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Capitulo 16
Dalgliesh no regreso a Villa Esperanza hasta despues de haber cenado temprano en un meson proximo a Corfe Castle. Se dispuso entonces a empezar a revisar los libros del padre Baddeley. No obstante, antes habia unas tareas domesticas, pequenas pero necesarias, que emprender. Cambio la tenue bombilla de la lampara de sobremesa por otra de mayor voltaje, limpio y ajusto la llama piloto de la caldera de encima del fregadero, hizo espacio en la alacena para sus provisiones y su vino, y, con la ayuda de su linterna, descubrio en el cobertizo exterior un monton de madera para la chimenea y una tina de laton. En Villa Esperanza no habia cuarto de bano. Probablemente, el padre Baddeley se banaba en Toynton Grange, pero Dalgliesh decidio desnudarse y banarse en la cocina. La austeridad era un precio pequeno que pagar con tal de evitar el cuarto de bano de Toynton, el olor a desinfectante fuerte propio de los hospitales y los constantes recordatorios de la enfermedad y la deformidad. Aplico una cerilla a la hierba seca de la rejilla y contemplo como prendia instantaneamente dando lugar a la unica llama de finas agujas negras y dulce aroma. A continuacion encendio un fuego pequenito como prueba y descubrio aliviado que la chimenea estaba despejada. Con un buen fuego, buena luz, libros, comida y vino, no veia motivos para desear encontrarse en ningun otro lugar.
Calculo que debia de haber entre doscientos y trescientos libros en los estantes de la sala de estar, y tres veces mas en el segundo dormitorio. Los libros se habian apoderado de tal manera de la habitacion que resultaba casi imposible acceder a la cama. La biblioteca presento pocas sorpresas. Muchos de los volumenes de teologia podian tener interes para alguna biblioteca especializada de Londres; algunos, penso, serian del gusto de su tia; otros los destino a sus propios anaqueles. Estaban Antiguo testamento griego, de H. B. Swete, en tres volumenes, La imitacion de Cristo, de Tomas Kempis, Seria llamada, de William Law, Vida y cartas de eminentes teologos del siglo XIX, en dos volumenes encuadernados en piel y una primera edicion de Sermones parroquiales y sencillos, de Newman. Pero tambien habia una representativa coleccion de los principales novelistas y poetas ingleses, y, puesto que el padre Baddeley se habia dado el capricho de comprar una novela de vez en cuando, habia una coleccion pequena pero interesante de primeras ediciones.
A las diez menos cuarto oyo unas pisadas que se aproximaban y un chirriar de ruedas seguido de unos perentorios golpes en la puerta. Millicent Hammitt entro en la casita acompanada de un agradable aroma a cafe recien hecho y de un carrito cargado hasta los topes. Habia una robusta jarra azul de cafe, otra similar de leche caliente, un platito de azucar moreno, dos tazas a juego y una bandeja de galletas digestivas.
Dalgliesh no tuvo fuerzas para objetar cuando la senora Hammitt lanzo una mirada de admiracion al fuego, sirvio dos tazas de cafe y dejo bien claro que no tenia prisa por marcharse.
La noche anterior, antes de cenar, los habian presentado brevemente, pero solo habian tenido tiempo de intercambiar unas palabras cuando Wilfred ocupo el estrado y se hizo el silencio prescrito. Millicent habia aprovechado la oportunidad para averiguar, mediante un interrogatorio directo totalmente desprovisto de finura, que Dalgliesh iba de vacaciones solo porque era viudo y su mujer habia muerto al dar a luz junto con el nino. Su respuesta a tal explicacion fue «Muy tragico. Y desde luego inusual hoy en dia», con una mirada acusadora al otro extremo de la mesa y en un tono que sugeria que alguien habria cometido una inexcusable negligencia.
