– ?Usted no lo considera sospechoso, senor? -quiso saber Kate.

– Tengo que verlo como tal por el momento, pero dudo que sea el culpable. No me imagino a un hombre mentalmente inestable maquinando y ejecutando un crimen tan complicado como este. Si la inesperada aparicion de Crampton en el seminario le hubiese despertado una furia asesina, podria haberlo matado en la cama.

– Pero eso es tambien valido para todos los sospechosos, senor.

– Exactamente. Volvemos al misterio principal. ?Por que el asesino planeo su crimen de esta manera?

Nobby Clark y el fotografo estaban en la puerta. Clark habia adoptado una expresion de solemne reverenda, como si entrase en una iglesia. Se trataba de una clara senal de que traia buenas noticias. Se acerco y deposito sobre la mesa dos fotografias de huellas digitales: en una se veian desde el indice hasta el menique de una mano derecha; en la otra, una palma -tambien de la mano derecha-, el costado de un pulgar y cuatro huellas nitidas de dedos. Coloco un carton con huellas al lado y dijo:

– El doctor Stannard, senor. No cabe la menor duda. La huella de la palma estaba en la pared, a la derecha de El juicio final. Las otras las encontramos en el segundo sitial. Podriamos tomarle una huella de la palma, senor, pero no es necesario. Tampoco es preciso que pidamos una verificacion a la jefatura. Nunca habia visto unas huellas tan claras como estas. Son del senor Stannard, no cabe duda.

15

Si Stannard es Cain, esta se convertira en nuestra investigacion mas corta hasta la fecha -comento Piers-. Habremos de regresar a la contaminacion. Que pena. Estaba deseando cenar en el Crown y dar un paseo por la playa antes del desayuno de manana.

Dalgliesh se hallaba junto a la ventana este, con la vista perdida en el mar, mas alla del campo. Se volvio y dijo:

– Yo no perderia la esperanza.

Habian retirado el escritorio de la ventana para ponerlo en medio de la sala, delante de las dos sillas de respaldo alto. Stannard se sentaria en el sillon bajo que habian colocado enfrente. De este modo, gozaria de mayor comodidad fisica, aunque estaria en desventaja psicologica.

Aguardaron en silencio. Dalgliesh no demostro el menor interes en hablar, y Piers habia trabajado con el durante el tiempo suficiente para saber cuando convenia guardar silencio. A Robbins debia de haberle surgido alguna dificultad al ir a buscar a Stannard. Transcurrieron casi cinco minutos antes de que se abriese la puerta principal.

– El doctor Stannard, senor -anuncio Robbins, y se sento discretamente en un rincon, con el cuaderno en la mano.

Stannard entro a paso vivo, respondio con tono cortante al «buenos dias» de Dalgliesh y miro alrededor, dudoso de donde debia sentarse.

– Aqui, por favor, doctor Stannard -senalo Piers.

Stannard estudio la sala con deliberada atencion, como si desaprobara sus deficiencias. Luego se arrellano, parecio decidir que la comodidad de su postura resultaba inadecuada y se sento en el borde del sillon, con las piernas juntas y las manos en los bolsillos de la chaqueta. Su mirada, que mantenia fija en Dalgliesh, era mas inquisitiva que beligerante, pero Piers percibio su malestar y algo mas intenso, que diagnostico como miedo.

Nadie muestra su mejor faceta cuando se ve envuelto en un caso de asesinato; hasta los testigos mas sensatos y solidarios, respaldados por su inocencia, llegan a molestarse ante la impertinencia de un interrogatorio policial, y nadie se somete a el con una conciencia del todo limpia. Pequenos y viejos deslices salen a la superficie de la mente como la basura en un estanque. Con todo, Stannard causo una impresion particularmente desagradable en Piers. No se debia solo a sus prejuicios respecto de los bigotes grandes, penso; sencillamente, el tipo no le caia bien. La cara de Stannard, con la nariz delgada y demasiado larga y ojos muy juntos, presentaba profundos surcos de descontento. Era el rostro de un hombre que no habia conseguido lo que a su juicio le correspondia. ?Que se habia torcido?, se pregunto Piers. ?Se habia licenciado con un notable en lugar de con el deseado sobresaliente? ?Impartia clases en una escuela politecnica en vez de en Oxbridge? ?Disfrutaba de menos poder, dinero o sexo de lo que creia merecer? Aunque era dificil que le costase ligar: a las mujeres invariablemente les atraian los revolucionarios aficionados con pinta de Che Guevara. ?No habia perdido el a Rosie en Oxford por culpa de un imbecil de cara avinagrada muy parecido a este? Tal vez esa fuera la causa de su prevencion, admitio. Aunque era un hombre demasiado experimentado para dejarse llevar por ese sentimiento, el mero hecho de reconocerlo le produjo una perversa satisfaccion.

