hay algun mecanismo impulsor, dudo mucho que utilice combustible de cohetes.

—Si, pero, ?que utiliza? —pregunto el teniente.

—Todo lo que hagamos implica algun riesgo —admitio Gilmonn—. Y si piensan que vamos a dejarnos embaucar por nuestra propia imaginacion… ?Imaginan lo fuertes que los haria eso? ?Que nos ha hecho ya este tipo de pensamientos?

Las sirenas empezaron a aullar, resonando en las montanas, do-lorosas y terribles. Los altavoces en torno al perimetro anunciaron:

—Esto es una emergencia. Esto es una emergencia. Evacuen inmediatamente a todo el personal. —El mensaje se repitio, mas fuerte que las sirenas, hasta que Rogers tuvo la sensacion de que se le erizaba toda la piel. Empezaron a sonar claxons de coches por todas partes. Los faros parpadearon como los ojos de animales enloquecidos. Gilmonn se llevo las manos a los oidos.

—?Vamos a seguir adelante, o vamos a quedarnos aqui como tontos?

Rogers asintio.

—Adelante —dijo.

El teniente busco en la bolsa y extrajo una chaqueta blanca con un faldon para las ingles.

—Proteccion contra las radiaciones residuales, senor. Pongasela ahora —grito por encima de la barahunda. Extrajo otra y se la puso el, sujetandose el faldon a unos cierres en la parte de atras.

La chaqueta debia pesar unos nueve kilos y parecia razonablemente flexible, con laminas sobrepuestas de plastico emplomado entrelazadas en la tela.

—Cierreme usted la mia, y yo hare lo mismo con la suya. —Rogers le ayudo a asegurar las correas, y el teniente repitio la operacion con el.

—Vamos, senor —dijo el teniente. Entre los dos alzaron el arma de su soporte en el portamaletas del coche y la colocaron sobre un carrito de mano. Pesaba al menos treinta kilos, quizas algunos mas—. No necesita ir con cuidado, senor. Esta disenada para soportar el lanzamiento de un misil y el impacto contra el oceano. Tendriamos que golpearla con una almadena para causarle algun dano.

Rogers abrio la puerta del perimetro interior, y tiraron del carrito de mano a lo largo del centenar de metros del camino de tierra y grava hasta el agujero de entrada del falso cono de escoria.

El teniente alzo el solo el cilindro de su soporte y lo deposito sobre un extremo sobre la arena. Las sirenas seguian chillando y los altavoces repetian la orden de evacuacion, una y otra vez, dolorosamente monotonos.

Las primeras luces del amanecer silueteaban la cordillera Green-water con un color purpura fantasmagorico. Agitantes faros seguian cortando el aire en torno al lugar, pero ahora su numero era menor.

—Parece que se estan marchando —dijo Gilmonn.

—Es hora de evacuar el campo —dijo Rogers—. Necesitare al teniente y a otra persona, a nadie mas.

—Me quedare hasta que haya entrado en el tunel y la flecha este con usted —dijo Gilmonn.

—Ahora la llamamos una «maza», senor, no una flecha —le corri-gio el teniente.

—Lo que sea —gruno Gilmonn.

—Vamos con ello —dijo Rogers.

El teniente extrajo una lamina de teflon de mas de dos centimetros de grueso del kit de accesorios del arma y la envolvio apretadamente en torno al cilindro, sujetandola con tres correas y una hebilla. La parte superior e inferior de la hoja se proyectaban mas alla de los bordes del cilindro, amortiguando cualquier golpe contra todo borde o esquina que pudiera haber en el interior del tunel. Luego ato dos cuerdas a dos anillas empotradas en el extremo superior, a cada lado de la tapa protectora.

—?Todo listo, senor?

Rogers asintio.

—Adelante, pues.

El teniente extrajo la cubierta proyectora e instalo el mecanismo temporizador.

—Tiene usted cuarenta minutos, senor, desde el momento en que accione el interruptor. Aguardaremos aqui abajo quince minutos. Tendra su jeep preparado esperandole despues de que nos marchemos.

—Comprendido —dijo Rogers.

Subio al agujero, sujetando las cuerdas con sendos lazos en su cinturon, y se arrastro hasta el primer recodo, donde se situo en posicion.

