que contar. La informacion facilitada por los residuos pateticos de la victima, por sus cartas o facturas, podia ser mal interpretada, pero los objetos en si no mentian, no cambiaban su version de los hechos, no inventaban coartadas. Eran los vivos los que debian ser entrevistados mientras el horror del asesinato aun estaba fresco en su mente. Un buen investigador respetaba la afliccion y a veces la compartia, pero nunca era lento en explotarla, aunque se tratara de la afliccion de una nina.

Llegaron a la puerta y, antes de que Kate pudiera alzar la mano hacia el timbre, Dalgliesh le dijo:

– Encarguese usted de hablar, Kate.

– Si, senor -respondio ella sin vacilar, aunque el corazon le dio un vuelco. Dos anos antes casi se habria puesto a rezar: «Dios mio, permite que lo haga bien, por favor.» Ahora, con mas experiencia, confiaba en que asi seria.

No habia perdido el tiempo tratando de imaginar como seria Shelley Reed, la madre de la nina. En el trabajo policial, la prudencia aconsejaba no adelantarse a la realidad con prejuicios prematuros y artificiosos. Sin embargo, cuando sono el chirrido de la cadena y se abrio la puerta, tuvo que hacer un esfuerzo para ocultar su reaccion inicial de sorpresa. Se hacia dificil creer que aquella muchacha de cara rolliza que los miraba con el resentimiento hosco de una adolescente fuese madre de una nina de doce anos. Dificilmente podia haber cumplido mas de dieciseis cuando nacio Daisy. Su rostro, desprovisto de maquillaje, aun conservaba parte de la blandura informe de la ninez. La boca, de gesto mohino, era muy carnosa y se curvaba hacia abajo en las comisuras. La ancha nariz estaba perforada en una aleta por una reluciente bolita de adorno a juego con las que lucia en las orejas. El cabello, de un rubio brillante que contrastaba con las oscuras y espesas cejas, le colgaba en un flequillo casi hasta los ojos y enmarcaba el rostro entre encrespados rizos. Los ojos, bajo unos parpados tan gruesos que parecian hinchados, estaban muy separados y algo esquinados. Solo su figura sugeria madurez. Los pesados pechos colgaban libremente bajo un jersey largo de impoluto algodon blanco, y sus piernas largas y bien formadas estaban enfundadas en medias negras. Iba calzada con zapatillas de estar por casa bordadas con hilo plateado. La expresion dura y resuelta de su mirada se transformo en un respeto cauteloso cuando vio a Dalgliesh, como si reconociera en el una autoridad mas poderosa que la de un asistente social. Y cuando hablo, Kate detecto una nota de fatigada resignacion en su desafio ritual.

– Sera mejor que entren, aunque no se de que les va a servir. Sus hombres ya han hablado con Daisy. La nina les dijo todo lo que sabia. Cooperamos con la policia, y lo unico que sacamos a cambio es que venga la maldita Asistencia Social a molestarnos. No es cosa suya como me gano la vida. De acuerdo, hago strip tease, ?y que? Me gano la vida y mantengo a mi hija. Tengo un trabajo legal, ?no? Los diarios siempre se estan quejando de las madres solteras que viven de la Seguridad Social; pues yo tengo un trabajo, pero no me va a durar mucho si tengo que pasarme aqui toda la tarde contestando preguntas idiotas. Y no queremos mujeres policia del Departamento de Menores. La que vino la ultima vez con aquel chico judio era una idiota total.

No se habia movido del umbral mientras les dedicaba esta bienvenida, pero al fin se aparto de mala gana y pudieron entrar a un recibidor tan pequeno que apenas cabian los tres.

Dalgliesh le anuncio:

– Soy el comandante Dalgliesh, y esta es la inspectora Miskin, que no es del Departamento de Menores. Es investigadora; los dos lo somos. Lamentamos tener que molestarla de nuevo, senora Reed, pero hemos de hablar con Daisy. ?Sabe ya que la senora Carling ha muerto?

– Si, ya lo sabe. Todo el mundo lo sabe, ?no? Salio en las noticias locales. Y ahora me va a decir que no fue un suicidio y que la matamos nosotras.

– ?Esta muy afectada Daisy?

– ?Como quiere que lo sepa? No esta riendose, pero nunca se lo que pasa por la cabeza de esa nina. De todos modos, seguro que cuando acaben ustedes con ella estara afectada. Esta ahi; he llamado a la escuela para decir que no ira hasta la tarde. Y, oiga, hagame un favor: que sea rapido, ?vale? Tengo que salir a comprar. Y la nina estara bien cuidada esta noche. No empiecen a preocuparse por Daisy. La senora de la limpieza vendra a la hora de la cena. Y despues de eso, pueden pedirle a la Asistencia Social que la cuide, si tanto les inquieta.

