almacen de Curry Village.

El valle estaba envuelto en frias sombras. Nubes extraviadas oscurecian las cimas del Semidomo y los Arcos Reales. Edward se subio la cremallera de su chaqueta de ante. El anfiteatro —con los bancos dispuestos en curvas ante un escenario elevado de madera— estaba lleno de gente de todas las edades, mientras los tecnicos trabajaban en el sistema de sonido. Los altavoces zumbaban y crepitaban; los ecos de la multitud y los ruidos electronicos regresaban a distintos intervalos desde varias direcciones. Hallaron un banco a medio camino del escenario y se sentaron, observando a los demas, siendo observados a su vez. Un hombre zarrapastroso de canosa barba, de unos sesenta y cinco anos, con una chaqueta caqui, les ofrecio latas sin abrir de una caja medio vacia de Coors, y aceptaron, tirando de la anilla y dando ligeros sorbos mientras la concurrencia empezaba a ordenarse.

Una guardia del parque, alta y de mediana edad, subio al escenario y se detuvo delante del microfono, alzando el soporte hasta su altura.

—Hola —dijo, sonriendo.

La audiencia respondio con un bajo, calido y amistoso murmullo.

—Me llamo, algunos de ustedes ya lo saben, Elizabeth Rowell. En estos momentos somos unos trescientos cincuenta en el Yosemite, y estan llegando unos pocos mas cada dia. Todos nos sentimos un poco sorprendidos de que no seamos mas, pero algunos de nosotros comprenden tambien eso. Este es mi hogar, y tengo intencion de quedarme en el. —Adelanto la barbilla y miro a la audiencia a su alrededor—. Lo mismo hacen otros, y no mucha gente vive aqui todo el ano, como yo. Aquellos de ustedes que han abandonado sus casas para venir hasta aqui son invitados a quedarse.

»Somos terriblemente afortunados. Parece que el tiempo va a ser calido. Puede que llovizne un poco de tanto en tanto, pero no va a haber mucha lluvia, y nada de nieve durante una semana o asi, y todos los pasos estan abiertos. Solo deseaba decir que las reglas del parque aun son aplicables, y que todos nos estamos comportando como si las cosas fuesen normales. Si necesitan ayuda, dirijanse a los guardias. La policia tambien esta de servicio. No hemos tenido ningun problema, y no esperamos ninguno tampoco. Son todos ustedes buena gente.

El hombre con la caja de Coors sonrio y alzo su lata en silencioso brindis ante aquello.

—Bien, estoy aqui basicamente para presentar a la gente. Primero, aqui esta Jackie Sandoval. Algunos de ustedes ya la conocen. Se ha presentado voluntaria para ser nuestro portavoz, o algo asi, esta noche y el resto de nuestra estancia. ?Jackie?

Una mujer bajita y esbelta con largo pelo negro y rasgos de muneca subio al escenario. Rowell bajo el microfono para ella.

—Hola —dijo, y de nuevo el calido sonido emano de la multitud reunida en el anfiteatro—. Estamos aqui para celebrarlo, ?no? —Silencio—. Creo que si. Estamos aqui para celebrar lo lejos que hemos llegado y para contar nuestras bendiciones. Si lo que dicen los expertos es cierto, tenemos entre tres y cuatro semanas para vivir entre este paisaje, para apreciar su belleza y pensar en todas nuestras vidas transcurridas. ?Cuantos han tenido la oportunidad de este tipo de retrospectiva?

»Somos una comunidad…, no solo los que estamos aqui, sino la gente de todas partes. Algunos de nosotros se han quedado en sus casas, y otros hemos venido hasta aqui, quiza porque reconocemos que toda la Tierra es nuestro hogar. Cada noche, si queremos, si todos estamos de acuerdo, podemos reunimos en el anfiteatro y compartir nuestra cena, quiza tener a gente que cante para nosotros; seremos una familia. Como ha dicho Elizabeth, todos son bienvenidos. He observado algunos ciclistas acampados en Sunnyside. No han causado ningun problema, se lo aseguro, y son bienvenidos. Quiza por una vez en nuestra historia podamos estar todos juntos, y apreciar lo que podemos compartir. Esta noche he pedido a Mary y Tony Lampedusa que canten para nosotros, y luego habra baile en el centro de visitantes de Yosemite Village. Espero que vengan todos.

