tragedia de Saint Anselm, de la que ella, inevitablemente, formaba parte.

13

Poco antes de las doce el padre Sebastian telefoneo al padre Martin, que se hallaba en la biblioteca corrigiendo trabajos. Acostumbraba a llamarlo personalmente; desde sus primeros dias como rector habia evitado comunicarse con su predecesor a traves de un ordenado o un miembro del personal: no queria marcar el nuevo y muy diferente reinado mediante un burdo ejercicio de autoridad. Para la mayoria de los hombres, la perspectiva de que el rector anterior permaneciera como residente y profesor a tiempo parcial habria significado una invitacion al desastre. Siempre se habia considerado apropiado que el rector saliente no solo se retirase con dignidad, sino que se marchase lo mas lejos posible del seminario. Sin embargo, el acuerdo con el padre Martin, originalmente planteado como una medida temporal para cubrir la inesperada partida de un profesor de Teologia Pastoral, se habia prolongado con el consentimiento y el beneplacito de ambas partes. El padre Sebastian no habia dado muestras de timidez o verguenza al ocupar el lugar de su predecesor en la iglesia y en la cabecera de la mesa, ni tampoco al reorganizar la oficina e introducir los cambios que habia planeado con esmero. El padre Martin, que lo observaba sin rencor y ligeramente divertido, entendio muy bien la situacion. El padre Sebastian jamas se habria planteado la posibilidad de que un antecesor suyo pudiera amenazar su autoridad o sus reformas. No hacia confidencias al padre Martin ni lo consultaba. Si necesitaba informacion sobre cuestiones administrativas, la buscaba en los archivos o se la pedia a su secretaria. Gracias a su extraordinaria seguridad en si mismo, no se habria sentido incomodo aunque hubiera tenido como subalterno al propio arzobispo de Canterbury.

Mantenian una relacion basada en la lealtad, el respeto y, en el caso del padre Martin, el afecto. A este le habia costado asimilar que verdaderamente era el rector durante el tiempo que ejercio, de manera que acepto a su sucesor con buena voluntad y cierto alivio. Aunque a veces hubiera deseado una relacion mas calida con su superior, no podia imaginarla. Ahora, sentado junto al fuego en el sillon de costumbre y percibiendo el insolito nerviosismo del padre Sebastian, advirtio con incomodidad que el rector queria algo de el: quiza que lo tranquilizara, lo aconsejara o simplemente que compartiera su ansiedad. Sin moverse de su asiento, cerro los ojos y murmuro una breve oracion.

El padre Sebastian dejo de pasearse.

– La senora Crampton se marcho hace diez minutos. Fue una reunion dolorosa -afirmo y acto seguido anadio-: Para ambos.

– Era de esperar -senalo el padre Martin.

Le habia parecido notar un vago dejo de resentimiento en la voz del rector, como si le pesara que el archidiacono hubiese rematado sus pasadas faltas con el desconsiderado acto de dejarse asesinar bajo el techo del seminario. Este pensamiento condujo a otro, aun mas irreverente. ?Que le habria dicho lady Macbeth a la viuda de Duncan si esta se hubiera presentado en el castillo de Inverness para ver el cadaver? «Un hecho deplorable, senora, que mi esposo y yo lamentamos sobremanera. Hasta el momento, su visita nos habia resultado muy agradable. Hicimos todo cuanto estaba en nuestra mano para que Su Majestad se encontrase a gusto.» El padre Martin, sorprendido y horrorizado por el hecho de que una idea tan perversa se le cruzara por la cabeza, supuso que empezaba a desvariar.

– Insistio en que la llevaran a la iglesia para ver donde habia muerto su marido -dijo el padre Sebastian-. A mi me parecio una insensatez, pero el comisario Dalgliesh otorgo su consentimiento. Ella dejo muy claro que queria que lo acompanase el y no yo. Era inapropiado, pero preferi no discutir. Naturalmente, eso significa que vio El juicio final. Si Dalgliesh confia en que no divulgara informacion sobre el acto de vandalismo, ?por que no deposita la misma confianza en mi personal?

El padre Martin no se atrevio a replicar que, a diferencia del personal, la senora Crampton no figuraba entre los sospechosos.

Como si de repente tomara conciencia de su nerviosismo, el padre Sebastian se sento frente a su colega.

– No me gustaba la idea de que regresara a su casa sola y sugeri que la acompanase Stephen Morby. Habria sido un engorro, desde luego. Stephen habria tenido que volver en tren y tomar un taxi desde Lowestoft. Sin embargo, ella aseguro que preferia estar sola. Tambien la invite a comer. Por supuesto, le habriamos servido el almuerzo en mi apartamento. El comedor no hubiera sido un lugar apropiado en estas circunstancias.

