fisgonear al pie del acantilado, y la arena le cayo encima. Hubo una vista. Usted ya sabe cual fue el veredicto.

– Cuando se nego a proporcionarle una segunda hostia, ?usted intento chantajearlo?

– ?Claro que no!

– ?Le insinuo que ahora estaba a su merced, que poseia informacion que podia acarrear su expulsion del seminario e impedir que se ordenase?

– ?No! -exclamo ella con vehemencia-. No hice nada por el estilo. ?De que hubiera servido? Para empezar, habria puesto a Eric en un compromiso. Ademas, los sacerdotes le creerian a el y no a mi. No me hallaba en condiciones de chantajearlo.

– ?Cree que el era consciente de ello?

– ?Como diablos quiere que sepa lo que pensaba el? Estaba medio loco, eso es lo unico que se. Oiga, se supone que usted esta investigando el asesinato de Crampton. La muerte de Ronald no tiene nada que ver con su caso.

– Si no le importa, eso lo decidire yo. ?Que paso cuando Ronald Treeves fue a la casa San Juan la noche anterior al dia de su muerte? -La chica guardo un hosco silencio-. Usted y su hermano ya han ocultado informacion vital para este caso -le recordo Dalgliesh-. Si lo que han declarado hoy lo hubiesen dicho el domingo por la manana, es probable que ya hubieramos arrestado a alguien. Si ni usted ni su hermano se vieron envueltos en la muerte del archidiacono, le sugiero que responda a mis preguntas con franqueza y veracidad. ?Que ocurrio cuando Ronald Treeves fue a San Juan la noche de aquel viernes?

– Yo ya estaba alli. Habia venido a pasar el fin de semana. No sabia que el pensaba presentarse. Y Ronald no tenia derecho a irrumpir en la casa de ese modo. De acuerdo, estamos acostumbrados a dejar la puerta abierta, pero San Juan es la casa de Eric. Ronald subio a toda prisa las escaleras y, si quiere saberlo, nos encontro en la cama a Eric y a mi. Se quedo en la puerta, mirandonos fijamente. Parecia un loco, un loco de atar. Despues empezo a lanzar acusaciones ridiculas. No recuerdo las palabras exactas. Supongo que podria habermelo tomado a risa, pero en su momento me asusto un poco. Deliraba y gritaba como un lunatico. No, miento, no gritaba; en todo momento mantuvo la voz baja. Eso era lo mas inquietante. Eric y yo estabamos desnudos, de manera que nos encontrabamos en una situacion desventajosa. Nos incorporamos en la cama y escuchamos la interminable perorata de aquella voz aguda. Dios, fue muy raro. ?Puede creer que pensaba que ibamos a casarnos? ?Me imagina en el papel de esposa de un parroco? Habia perdido la cabeza. Actuaba como un loco y lo estaba - concluyo con desconcierto e incredulidad, con el tono de alguien que charla con un amigo en un bar.

– Usted lo sedujo y el creyo que lo amaba -senalo Dalgliesh-. Le facilito una hostia consagrada porque usted se la pidio y porque el era incapaz de negarle nada. Sabia muy bien lo que habia hecho. Entonces descubrio que nunca habia habido amor, que lo habian utilizado. Al dia siguiente se suicido. ?No se siente minimamente responsable de esa muerte, senorita Surtees?

– ?No! -contesto con impetu-. Nunca le dije que lo queria. No fue culpa mia que lo creyese. Y no creo que se haya suicidado. Fue un accidente. Es lo que dictamino el jurado y lo que yo pienso.

– Pues yo no opino igual, ?sabe? -dijo Dalgliesh-. Me parece que usted esta perfectamente al tanto de que fue lo que empujo a Ronald Treeves al suicidio.

– Aunque lo este, eso no me convierte en responsable de ello. ?Por que demonios tuvo que entrar en San Juan y subir a la planta alta como si fuese el propietario de la casa? Supongo que ahora se lo contara todo al padre Sebastian y los sacerdotes echaran a Eric.

– No, no se lo contare al padre Sebastian -repuso Dalgliesh-. Usted y su hermano se han metido en una situacion muy peligrosa. Debo insistir en que lo que me han dicho ha de permanecer en secreto. Absolutamente todo.

– De acuerdo -asintio ella de malhumor-. No diremos nada. ?Para que? Y no entiendo por que tengo que sentirme culpable por la muerte de Ronald ni por el asesinato de Crampton. Nosotros no lo matamos, aunque pensamos que usted estaria encantado de achacarnos el crimen. Los sacerdotes son sacrosantos, ?no? Le sugiero que investigue sus motivos en lugar de seguir acosandonos a nosotros. No me parecio que hiciera dano a nadie al ocultarle que Eric habia ido a la iglesia. Pense que lo habia matado uno de los seminaristas y que tarde o temprano confesaria. Las confesiones son lo suyo, ?no? No conseguira que me sienta culpable. No soy insensible ni cruel. Lamente mucho lo de Ronald. No lo obligue a procurarme la hostia. Se la pedi y el me la dio. Y no me acoste con el para que me la diera. Bueno, en parte si, pero no fue la unica razon. Lo hice porque me producia lastima, porque estaba aburrida y quiza por otras razones que usted no comprenderia ni aprobaria.

