– No. Quizas una hora, o puede que menos.

– Yo me ire a las seis y media. Dejare todas las luces apagadas menos las de la escalera. ?Querra apagarlas usted cuando se vaya y conectar la alarma?

– Por supuesto.

Abrio la carpeta mas cercana y fingio estudiar su contenido. No queria hablar con ella. En aquellas circunstancias, seria una imprudencia dejarse arrastrar a una conversacion sin la presencia de terceros.

Claudia prosiguio.

– Lamento haber mentido acerca de mi coartada para la muerte de Gerard. Lo hice en parte por miedo; pero mas que nada por el deseo de evitar complicaciones. Pero no lo mate yo; no fue ninguno de nosotros. -El no respondio ni la miro. Claudia le interrogo, con una nota de desesperacion-. ?Cuanto va a durar todo esto? ?No puede decirmelo? ?No tiene ni idea? El juez ni siquiera ha autorizado aun la incineracion del cuerpo de mi hermano. ?No comprende lo que esto significa para mi?

Entonces la miro. Si hubiera sido capaz de apiadarse de ella, al ver su cara en ese momento se habria apiadado.

– Lo siento -respondio-. Ahora no puedo hablar de eso.

Sin anadir una sola palabra, Claudia giro en redondo y se marcho. Daniel espero hasta que se hubo apagado el rumor de sus pisadas y fue a cerrar con llave la puerta de la sala de los archivos. Hubiera debido recordar que Dalgliesh la queria cerrada en todo momento.

59

A las 6.25 Claudia guardo bajo llave las carpetas con las que habia estado trabajando y subio a lavarse y a buscar el abrigo. La casa estaba profusamente iluminada. Desde la muerte de Gerard, detestaba trabajar sola en penumbra. Ahora, las aranas, los apliques de pared y los grandes globos situados al pie de la escalera alumbraban el esplendor de los techos pintados, las minuciosas tallas de la madera y las columnas de marmol de color; ya apagaria el inspector Aaron cuando bajara. Se arrepentia de haber cedido al impulso de ir al cuartito de los archivos. Habia subido con la esperanza de que, al verlo a solas, podria sonsacarle alguna informacion sobre el desarrollo de la investigacion, alguna idea aproximada de cuando iba a terminar. El impulso habia sido una locura, y su resultado una humillacion. Para el, ella no era una persona; no la veia como un ser humano, como una mujer sola, asustada, abrumada por inesperadas y gravosas responsabilidades. Para el, para Dalgliesh, para Kate Miskin, no era mas que uno de los sospechosos, quizas el principal. Se pregunto si todas las investigaciones de asesinato deshumanizaban a quienes se veian afectados por ellas.

La mayor parte de los empleados dejaban el coche aparcado tras la cancela cerrada con llave de Innocent Passage. Claudia era la unica que utilizaba el garaje. Estaba muy encarinada con su Porsche 911; ya tenia siete anos, pero no queria cambiarlo y le disgustaba dejarlo a la intemperie. Abrio la puerta del numero 10, cruzo el pasaje y entro en el garaje. Alzo la mano hacia el interruptor de la luz y lo acciono. No ocurrio nada; evidentemente, se habia fundido la bombilla. Y entonces, mientras permanecia alli indecisa, percibio el sonido de una respiracion suave y la abrumo el conocimiento, inmediato y aterrador, de que alguien esperaba agazapado en la oscuridad. Justo en aquel momento, un lazo de cuero cayo sobre su cabeza y se cerro en torno a su cuello. Noto un violento tiron hacia atras y el crujido del choque contra el hormigon, que la aturdio por unos instantes, y luego su roce en la nuca.

La correa era larga. Claudia extendio los brazos para tratar de luchar con quien la sujetaba, pero le fallaban las fuerzas y, cada vez que intentaba moverse, el lazo se estrechaba mas y su mente pasaba por una agonia de dolor y terror hasta sumirse en una inconsciencia fugaz. Se debatio debilmente al extremo de la correa como un pez moribundo en el anzuelo, agitando en vano los pies en busca de un punto de apoyo en el rugoso hormigon.

Y entonces oyo su voz.

– Quieta, Claudia, no te muevas. No te muevas y escucha. No pasara nada mientras no te muevas.

