—La superaremos —dijo el.
Mientras Francine doblaba algunas camisas y pantalones para el, Arthur metio sus utiles de aseo en una maleta pequena y llamo al aeropuerto para reservar un asiento en el vuelo de las seis y media. Durante unos pocos segundos, tiritando a la amarillenta luz de la lampara de la mesilla de noche, intento reunir sus pensamientos, recordar si habia dejado algo atras, si habia alguna otra persona a la que debiera notificarlo.
Francine lo condujo hasta el aeropuerto.
—Vuelve pronto —dijo; luego, dandose cuenta de la doble implicacion, sacudio la cabeza—. Nuestro carino para Ithaca y Harry. Te voy a echar en falta.
Se abrazaron, y ella se alejo para preparar a Marty para la escuela.
A aquella hora, el aeropuerto estaba casi vacio. Arthur se sento en la esteril zona de espera negra y gris cerca de la puerta, leyendo un periodico que encontro tirado alli. Miro su reloj, y luego alzo la vista para ver a una mujer delgada de aspecto nervioso, poco mas que una muchacha, de pie a unos pocos pasos de distancia, mirandole fijamente.
—Espero que no le importe —dijo ella.
—?Perdon?
—Le segui desde su casa. Usted es Arthur Gordon, ?verdad?
Arthur entrecerro los ojos, desconcertado. No respondio.
—Se que es usted. He estado vigilando su casa. Se que suena terrible, pero tenia que hacerlo. Tengo que entregarle algo. Es muy importante. —Abrio la bolsa que llevaba en las manos y saco una caja de carton lo bastante grande como para contener una pelota de beisbol—. Por favor, no se alarme. No es una bomba ni nada parecido. Se lo mostre a la gente de seguridad del aeropuerto. Creen que es un juguete, un juguete japones para mi primo. Pero es para usted. —Le tendio la caja.
Arthur la estudio atentamente, luego dijo:
—Abrala por mi, ?quiere? —Parecia estar actuando movido por algun programa automatico, cauteloso y tranquilo a la vez. No habia prestado mucha atencion a posibles intentos de asesinato antes, pero podia ser un blanco probable para los fanaticos de la Fragua de Dios o cualquier desquiciado por las noticias de las ultimas semanas.
—De acuerdo. —La mujer abrio la caja y extrajo de ella un objeto ovoide, de acero o de plata, brillantemente pulido. Se lo tendio—. Por favor. Es importante.
Con cierta reluctancia
—Es importante —dijo—. Realmente lo es.
—De acuerdo —murmuro Arthur, mas calmado exteriormente que en lo mas profundo de su mente. La arana repto hacia la chaqueta de su traje, corto la tela de su camisa, y volvio a pincharle en el abdomen.
La mujer se alejo rapidamente. Presto poca atencion a su marcha.
Cuando llego el momento de embarcar, estaba empezando a recibir informacion, al principio lentamente. En el avion, mientras fingia dormir, la informacion se hizo mas detallada, y su miedo se desvanecio.
40
Hicks se habia quedado en Washington, esperando con una especie de desesperada esperanza que hubiera todavia algo que el pudiera hacer. La Casa Blanca no le llamaba. Mas alla de las ocasionales entrevistas por television, cada vez menos desde el fracaso de
Dio largos y frios paseos por la nieve, alejandose un kilometro o mas del hotel en los grises atardeceres. El gobierno seguia pagando sus gastos; todavia formaba ostensiblemente parte del equipo operativo, aunque nadie del equipo operativo habia hablado con el desde el discurso del presidente. Incluso despues de los extensos informes sobre las explosiones en los asteroides, habia sido abordado solamente por la prensa.
Cuando no estaba paseando permanecia sentado en su habitacion, vestido con un traje color gachas, su impermeable y sus botas de agua tiradas sobre la cama y en el suelo, contemplando su propia imagen en el espejo encima del escritorio. Sus ojos se posaban lentamente en el ordenador abierto sobre este, luego en la apagada pantalla de la television. Nunca se habia sentido tan inutil, tan
Sono el telefono. Se puso en pie y cogio el auricular.
—?Si?
—?El senor Trevor Hicks? —pregunto una voz masculina, joven.
—Si.
—Me llamo Reuben Bordes. Usted no me conoce, pero tengo buenas razones para verle.
—?Por que? ?Quien es usted, senor Bordes?
—En realidad solo soy un muchacho, pero mis razones son buenas. Quiero decir, no soy un tonto ni estoy loco. En estos momentos estoy en la estacion de autobuses. —El joven dejo escapar una risita—. He tenido muchos problemas para localizarle. Fui a la libreria y supe quien era su editor, luego llame alli, pero no quisieron darme su direccion…, ya sabe.
—Si.
—Asi que volvi a llamarles un par de dias mas tarde; no podia pensar en ninguna otra cosa, de modo que les dije que era de la emisora local de television y que deseaba entrevistarle. Tampoco entonces quisieron darme su direccion. Asi que imagine que tenia que estar usted en algun hotel, y empece a llamar a todos los hoteles. He estado haciendolo durante todo el dia. Creo que tuve suerte.
—?Por que necesita hablar conmigo?
—No soy un chiflado, senor Hicks. Pero me han ocurrido algunas cosas extranas durante la ultima semana. He obtenido alguna informacion. Conozco a alguien…, bien, que desea ponerse en contacto con usted.
Las arrugas en el rostro de Hicks se hicieron mas profundas.
—No creo que valga la pena molestarse por ello, ?no piensa usted asi? —Se dispuso a colgar el telefono.
—Espere, senor Hicks. Por favor, no cuelgue todavia y escuche. Esto es importante. Tendre que acudir al hotel y encontrarle si usted cuelga ahora.
—Me han dicho algo, algo importante. —El joven guardo silencio durante unos segundos—. De acuerdo, se lo dire ahora. Los asteroides. Hay una batalla, se produjo una batalla alli. Y esta ese lugar llamado Europa, es una luna, pero no es la nuestra, ?verdad? Eso no fue una batalla. Tenemos amigos que vienen hacia aqui. Necesitan el…, ?que era, el agua debajo del hielo en Europa? Para energia. Y las rocas que hay debajo del agua y el hielo. Para hacer mas… cosas. No como los mecanismos de Australia y el Valle de la Muerte. ?Entiende?
—No —dijo Hicks. Un destello se apago en su cabeza. Algo intuitivo. El acento del muchacho era urbano, blando, del medio oeste. Su voz era resonante, y sus palabras sonaban convencidas y racionales, crispadas—. Podria estar usted completamente loco, sea quien sea —dijo Hicks.
—Usted dijo que los llevaria a su casa a que conocieran a su mami. A su madre. Ellos le oyeron en Europa. Mientras estaban construyendo. Ahora estan aqui. Encontre a uno disecando a un raton, senor Hicks. Aprendiendolo todo sobre el. Creo que desean ayudar, pero estoy muy confundido. No me han hecho ningun dano.
Hicks recordo: habia hecho aquella afirmacion en California, en un programa de radio local. Era muy dificil que un quinceanero del medio oeste pudiera haberlo oido.
Habia algo ansioso y realmente maravillado y asustado en la voz del joven. Hicks contemplo el techo, humedeciendose los labios, dandose cuenta de que ya habia tomado su decision.