– Supongo que querra volver a Cambridge lo antes posible. He hablado con el senor Dalgliesh, y segun el no existe razon alguna para impedirselo. De momento no tiene poder para retener aqui a las personas que deseen marcharse, siempre que la policia sepa donde contactarlas. Naturalmente, ni los estudiantes ni los sacerdotes pueden irse.
La irritacion hizo que la voz de Emma sonase mas estridente de lo que pretendia:
– ?O sea que usted y Dalgliesh han estado discutiendo lo que debo o no debo hacer? ?No cree que deberia decidirlo yo misma, padre?
El rector inclino la cabeza por un instante y luego la miro a los ojos.
– Lo lamento, Emma, me he expresado con torpeza. No fue asi. Simplemente di por sentado que querria irse.
– Pero ?por que? ?Por que lo dio por sentado?
– Hija mia, hay un asesino entre nosotros. Debemos afrontarlo. Yo me sentiria mas tranquilo si usted no estuviese aqui. Se que no hay motivos para pensar que estamos en peligro, pero esta situacion no debe de ser agradable ni para usted ni para nadie.
– Eso no significa que desee marcharme -replico Emma en un tono mas calmado-. Usted dijo que el seminario continuaria con las actividades normales en la medida de lo posible. Por lo tanto, pense que me quedaria para impartir los tres seminarios programados. No entiendo que relacion guarda eso con la policia.
– Ninguna, Emma. Hable con Dalgliesh porque sabia que usted y yo mantendriamos esta conversacion y queria cerciorarme antes de que todos los presentes fuesen libres de irse. De nada habria servido discutir sus deseos sin dejar zanjado ese punto. Le ruego que disculpe mi falta de tacto. En cierto modo todos somos prisioneros de nuestra educacion. Me temo que mi primer impulso me mueve a lanzar a las mujeres y los ninos a los botes salvavidas. -Sonrio y anadio-: Es un habito que solia molestar a mi esposa.
– ?Que ocurre con la senora Pilbeam y Karen Surtees? ?Se marchan?
El rector vacilo y esbozo una sonrisa triste. A pesar de todo, a Emma se le escapo una risita.
– ?Ay, padre! ?No ira a decirme que las dos estaran bien porque tienen un hombre que las proteja?
– No, no me proponia agravar mi delito. La senorita Surtees le ha dicho a la policia que piensa quedarse hasta que arresten al culpable. Tal vez deba pasar una buena temporada aqui. Creo que sera ella quien proteja a su hermano. Le he sugerido a la senora Pilbeam que se aloje en casa de uno de sus hijos casados, pero ella ha preguntado con cierta brusquedad quien se haria cargo de la cocina en ese caso.
Una idea incomoda asalto a Emma.
– Lamento haber sido grosera con usted. Reconozco mi egoismo. Si mi ausencia les facilita las cosas a usted y a los demas, entonces me marchare, desde luego. No quiero convertirme en un estorbo ni en un motivo de preocupacion mas. Solo pensaba en lo que yo queria.
– En tal caso, quedese, por favor. Aunque su presencia quiza represente un motivo de preocupacion para mi, sobre todo durante los proximos tres dias, tambien constituira un inmenso consuelo y una fuente de paz para todos. Usted siempre ha ejercido una influencia positiva en este lugar, Emma. Y sigue haciendolo.
Sus ojos se encontraron otra vez, y a ella no le cupo duda de lo que vio: placer y alivio. Desvio la mirada, temiendo que el viese en ella una emocion menos aceptable: pena. «No es un hombre joven -se dijo-, y este podria ser el final de todo aquello que ha amado y por lo que ha luchado.»
17
En Saint Anselm el almuerzo siempre era mas sencillo que la cena; por lo general consistia en una sopa, seguida por una variedad de ensaladas con embutidos y un plato de verdura caliente. Al igual que la cena, la mayor parte se desarrollaba en silencio. Ese dia, Emma acogio el silencio con especial alivio e intuyo que a todos les sucedia lo mismo. Cuando la comunidad estaba reunida, la quietud parecia la unica respuesta a una tragedia que, en su grotesco horror, trascendia tanto el ambito de las palabras como el del entendimiento. Y el silencio en Saint Anselm, mas positivo que la mera ausencia de chachara, era siempre una bendicion; ahora conferia a la cena un ilusorio aire de normalidad. Sin embargo, todos comieron poco, y hasta los platos de sopa quedaron medio llenos mientras la senora Pilbeam, palida como el papel, trajinaba entre los comensales como una automata.
