resto de los miembros del consejo de administracion. Ha recalcado que no hay que sacar objetos de valor del seminario o de la iglesia. Aunque la senorita Arbuthnot dejo muy clara su voluntad en el testamento, los tramites legales no estaran exentos de complicaciones.
El padre Martin se habia enterado de las disposiciones testamentarias al asumir el cargo de rector. «Los cuatro sacerdotes seremos ricos -penso ahora, pero no lo menciono-. ?En que medida?», se pregunto. La idea le horrorizo. Bajo la vista y comprobo que le temblaban las manos. Mientras contemplaba las venas violaceas, gruesas como cuerdas, y las manchas marrones, que mas que indicios de vejez semejaban las marcas de una enfermedad, noto que comenzaba a perder la poca fuerza que le quedaba.
Entonces se volvio hacia el padre Sebastian y vio, con una subita y esclarecedora lucidez, una cara palida y estoica tras la que se ocultaba una mente que ya fantaseaba con un futuro maravillosamente libre de los peores embates del dolor y la ansiedad. Ya no habria aplazamientos. Todo aquello por lo que el padre Sebastian habia luchado se desvanecia en medio del horror y el escandalo. Sobreviviria y, sin embargo, quiza por primera vez, necesitaba que alguien se lo garantizara.
Continuaron sentados en silencio. El padre Martin buscaba palabras apropiadas para la ocasion, pero no las encontraba. Durante quince anos, nunca le habian pedido consejo, consuelo, comprension ni ayuda. Y ahora que el rector precisaba de todo ello, el se sentia impotente. Su sensacion de fracaso no se circunscribia a este momento; parecia extenderse a todo su sacerdocio. ?Que les habia ofrecido a sus parroquianos y a los seminaristas de Saint Anselm? Si bien se habia mostrado bondadoso, afectuoso, tolerante y comprensivo, esas cualidades eran propias de cualquier persona bienintencionada. ?Habia cambiado una sola vida a lo largo de su ministerio? Recordo las palabras que habia oido decir a una mujer antes de marcharse de su ultima parroquia: «El padre Martin es un sacerdote del que nadie habla mal.» Ahora le parecia la peor de las acusaciones.
Finalmente se levanto, y el padre Sebastian siguio su ejemplo.
– ?Quiere que eche un vistazo al ritual catolico para ver si podemos adaptarlo? -pregunto el padre Martin.
– Gracias, padre -respondio el rector-. Seria una gran ayuda. -Y regreso a la silla del escritorio mientras el padre Martin salia de la habitacion y cerraba la puerta.
14
Raphael fue el primer seminarista sometido a un interrogatorio formal. Dalgliesh habia decidido entrevistarlo con Kate. Arbuthnot se habia tomado su tiempo para responder a la convocatoria: transcurrieron diez minutos antes de que el sargento Robbins le hiciera pasar a la sala de interrogatorios.
Dalgliesh constato asombrado que Raphael no habia recuperado aun la compostura: se le veia igual de sorprendido y angustiado que durante la reunion en la biblioteca. Hasta era posible que en ese breve periodo hubiera tomado mayor conciencia del peligro en que se encontraba. Se movia con la rigidez propia de un anciano y se nego a sentarse cuando Dalgliesh lo invito a hacerlo. Permanecio de pie detras de una silla, agarrado al respaldo con tanta fuerza que los nudillos de ambas manos se le pusieron tan blancos como el rostro. A Kate la asalto la absurda sensacion de que, si hubiera tocado la piel o los rizos de Raphael, habria percibido solo la inflexible textura de la piedra. El contraste entre la rubia cabeza helenica y la tetrica negrura de la sotana le conferia un aire a un tiempo imperioso y teatral.
– Todos los comensales de la cena de anoche, entre los cuales me contaba, advertimos que el archidiacono no le caia bien. ?Por que? -inquirio Dalgliesh.
No era la introduccion que esperaba Arbuthnot. Quiza se hubiera preparado para una tactica academica, mas familiar para el, penso Kate, una serie de inocuas preguntas sobre sus antecedentes personales que sirvieran de preambulo a las mas delicadas. Miro a Dalgliesh fijamente y en silencio.
Aunque parecia imposible que de esos rigidos labios fuera a salir una respuesta, Raphael contesto:
– Preferiria no hablar de eso. ?No les basta con saber que no me caia bien? -Hizo una pausa y anadio-: Era mas que eso. Lo odiaba. Mi odio se habia convertido en una obsesion. Ahora me doy cuenta de ello. Claro que tal vez proyectase en el el odio que inconscientemente albergaba hacia alguien o algo diferente, una persona, un lugar, una institucion. -Esbozo una sonrisa triste-. Si el padre Sebastian estuviese aqui, opinaria que estoy dejandome llevar por mi vergonzosa aficion a la psicologia barata.