Como conocia bastante bien a Dalgliesh, sabia como se desarrollaria la escena. El formularia la mayor parte de las preguntas y el comisario intervendria cuando lo juzgara oportuno, es decir, nunca en el momento que esperaba el testigo. Piers se pregunto si Dalgliesh era consciente del miedo que infundia su atenta y silenciosa presencia.

Piers se presento e hizo las obligadas preguntas preliminares con voz serena. Nombre, direccion, fecha de nacimiento, profesion, estado civil. Las respuestas de Stannard fueron laconicas.

– No veo que importancia puede tener mi estado civil en este caso -espeto al fin-. De hecho, tengo pareja. Femenina.

Sin responder, Piers inquirio:

– ?Y cuando llego al seminario, senor?

– El viernes por la noche, con la intencion de pasar aqui un fin de semana largo. He de marcharme esta noche despues de cenar. Supongo que no habra inconveniente, ?verdad?

– ?Es usted un visitante asiduo, senor?

– En cierto modo. Durante los ultimos dieciocho meses he venido algun que otro fin de semana.

– ?Podria especificar mas?

– Habre venido una media docena de veces.

– ?Cuando fue la ultima?

– El mes pasado. No recuerdo la fecha exacta. Llegue un viernes por la noche y me quede hasta el domingo. Comparado con este, fue un fin de semana tranquilo.

– ?Por que viene al seminario, doctor Stannard? -intervino Dalgliesh.

El interpelado abrio la boca para responder, pero titubeo. Piers se pregunto si habia estado a punto de decir «?por que no?» y luego se lo habia pensado mejor. La respuesta, cuando llego, sono como si la hubiese preparado con cuidado:

– Estoy documentandome para escribir un libro sobre los primeros tratadistas: su infancia y juventud, sus matrimonios, cuando los hubo, y su vida familiar. Me propongo relacionar las experiencias tempranas de estas personas con sus posteriores ideas religiosas y su sexualidad. Como esta es una institucion anglocatolica, la biblioteca me resulta de especial utilidad, y se me ha concedido libre acceso a ella. Mi abuelo fue Samuel Stannard, uno de los socios de la firma Stannard, Fox y Perronet de Norwich. Han representado a Saint Anselm desde su fundacion y a la familia Arbuthnot con anterioridad. Al venir aqui combino la investigacion con una agradable escapada de fin de semana.

– ?Sus investigaciones estan muy avanzadas? -pregunto Piers.

– No; apenas he comenzado. No dispongo de mucho tiempo libre. Contrariamente a lo que cree la gente, los academicos trabajamos demasiado.

– Pero tendra papeles consigo, pruebas de lo que ha hecho hasta el momento, ?no?

– No. Mis papeles estan en la universidad.

– Tantas visitas… Yo hubiera dicho que ya habia agotado los recursos de esta biblioteca. ?No ha ido a otras? A la Bodleyana, por ejemplo.

– Hay muchas bibliotecas aparte de la Bodleyana -repuso Stannard con sequedad.

– Desde luego. En Oxford tambien esta Pusey House. Segun creo, poseen una fabulosa coleccion de obras sobre los tratadistas. Sin duda los bibliotecarios le serian de ayuda. -Se volvio hacia Dalgliesh-. Y no hay que olvidarse de Londres, desde luego. ?Sigue existiendo la biblioteca Williams en Bloomsbury, senor?

Antes de que el comisario alcanzara a responder, si es que pensaba hacerlo, Stannard estallo.

– ?Que demonios le importa donde llevo a cabo mis investigaciones? Si lo que intenta es demostrar que de

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