– Su relacion.
Velma Pitt-Cowley permanecio unos instantes en completo silencio. La vieron sonreir levemente, con una expresion que era a la vez lubrica y rememorativa. Por fin dijo:
– Era profesional. Supongo que hablabamos por telefono un par de veces al mes, por termino medio. Cuando murio, hacia unos cuatro meses que no nos veiamos. Una vez me acoste con el. Fue hace cosa de un ano. Los dos asistimos a una fiesta en el rio. Los dos nos quedamos hasta el amargo final. Era casi medianoche y yo estaba bastante bebida. A Gerard la bebida no le iba, no soportaba perder el control. Se ofrecio a llevarme a casa y la noche termino de la manera habitual. No volvio a suceder.
– ?Alguno de los dos lo habria deseado? -intervino Kate.
– Creo que no. Al dia siguiente me mando un ramo de flores espectacular. Gerard no era precisamente sutil, pero supongo que siempre es mejor que dejar cincuenta libras en la mesilla de noche. No, yo no queria que se repitiera; tengo un saludable instinto de conservacion y no voy por ahi invitando a que me rompan el corazon. Pero he creido que debia mencionarlo. En la fiesta habia mucha gente que pudo adivinar como terminaria la noche. Sabe Dios como se divulgan estas cosas, pero siempre acaban sabiendose. Por si les interesa, los acontecimientos de esa noche y, sobre todo, los de la manana siguiente que recuerdo con mayor claridad, me dejaron bien dispuesta hacia el y no al contrario. Pero no tan bien dispuesta como para propiciar un segundo encuentro. Supongo que querran preguntarme donde estaba la noche en que murio.
Dalgliesh respondio con expresion grave:
– Nos seria util saberlo, senora Pitt-Cowley.
– Es curioso, pero estuve en aquella lectura de poesia en que participo Gabriel Dauntsey, en el Connaught Arms. Me marche poco despues de que el terminara su intervencion. Habia ido en compania de un poeta, o de alguien que se hace llamar poeta, y el queria quedarse, pero yo ya estaba harta de ruido, sillas incomodas y humo de tabaco. A esas alturas todo el mundo habia bebido bastante y la fiesta no daba senales de terminar. Me marche hacia las diez, creo, y volvi directamente a casa en mi coche, asi que no tengo coartada para el resto de la noche.
– ?Y anoche?
– ?Cuando murio Esme? Pero si fue un suicidio, usted mismo lo ha dicho.
– Sea cual fuere la manera en que murio, es util saber donde estaba la gente en ese momento.
– Pero si no se cuando murio. Estuve en la oficina hasta las seis y media y luego me marche a casa. Pase toda la noche en casa, y sola. ?Es eso lo que queria saber? Mire, comandante, de veras tengo que irme.
Dalgliesh la retuvo.
– Las dos ultimas preguntas. ?Sabe cuantas copias habia del original de
– Creo que habria unas ocho en total. Tuve que enviar cinco a la Peverell Press, una para cada uno de los socios. No se por que no podian fotocopiar el manuscrito ellos mismos, pero lo querian asi. Yo solo tenia un par de copias. Esme siempre se hacia encuadernar su copia en azul celeste. Un original encuadernado no resulta muy practico para trabajar; de hecho, es una maldita molestia. Los editores y los correctores prefieren recibir el manuscrito grapado por capitulos o con las hojas completamente sueltas. Pero Esme siempre se hacia encuadernar su ejemplar.
– Y cuando vino a ver a la senora Carling el dia quince de octubre, la tarde siguiente a la muerte de Gerard Etienne, ?le dio la impresion de que se sentia reacia a entregarle su original y que por eso fingia, quiza, no saber donde estaba, o mas bien de que en realidad ya no se hallaba en su posesion?
La senora Pitt-Cowley, como si reconociera la importancia de la pregunta, tardo algun tiempo en contestar.
– ?Como puedo saberlo? -dijo al fin-. Pero recuerdo que mi peticion la desconcerto. Creo que estaba turbada. Y, la verdad, no se me ocurre como hubiera podido perder de vista el manuscrito; no solia tratar con descuido las cosas que eran importantes para ella, y tampoco es que el piso sea tan grande. Ademas, ni siquiera se molesto en buscarlo. Puestos a hacer conjeturas, yo diria que ya no tenia el manuscrito en su poder.
53
Cuando regresaron al coche, Dalgliesh anuncio:
– Conducire yo, Kate.
