Lamento aquella fanfarronada mientras se dirigia hacia el sur por la Septima Avenida hacia los Archivos Nacionales, pero solo por un momento. Las instrucciones estaban llegando rapidamente, y tenia poco tiempo para pensar por si mismo.
48
El teniente coronel Rogers desperto de un profundo sueno a las cuatro de la madrugada, unos minutos antes de que sonara la alarma de su reloj de pulsera. Desactivo la alarma y encendio la pequena lampara a la cabecera de su estrecho camastro. Por un sibaritico momento permanecio tendido en el camastro, escuchando. Todo estaba en silencio. Todo tranquilo. Era domingo; la mayor parte de los fanaticos Fraguistas de Dios se habian trasladado a Furnace Creek la noche antes para una enorme reunion planeada para aquella manana por la reverenda Edwina Ashberry.
Se vistio rapidamente, poniendose sus botas de escalada y sacando dos rollos de doscientos metros de cuerda de nailon de una mochilla en un rincon del remolque. Con la cuerda en la mano, miro, con las cejas fruncidas, a la pequena mesa de escritorio con el telefono. Luego dejo caer las cuerdas en la litera y se sento en la silla para escribir una carta a su esposa e hijo, en caso de que no volviera. Aquello le tomo cinco minutos. Iba aun por delante del tiempo previsto, de modo que paso otros cinco minutos afeitandose cuidadosamente, asegurandose de que todos los hirsutos pelos de su cuello eran eliminados: aseo militar. Se cepillo los dientes y se peino meticulosamente, contemplando la carta con el rabillo del ojo. Disgustado con la redaccion, volvio a escribir el mensaje en una nueva hoja de papel, lo firmo, lo doblo y lo metio en un sobre, y lo dejo en su gaveta de mensajes con la direccion e instrucciones.
A las cuatro y media descendio los escalones del remolque y se detuvo en la intensa y fria oscuridad del desierto, sintiendo el fuerte viento que azotaba su chaqueta y las perneras de su pantalon. En el extremo oriental del campo estaba el coche del senador Julio Gilmonn, en un cuadrado acotado reservado para el deposito de municiones. El propio Gilmonn, con dos ayudantes, una hermosa mujer negra de mediana edad y aspecto severo y un joven blanco, aguardaba de pie, fornido y con buen aspecto, cerca de la puerta interior que conducia a la roca.
—Buenos dias —dijo Rogers mientras se acercaba. Gilmonn apago un cigarrillo tras dar una ultima intensa y concentrada chupada y estrecho la mano de Rogers.
—Todavia hay algunos Fraguistas de Dios ahi fuera —dijo el senador, senalando hacia la alambrada exterior—. ?Ha tomado alguna medida para desembarazarse de ellos?
Rogers asintio.
—Dentro de quince minutos haremos sonar una sirena y anunciaremos una situacion de emergencia. Nada especifico. Luego evacuaremos el campo a traves del corredor. Si los Fraguistas de Dios no se han marchado entonces… —Se encogio de hombros—. Al infierno con ellos.
—Eso podria alertar al… aparecido —dijo el joven ayudante.
Rogers admitio aquella posibilidad.
—Que sepamos, no ha ocurrido nada en meses —dijo—. Simplemente correremos el riesgo. Hay como unas mil personas ahi fuera en estos momentos.
La mujer miro a Rogers con una expresion entre la severa duda y la preocupacion maternal, pero no dijo nada.
—?Quien mas se halla implicado en esto? —pregunto Gilmonn.
—Tengo a dos de mis oficiales que me ayudaran a llevar el arma hasta la entrada. Se marcharan en ese punto. Y esta su experto, por supuesto. ?Donde esta?
Gilmonn senalo hacia una figura que avanzaba hacia ellos desde una zona iluminada por un foco, a unas docenas de metros de distancia.
—Ahi llega.
El «experto» era un joven teniente naval, delgado y de mediana altura, con unas cejas delgadas y bien dibujadas y un denso pelo castano muy corto, vestido de civil y llevando una enorme bolsa y un maletin. Saludo tranquilamente a los demas y pidio ser llevado junto al arma. Gilmonn abrio la puerta con la llave que Rogers le habia confiado, y luego alzo la tapa del portamaletas. Dentro habia un cilindro plateado con franjas naranjas de aproximadamente cuarenta centimetros de ancho por cincuenta de largo, apoyado sobre un soporte de aluminio. Las tres aspas del signo de precaucion-radiactividad estaban llamativamente pintadas en tres puntos del cilindro.
—No disponemos del codigo de autorizacion presidencial —explico el teniente, como si diera un hecho por sentado—. Asi que he tenido que tomar una cabeza de combate no armada del almacen y extraer el PAL…, el enlace de accion permisiva, la caja de codigos. Esto causa un fallo mecanico definitivo en el detonador y el disparador de proximidad…, definitivo para el mecanismo, no para mi. Asi que he tenido que preparar mi propio disparador de tiempo y detonador y hacer que encajen con la cabeza de combate. Con autorizacion superior, he tomado un generador de ondas y un clistron de un avion de la Marina y las cajas negras necesarias y lo he montado todo junto. Puedo garantizar que funcionara. —Sonrio casi como disculpandose y se volvio a Rogers—. Senor, podra usted desactivar el arma, si se encuentra con algo inesperado, incluso un segundo antes de la explosion. Asi que preste atencion.
Rogers escucho atentamente mientras el teniente sacaba la cubierta de uno de los extremos del cilindro y explicaba el proceso. Luego lo explico todo de nuevo, examinando el rostro de Rogers a cada punto crucial para asegurarse de que comprendia.
—?Todo claro, senor? —pregunto.
—Si —dijo Rogers.
—Lamento que no hayamos podido coger una cabeza nuclear portatil, una SADM, para usted, senor —dijo el teniente—. Pero llevan fuera de stock desde hace unos veinte anos. Todas ellas han sido inutilizadas o desmontadas. Esta solo pesa un tercio mas que una SADM…, se trata de municion atomica especial de demolicion —explico en beneficio de los ayudantes del senador—. Pero podra subirla sin dificultad por el pozo si es tan liso como ha dicho. Luego podra empujarla y tirar de ella durante el tramo siguiente, y cuando pueda ponerse en pie, izarla hasta su posicion utilizando su mochila. Parece que esta usted en buena forma, senor, y deberia poder completar la mision en… —El teniente agito la cabeza—. Lo siento. No pretendo decirle como tiene que hacer las cosas, senor.
—No se preocupe —dijo Rogers.
—Solo una pregunta. Nadie alla supo responderme a algo. ?Cuan fuerte es interiormente el aparecido?
—No lo sabemos —dijo Rogers.
—Posiblemente lo bastante fuerte como para haber sobrevivido a un descenso desde la orbita —dijo Gilmonn.
—Si ofrece una resistencia uniforme al arma en toda su estructura, entonces no puedo estimar el efecto en los alrededores —dijo el teniente—. A menos que permanezca incolume, lo cual dudo, va a haber roca fundida y metralla por todo el valle. No se cuanto tendra que alejarse, senor.
—Dispondre de un jeep —dijo Rogers.
—Conduzca como si le persiguieran todos los demonios —recomendo el teniente—. Y otra cosa. ?Que tipo de mecanismo impulsor puede poseer?
Rogers agito la cabeza.
—No hay toberas, ni tomas de aire, ni… Nada que hayamos podido detectar.
—Si posee algun mecanismo impulsor, lo cual parece logico, si consideramos que es una nave espacial…, entonces la explosion puede desencadenar otra aun mayor.
Rogers inspiro profundamente.
—Ya he pensado en ello —dijo.
—No hemos detectado ningun tipo de radiacion ni dentro ni en torno al aparecido —senalo Gilmonn—. Si