persona aguardara al archidiacono en la iglesia, alguien a quien Surtees no hubiese visto. No obstante, ahora que sabian que alguien, probablemente el asesino, habia usado una capa, habria que mandar las cinco al laboratorio para que las analizaran en busca de fibras, pelos y minusculas manchas de sangre. Ademas, ?que habia sucedido con la vigesima capa? ?Y si despues de la muerte de Ronald Treeves no la hubiesen enviado a la casa de su familia, junto con el resto de la ropa?
Dalgliesh rememoro su entrevista con sir Alred en New Scotland Yard. El chofer de Alred habia ido con otro conductor a recoger el Porsche y un paquete de ropa. Sin embargo, ?contenia este la capa? Se esforzo por recordar. Estaba seguro de que el magnate habia mencionado un traje, zapatos y una sotana, pero ?tambien una capa marron?
– Localice a sir Alred -ordeno a Kate-. Me entrego una tarjeta con su direccion y su numero particular. La encontrara en su expediente. Aunque dudo que este en su casa a estas horas, seguramente habra alguien. Digale a quienquiera que atienda la llamada que necesito hablar con el cuanto antes.
Habia previsto dificultades. No era facil comunicarse con sir Alred por telefono, y siempre cabia la posibilidad de que estuviese en el extranjero. No obstante, tuvieron suerte. El hombre que se puso al telefono tardo en dejarse convencer de la urgencia del asunto, pero acabo por darles el numero de las oficinas de Mayfair. Alli contesto la tipica voz aristocratica y displicente. Sir Alred se encontraba reunido. Dalgliesh pidio que fuesen a buscarlo. ?Seria el comisario tan amable de llamar dentro de unos tres cuartos de hora? Dalgliesh repuso que no podia esperar ni siquiera tres cuartos de minuto.
– No cuelgue, por favor -dijo la voz.
Menos de un minuto despues, sir Alred se puso al telefono. Pese a que la voz grave y autoritaria no sonaba preocupada, dejaba traslucir cierta impaciencia contenida.
– ?Comisario Dalgliesh? Aguardaba noticias suyas, pero no en medio de una reunion. Si tiene novedades que comunicarme, preferiria oirlas en otro momento. Doy por sentado que ese asunto de Saint Anselm esta relacionado con la muerte de mi hijo, ?no?
– Todavia no hay pruebas que lo demuestren. Me pondre en contacto con usted para hablarle del veredicto de la vista en cuanto haya completado mi investigacion. Por el momento, el asesinato tiene prioridad. Ahora solo queria preguntarle por la ropa de su hijo. Recuerdo que me conto que se la devolvieron. ?Se hallaba presente cuando abrieron el paquete?
– No exactamente cuando lo abrieron, pero si poco despues. Si bien no suelo ocuparme de esa clase de asuntos, mi ama de llaves me consulto al respecto. Aunque yo le habia indicado que regalara la ropa a la beneficencia, el traje era de la talla de su hijo y ella me pregunto si me importaba que se quedara con el. Tambien le preocupaba la sotana. No creia que le encontraran utilidad en una organizacion benefica y se preguntaba si debia enviarla de vuelta al seminario. Le respondi que si la habian enviado seria porque no la querian, y que se deshiciera de ella como mejor le pareciese. Creo que la tiro a la basura. ?Algo mas?
– ?Y la capa? ?No habia una capa marron?
– No.
– ?Esta seguro, sir Alred?
– Claro que estoy seguro. Yo no abri el paquete, pero si hubiese habido una capa, la senora Mellors me habria preguntado con toda seguridad que hacer con ella. Que yo recuerde, me enseno el paquete entero. La ropa todavia estaba envuelta en papel marron, con la cuerda colgando. No veo razon alguna para que sacase la capa. ?Debo entender que reviste alguna importancia para su investigacion?
– Una gran importancia, sir Alred. Gracias por su ayuda. ?Es posible localizar a la senora Mellors en casa de usted?
La voz adopto un tono decididamente exasperado.
– No tengo idea. No vigilo los movimientos de mis criados. Pero ella vive en mi casa, asi que supongo que la encontrara alli.
De nuevo les sonrio la suerte cuando llamaron a la casa de Holland Park. Atendio el telefono la misma voz masculina y dijo que pasaria la llamada a la habitacion del ama de llaves.