»En primer lugar, hay un par de anuncios. Estamos reuniendo nuestros libros y videocintas y cosas asi en el Ahwanee para formar una especie de biblioteca. Cualquiera que desee contribuir es bienvenido. Los servicios del parque han contribuido con un monton de libros sobre el Yosemite y las Sierras. Yo soy la bibliotecaria, por decirlo asi, de modo que hablen conmigo si desean leer algo, o donar alguna cosa.

»Oh. Tambien estamos preparando una biblioteca musical. Tenemos cincuenta reproductores de discos opticos portatiles que se utilizan normalmente para las visitas al parque con itinerarios grabados, y unos trescientos discos de musica. Si desean donar mas, cualquier cosa sera apreciada. Ahora, aqui tenemos a Tony y Mary Lampedusa.

Edward permanecio sentado con la lata medio llena de cerveza entre las rodillas y escucho las agudas y suaves canciones folkloricas. Minelli agito la cabeza y se marcho antes de que terminaran.

—Te vere en el baile —le susurro a Edward al pasar.

El baile empezo lentamente en la plataforma de madera al aire libre del centro de visitantes. Un potente sistema estereo proporciono la musica, en su mayor parte canciones rock de los ochenta.

Casi la mitad de la gente en el parque iba sola. Algunos que no iban solos actuaban como tales, y se produjeron algunas discusiones entre parejas. Edward oyo a un hombre decirle a su esposa:

—Cristo, sabes que te quiero, ?pero acaso esto no lo hace todo distinto? ?No se supone que debemos estar todos juntos aqui? —La mujer, agitando llorosa la cabeza, no estaba en absoluto de acuerdo.

Minelli no tuvo suerte en encontrar una pareja. Su apariencia —bajo, al borde del desaseo, con una sonrisa un poco maniaca— no atraia a las solicitadas mujeres solas. Miro a Edward a traves del pabellon al aire libre y se encogio expresivamente de hombros, luego le senalo a el y alzo ambas manos, con los pulgares hacia arriba. Edward agito la cabeza.

Todo el mundo estaba nervioso aquella noche, lo cual era de esperar. Edward permanecio de pie a un lado, no deseoso de abordar a ninguna mujer todavia, dispuesto tan solo a mirar y evaluar.

El baile termino pronto.

—No ha sido gran cosa —comento Minelli mientras caminaban en la oscuridad de vuelta a Camp Curry. Se separaron cerca de las duchas publicas para ir a sus separadas tiendas de lona.

Edward no estaba preparado sin embargo para irse a dormir. Con la linterna en la mano, camino hacia el oeste a lo largo de un sendero y llego a las Islas Felices, donde se detuvo sobre un puente de madera y escucho al Merced. En la distancia pudo oir las cataratas Vernal y Nevada rugir con la nieve fundida. El rio estaba crecido entre los pilares del puente, negro como la pez en las profundidades, gris azulado oscuro en las turbulencias.

Alzo la vista a las estrellas. Por entre los arboles, justo encima del Semidomo, el cielo estaba parpadeando de nuevo, pequenos e intensos destellos de azul verdoso y rojo. Fascinado, observo durante varios minutos, mientras pensaba: «No ha terminado ahi fuera. Parece como si alguien estuviera luchando.» Intento imaginar el tipo de guerra que podia librarse en el espacio, entre los asteroides, pero no pudo. «Me gustaria poder comprender», se dijo. «Me gustaria que alguien me dijera de que va todo esto.»

De pronto le dolio todo el cuerpo. Encajo la mandibula y golpeo el puno contra la barandilla de madera, gritando sin palabras, pateando uno de los postes de la barandilla hasta que se derrumbo sobre el puente de madera y se sujeto el pulsante pie. Durante un cuarto de hora, apoyado contra la barandilla, las piernas abiertas y flaccidas, lloro como un nino, abriendo y cerrando los punos.

Media hora mas tarde, caminando lentamente de regreso al campamento, con el haz de la linterna mostrando el camino, se dio cuenta de lo que tenia que perder.

Subio los peldanos a su cabina de lona y se derrumbo sobre la cama, sin desvestirse. Manana por la noche, no vacilaria el pedirle a una mujer que bailara con el, o que volviera con el y se quedara con el. No se sentiria timido ni se aferraria a principios caducos ni a su dignidad.

Simplemente no habia tiempo para tales escrupulos.

No comprendia lo que estaba ocurriendo, pero podia sentir la llegada del final.

Como todo el mundo, la sentia en sus huesos.

58

Reuben desperto a las cinco. Con los ojos muy abiertos, se oriento: despatarrado en una corta cama

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