– No pretendia hacerle dano a nadie -protesto Surtees con mayor seguridad de la que habia demostrado hasta el momento-. Jamas lo haria. Incluso si hubiera conseguido robar la hostia, no habria perjudicado a nadie del seminario. Dudo que se enterasen. Era solo una hostia. No ha de valer mas de un penique.
– Volvamos a lo que sucedio el sabado -ordeno Dalgliesh-. Dejemos a un lado las excusas y las justificaciones y cinamonos a los hechos.
– Bueno, como ya he dicho, sali hacia las doce menos cuarto. El viento rugia y el seminario estaba muy oscuro. Solo habia una luz en uno de los apartamentos de invitados, pero las cortinas estaban corridas. Use mi llave para entrar en el edificio por la puerta trasera, cruce la antecocina y me encamine hacia la parte principal de la casa. Llevaba una linterna, de modo que no fue preciso encender ninguna luz, aunque habia una encendida debajo de la imagen de la Virgen y el Nino, en el vestibulo. Habia preparado una historia por si me topaba con alguien: le aseguraria que habia visto luz en la iglesia y que iba a buscar las llaves para investigar. Sabia que no era muy verosimil, pero no creia que tuviera que recurrir a ella. Tome el llavero, sali por donde habia entrado y cerre con llave. Apague las luces del claustro y camine pegado a la pared. No me costo abrir la cerradura embutida de la sacristia: siempre esta engrasada, y la llave giro con facilidad. Empuje la puerta muy despacio, alumbrando el camino con la linterna, y desconecte la alarma.
»Empezaba a sentirme mas tranquilo y optimista, pues todo estaba saliendo de maravilla. Por supuesto, sabia donde se hallaban las hostias: a la derecha del altar, en una especie de hornacina iluminada por una luz roja. Siempre dejan algunas hostias consagradas alli por si los sacerdotes tienen que darselas a un enfermo o llevarlas a alguna de las iglesias de los alrededores donde no hay parroco. Me habia metido un sobre en el bolsillo para poner la hostia dentro. Sin embargo, cuando abri la puerta de la iglesia vi que no estaba vacia. Habia alguien.
De nuevo se quedo callado. Dalgliesh resistio la tentacion de hacer comentarios o preguntas. Surtees, con la cabeza gacha, habia enlazado las manos al frente. Era como si de repente recordar supusiera un esfuerzo para el.
– La luz de
Kate, presa de una irrefrenable curiosidad, pregunto:
– ?Lo reconocio?
– No. Estaba parcialmente tapado por una columna, en penumbra. Ademas, llevaba la capucha puesta.
– ?Alto o bajo?
– De estatura mediana, no muy alto. No lo recuerdo muy bien. Entonces, mientras lo observaba, se abrio la puerta sur y entro otro hombre. Tampoco lo reconoci. En realidad, ni siquiera lo vi; solo le oi decir «?donde esta?» y me apresure a cerrar la puerta. Sabia que mi plan se habia fastidiado. No me quedaba otro remedio que echar llave a la puerta y regresar a mi casa.
– ?Esta absolutamente seguro de que no reconocio a ninguna de las dos figuras? -quiso saber Dalgliesh.
– Si. No les vi la cara a ninguno de los dos. De hecho, al segundo hombre ni siquiera llegue a verlo.
– Pero ?sabe que era un hombre?
– Bueno, le oi hablar.
– ?De quien cree que se trataba?
– A juzgar por su voz, yo diria que era el archidiacono.
– Entonces debio de hablar bastante alto, ?no?
Surtees se ruborizo.
– Supongo que hablo alto -contesto apesadumbrado-, aunque en su momento no me lo parecio. Claro que la iglesia estaba en silencio y la voz resonaba. No puedo afirmar con certeza que fuese el archidiacono; es solo la impresion que me asalto entonces.
Era obvio que no estaba en condiciones de ofrecer datos fidedignos sobre la identidad de ninguna de las dos figuras. Dalgliesh le pregunto que habia hecho despues de salir de la iglesia.