Despues de que Dalgliesh le explicase que habia hablado con sir Alred y contaba con su aprobacion, la senora Mellors le tomo la palabra y contesto que si, que ella habia abierto el paquete de la ropa del senor Ronald y habia elaborado una lista del contenido. No figuraba ninguna capa marron. Sir Alred le habia concedido permiso gentilmente para quedarse con el traje. En cuanto al resto de los articulos, ella misma los habia llevado a la tienda de Oxfam de Notting Hill Gate. Habia tirado la sotana; aunque le apenaba desaprovechar la tela, habia supuesto que nadie querria usarla.
Luego anadio algo sorprendente para una mujer que, a juzgar por su confiada voz y sus inteligentes respuestas, debia de ser sensata:
– Encontraron la sotana junto al cuerpo, ?no? No me habria gustado usarla. Me parecio un poco macabra. Pense en cortar los botones, que podrian haber resultado utiles, pero no quise tocarla. Para serle franca, fue un alivio arrojarla a la basura.
Dalgliesh le dio las gracias y colgo el auricular.
– ?Que paso entonces con la capa? -dijo-. ?Y donde esta ahora? El primer paso sera interrogar a la persona que lio el paquete. Segun el padre Martin, fue John Betterton.
10
Emma impartia su tercera clase delante de la gran chimenea de piedra de la biblioteca. Al igual que con las primeras, abrigaba pocas esperanzas de distraer la mente de su pequeno grupo de alumnos de las actividades tetricas y serias que se desarrollaban alrededor. El comisario Dalgliesh aun no habia autorizado la reapertura de la iglesia ni el oficio de consagracion que habia preparado el padre Sebastian. Los tecnicos de la policia seguian trabajando: todas las mananas llegaban en una siniestra furgoneta que alguien debia de haberles enviado desde Londres y que, pese a las protestas del padre Peregrine, siempre aparcaban en el patio delantero. Dalgliesh y sus dos inspectores continuaban con sus misteriosos interrogatorios, y las luces de la casa San Mateo permanecian encendidas hasta altas horas de la noche.
El rector habia prohibido a los estudiantes que discutieran el caso, lo que, en sus palabras, equivalia a «actuar en connivencia con el mal y agravar la situacion con chismorreos desinformados o especulativos». Sin embargo, no era realista esperar que su prohibicion se respetase, y Emma tenia la impresion de que habia sido contraproducente. Circulaban rumores mas discretos e intermitentes que generalizados o prolongados, pero el hecho de que les hubiesen desautorizado anadia culpa a la carga colectiva de ansiedad y tension. Ella era de la opinion de que habria convenido mas hablar abiertamente del tema. Como habia dicho Raphael, «tener a la policia en casa es como sufrir una invasion de ratones; uno sabe que estan ahi incluso cuando no los ve ni los oye».
La muerte de la senorita Betterton no habia incrementado mucho el malestar. Era un segundo golpe, mas suave, sobre unos nervios ya anestesiados por el horror. Ansiosa por aceptar que esta muerte era accidental, la comunidad pugnaba por desvincularla del terrible asesinato del archidiacono. La senorita Betterton no habia tenido mucho trato con los seminaristas, y solo Raphael habia lamentado sinceramente su perdida. Sin embargo, incluso el parecia haber recuperado la compostura y mantenia un precario equilibrio entre el ensimismamiento en su mundo particular y arrebatos de cruel mordacidad. Desde la charla en el acantilado, Emma no habia vuelto a quedarse a solas con el. Se alegraba. No constituia una compania agradable.
Si bien habia una sala para seminarios al fondo de la segunda planta, Emma habia preferido usar la biblioteca. Le parecio mas practico tener a mano los libros que necesitarian consultar, pero sabia que su eleccion obedecia a un motivo menos logico. La sala de seminarios le producia claustrofobia; no debido a su tamano, sino a su atmosfera. Por muy temible que resultase la presencia de la policia, era mas soportable estar en el corazon de la casa que encerrada en el segundo piso, aislada de una actividad que resultaba menos traumatica vista que imaginada.
La noche anterior habia dormido bien. Habian instalado cerraduras de seguridad en los apartamentos de huespedes y les habian dado las llaves. Se alegraba de dormir en Jeronimo en lugar de al lado de la iglesia, con aquella vista ineludible y tenebrosamente amenazadora. No obstante, solo Henry Bloxham habia mencionado el cambio; lo habia oido hablando con Stephen: «Tengo entendido que Dalgliesh se cambio de apartamento para