La sala de estar era estrecha y daba una sensacion de atiborrada incomodidad combinada con una impresion de extraneza, que intrigo a Kate hasta que vio una chimenea artificial, con la repisa repleta de tarjetas de felicitacion y pequenos adornos de porcelana, instalada contra la pared exterior, sin salida de humos. A la derecha, una puerta abierta permitia ver una cama pequena medio deshecha y cubierta de prendas de vestir. La senora Reed se apresuro a cerrarla. A la derecha de la puerta habia una barra con cortinas en la que Kate vislumbro una apretada hilera de vestidos; a la izquierda, un televisor enorme con un sofa delante, y una mesa cuadrada con cuatro sillas enfrente de la ventana doble. Encima de la mesa habia un monton de libros que parecian de texto, y ante los libros una nina vestida con un uniforme compuesto de falda plisada azul marino y blusa blanca, que se volvio hacia ellos cuando entraron.

Kate penso que pocas veces habia visto una criatura mas desprovista de belleza. Estaba claro que era hija de su madre, pero, por algun capricho de los genes, los rasgos maternales aparecian superpuestos de un modo incongruente sobre su rostro fragil y delgado. Los ojos que miraban a traves de los cristales de las gafas eran pequenos y estaban demasiado separados; la nariz, ancha como la de la madre; la boca, igual de carnosa y con la curvatura hacia abajo mas pronunciada. Pero tenia el cutis delicado y de un color extraordinario, de un dorado palido y verdoso como el de las manzanas vistas bajo el agua. El cabello, de un color entre dorado y castano claro, colgaba como hebras de seda en torno a un rostro que parecia mas enfermizo que infantil. Kate miro a Dalgliesh de soslayo y enseguida aparto precipitadamente la vista. Se dio cuenta de que su jefe sentia compasion y ternura; ya le habia visto antes esa expresion, por deprisa que la dominara, por mas fugaz que fuera, y le sorprendio la oleada de resentimiento que esta vez provoco en ella. Con toda su sensibilidad, no era distinto de los demas hombres. Su primera reaccion ante el sexo femenino era una respuesta estetica: placer ante la belleza y pesar compasivo ante la fealdad. Las mujeres poco agraciadas se acostumbraban a esa mirada; no les quedaba otro remedio. Pero sin duda a una nina se le podia ahorrar esa brutal revelacion de una injusticia humana universal. Se podia legislar contra toda clase de discriminacion menos contra esta. Las mujeres atractivas tenian ventaja en todo, desde el trabajo hasta el sexo, mientras que las muy feas eran denigradas y rechazadas. Y esta nina ni siquiera mostraba la promesa de esa fealdad distintiva, cargada de sexualidad, que, si iba acompanada de inteligencia e imaginacion, podia resultar mucho mas erotica que la simple belleza. Nunca se podria hacer nada para corregir la caida de esa boca demasiado gruesa, para juntar mas esos ojos porcinos. Durante unos breves segundos, Kate sintio un revoltijo de emociones, entre ellas, y no la menor, disgusto consigo misma: si Dalgliesh habia experimentado una piedad instintiva, lo mismo le habia ocurrido a ella, y era una mujer. Ella, al menos, habria podido juzgarla segun distintos criterios. En respuesta a un ademan de la madre, Dalgliesh tomo asiento en el sofa y Kate ocupo una silla frente a Daisy. La senora Reed se dejo caer en el sofa con aire beligerante y encendio un cigarrillo.

– Yo me quedo. No entrevistaran a la nina sin mi.

– No podemos hablar con Daisy si no esta usted delante, senora Reed -replico Dalgliesh-. Hay un procedimiento especial para entrevistar a los menores. Seria conveniente que no nos interrumpiera, a menos que considere que obramos de mala fe.

Kate, sentada ante la nina, le hablo con suavidad.

– Sentimos mucho lo de tu amiga, Daisy. La senora Carling era amiga tuya, ?verdad?

Daisy abrio uno de los libros de la escuela y fingio ponerse a leer. Contesto sin levantar la mirada.

– Yo le gustaba.

– Cuando le gustamos a una persona, normalmente esa persona tambien nos gusta; por lo menos, a mi me ocurre. Ya sabes que la senora Carling ha muerto. Es posible que se haya matado ella misma, pero aun no lo sabemos. Tenemos que averiguar como y por que murio, y queremos que nos ayudes. ?Nos ayudaras?

Entonces Daisy la miro. Sus ojillos, de una inteligencia desconcertante, eran tan duros como los de un adulto y tan dogmaticos como solo los de un nino pueden serlo.

– No quiero hablar con usted -replico-. Quiero hablar con el que manda. -Volvio el rostro hacia Dalgliesh y anadio-: Quiero hablar con el.

– Bien, aqui me tienes -le contesto Dalgliesh-. Pero es lo mismo, Daisy, da igual con quien hables.

– Si no es con usted, no hablo.

Kate, desconcertada, se levanto de la silla tratando de ocultar la decepcion y el sofoco, pero Dalgliesh la contuvo con un gesto y se sento en la silla de al lado.

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