—Subanla —dijo. El teniente acciono el interruptor, cerro la cubierta, e izo el arma hasta el agujero. Rogers tiro de ella con las cuerdas a lo largo del primer segmento del tubo, con cuidado, atento a cualquier problema.

Luego llamo al teniente y a Gilmonn.

—Estoy en el primer recodo —dijo—. Voy a subir por el pozo vertical.

—Treinta y cinco minutos, coronel —respondio el teniente.

Rogers miro pozo arriba y contuvo por unos momentos el jadeante aliento, intentando escuchar algo. Seguro de que el aparecido no le dejaria simplemente meter el arma en su interior sin alguna resistencia.

Enrollo las cuerdas y las aseguro en su cinturon, luego suspendio la maza de una cuerda asegurada a una estaca que martilleo en la lava. Trepo por la chimenea como habia hecho antes, sujetandose con los brazos echados hacia atras en un lado y con los pies en el otro, subiendo centimetro a centimetro. Necesito otros cinco minutos. Habian transcurrido doce minutos y estaba empezando a sentirse cansado, aunque todavia no sin aliento.

Se agacho en el bajo tunel casi horizontal, solto el nudo corredizo que mantenia la maza unida a la estaca, y empezo a izarla por la chimenea tan aprisa como pudo. El cilindro pesaba al menos treinta kilos, y el esfuerzo hizo que se le agarrotaran los brazos.

Con el cilindro casi sobre el borde, oyo la voz de Gilmonn resonando desde abajo.

—?Como van las cosas, coronel?

—Ya casi he llegado —respondio. Sus brazos eran dos agonias gemelas. La chaqueta antirradiacion le rozaba en varios puntos y estaba empezando a convertirse en una irritacion importante.

—Nos vamos.

—Le quedan veinticinco minutos —anadio el teniente.

—De acuerdo.

Conecto la linterna electrica, coloco la cabeza de combate perpendicular al tunel, y la hizo rodar los veinticinco metros hasta el borde de la antecamara. Descanso los brazos solo un momento, trepo sobre el arma y solto las cuerdas, luego la alzo y la transporto, caminando como un pato, hasta depositarla en el centro del espacio cilindrico. La coloco sobre uno de sus extremos y abrio la cubierta para comprobar que el temporizador seguia funcionando. Asi era. Cerro de nuevo la cubierta.

Mientras dirigia la linterna a la camara mayor mas alla, una sonrisa aleteo en su rostro. Las impasibles facetas grises reflejaron de vuelta el haz en una miriada de resplandores mates.

—Aqui esta nuestro agradecimiento —murmuro.

Veinte minutos. Tenia tiempo de volver a bajar por el tunel y alejarse tres kilometros. Extrajo un cuchillo del bolsillo de sus pantalones y corto el faldon de la chaqueta, luego se la saco y la arrojo a un lado. Se deslizo por el tunel horizontal, ignorando el calor de la friccion en sus codos y nalgas, y se detuvo el tiempo suficiente para inspirar profundamente y prepararse para descender lo mas rapido posible por la chimenea. Con la cautela instintiva de sumirse en la oscuridad, por familiar que esta fuera, apunto el haz de su linterna hacia abajo.

A tres metros de distancia, el haz se interrumpio.

Rogers contemplo incredulo el bloqueo.

Podia haber estado alli toda una eternidad, un tapon plano tan oscuro y sin rasgos distintivos como las paredes de la propia chimenea.

—Cristo santo —murmuro.

Dieciocho minutos.

Estaba fuera del tunel horizontal y al lado de la bomba antes incluso de poder pensar en nada. Con una destreza sorprendente, retiro la cubierta y apoyo el dedo en el boton de interrupcion. Y entonces se detuvo, el rostro empapado en sudor, notando las saladas gotas que hacian que le escocieran los ojos.

No habia salida. Aunque detuviera el temporizador de la maza, no podia pensar en ninguna forma de escapar. Una docena de posibilidades improbables se alinearon en un desfile provocado por el panico. Quiza se hubiera producido alguna otra abertura en alguna otra parte. Quiza el aparecido estaba naciendo finalmente a la

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