– Conecte de nuevo la alarma, cerre la puerta con llave y cruce el patio, pasando junto a la puerta sur de la iglesia. No estaba abierta ni entornada. No recuerdo haber visto luz, aunque tampoco me fije. Estaba ansioso por alejarme de alli. Atravese el descampado con dificultad, batallando contra el viento, y le conte lo ocurrido a Karen. Esperaba que surgiese una oportunidad para devolver la llave el domingo por la manana, pero cuando nos reunieron en la biblioteca y nos informaron del asesinato, supe que seria imposible.
– ?Y que hizo con ellas?
– Las enterre en una esquina de la pocilga -respondio Surtees con afliccion.
– Cuando terminemos esta entrevista, el sargento Robbins lo acompanara a buscarlas.
Surtees hizo ademan de levantarse, pero Dalgliesh lo atajo.
– He dicho «cuando terminemos». No hemos terminado todavia.
La informacion que acababan de recabar era la mas valiosa que habian conseguido hasta el momento, y Dalgliesh sintio la tentacion de usarla de inmediato. No obstante, antes habia que confirmar la version de Surtees.
8
En respuesta a la llamada de Kate, Karen Surtees entro en la sala con aparente serenidad, se sento junto a su hermanastro sin esperar a que Dalgliesh la invitara a hacerlo, colgo un bolso negro del respaldo de la silla y se volvio de inmediato hacia Surtees.
– ?Te encuentras bien, Eric? ?Te han aplicado el tercer grado?
– Estoy bien. Lo siento, Karen. Les he contado todo. -Repitio-: Lo siento.
– ?Por que? Hiciste lo que pudiste. No fue culpa tuya que hubiese alguien en la iglesia. Lo intentaste. Y es una suerte para la policia que lo hicieras. Supongo que te estaran agradecidos.
Los ojos de Surtees se habian iluminado al verla, y cuando ella le toco por un instante una mano, la fuerza que le transmitio fue casi palpable. Aunque las palabras del joven habian sido de disculpa, no habia el menor rastro de servilismo en la expresion de su rostro. Dalgliesh detecto en el acto la mas peligrosa de las complicaciones: el amor.
Ahora la joven dirigio su atencion hacia el, clavandole una mirada intensa y desafiante. Abrio mucho los ojos, y a Dalgliesh le parecio que reprimia una sonrisa hermetica.
– Su hermano ha admitido que estuvo en la iglesia el sabado por la noche.
– Mas bien en la madrugada del domingo. Pasaba de la medianoche. Y es mi hermanastro… El mismo padre, distintas madres.
– Si, ya se lo dijo a mis agentes. He oido la version de su hermanastro. Ahora me gustaria oir la suya.
– Sera la misma. Como ya habran comprobado, Eric no es muy habil para mentir. Aunque resulta muy inconveniente en ocasiones, tiene sus ventajas. Bueno, no hay para tanto. No ha hecho nada malo, y la idea de que pudiese causar dano a alguien o, peor aun, matar a alguien, es ridicula. ?Ni siquiera es capaz de matar a sus cerdos! Le pedi que me consiguiera una hostia consagrada. Por si no entienden de estas cosas, les dire que son unos pequenos discos blancos, supongo que hechos de harina y agua, del tamano de una moneda de dos peniques. Aunque lo hubiesen pillado robandola, dudo que los jueces lo hubieran enviado a juicio. El valor de una hostia es insignificante.
– Eso depende de su escala de valores -le apunto Dalgliesh-. ?Para que la queria?
– No veo que eso guarde relacion con su caso, pero no me importa contarselo. Soy periodista y estoy escribiendo un articulo sobre sectas satanicas. Me lo han encargado y ya he acabado la mayor parte de la investigacion. La gente que he logrado infiltrar necesita una hostia consagrada, y yo les prometi que les conseguiria una. No me digan que habria podido comprar una caja entera de hostias sin consagrar por un par de libras. Es lo que sugirio Eric. Sin embargo, esta es una investigacion rigurosa y necesitaba el articulo autentico. Quiza no respeten mi trabajo, pero yo me lo tomo tan en serio como ustedes el suyo. Prometi llevar una hostia consagrada y eso era lo que iba a hacer. De lo contrario, todo lo que he hecho hasta ahora habria resultado una perdida de tiempo.
– De modo que convencio a su hermanastro para que la robase.