No habia mas que hablar. Karen estaba asustada; no avergonzada. Nada de lo que le dijese Dalgliesh iba a hacerla admitir su responsabilidad en la muerte de Ronald Treeves. El comisario medito sobre la desesperacion que habia impulsado al joven a buscar aquel horrible fin. Se habia visto obligado a escoger entre dos opciones terribles: permanecer en Saint Anselm, con el constante temor a que lo traicionaran y los angustiosos remordimientos por lo que habia hecho, o confesarselo todo al padre Sebastian, quien con toda probabilidad lo enviaria a casa, donde habria de presentarse ante su padre como un fracasado. Dalgliesh se pregunto que habria dicho y hecho el padre Sebastian. El padre Martin habria demostrado clemencia, sin duda. En el caso del rector, no estaba seguro. No obstante, aun si lo hubiesen perdonado, ?habria aguantado Treeves vivir en el seminario con la humillante sensacion de que lo estaban vigilando?

Al final dejo ir a la joven. Lo embargaban una gran tristeza y una rabia dirigida hacia algo mas profundo y menos identificable que Karen Surtees y su frialdad. Por otra parte, ?que derecho tenia el a enfadarse? Ella observaba su propia moral. Cuando prometia entregar una hostia consagrada, no faltaba a su palabra. Era una periodista de investigacion que se tomaba su trabajo muy en serio y actuaba con diligencia, aunque para ello fuera preciso recurrir al engano. No habian llegado a compenetrarse; habria sido imposible. Para Karen Surtees resultaba inconcebible que alguien se matara por un pequeno disco de harina y agua. Para ella las relaciones sexuales con Ronald no habian significado nada mas que un remedio provisional contra el aburrimiento, la satisfactoria sensacion de poder derivada del acto de iniciacion; una experiencia nueva, un inofensivo intercambio de placer. Tomarselas mas en serio conducia, en el mejor de los casos, a celos, exigencias, recriminaciones y problemas; en el peor, a un ser ahogado en la arena. ?Acaso el mismo, en sus anos de soledad, no habia separado su vida sexual del compromiso? Era innegable, por mucho que se hubiera mostrado mas prudente en su eleccion de pareja y mas sensible ante los sentimientos de los demas. Se pregunto que le diria a sir Alred; quiza que el veredicto no concluyente era mas acertado que el de muerte accidental, pero que no habia indicios de que hubiese ocurrido algo turbio. Y sin embargo, algo turbio habia ocurrido.

Respetaria el secreto de Ronald. El joven no habia escrito una nota de suicidio. No habia modo de saber si en sus ultimos segundos de vida, demasiado tarde, habia cambiado de idea. Si habia muerto porque no soportaba la idea de que su padre se enterase de la verdad, Dalgliesh no era quien para revelarsela ahora.

Tomo conciencia de su prolongado silencio y de que Kate, sentada a su lado, se preguntaba por que no hablaba. Detecto la controlada impaciencia de la chica.

– Bien -dijo el-. Por fin estamos progresando. Hemos encontrado las llaves perdidas. Eso significa que, despues de todo, Cain regreso al seminario a devolver las suyas. Y ahora, a buscar la capa marron.

– Si es que todavia existe… -apostillo Kate, como si le hubiese leido el pensamiento.

9

Dalgliesh llamo a Piers y a Robbins a la sala de interrogatorios y los puso al tanto de las novedades.

– ?Revisaron todas las capas? ?Las negras y las marrones?

Fue Kate quien respondio:

– Si, senor. Ahora que Treeves esta muerto, quedan diecinueve estudiantes internos y diecinueve capas. Hay quince alumnos ausentes y todos se han llevado su capa, con la excepcion de uno que fue a celebrar el cumpleanos y el aniversario de bodas de su madre. Eso significa que en el vestuario debia haber cinco capas, y alli las encontramos. Las hemos examinado meticulosamente, al igual que las de los sacerdotes.

– ?Las capas tienen etiquetas con el nombre? No me fije cuando las vimos por primera vez.

– Si, todas -confirmo Piers-. Por lo visto, son las unicas prendas con etiquetas. Me imagino que esto obedece a que son identicas; solo se diferencian por la talla. No hay ninguna sin nombre.

No podian saber si el asesino llevaba puesta la capa al atacar a Crampton. Era posible que una tercera

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