Edward cambio a otros canales, pero no hallo nada mas.

—?Que piensas, Ed? —pregunto Minelli, echandose hacia atras en una esquina del amplio divan en forma de L—. ?Que demonios fue lo que vi? ?Mas mierda del fin del mundo?

—No se mas que tu —dijo Edward. Entro en la cocina—. ?Tienen algun medico en el pueblo? —pregunto a Bernice—. ?Un psiquiatra?

—Nadie que merezca ese nombre —respondio la mujer, en voz tan baja como la de el—. Su amigo todavia no se encuentra bien, ?verdad?

—El gobierno se libro de nosotros con unas prisas tremendas. En estos momentos tendria que estar en algun hospital, descansando, enfriandose.

—Eso puede arreglarse —murmuro ella—. ?Vio realmente algo?

—Supongo que si —dijo Edward—. Me hubiera gustado verlo yo tambien.

El dia de los trifidos, eso es lo que era —dijo Minelli, entusiasta—. ?Recordais? En cualquier momento vamos a quedarnos todos ciegos. ?Preparad las tijeras de podar!

Stella permanecia de pie junto a la cocina de gas, cascando metodicamente huevos sobre una sarten, uno tras otro.

—Mama —dijo—, ?donde esta la pimienta? —Paso junto a Edward, rozandole, con lagrimas en los ojos.

34

Walt Samshow bajo del taxi en Powell Street, bajo la sombra de la marquesina del St. Francis Hotel, y se volvio brevemente para contemplar las largas y silenciosas filas de centenares de manifestantes recorriendo Union Square, un tranvia lleno de bamboleantes turistas, el espasmodico trafico de coches y mas taxis, una civilizada confusion: San Francisco, aparte los manifestantes, no era terriblemente distinta de sus recuerdos de 1984, la ultima vez que habia estado alli.

En el espacioso y elegante vestibulo del St. Francis, con su pulida piedra negra y sus lustrosas maderas oscuras, Samshow empezo a oir los rumores practicamente desde el momento en que deposito su equipaje junto a la recepcion.

La convencion de la Sociedad Geofisica Americana estaba en plena efervescencia. Kemp y Sand habian pasado delante, y al parecer habian ocurrido grandes cosas desde su llegada el jueves. Ahora era sabado, y tenia mucho que recuperar.

Mientras se registraba, dos jovenes con aspecto de profesores pasaron por su lado, sumidos en intensa conversacion. Solo capto cuatro palabras:

—El objeto de Kemp…

El botones llevo sus maletas hasta el ascensor. Samshow le siguio sobre la mullida alfombra, estirando los brazos y agitando los dedos. Otros dos asistentes a la convencion —un hombre ya mayor y una mujer joven— se detuvieron cerca de los ascensores, hablando de ondas de choque supersonicas y de como podian ser transmitidas a traves del manto y la corteza.

Periodistas y camaras de tres emisoras locales de television y varias cadenas de noticias nacionales estaban en el vestibulo cuando Samshow regreso de su habitacion para registrarse en el mostrador de la convencion. Los evito diestramente rodeando varias columnas.

Con su tarjeta de identificacion y su bolsa de folletos y programas y guias habia una nota de Sand:

Kemp y yo nos reuniremos con usted en Oz a las 5:30. Las bebidas son a cuenta de Kemp.

D.S.

Oz, supo Samshow por el recepcionista, era el bar y discoteca en la parte superior de la «nueva» torre del St. Francis. Contemplo su arrugada chaqueta deportiva y sus gastados zapatos deportivos, decidio que llevaba facilmente diez anos de retraso con respecto a los tiempos y que le faltaban miles de dolares para renovar su vestuario, y suspiro mientras entraba en el ascensor.

El viaje desde Honolulu a La Jolla habia sido arreglado por el Instituto Scripps de Oceanografia. Lo habia pagado dando una conferencia la noche antes en el UCSD. Nunca dejaba de desanimarle, despues de veinticinco anos, comprobar lo popular que era. Su enorme y caro libro sobre oceanografia se habia convertido en un libro de texto estandar, y centenares de estudiantes se sentian enormemente complacidos de escucharle y de estrechar la mano a aquel moderno Sverdrup.