Emma habia planeado regresar a Ambrosio para trabajar, pero sabia que le resultaria imposible concentrarse. Movida por un deseo subito que en un principio le habria costado explicar, decidio ir a San Lucas a ver a Gregory. Cuando coincidian en el seminario, cosa que no siempre ocurria, se encontraban comodos el uno con el otro. Aunque la relacion entre ambos nunca habia sido intima, Emma necesitaba hablar con alguien que se hallara en Saint Anselm pero no perteneciese a la institucion, alguien que no la obligara a sopesar cada palabra. Le ayudaria a desahogarse comentar el asesinato con una persona que, segun sospechaba, lo consideraria mas intrigante que angustioso.
Gregory estaba en casa. La puerta de la casa San Lucas estaba abierta, e incluso antes de llegar alcanzo a oir la musica de Haendel. Reconocio la cinta porque ella tambien la tenia: era el contralto James Bowman cantando
Pese a que no habia venido con una idea clara de lo que pretendia, habia algo que necesitaba decir. Observo a Gregory mientras servia el cafe. La perilla le prestaba un aire ligeramente siniestro y mefistofelico a una cara que siempre le habia parecido mas interesante que atractiva. El cabello entrecano caia sobre la abombada frente en unos rizos tan regulares que a ella se le antojaban hechos con rulos. Bajo los delgados parpados, los ojos contemplaban el mundo con un divertido e ironico desprecio. Gregory se cuidaba. Emma sabia que corria a diario y nadaba con regularidad, excepto en los meses mas frios del ano. Mientras el le tendia la taza vio una vez mas la deformidad que nunca se esforzaba por disimular. En la adolescencia, se habia amputado accidentalmente con un hacha la parte superior del anular izquierdo. Le habia explicado las circunstancias en su primer encuentro, y Emma habia advertido que deseaba recalcar que se debia a un accidente y no a un defecto de nacimiento. Le habia desconcertado el evidente malestar de Gregory y su necesidad de explayarse sobre un defecto que dificilmente supondria un inconveniente para el. Una muestra mas de su notable engreimiento, penso Emma.
– Queria consultarle algo -dijo-. No, me he expresado mal, necesitaba hablar de algo.
– Me halaga. Pero ?por que me ha escogido a mi? ?No seria mas apropiado que acudiese a uno de los sacerdotes?
– No quiero molestar al padre Martin y se lo que me contestaria el padre Sebastian. Bueno, creo saberlo, porque a veces me sorprende.
– Si se trata de un asunto moral, se supone que los expertos son ellos -senalo Gregory.
– Supongo que se trata de un asunto moral, o al menos etico, pero no estoy segura de necesitar un experto. ?Hasta que punto cree que debemos cooperar con la policia? ?Cuanto debemos decirles?
– Esa es la cuestion, ?no?
– Si, esa es la cuestion.
– Tal vez deberiamos concretar mas. Presumo que usted quiere que atrapen al asesino de Crampton, ?no? ?Eso le plantea alguna duda? ?Acaso opina que en ciertas circunstancias el asesinato es perdonable?
– No, de ninguna manera. Prefiero que atrapen a todos los asesinos. No se que convendria hacer con ellos despues, pero incluso si me inspiran simpatia o compasion, quiero que los detengan.
– Sin embargo, no desea participar activamente en la caza, ?verdad?
– No me gustaria perjudicar a un inocente.
– Ah -dijo Gregory-, pero no puede evitarlo. Como tampoco Dalgliesh. En todas las investigaciones de asesinato algun inocente sale perjudicado. ?En quien esta pensando en particular?
– Preferiria no decirlo. -Despues de una breve pausa, anadio-: No se por que lo molesto con este asunto. Supongo que me hacia falta hablar con alguien que no formara parte del seminario.