Fue Sarah Berowne quien los hizo entrar. Sin hablar, los guio hasta la biblioteca, atravesando el vestibulo. Lady Ursula estaba sentada ante la mesa del comedor, en la que se apilaban cartas y documentos en tres pilas bien ordenadas. Parte del papel de cartas estaba orlado de negro, como si la familia hubiera rebuscado en los cajones en busca del papel de luto que debia de estar de moda en los tiempos de su juventud. Al entrar Dalgliesh, la anciana levanto la vista y le saludo con la cabeza; despues, inserto su cortapapeles de plata en un nuevo sobre y el oyo como se abria este con un leve chasquido. Sarah Berowne se acerco a la ventana y se quedo junto a ella, contemplando el exterior, con los hombros caidos. Mas alla de los cristales banados por la lluvia, el denso ramaje de los sicomoros colgaba empapado en la atmosfera cargada de humedad, y las hojas muertas, arrancadas por la tormenta, pendian como trapos pardos entre el verdor. Habia un denso silencio. Incluso el rumor del trafico en la avenida quedaba amortiguado como una marea en retirada en una costa muy distante. Pero en el interior de la habitacion parecia flotar todavia parte de la pesadez del dia y el difuso dolor frontal que habia incomodado a Dalgliesh desde la manana se habia intensificado y concentrado detras de su ojo derecho, como una aguja penetrante.

Jamas habia percibido en aquella casa una atmosfera de paz o de tranquilidad, pero ahora la tension vibraba en el aire. Solo Barbara Berowne parecia impermeable a ella. Tambien ella estaba sentada ante la mesa. Se pintaba las unas y ante ella, en una bandeja, habia botellitas de colores brillantes y bolas de algodon. Al entrar el, el pincel quedo por un momento detenido, inmovil en el aire su punta coloreada.

Sin mirar a su alrededor, Sarah Berowne dijo:

– Mi abuela esta preocupada, entre otras razones, por los preparativos para el funeral. No se si usted, comandante, tiene alguna opinion sobre la relativa conveniencia de entonar el «Libra la buena batalla», o bien «Oh Senor y Hacedor de la humanidad».

Dalgliesh se acerco a lady Ursula y le mostro el boton, en la palma de su mano. Dijo:

– ?Has visto algun boton como este, lady Ursula?

Ella le indico que se acercara mas y despues inclino la cabeza hacia sus dedos, como si quisiera oler el boton. Seguidamente, le miro con semblante inexpresivo, y dijo:

– Que yo sepa, no. Parece proceder de una americana de hombre, probablemente cara. No puedo ofrecerle mas ayuda.

– ?Y usted, senorita Berowne?

La joven abandono la ventana, miro brevemente el boton y contesto:

– No, no es mio.

– No era esa mi pregunta. Yo he preguntado si lo habia visto, o alguno parecido a este.

– Si lo vi, no me acuerdo. Pero es que a mi no me interesa mucho la ropa o los accesorios de la moda. ?Por que no se lo pregunta a mi madrastra?

Barbara Berowne tenia la mano izquierda levantada y se soplaba suavemente las unas. Solo la del pulgar estaba sin pintar y parecia una deformidad muerta junto a las cuatro puntas rosadas. Al aproximarse Dalgliesh a ella, cogio el pincel y empezo a aplicar cuidadosos trazos de color rosa a la una del pulgar. Hecho esto, contemplo el boton y despues volvio rapidamente la cabeza y dijo:

– No es nada que me pertenezca. Y no creo tampoco que fuese de Paul. Nunca lo he visto hasta ahora. ?Es importante?

Sabia que ella mentia pero no, penso, por temor o por cualquier sensacion de peligro. Para ella, mentir en caso de duda era lo mas facil, incluso la respuesta mas natural, una manera de ganar tiempo, de esquivar situaciones desagradables, de aplazar problemas. Dalgliesh se volvio hacia lady Ursula:

– Tambien me gustaria hablar con la senorita Matlock, si me lo permite.

Fue Sarah Berowne quien se dirigio hacia la chimenea y tiro del cordon del timbre.

Cuando entro Evelyn Matlock, las tres mujeres Berowne se volvieron a la vez y la miraron. Ella permanecio inmovil por un momento, con los ojos fijos en lady Ursula, y despues avanzo hacia Dalgliesh, rigida como un soldado a paso de carga. El le dijo:

– Senorita Matlock, voy a hacerle una pregunta. No la conteste apresuradamente. Reflexione cuidadosamente antes de hablar, y despues digame la verdad.

