A las cinco y media del sabado, un dia normalmente ajetreado, la tienda estaba desierta y el rotulo de «cerrado» colgaba tras el cristal. Claudia pulso el timbre situado a un lado y a los pocos segundos aparecio la figura de Declan y se abrio la puerta. En cuanto Claudia hubo entrado, el echo una rapida ojeada hacia ambos extremos de la calle y volvio a cerrar con llave a sus espaldas.
– ?Donde esta el senor Simon? -pregunto ella.
– En el hospital. De alli vengo. Esta muy mal. El cree que es cancer.
– ?Y que dicen los medicos?
– Van a hacerle unas pruebas. Creen que se trata de algo grave. Esta manana hice que llamara al doctor Cohen, su medico de cabecera. En cuanto lo vio le dijo: «Por el amor de Dios, ?por que no me ha llamado antes?» Simon sabe que no saldra del hospital; el mismo me lo ha dicho. Escucha, pasemos adentro, ?quieres? Alli estaremos mas comodos.
Ni la beso ni la toco.
Ella penso: «Me habla como si fuera una cliente.» Le habia ocurrido algo aparte de la enfermedad del viejo Simon. Nunca lo habia visto de esa manera. Se diria que estaba poseido por una mezcla de excitacion y terror. Su mirada era casi frenetica y la piel le relucia de sudor. Incluso percibia su olor: un olor ferino y ajeno. Lo siguio hasta el invernadero. La estufa electrica instalada en la pared tenia las tres barras encendidas y en la habitacion hacia mucho calor. Los objetos familiares parecian extranos, disminuidos, los restos mezquinos de vidas muertas y desatendidas.
Claudia se quedo mirandolo sin sentarse. Incapaz de permanecer quieto en un sitio, Declan recorria los escasos metros de espacio libre como un animal enjaulado. Vestia con mas formalidad que de costumbre, y la insolita seriedad del traje y la corbata contrastaba con su inquietud casi maniaca, con el cabello desordenado. Claudia se pregunto cuanto rato llevaria bebiendo. Habia una botella de vino casi vacia y un solo vaso utilizado entre los objetos revueltos en una de las mesas. De pronto, Declan interrumpio su desasosegada caminata y se volvio hacia ella, que vio en su mirada una expresion de suplica, verguenza y miedo al mismo tiempo.
– Ha estado aqui la policia -comenzo-. Escucha, Claudia, he tenido que contarles lo del jueves, la noche en que murio Gerard. He tenido que decirles que me dejaste en el muelle de la Torre, que no estuvimos todo el rato juntos.
– ?Has tenido? -replico ella-. ?Como que has tenido?
– Me lo han sacado por la fuerza.
– ?Con que, con empulgueras y pinzas al rojo? ?Te ha retorcido los brazos Dalgliesh y te ha abofeteado? ?Te han llevado a los calabozos de Notting Hill y te han dado una paliza, procurando no dejar marcas? Ya sabemos lo bien que lo hacen. Todos vemos la television.
– Dalgliesh no ha venido. Eran ese chico judio y un sargento. No te puedes imaginar lo mal que lo he pasado, Claudia. Creen que la novelista, Esme Carling, fue asesinada.
– Eso no pueden saberlo.
– Te digo que es lo que ellos creen. Y saben que yo tenia un motivo para asesinar a Gerard.
– Si lo asesinaron.
– Sabian que yo necesitaba dinero y que tu me habias prometido conseguirlo. Habriamos podido atracar la lancha en Innocent House y hacerlo entre los dos.
– Pero no lo hicimos.
– No quieren creerlo.
– ?Y todo esto te lo han dicho ellos directamente?
– No, pero no hacia falta. Me he dado cuenta de que lo pensaban.
Claudia le explico con paciencia:
– Mira, si sospecharan en serio de ti te habrian interrogado en una comisaria de policia despues de informarte de tus derechos y habrian grabado la entrevista con un magnetofono. ?Fue eso lo que hicieron?
– Claro que no.
– ?No te invitaron a acompanarlos a la comisaria ni te dijeron que podias llamar a un abogado?
– Nada de eso. Al final me dijeron que debia ir a la comisaria de Wapping y firmar una declaracion.
– Entonces, ?que te han hecho, en realidad?