A sus propias expensas habia tomado un vuelo desde el Campo Lindbergh hasta San Francisco. Todavia no tenia una idea clara de que estaban haciendo todos ellos alli; todavia quedaba mucho trabajo por hacer en el Glomar Descubridor, empezando por el cotejo de los miles de millones de datos recogidos de sus pasadas sobre la fosa Ramapo.

Sospechaba que muchos de esos datos deberian ser dejados de lado indefinidamente ahora. La anomalia del gravimetro de Sand debia ser el elemento clave. De alguna forma, aquello le entristecia.

Mientras resistia la subida del ascensor de alta velocidad, se dio cuenta de que durante la ultima semana no habia dejado de sentir su edad. Psicologicamente, se habia visto atrapado por la inquietud general que habia seguido al anuncio de Crockerman. No se sentia distinto de los jovenes que exhibian sus pancartas al otro lado de la calle. ?De que protestaban? El apocalipsis no podia ser repelido por el proceso democratico. En estos momentos, el instrumento de esa destruccion —o un instrumento— podia estar abriendose camino en el nucleo de la Tierra.

El objeto de Kemp. Esa atribucion, se aseguro a si mismo, cambiaria dentro de poco. El objeto de Sand- Samshow… No era un nombre atractivo, pero tendria que ser asi. Sin embargo…, ?por que? ?Por que reclamar el descubrimiento del proyectil que podia llevar el nombre de cualquiera en el?

La puerta del ascensor se abrio y Samshow salio a una oleada de ruido. Oz resplandecia, plata y gris, con sus paredes de cristal y su techo alto. Jovenes con trajes elegantes bailaban en la pista central, mientras los bebedores y los conversadores se sentaban y permanecian de pie por los alrededores, en las zonas enmoquetadas y un poco mas elevadas. Los dulzones aromas del vino y el bourbon derivaron hacia el desde la bandeja de una camarera que paso por su lado.

Samshow hizo una mueca ante el ruido y miro a su alrededor, buscando a Sand o Kemp. Sand estaba de pie en un rincon, haciendole senas para llamar su atencion.

Su mesa redonda tenia apenas treinta centimetros de diametro, y cinco personas se apinaron a su alrededor: Kemp, Sand, otros dos a los que no reconocio, sonriendo como si fueran viejos amigos, y ahora el. Estrecho manos, y Sand le presento a Jonathan V. Post, un conocido de Kemp, moreno y levantino, con una barba rizada y grisacea, y Oscar Eglinton, de la Escuela de Minas de Nevada. Post declamo un breve y embarazoso poema acerca de conocer al legendario Viejo del Mar. Cuando termino, sonrio ampliamente.

—Gracias —dijo Samshow, no muy impresionado. La camarera acudio, y Post sacrifico su propia Corona para que Samshow pudiera obtener su copa mas rapido.

En una ocasion Samshow habia terminado en dos dias con una caja de Coronas, mientras estudiaba las ballenas en el lago Scammon. Eso habia sido en 1952. Ahora mas de una cerveza le producia acidez.

—Tenemos que ponerle al corriente, Walt —dijo Sand—. Kemp hablo con sismologos de Brasil y Marruecos. Uno de ellos esta aqui…, Jesus Ochoa. Tenemos los registros nodales. El treinta y uno de octubre. Las disrupciones y las ondas de choque. Se han producido oleajes desacostumbradamente altos en lugares muy sospechosos, y fenomenos sismicos como nadie habia visto nunca…

—Treinta y uno sur, cuarenta y dos oeste —dijo Kemp, con la misma sonrisa complacida que habia exhibido una semana antes en Hawai.

—Me convencio de que era una evidencia lo bastante buena como para hablar con Washington. Me indicaron a Arthur Gordon…

—Al parecer, el presidente no esta interesado —dijo Kemp, y su sonrisa se desvanecio—. Ni siquiera

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