Ella le miro fijamente. Era la mirada de una chiquilla recalcitrante, obstinada, maliciosa. El no pudo recordar cuando habia visto tanto odio en un rostro. De nuevo extrajo la mano de su bolsillo y mostro, en su palma, el boton de plata labrada. Dijo:

– ?Ha visto alguna vez este boton o uno parecido a el?

Sabia que los ojos de Massingham, al igual que los suyos, estarian clavados en el rostro de ella. Era facil decir una mentira, una sola y breve silaba, pero representar una mentira resultaba mas dificil. Ella podia controlar el tono de su voz, podia obligarse a mirarle resueltamente a los ojos, pero el dano ya estaba hecho. A Dalgliesh no le habia pasado por alto aquel destello instantaneo de identificacion, el leve sobresalto, el momentaneo rubor en la frente, y esto ultimo, sobre todo, estaba fuera del control de ella. Al hacer ella una pausa, el dijo:

– Acerquese mas, examinelo atentamente. Es un boton caracteristico, probablemente de una chaqueta de hombre. No es de los que se encuentran en las americanas corrientes. ?Cuando vio por ultima vez uno como este?

Pero ahora la mente de ella estaba trabajando. Casi se podia oir el proceso de su pensamiento.

– No lo recuerdo.

– ?Me dice que no recuerda haber visto un boton como este, o que no recuerda cuando lo vio la ultima vez?

– Me esta usted confundiendo,

Volvio la cara hacia lady Ursula, quien dijo:

– Si deseas tener a tu lado un abogado antes de contestar, tienes derecho a exigirlo. Puedo telefonear al senor Farrell.

Ella replico:

– No, no quiero ningun abogado. ?Por que iba a querer un abogado? Y si lo necesitara, no llamaria al senor Farrell. Me mira como si yo fuese basura.

– Entonces, sugiero que contestes a la pregunta del comandante. A mi me parece bien sencilla.

– He visto algo parecido a este boton. No puedo recordar donde. Debe de haber cientos de botones similares.

Dalgliesh insistio:

– Trate de acordarse. Usted ha visto algo parecido a el. ?Donde? ?En esta casa?

Massingham, evitando cuidadosamente los ojos de Dalgliesh, debia de estar esperando este momento. Su voz fue una estudiada mezcla de brutalidad, desprecio y sarcasmo.

– ?Es usted su querida, senorita Matlock? ?Por eso le esta escudando? Porque usted lo escuda, ?no es asi? ?Es asi como le pagaba el, con una rapida media hora en su cama, entre su bano y su cena? Le salia bastante barata su coartada, ?no le parece?

Nadie podia hacerlo mejor que Massingham. Cada palabra era un insulto calculado. Dalgliesh penso: Dios mio, ?por que siempre dejo que haga por mi el trabajo sucio?

La cara de la mujer se arrebolo. Lady Ursula se echo a reir, con un leve graznido de hilaridad, y se dirigio a Dalgliesh:

– Verdaderamente, comandante, ademas de ofensiva, creo que esta sugerencia es ridicula. Grotesca.

Evelyn Matlock se revolvio hacia ella, con las manos cerradas y el cuerpo tembloroso por la indignacion.

– ?Por que es ridicula, por que es grotesca? No soporta creerlo, ?verdad? Usted tuvo muchos amantes en su tiempo, todo el mundo lo sabe. Es usted famosa en ese sentido. Y ahora es vieja, es fea y esta tullida y nadie la quiere, ni hombre ni mujer, y no soporta el pensar que alguien pueda quererme a mi. Pues el lo hizo y lo hace. Me ama. Nos amamos los dos. Se preocupa por mi. Sabe como es mi vida en esta casa. Estoy cansada. Hago un exceso de trabajo y los odio a todos ustedes. Esto usted no lo sabia, ?verdad que no? Creia que yo me sentia agradecida. Agradecida por la tarea de lavarla a usted como si fuese un bebe, agradecida por servir a una mujer demasiado perezosa para recoger del suelo su ropa interior, agradecida por el peor dormitorio de la casa, agradecida por un hogar, una cama y la comida en la mesa. Esta casa no es un hogar. Es un museo. Esta muerta. Hace anos que esta muerta. Y no piensan en nadie, como no sea en ustedes mismos. Haz esto, Mattie; buscame esto, Mattie; llename la banera, Mattie. Y yo tengo un nombre. El me llama Evelyn. Mi nombre es Evelyn. No soy

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