Calzaba zapatillas de fieltro y vestia una gruesa falda de tweed acompanada de un nada apropiado sueter de lana rosa, calado y abundantemente festoneado de perlas. Dalgliesh sospecho que su casa combinaria con similar poca fortuna la utilidad y el amazacotamiento, pero no sentia la mas minima inclinacion por averiguarlo. Para su alivio, Millicent no intento siquiera ayudarlo en la tarea, sino que se limito a sentarse en el borde de la butaca, acunando la taza de cafe en el regazo y con las piernas firmemente separadas para revelar unos globos gemelos de muslo blanco y varicoso por encima del borde de las medias, Dalgliesh prosiguio su trabajo con la taza de cafe en el suelo, junto a el. Antes de colocar cada volumen en su pila correspondiente, lo sacudia con cuidado por si salia de el algun mensaje. En caso de que asi sucediera, la presencia de la senora Hammitt resultaria embarazosa, pero sabia que tal precaucion se debia meramente a la costumbre profesional de no dejar cosa alguna al azar. No era el modo de hacer del padre Baddeley.
Entretanto, la senora Hammitt se tomaba el cafe a sorbitos y hablaba, alentada en su volubilidad e indiscrecion por la creencia de que Dalgliesh ya habia observado otras veces que un hombre que esta realizando un trabajo fisico solo oye la mitad de lo que se le dice.
– No hace falta que le pregunte si durmio bien anoche. Las camas de Wilfred tienen bastante mala fama. Se supone que cierta dureza es beneficiosa para los pacientes impedidos, pero a mi me gustan los colchones en los que uno se hunde. Me sorprende que Julius no lo invitara a dormir en su casa, pero nunca tiene visitas. Supongo que no quiere contrariar a la senora Reynolds. Es la viuda del guardia de Toynton y atiende a Julius cuando esta aqui. Con una remuneracion exagerada, naturalmente. Bueno, puede permitirselo. Y hoy va a dormir aqui, ?no? He visto venir a Helen Rainer con la ropa de cama. Supongo que no le importara dormir en la cama de Michael. No, claro que no, siendo policia no sera sensible ni supersticioso para cosas como esta. Y con razon; la muerte no es mas que dormir y olvidar. ?O es la vida? Wordsworth, sea como fuere. De joven me gustaba mucho la poesia, pero no me llevo bien con estos poetas modernos. No obstante, me hubiera gustado mucho que nos hiciera usted una lectura.
Su tono parecia indicar que hubiera sido un placer solitario y excentrico. Pero Dalgliesh habia dejado momentaneamente de escucharla. Habia encontrado una primera edicion del Diario de un don nadie con una inscripcion en letra infantil en la portada.
Dalgliesh sonrio. ?Asi que el arrogante rapazuelo lo habia comprobado? ?Que misteriosa mezcolanza de acidos y cristales del recordado juego de quimica habia dado lugar a tan decidido pronunciamiento cientifico? La dedicatoria reducia el valor del libro mas que la mancha, pero no creia que al padre Baddeley le importara. Lo deposito en la pila reservada para sus propios anaqueles y la voz de la senora Hammitt volvio a perforar su conciencia.
– Y si un poeta no es capaz de tomarse la molestia de hacerse inteligible para el lector culto, entonces mas vale que el lector culto lo deje en paz, eso es lo que digo yo siempre.
– Claro, senora Hammitt.
– Llameme Millicent, por favor. Aqui se supone que somos una familia feliz. Si tengo que aguantar que Dennis Lerner, Maggie Hewson e incluso ese desdichado Albert Philby me llamen por mi nombre de pila, y no es que les de muchas oportunidades, se lo aseguro, no se por que no lo va hacer usted tambien. Yo tratare de llamarlo Adam, pero me parece que no me va a salir con facilidad. No es usted una persona de nombre de pila.
Dalgliesh quito el polvo cuidadosamente a los tomos de
– Ah, ?entonces ya le han hablado de Victor? Los chismorreos de Maggie, supongo. Era un hombre realmente dificil, desconsiderado en la vida y en la muerte. Yo consegui llevarme bastante bien con el. Creo que me respetaba. Era un hombre muy listo y sabia muchas cosas utiles. Pero aqui nadie lo aguantaba. Hasta Wilfred practicamente termino dejandolo por imposible. Maggie Hewson era la excepcion. Una mujer extrana, siempre tiene que ser distinta. ?Sabe?, me parece que pensaba que Victor le habia dejado su dinero a ella. Claro que todos sabiamos que tenia dinero. Se cercioro de que supieramos que no era uno de esos pacientes cuya estancia paga el Estado. Y supongo que Maggie penso que si jugaba sus cartas correctamente algo caeria. Una vez mas o menos me lo dio a entender. Bueno, estaba medio borracha. Pobre