido una impresion menor para mi y para un cierto numero de mis asesores. Porque nosotros hemos estado siguiendo una serie de acontecimientos similares dentro de nuestro propio pais, y que han sido mantenidos en secreto hasta ahora por razones que muy pronto van a quedar aclaradas.
Arthur bajo del puente aereo en el Aeropuerto Internacional de Los Angeles, camino al Valle de la Muerte y luego a tres dias de descanso en Oregon, y entro en la zona de espera para aguardar su taxi y escuchar al presidente. Se sento ante el televisor a color junto con otros once viajeros, con el rostro ceniciento.
—A finales del pasado septiembre, tres jovenes geologos descubrieron una colina en el desierto, no lejos del Valle de la Muerte, en California. La colina no estaba en sus mapas. Cerca de aquella colina hallaron a un ser extraterrestre, un individuo enfermo. Llevaron a aquel individuo a una ciudad cercana del desierto y notificaron a las autoridades. El ser extraterrestre…
Trevor Hicks escucho desde su habitacion del hotel en Washington, con los restos de su desayuno esparcidos sobre una bandeja a los pies de la cama. El dia anterior habia sabido que la senora Crockerman se habia trasladado definitivamente a su piso. Mas tarde, aquel mismo dia, habia oido los primeros rumores de la dimision de David Rotterjack.
La version del presidente electo de lo que habia ocurrido en el laboratorio en Vandenberg fue bastante clara; hasta el momento no pudo hallar ningun fallo.
—… y cuando hable con aquel ser, aquel visitante de otro mundo, la historia que me conto fue estremecedora. Nunca me he sentido tan profunda y emocionalmente afectado en mi vida. Hablo de un viaje a traves de los eones, de la muerte de su mundo natal, y del agente de su destruccion…, el mismo vehiculo que lo habia traido hasta la Tierra, posado ahora en el Valle de la Muerte y camuflado como un cono de escoria volcanica.
Ithaca llamo a Harry al cuarto de bano, donde este acababa de tomar su ducha. Lo envolvio en una gruesa bata de rizo mientras el permanecia de pie delante de la television, sintiendo lo caliente que estaba su piel.
—Grandes y jodidos pajaros aleteando en el aire —jadeo Harry.
—?Que? —pregunto Ithaca.
—Esta haciendo el anuncio. Escuchale. Simplemente escuchale.
—Cuando le pregunte al Huesped si creia en Dios, respondio con una voz firme y segura: «Creo en el castigo.» —El presidente hizo una pausa, mirando fijamente a toda la Camara—. Mi dilema, y el dilema de todos mis asesores, militares y civiles, y de todos nuestros cientificos, era sencillo. ?Podiamos creer que nuestro visitante extra-terrestre y los visitantes de Australia estaban relacionados? Contaban dos historias tan distintas…
Hubo una llamada en la puerta de Trevor. Cerro su bata y se apresuro a abrir, sin ver apenas quien habia al otro lado, su atencion fija en la pantalla de television.
—Hicks, le debo una disculpa. —Era Carl McClennan, enfundado en un impermeable y sujetando una botella de algo envuelta en una bolsa de papel marron—. Es el, ?no?
—Si. Pase, pase. —Hicks no se molesto en preguntar por que estaba alli McClennan.
—He dimitido —dijo McClennan—. Lei su discurso ayer por la noche. El bastardo no quiso escucharnos a ninguno de nosotros.
—Chissst —dijo Hicks, llevandose un dedo a los labios.
—Desearia poder traer noticias de alguna solucion alentadora a todos los que me estan escuchando hoy. Pero no es asi. Nunca he ido demasiado a la iglesia. Sin embargo, dentro de mi he conservado la fe, y he creido que era prudente, como lider de esta nacion, no imponer esta fe sobre otros que pudieran estar en desacuerdo. Ahora, sin embargo, con estos extraordinarios acontecimientos, he visto mi fe alterada, y ya no puedo seguir guardando silencio. Creo que nos enfrentamos a unas evidencias incontrovertibles, unas pruebas si quieren ustedes, de que nuestros dias estan contados, y de que nuestro tiempo en la Tierra, el tiempo de la propia Tierra, llegara pronto a su final. He pedido consejo a aquellos que poseen mas experiencia espiritual que yo, y ellos me han aconsejado. Ahora creo que nos enfrentamos al Apocalipsis predicho en la Revelacion de San Juan, y que las fuerzas del bien y del mal se han dado a conocer sobre la Tierra. Si esas fuerzas son angeles, o demonios, o extraterrestres, no parece tener ninguna importancia. Podria decir que estuve hablando con un angel, pero eso no parece literalmente cierto…
—Incluso se esta apartando de su texto escrito.
—Por favor —advirtio Hicks.
—Solo puedo concluir que, de alguna manera, nuestra historia en la Tierra ha sido juzgada, y hemos sido hallados inadecuados. Resida el fallo en nuestros cuerpos o en nuestras mentes, resulta claro que la historia de la existencia humana no satisface al Creador, y que El esta actuando para borrar todas las marcas de la arcilla y empezar de nuevo. Para hacer esto, ha enviado poderosas maquinas, poderosas fuerzas que pueden empezar, en cualquier momento, a calentar esta Tierra en la fragua de Dios, y batirla a piezas en el yunque celeste.
El presidente hizo de nuevo una pausa. Las voces que se alzaron en la sala del Congreso amenazaron con ahogar sus siguientes palabras, y el presidente de la Camara tuvo que martillear insistentemente para obtener de nuevo silencio. La camara retrocedio para mostrar a Crockerman rodeado por una falange de hombres del Servicio Secreto, intentando mirar con rostros hoscos en todas direcciones a la vez.
—Por favor —suplico el presidente—. Debo terminar.
Finalmente el ruido decrecio. Gritos esporadicos de rabia e incredulidad brotaron de algunos representantes.
—Solo puedo decir a mi nacion, y a los habitantes de toda la Tierra, que ha llegado el momento de que todos nosotros recemos fervientemente para la salvacion, en cualquier forma que pueda llegar, podamos esperarla o no, o incluso aunque realmente la merezcamos. La Fragua de Dios no puede ser apaciguada, pero quizas haya esperanza para cada uno de nosotros, en nuestros pensamientos, de hacer las paces con Dios, y