Ella ceso de luchar y al instante se aflojo la tremenda presion. El hombre le hablo con voz queda y persuasiva. Claudia oyo lo que le decia y su cerebro confuso comprendio al fin: estaba diciendole que debia morir y por que.

Quiso gritar que era un terrible error, que no era verdad, pero tenia la voz estrangulada y sabia que solo podria sobrevivir si permanecia completamente inmovil. El hombre empezo a explicarle que pareceria un suicidio. La correa quedaria atada al volante del coche, y el motor en marcha; para entonces ella ya habria muerto, pero el necesitaba que el garaje estuviera lleno de gases toxicos. Todo esto se lo explico con paciencia, casi amablemente, como si fuera importante que lo comprendiese. Le hizo ver que ella ya no tenia coartada para ninguno de los dos asesinatos; la policia creeria que se habia matado por miedo a la carcel o por remordimiento.

Y por fin termino de hablar. Ella penso: «No morire. No dejare que me mate. No morire aqui, de esta manera, arrastrada por el suelo del garaje como un animal.» Apelo a toda su fuerza de voluntad. Penso: «Debo fingir que estoy muerta, desvanecida, inconsciente. Si logro sorprenderlo, puedo girar bruscamente y arrebatarle la correa. Si consigo ponerme en pie podre dominarlo.»

Hizo acopio de fuerzas para este ultimo gesto. Pero el esperaba que lo hiciera y estaba prevenido: en cuanto empezo a moverse, el lazo se tenso de nuevo y esta vez no se aflojo.

El asesino espero hasta que al fin cesaron las atroces convulsiones, hasta que se extinguieron los ultimos estertores. Entonces solto la correa y, agachandose, comprobo que el aliento ya no animaba aquel cuerpo. A continuacion se incorporo y, tras sacar la bombilla del bolsillo, se irguio para enroscarla en el portalamparas vacio que colgaba del techo bajo. Con el garaje por fin iluminado, cogio las llaves que su victima llevaba en el bolsillo, abrio la portezuela del automovil y ato el extremo de la correa al volante. Sus manos enguantadas trabajaban deprisa y sin vacilacion. Por ultimo, puso el motor en marcha. El cadaver yacia en una postura desgarbada, como si antes de morir Claudia se hubiera arrojado del coche, sabiendo que o bien el lazo o bien los mortiferos gases acabarian con su vida. Y fue en ese momento cuando oyo las pisadas que se acercaban por el pasaje.

60

Eran las 6.27. En el piso de Frances Peverell sono el telefono. En cuanto James pronuncio su nombre, ella se dio cuenta de que ocurria algo malo.

Pregunto de inmediato:

– ?Que sucede, James?

– Rupert Farlow ha muerto. Murio en el hospital hace una hora.

– Oh, James, lo siento muchisimo. ?Estabas con el?

– No, estaba Ray. Rupert no quiso que hubiera nadie mas. Es muy extrano, Frances. Cuando vivia aqui, la casa me resultaba casi insoportable; a veces temia volver y tener que enfrentarme con el desorden, los olores y los trastornos. Pero ahora que ha muerto querria que estuviera como antes. La detesto. Es una casa cursi, afectada, aburrida y convencional, un museo para alguien con el corazon muerto. Me gustaria romperlo todo.

– ?Te serviria de ayuda que yo fuera alli?

– ?Lo dices en serio, Frances? -Ella capto con alegria un destello de alivio en su voz-. ?Estas segura de que no sera demasiada molestia?

– Claro que no sera ninguna molestia. Salgo enseguida. Aun no son las seis y media; puede que Claudia no se haya marchado todavia. Si la encuentro, le pedire que me lleve hasta la estacion de Bank y tomare la Central Line. Sera lo mas rapido. Si ya no esta, pedire un taxi.

Frances colgo el auricular. Lo sentia por Rupert, pero solo lo habia visto una vez, anos antes, cuando acudio a Innocent House. Y sin duda esa muerte durante tanto tiempo esperada, aguardada con tanto sufrimiento exento de quejas, debia de haberle llegado como una liberacion. Pero James la habia llamado, la necesitaba, queria estar con ella. Se sentia embargada de alegria. Cogio la chaqueta y el chal del perchero de la entrada y casi se arrojo

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