– Estamos al corriente de la condena que cumplio el padre John -le informo Kate con una voz sorprendentemente suave.
Dalgliesh se pregunto si las manos de Raphael se habian relajado un poco, o solo se lo habia imaginado.
– Desde luego. Soy un tonto. Supongo que nos habran investigado a todos. Pobre padre John. Ningun angel puede protegerlo del ordenador de la policia. Asi que ya saben que Crampton presto declaracion como uno de los principales testigos de la acusacion. Fue el, no el jurado, quien encarcelo al padre John.
– Los jurados no encarcelan a nadie -corrigio Kate-. El que se encarga de eso es el juez. -Temiendo que Raphael fuera a desmayarse, agrego-: ?Por que no se sienta, senor Arbuthnot?
Despues de un breve titubeo, el joven se sento y llevo a cabo un esfuerzo visible para relajarse.
– Las personas que uno odia no deberian morir asesinadas -se lamento-. Eso les proporciona una ventaja injusta. No lo mate, pero me siento tan culpable como si fuera yo el asesino.
– ?Eligio usted mismo el pasaje de Trollope que leyo anoche? -pregunto Dalgliesh.
– Si. Siempre escogemos lo que leemos durante la cena.
– Un archidiacono y una epoca muy diferentes -observo Dalgliesh-. Un hombre ambicioso se arrodilla junto a su agonizante padre y pide perdon por desearle la muerte. Me dio la impresion de que el archidiacono lo tomaba como una afrenta personal.
– Esa era mi intencion. -Despues de otra pausa, Raphael anadio-: Siempre me he preguntado por que persiguio al padre John con tanta sana. No se debia a que fuese un homosexual reprimido y temeroso de que lo descubrieran. Ahora se que estaba expiando su propia culpa de manera indirecta.
– ?Que culpa? -quiso saber Dalgliesh.
– Sera mejor que le pida al inspector Yarwood que se lo explique.
Dalgliesh decidio dejar el tema por el momento. Ese no era el unico interrogante que queria plantearle a Yarwood. Estaria dando palos de ciego hasta que el inspector se hubiese recuperado lo suficiente como para interrogarlo. Le pregunto a Raphael que habia hecho exactamente despues de las completas.
– Primero fui a mi habitacion. Se supone que debemos guardar silencio despues de las completas, pero no obedecemos esa regla a rajatabla. La norma no nos impide hablar entre nosotros. Aunque no nos comportamos como monjes trapenses, por lo general nos retiramos a nuestras habitaciones. Lei y trabaje en una monografia hasta las diez y media. Hacia un viento espantoso… Bueno, usted lo sabe, senor, estaba aqui. Decidi entrar en la casa para ver si Peter Buckhurst se encontraba bien. Todavia convalece de una mononucleosis. Se que detesta las tormentas; no los rayos o los truenos, sino el rugido del viento. Su madre murio en la habitacion contigua a la suya durante una noche ventosa, cuando el contaba siete anos, y desde entonces no lo soporta.
– ?Como entro usted en la casa?
– Como siempre. Mi habitacion es la numero tres, en el claustro norte. Cruce el vestuario y el vestibulo, y subi al segundo piso. Al fondo esta la enfermeria, y Peter llevaba varias semanas durmiendo alli. Me parecio evidente que no le apeteciera quedarse solo, asi que me ofreci a pasar la noche con el. Dormi en la otra cama que hay en el cuarto. Ya le habia pedido permiso al padre Sebastian para marcharme del seminario despues de las completas. Le habia prometido a un amigo que asistiria a su primera misa, en una iglesia de las afueras de Colchester. No obstante, decidi salir por la manana temprano porque no queria dejar a Peter. La misa era a las diez y media, de manera que suponia que llegaria a tiempo.
– Senor Arbuthnot -le interrumpio Dalgliesh-, ?por que no me conto todo esto en la biblioteca? Pregunte si alguien habia salido de su habitacion despues de las completas.
– ?Lo habria reconocido usted en voz alta? Hubiera resultado humillante para Peter que todo el mundo se enterase de que le asusta el viento, ?no?
– ?Que hicieron antes de dormir?
– Charlamos un rato y luego lei para el. Un cuento de Saki, por si le interesa.
– ?Vio a alguien, aparte de a Peter Buckhurst, despues de entrar en el edificio principal?