Ella ocupo el asiento de la izquierda y se abrocho el cinturon sin decir nada. Le gustaba conducir y sabia que lo hacia bien, pero cuando Dalgliesh, como era el caso, decidia encargarse el mismo, le complacia sentarse a su lado en silencio y contemplar de vez en cuando las manos fuertes y sensibles que se apoyaban ligeramente sobre el volante. Mientras cruzaban el puente de Hammersmith le dirigio una fugaz mirada de soslayo y vio en su rostro una expresion que conocia muy bien: un ensimismamiento reservado y severo, como si estuviera soportando con estoicismo algun dolor personal. Cuando entro a formar parte de su equipo, Kate creia que esa expresion era de ira controlada, y le asustaba la mordedura repentina de frio sarcasmo que, sospechaba, era una de sus defensas contra la falta de control y que sus subordinados habian llegado a temer. En el transcurso de las ultimas dos horas y media habian obtenido informacion vital y Kate, aunque se sentia impaciente por conocer la reaccion de Dalgliesh, se guardaba bien de romper el silencio. El conducia tranquilo, con la acostumbrada competencia, y resultaba dificil creer que parte de su mente estuviera en otro lugar. ?Le preocupaba quiza la vulnerabilidad de la nina, mientras repasaba mentalmente sus declaraciones? ?Reprimia hoscamente su indignacion por la barbarie premeditada de la muerte de Esme Carling, una muerte que ahora sabian habia sido asesinato?
En otros oficiales de rango superior, esa expresion de reserva severa hubiera podido reflejar ira ante la incompetencia de Daniel. Si Daniel le hubiera sacado a la nina la verdad de lo ocurrido aquel jueves por la noche, quizas Esme Carling aun seguiria convida. Pero ?realmente podia considerarse incompetencia? Tanto Carling como la nina habian referido la misma historia, y era una historia convincente. Los ninos solian ser buenos testigos y pocas veces mentian. Si le hubiera correspondido a ella entrevistar a Daisy, ?lo habria hecho mejor? ?Lo habria hecho mejor esta manana, de no haber estado Dalgliesh presente? Dudaba mucho que Dalgliesh pronunciara ni una palabra de reproche, pero eso no impediria que Daniel se lo reprochara a si mismo. Kate se alegraba de todo corazon de no hallarse en su pellejo.
Habian dejado atras el puente de Hammersmith cuando Dalgliesh hablo por fin.
– Creo que Daisy nos ha dicho todo lo que sabia, pero las omisiones son una frustracion, ?verdad? Una sola palabra mas y todo seria muy distinto. La serpiente estaba ante la puerta. ?Que puerta? Oyo una voz. ?Masculina o femenina? Alguien llevaba una aspiradora. ?Hombre o mujer? Pero al menos no tenemos que apoyarnos en la inverosimilitud de esa nota de suicidio para estar seguros de que fue un asesinato.
Daniel estaba trabajando en el centro de operaciones instalado en la comisaria de Wapping. Kate, ante lo embarazoso de la situacion, hubiera querido dejarlo a solas con Dalgliesh, pero era dificil hacerlo sin que la estratagema resultara demasiado evidente. Dalgliesh resumio en pocas palabras el resultado de sus visitas de esa manana. Daniel se puso en pie. Su reaccion, que a Kate le hizo pensar en un preso dispuesto a escuchar la sentencia, parecio instintiva. El rostro vigoroso de su companero estaba muy palido.
– Lo siento, senor. Hubiera debido desmontar esa coartada. Fue un grave error.
– Un error desdichado, sin duda.
– Deberia decir, senor, que el sargento Robbins no quedo convencido. Desde el primer momento tuvo la sensacion de que Daisy mentia y hubiera querido presionarla mas.
Dalgliesh comento:
– Con los ninos nunca resulta facil, ?verdad? Si tuviera que producirse un enfrentamiento de voluntades entre Daisy y el sargento Robbins, no se si no apostaria por Daisy.
A Kate le parecio interesante que Robbins no se hubiera fiado de la nina. Por lo visto, era capaz de combinar su creencia en la nobleza esencial del hombre con la renuencia a creer cualquier cosa que dijera un testigo. Quiza, puesto que era religioso, estaba mas dispuesto que Daniel a creer en el pecado original. De todos modos, habia sido generoso por parte de Daniel mencionar su incredulidad; generoso y, quiza, poniendose cinica y conociendo al jefe, tambien prudente.
Como obstinadamente resuelto a ponerse en lo peor, Daniel anadio: