estar junto a la iglesia. ?Acaso espera que el asesino vuelva al escenario del crimen? ?Crees que se pasa la noche en vela, montando guardia junto a la ventana?» Nadie habia comentado ese asunto con Emma.

Los sacerdotes, cuando estaban libres de otras ocupaciones, asistian a sus clases, siempre despues de pedir permiso. Nunca hablaban, y Emma jamas habia sentido que la estuvieran vigilando. Hoy fue el padre Betterton quien se unio a los cuatro ordenandos. Como de costumbre, el padre Peregrine trabajaba en silencio al fondo de la biblioteca, inclinado sobre su escritorio y aparentemente ajeno a la presencia de los demas. Estos se sentaron junto al pequeno fuego de la chimenea -destinado a confortar mas que a anadir calor al ambiente- en sillas de respaldo bajo. Solo Peter Buckhurst habia escogido una de respaldo alto, que ocupaba erguido y silencioso, con las palidas manos apoyadas sobre el texto como si leyese en braille.

Para este trimestre Emma habia planeado leer y discutir la poesia de George Herbert. Hoy, rechazando la facilidad de lo conocido, habia escogido un poema mas complejo: «La quididad.» Henry acababa de leer en voz alta la ultima estrofa:

No es un arte, un oficio, un instrumento ni es la Bolsa ni el Ayuntamiento, sino aquello que siempre tengo a mano y con lo que contigo el monte gano.

Despues de un breve silencio, Stephen Morby pregunto:

– ?Que quiere decir «quididad»?

– Lo que es una cosa, su esencia.

– ?Y las palabras finales «y con lo que contigo el monte gano»?

– Segun la nota de mi edicion -senalo Raphael-, alude a un juego de cartas donde el ganador se lleva el monte, es decir la totalidad de las cartas que hay en la mesa para robar. Asi que supongo que Herbert quiere decir que, cuando escribe poesia, busca la mano de Dios, la mano ganadora.

– Herbert era muy aficionado a las metaforas relacionadas con los juegos de azar -explico Emma-. ?Recordais «El portico de la iglesia»? En el caso que nos ocupa podria tratarse de un juego en el que hay que descartar naipes con el fin de conseguir otros mejores. No debemos olvidar que Herbert esta hablando de su poesia. Cuando escribe lo tiene todo, porque esta en comunion con Dios. Los lectores de la epoca debian de saber a que juego se referia.

– Ojala lo supiera yo -comento Henry-. Deberiamos investigar y descubrir como se juega. No seria muy dificil.

– Pero si inutil -le protesto Raphael-. Yo quiero que el poema me conduzca al altar y al silencio, no a un libro de consulta ni a una baraja.

– De acuerdo. Esto es tipico de Herbert, ?no? Santificar lo mundano, incluso lo frivolo. Aun asi, me gustaria conocer el juego.

Emma mantenia los ojos fijos en el libro, de manera que no reparo en que alguien habia entrado en la biblioteca hasta que los cuatro estudiantes se pusieron simultaneamente de pie. El comisario Dalgliesh estaba en la puerta. No demostro sorpresa por descubrir que habia interrumpido una clase, y la disculpa que le presento a Emma sono mas formal que sincera.

– Lo siento, no sabia que estaba con sus alumnos en la biblioteca. Queria hablar con el padre Betterton y me han dicho que lo encontraria aqui.

Ligeramente nervioso, el padre John se dispuso a levantarse de la silla tapizada en piel. Emma se ruborizo, e, incapaz de ocultar ese sonrojo delator, se obligo a mirar los negros y serios ojos de Dalgliesh. Permanecio sentada y la asalto la impresion de que los cuatro seminaristas se habian acercado un poco mas a ella, como un grupo de guardaespaldas con sotanas que la protegian de un intruso.