El padre Martin asintio en silencio. Se habria producido una situacion incomoda: la senora Crampton sentada entre los sospechosos mientras alguien, quizas el asesino de su marido, le pasaba amablemente las patatas.

– Temo haberle fallado -prosiguio el rector-. En estas ocasiones, uno recurre a frases trilladas que han perdido todo su sentido, lugares comunes sin relacion alguna con la fe.

– Al margen de lo que haya dicho, padre, nadie podria haberlo hecho mejor -senalo el padre Martin-. En ciertas situaciones las palabras sirven de muy poco.

La senora Crampton, penso, dificilmente habria aceptado de buena gana que el padre Sebastian la animara a mantener la entereza y la fe cristianas.

El rector se removio en el sillon con incomodidad y a continuacion se esforzo por quedarse quieto.

– No le comente nada a la senora Crampton sobre el altercado que tuve con su marido en la iglesia, ayer por la tarde. Solo habria aumentado su sufrimiento. Lamento muchisimo ese incidente. Me apena que el archidiacono muriese con tanta ira en su corazon. No era precisamente un estado de gracia… para ninguno de los dos.

– No sabemos cual era el estado espiritual del archidiacono en el momento de su muerte -apunto el padre Martin con suavidad.

– Me parecio desconsiderado que Dalgliesh enviara a sus subalternos a interrogar a los sacerdotes -prosiguio el padre Sebastian-. Hubiera sido mas adecuado que lo hiciera el en persona. Yo coopere con ellos, desde luego, y estoy seguro de que los demas tambien. Me gustaria que la policia contemplara tambien la posibilidad de que el asesino fuera alguien ajeno al seminario, aunque me resisto a creer que el inspector Yarwood estuviese implicado. Sin embargo, cuanto antes hablen con el, mejor. Ademas, estoy impaciente por volver a abrir la iglesia. El corazon del seminario apenas late sin ella.

– Dudo que nos dejen volver antes de que hayan limpiado el retablo -opino el padre Martin-, y quizas eso no sea posible. Me refiero a que quiza lo necesiten como prueba.

– Eso seria absurdo. Seguramente habran tomado fotografias, y deberia bastar con ellas. Sin embargo, la limpieza supondra un problema. Se trata de un trabajo para expertos. El juicio final es un tesoro nacional. Ademas, habra que consagrar de nuevo la iglesia antes de abrirla. He ido a la biblioteca para consultar los canones, pero contienen muy poca informacion. Aunque el canon F15 trata de la profanacion de iglesias, no contiene instrucciones acerca de como santificarlas de nuevo. Podriamos adaptar el rito catolico, desde luego, pero resulta demasiado complicado. Se propone una procesion encabezada por alguien que lleve una cruz, un obispo con mitra y baculo pastoral, concelebrantes, diaconos y demas ministros ataviados con las vestiduras liturgicas, todos los cuales han de entrar en la iglesia antes que la congregacion.

– No me imagino al obispo participando en semejante acto. Ya se habra puesto en contacto con el, ?no, padre?

– Desde luego. Vendra el miercoles por la noche. Ha tenido la consideracion de senalar que una hora mas temprana seria inconveniente para nosotros y para la policia. Por supuesto, ha hablado ya con los miembros del consejo de administracion, y se muy bien lo que va a comunicarme formalmente cuando venga. Saint Anselm se cerrara cuando finalice el trimestre. Quiere que gestionemos el traslado de los alumnos a otros seminarios. Al parecer, Cuddesdon y Saint Stephen’s House prestaran su colaboracion. Aunque no sin dificultades. Ya he hablado con los directores.

El padre Martin, indignado, quiso proferir un grito de protesta, mas de su agotada garganta solo broto una vocecilla tremula:

– Eso es terrible. Quedan menos de dos meses. ?Que sucedera con Pilbeam, Surtees y el personal que trabaja a tiempo parcial? ?Piensan echar a la gente de su casa?

– Por supuesto que no, padre -respondio el rector con cierta impaciencia-. Aunque el seminario cerrara con el fin del trimestre, el personal residente permanecera aqui hasta que se decida el futuro de los edificios. Eso incluye tambien a las personas que trabajan a tiempo parcial. Paul Perronet me ha telefoneado y vendra el jueves con el

Вы читаете Muerte En El Seminario
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату