El la abrazo fuertemente, apoyando su mejilla contra el pelo de ella, hundiendo su rostro en el.
—Sigo aqui —dijo.
—Todo esto es tan irreal.
—Lo se.
—?Que…, que vamos a hacer ahora?
—Esperaremos —dijo el—. Hare lo que haya que hacer.
La expresion de Francine mientras echaba la cabeza hacia atras para mirarle era una mezcla de fascinacion y repulsion.
—Ni siquiera se si eres quien dices que eres.
Arthur asintio.
—No puedo probarte eso.
—Si puedes —dijo ella—. Por favor, quiza puedas. Quiza yo ya lo sepa. —Se apreto mas compactamente entre sus brazos y hundio el rostro en el pecho de el—. No quiero pensar… que ya te he perdido. Oh, Dios. —Se aparto de nuevo, con la boca abierta—. No se lo digas a Marty. No se lo habras dicho, ?verdad?
—No.
—El no lo soportaria. Ya tiene pesadillas acerca de incendios y terremotos.
—No se lo dire.
—No hasta mas adelante —dijo ella firmemente—. Cuando lo sepamos seguro. Lo que va a ocurrir, quiero decir.
—De acuerdo.
Ya era la hora de vestirse e ir a buscar a Marty al colegio. Fueron juntos bajo la llovizna.
Aquella noche, despues de que Marty se hubiera ido a la cama y mientras permanecian sentados juntos en el sofa de la sala de estar, leyendo, con las piernas entrelazadas, sono el telefono. Contesto Arthur.
—Tengo una llamada para Arthur Gordon del presidente Crockerman.
Arthur reconocio la voz. Era Nancy Congdon, la secretaria de la Casa Blanca.
—Al habla.
—No cuelgue, por favor.
Unos pocos segundos mas tarde, Crockerman estaba en la linea.
—Arthur, necesito hablar con usted o con Feinman, o con el senador Gilmonn… Supongo que esta usted en contacto con el, o con la NSA.
—Lo siento, senor presidente…, no he hablado ni con el senador ni con la Agencia Nacional de Seguridad. Harry Feinman esta muy enfermo ahora. De hecho, se esta muriendo.
—Eso es lo que me dijeron. —El presidente no dijo nada durante un largo momento—. Estoy asediado aqui, Arthur. Todavia no pueden conseguir un voto favorable en la Camara, pero les falta muy poco… No estoy seguro de saber quienes son todos los que me estan asediando, pero creo que usted puede hablar con ellos. No necesita admitir su complicidad…, o como quiera llamarlo.
—Es posible que yo no sea el hombre adecuado, senor presidente —dijo Arthur.
—En las ultimas horas se me ha negado el acceso a la sala de guerra. He relevado a Otto Lehrman, pero eso no ha detenido las cosas. ?Jesus, han amenazado con retirar las tropas en torno a la Casa Blanca! Todo lo que han hecho es claramente ilegal, pero esa gente… No pueden esperar a echarme. Esta ocurriendo algo. Y
—No se nada de todo esto, senor presidente.
—De acuerdo. No se lo discuto. Pero tampoco soy un estupido testarudo. He pasado las ultimas semanas en una agonia absoluta sobre todo esto. He hablado con Nalivkin, el secretario del Partido. ?Sabe lo que estan haciendo? Estan negociando con el aparecido de Mongolia. Les dice que el mundo esta al borde del milenio socialista. ?Eso es lo que les esta diciendo la nave espacial de Mongolia! Arthur, digamelo francamente… ?Hay alguien con quien yo pueda hablar que pueda volver a ponerme en la cadena de mando? No soy un hombre irrazonable. Puedo llegar a un acuerdo. Dios sabe que no he dejado de pensar en todo esto. Estoy dispuesto a reconsiderar mi posicion. ?Ha oido lo del reverendo Ormandy?
—No, senor.
—?Esta muerto, por el amor de Dios! Le dispararon. Alguien lo mato a tiros.
Arthur, con el rostro palido, no dijo nada.
—Si no estan hablando con usted, entonces, ?con quien estan hablando?
—?Ha llamado usted a McClennan, o a Rotterjack? —pregunto Arthur. Ambos habian jurado su dedicacion a Crockerman incluso despues de su dimision.
—Si. No he podido comunicarme con ellos. Creo que han sido arrestados o secuestrados. ?Es esto un motin, una revolucion, Arthur?
—No lo se, senor. Sinceramente, no lo se.
Crockerman murmuro algo que Arthur no entendio claramente, y colgo.
47
Reuben Bordes se encontro con el Hombre del Dinero cerca de la terminal de autobuses Greyhound de la Calle Doce. El rollizo desconocido de pelo blanco llevaba un traje de lana azul oscuro, una camisa de seda de finas rayas doradas y zapatos de piel de cocodrilo. Parecio perfectamente feliz de entregarle a Reuben una abultada cartera de vinilo gris con cremallera, no mucho mayor que un sobre, llena de billetes de cien y de mil dolares. Reuben estrecho firmemente su mano, sonrio, y se separaron sin cruzar ninguna palabra. Reuben se metio la cartera en el bolsillo de su chaqueton del ejercito verde oliva y llamo un taxi.
Dadas las instrucciones, se reclino en el asiento, mas feliz de lo que nunca se habia sentido en su vida. Con aquel dinero, ahora podria viajar con estilo: taxis, aviones, esplendidos hoteles alla donde fuera. Aunque lo mas probable era que el dinero fuera gastado en otras cosas. Sin embargo, penso…
Tenia una extensa lista de compras en su cabeza. Su primera parada seria el Centro de Datos de la Imprenta del Gobierno. Alla compraria cuatro juegos de discos de datos conteniendo todas las grabaciones de obras de no ficcion del dominio publico de la Biblioteca del Congreso. Cada juego, de quinientos discos, ocupaba el espacio de un archivador de buen tamano, y no sabia por que eran necesarias cuatro copias, pero pagaria por ellas en dinero en efectivo con aproximadamente la mitad del dinero que habia en la cartera.
Permanecio en la cola en el mostrador de servicio del Centro de Datos durante diez minutos, y luego estuvo delante del empleado, un joven casi calvo con una densa barba roja y una aguda mirada evaluadora.
—?En que puedo ayudarle? —pregunto el empleado.
—Desearia cuatro juegos del numero 15-692-421-3-A-G.
El empleado anoto el numero y consulto un terminal.
—Eso es No Ficcion, Completa —dijo—. ?Incluidas todas las guias de referencia e indices?
Reuben asintio.
La mirada del empleado se hizo mas intensa.
—Son quince mil dolares el juego —dijo.
Reuben extrajo calmadamente un rollo de billetes y conto sesenta mil dolares en billetes de a mil.
El empleado examino atentamente los billetes, los froto, los miro muy de cerca, a trasluz.
—Debo llamar a mi supervisor —dijo.
—Estupendo —respondio Reuben.
Media hora mas tarde, cumplidas todas las formalidades, Reuben anoto donde deseaba que fueran enviados los discos…, una direccion postal de Virginia Occidental.
—?Que piensa hacer con todo eso? —pregunto el empleado mientras le tendia a Reuben el recibo.
—Leerlo —dijo Reuben—. Cuatro veces.