Raphael hablo con ironia y en un tono demasiado alto cuando dijo:

– Las palabras de Mercurio parecen demasiado severas despues de oir las canciones de Apolo. El policia poeta, justo el hombre que necesitabamos. Estamos batallando con un poema de George Herbert, comisario. ?Por que no se une a nosotros y aporta su erudicion?

Dalgliesh lo contemplo en silencio por unos instantes.

– Estoy seguro de que la senorita Lavenham esta dotada de la erudicion necesaria. ?Nos vamos, padre?

En cuanto la puerta se cerro tras ellos, los cuatro seminaristas se sentaron. Para Emma, el episodio habia tenido una trascendencia que iba mas alla de las palabras y las miradas que se habian intercambiado. «Al comisario no le cae bien Raphael», penso. Intuia que era un hombre que nunca permitia que sus sentimientos influyeran en su trabajo. Casi con seguridad, tampoco lo permitiria en este caso. Aun asi estaba convencida de que no se habia equivocado al detectar una pequena chispa de antagonismo. Lo mas extrano era la fugaz satisfaccion que habia experimentado ella ante esa idea.

11

El padre Betterton camino junto a el por el vestibulo, a traves de la puerta principal y a lo largo del costado sur del seminario hasta la casa San Mateo, forzando sus cortas piernas a seguir el paso de Dalgliesh, como un nino obediente, y con las manos cruzadas y metidas en las mangas de la sotana. El comisario se preguntaba como reaccionaria ante el interrogatorio. De acuerdo con su experiencia, cualquier persona cuyo contacto previo con la ley hubiese acabado en arresto nunca volvia a sentirse comoda con la policia. Temia que la comparecencia del sacerdote ante los tribunales y su estancia en la prision, que debieron de ser terriblemente traumaticas para el, le impidieran ahora afrontar esta situacion. Segun le habia contado Kate, el sacerdote habia actuado con una estoica y mal disimulada repugnancia mientras le tomaban las huellas digitales, pero pocos sospechosos en potencia aceptaban de buen grado ese robo oficial de la identidad. A pesar de esto, el padre John parecia menos afectado por el asesinato del archidiacono y la muerte de su hermana que el resto de la comunidad y mantenia un aire de perpleja resignacion ante una vida que, mas que dominar, habia que soportar.

En la sala de interrogatorios se sento en el borde de una silla, sin dar muestras de prepararse para un suplicio.

– ?Usted fue el encargado de empaquetar la ropa de Ronald Treeves, padre? -pregunto Dalgliesh.

Ahora el ligero gesto de turbacion se vio sustituido por un inconfundible rubor de culpa.

– Oh, vaya, creo que cometi una estupidez. Supongo que quiere preguntarme por la capa, ?no?

– ?La envio a casa de la familia, padre?

– No, me temo que no. Es dificil de explicar. -Seguia mas alterado que asustado cuando miro a Kate-. Seria mas sencillo si estuviera presente su otro ayudante, el inspector Tarrant. Vera, resulta algo embarazoso.

Aunque normalmente Dalgliesh no habria accedido a una peticion semejante, las presentes circunstancias no eran normales.

– Como funcionaria de la policia, la inspectora Miskin esta acostumbrada a oir confidencias embarazosas. De todos modos, si cree que se sentira mas comodo…

– Oh, si, desde luego, por favor. Se que es una tonteria, pero me facilitaria las cosas.

A una senal de Dalgliesh, Kate se marcho. Piers estaba en la planta alta, sentado ante el ordenador.

– El padre Betterton quiere declarar algo demasiado sordido para mis castos oidos femeninos -le informo Kate-. El jefe te reclama. Parece que la capa de Ronald Treeves nunca llego a casa de papa. Si es asi, ?por que diablos no lo dijeron antes? ?Que le pasa a esta gente?

– Nada -respondio Piers-. Simplemente no piensan como policias.

– No piensan como nadie que yo haya conocido. Prefiero mil veces a cualquier villano de la vieja escuela.

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