individual en una pequena y miserable habitacion de hotel. Sus vueltas y revueltas durante la noche habian arrancado las sabanas y las mantas, y ahora solo estaba medio cubierto por ellas.
Se sento en la cama, se puso sus aprietacojones (asi llamaba siempre su padre a los calzoncillos tipo slip), una camiseta y los pantalones. Luego corrio las cortinas de la estrecha ventana y se detuvo de pie frente a ella, contemplando la luz de los inicios del amanecer desplegarse sobre la ciudad. Los grises edificios, viejo ladrillo y piedra oscurecida por el aguanieve y la nieve de la ultima noche; farolas de luz anaranjada arrojando solitarias manchas sobre el humedo pavimento; una vieja camioneta Toyota cruzando por entre los charcos debajo de su ventana y doblando lentamente la esquina junto a una tienda abandonada con el escaparate cubierto con tablones.
Reuben se ducho, se puso su traje nuevo, y salio del hotel a las cinco y media. Habia pagado la habitacion la noche antes. Se detuvo unos momentos temblando frente a la tienda abandonada, escuchando a la red, obteniendo sus directrices finales. La vieja Toyota aparecio de vuelta y se arrimo al bordillo frente a el. Un hombre apenas unos anos mayor que Reuben, vestido con un mono y una gorra de beisbol, se sentaba al volante.
—?Le llevo? —pregunto, tendiendose para abrir la portezuela del lado opuesto. De la cabina broto una oleada de calor—. Va usted a la Terminal de Excursiones de los Hermanos Toland. Es usted el segundo al que recojo esta manana.
Reuben subio al asiento del pasajero y le sonrio al conductor.
—Es terriblemente temprano para ir conduciendo —dijo—. Se lo agradezco.
—Hey, es por una buena causa —dijo el hombre. Su mirada se poso en el rostro de Reuben. No parecia feliz de que su pasajero fuera negro—. Eso es lo que se me ha dicho, al menos.
Tomaron la calle Novena Este hasta el Muelle Municipal. El conductor dejo a Reuben y se alejo sin decir otra palabra.
El amanecer era algo mas que una promesa cuando camino a lo largo del muelle y se acerco a los pesados barrotes de hierro y a la puerta junto al enorme letrero pintado: HERMANOS TOLAND. Un hombre regordete y canoso de algo menos de setenta anos y mas de sesenta estaba de pie al otro lado de la puerta, con una linterna en la mano, haciendo bailar un puro entre sus dientes. Vio a Reuben, pero no se movio hasta que el joven estuvo a menos de dos metros de distancia. Entonces se aparto de los barrotes junto a la puerta cerrada y enfoco la linterna en el rostro de Reuben.
—?Que puedo hacer por usted? —pregunto secamente. El puro estaba reblandecido y apagado.
—He venido para la excursion de la manana —dijo Reuben.
—?Excursion? ?A donde?
Reuben extendio un brazo y apunto vagamente al lago Erie. El hombre lo escruto durante un largo momento a la luz de la linterna, luego la bajo y llamo:
—?Donovan!
Donovan, un tipo bajo y atildado con un traje color crema, casi tan viejo como el hombre rollizo pero mucho mejor conservado, salio de un cobertizo cerca de las oficinas.
Donovan examino rapidamente a Reuben.
—?La red? —pregunto.
—Si, senor.
—Dejale entrar, Mickey.
—Malditos estupidos —murmuro Mickey—. Todavia hay hielo en el lago. Hacernos salir antes de que empiece la estacion. —Inclino la cabeza hacia un lado y se concentro en abrir el candado y soltar la cadena que mantenia cerrada la puerta. Retiro la cadena con un resonar como de ametralladora de los eslabones, tiro de la puerta hacia dentro, e indico a Reuben que entrara con un gesto de una ancha y callosa mano rojiza.
A medio camino del muelle, mas alla de un viejo restaurante especializado en mariscos, ahora cerrado, una barca de excursiones de dos cubiertas llamada la
—Recorreremos el lago durante una o dos horas —dijo Donovan—. Se nos ha dicho que les dejemos a los tres ahi fuera. Sea donde sea «ahi fuera». Hace un maldito frio para navegar hoy, permitame que se lo diga.
—?Que es lo que debemos hacer ahi fuera? —pregunto Reuben.
Donovan lo miro.
—?No lo sabe? —pregunto.
—No.
—Cristo.
—Espero por Dios que asi sea —dijo Reuben, agitando dubitativo la cabeza—. Que encontremos algo ahi fuera, quiero decir.
Se dirigio a proa y se reunio con un muchacho blanco unos cuatro o cinco anos mas joven que el y una mujer negra bien vestida que debia rozar la treintena. Soplaba una helada brisa en la cubierta, agitando el pelo de la mujer contra su rostro. Le miro, luego volvio a mirar hacia delante, pero no dijo nada. El muchacho alargo la mano, y Reuben se la estrecho firmemente.
—Me llamo Ian —dijo el muchacho, castaneteando los dientes.
—Reuben Bordes. ?Los dos sois de la red?
El muchacho asintio. La mujer insinuo el fantasma de una sonrisa pero no aparto la vista del lago.
—Estoy poseido —dijo Ian—. Tu tambien debes estarlo.
—Por supuesto —dijo Reuben.
—?Te hacen hacer cosas? —pregunto Ian.
—Me estan haciendo hacer esto.
—A mi tambien. Estoy un poco asustado. Nadie sabe lo que estamos haciendo.
—Ellos cuidaran de nosotros —dijo la mujer.
—?Cual es su nombre, senora? —pregunto Reuben.
—Uno que no os importa en absoluto. No tiene por que gustarme nada de esto; simplemente tengo que hacerlo.
Ian dirigio a Reuben una mirada y una mueca y senalo a la mujer con una ceja. Reuben asintio.
Donovan y Mickey subieron a la cabina de pilotaje de la cubierta superior. Un hombre vestido con un uniforme azul oscuro estaba ya al timon. Con solo ellos seis a bordo, la barca de excursiones se aparto del muelle y se encamino hacia las tranquilas y perezosas aguas matutinas del lago. Trozos de hielo se deslizaron junto a la proa.
—Sera mejor que vayamos dentro o nos helaremos, senora —sugirio Reuben. La mujer asintio y le siguio a la zona cubierta para los pasajeros.
A los quince minutos de crucero, Mickey descendio a la cubierta inferior con una caja de carton y un termo.
—La cocina no esta abierta —dijo—, pero trajimos esto con nosotros a bordo. —Abrio la tapa de carton para mostrar el contenido de donuts y tres tazas de plastico desechable.
—Dios le bendiga —dijo la mujer, sentandose en un banco de fibra de vidrio. Ian tomo dos donuts y Reuben siguio su ejemplo. Mickey sirvio humeante cafe del termo mientras cada uno de ellos sujetaba una taza.
—Donovan me ha dicho que nadie sabe lo que hay ahi fuera —senalo el hombre, volviendo a tapar el termo.
Reuben agito la cabeza y dejo caer motitas de azucar en polvo de su donut en el cafe.
—?Y que haremos si solo hay agua? ?Dejar que se ahoguen?
—Habra algo ahi fuera —dijo la mujer.
—No lo dudo. Solo desearia no sentirme tan malditamente lugubre. Todo se ha ido al infierno en estos ultimos meses. Gracias a Dios todavia no es la estacion. No hay turistas. El presidente se ha vuelto loco. Todo el mundo.