– Insistian en saber si estaba completamente seguro de que habiamos estado todo el tiempo juntos y de que me habias traido a casa en tu coche desde Innocent House. No paraban de repetir que era mucho mejor decir la verdad. El inspector utilizo las palabras «complice de asesinato», de eso estoy seguro.
– ?Lo estas? Pues yo no.
– El caso es que se la he dicho.
– ?Te das cuenta de lo que has hecho? -La voz de Claudia surgia, contenida, de unos labios que ya no parecian suyos-. Si Esme Carling fue asesinada, probablemente Gerard tambien lo fue, y eso quiere decir que una sola persona es responsable de las dos muertes. Seria demasiada coincidencia tener dos asesinos en una misma empresa. Lo unico que has conseguido es hacerte sospechoso de dos muertes, no de una.
El casi lloraba.
– Pero cuando Esme murio estabamos aqui juntos. Viniste directamente de la oficina. Yo mismo te abri. Pasamos la noche juntos. Hicimos el amor. Se lo he dicho.
– Pero el senor Simon ya no estaba cuando llegue, ?verdad? Solo me viste tu. ?Que prueba tenemos?
– ?Pero estabamos juntos! ?Tenemos una coartada! ?Los dos la tenemos!
– ?Y crees que ahora van a darle credito? Has reconocido que mentiste acerca de la noche en que se produjo la muerte de Gerard; ?por que no habrias de mentir tambien acerca de la noche en que murio Esme? Te preocupaba tanto salvar el pellejo que no has sido capaz de ver que te estabas hundiendo mas en la mierda.
Declan se volvio de espaldas y se sirvio mas vino. Luego alzo la botella y pregunto:
– ?Quieres un poco? Ire a buscar otro vaso.
– No, gracias.
El se volvio de nuevo.
– Oye -dijo-, creo que no deberiamos seguir viendonos, al menos por algun tiempo. Sera mejor que no nos vean juntos hasta que todo esto se haya aclarado.
– Ha ocurrido otra cosa, ?no? -observo Claudia-. No es solo el asunto de la coartada.
Fue casi comico el modo en que le cambio la cara. La expresion de miedo y verguenza fue anegada por un arrebato de entusiasmo, de satisfaccion maliciosa. «Que infantil es», penso Claudia, tratando de imaginar que nuevo juguete le habia caido en las manos. Pero sabia que el desprecio que sentia era mas por ella misma que por el.
Declan asintio, deseoso de que comprendiera.
– Es cierto, ha ocurrido otra cosa. Bastante buena, de hecho. Simon ha mandado llamar a su abogado. Va a hacer un testamento en el que me deja todo el negocio y la finca. ?A que otra persona podria dejarselo? No tiene parientes. Sabe que ya nunca se ira a tomar el sol, asi que tanto da que me lo quede yo. Prefiere dejarmelo a mi a que se lo quede el Gobierno.
– Comprendo -dijo ella. Y comprendia. Ya no era necesaria. El dinero heredado de Gerard ya no hacia falta-. Si la policia sospecha realmente de ti -prosiguio sin perder la calma-, cosa que dudo, el hecho de que dejemos de vernos no influira en nada. En todo caso, parecera mas sospechoso. Es precisamente lo que harian dos culpables. Pero tienes razon: no volveremos a vernos; nunca mas, si de mi depende. No me necesitas y, desde luego, yo no te necesito. Posees cierto encanto de hombre hurano y no estas mal como entretenimiento, pero no es que seas el mejor amante del mundo, ?verdad?
Le sorprendio ser capaz de llegar a la puerta sin titubear, pero le costo un poco abrirla. En aquel momento se dio cuenta de que lo tenia a su espalda.
– Ya ves tu que tal suena eso -adujo Declan con voz casi suplicante-. Me pediste que fuera a navegar por el rio contigo. Dijiste que era importante.
– Y lo era. Iba a hablar con Gerard despues de la reunion de los socios, ?recuerdas? Creia que podia tener una buena noticia para ti.
– Y luego me pediste una coartada. Me pediste que dijera que habiamos estado juntos hasta las dos. Me llamaste desde el despachito de los archivos en cuanto te quedaste sola con el cuerpo. Tuviste el tiempo justo. Y fue lo primero en que pensaste. Me explicaste lo que debia decirles. Me obligaste a mentir.
– Y se lo has dicho asi a la policia, claro.