fogonazo del relampago y, casi al mismo tiempo, se oyo el fragor del trueno. Dos goterones mancharon la acera ante el y empezo a caer una cortina de lluvia. Riendose, corrio a buscar el refugio del portico de la iglesia. Incluso el tiempo estaba de su lado; la calle principal que conducia a la iglesia estaba desierta, y ahora el la contemplaba desde el portico, a traves de la lluvia. Parecia ya como si las casas de apartamentos se estremecieran detras de la cortina de agua. En la reluciente calzada brotaban chorros como fuentes y las bocas de alcantarilla engullian torrentes con un intenso gorgoteo.

Hizo girar lentamente la gran manija de hierro de la puerta. No estaba cerrada, sino ligeramente entreabierta. Pero el ya habia esperado encontrarla abierta. Una parte de su mente creia que las iglesias, edificios de refugio y supersticion, siempre estaban abiertas para los fieles. Pero nada podia sorprenderle a el, nada podia salir mal. La puerta rechino al cerrarla tras el y avanzar en aquella tranquilidad de olor dulzon.

El templo era mayor de lo que habia imaginado, tan frio que se estremecio y tan silencioso que por un momento creyo oir el jadeo de un animal, hasta que comprendio que era su propia respiracion. No habia ninguna luz artificial, excepto un solo candelabro y una lamparilla en una pequena capilla lateral, donde el aire se tenia con un resplandor rojizo. Dos hileras de cirios ardian ante la estatua de la Virgen, vacilantes sus llamas en la corriente de aire producida por la puerta al cerrarse. Habia una caja asegurada al pie del candelabro, pero sabia que no era esta la que el buscaba. Habia interrogado a fondo al chiquillo. La caja que contenia el boton se encontraba en el extremo oeste de la iglesia, frente a la reja ornamental. Pero no se apresuro. Avanzo por el centro de la nave, de cara al altar, y abrio los brazos como para tomar posesion de aquella vasta vaciedad, de aquella santidad, de aquel aire de olor dulzon. Ante el, el mosaico del abside resplandecia con intensos tonos aureos y, al elevar la vista hacia los lienzos superiores, pudo ver en la penumbra las hileras de figuras pintadas, unidimensionales, inofensivamente sentimentales, como grabados de un libro infantil. El agua de lluvia se escurria entre sus cabellos como para lavarle la cara, y se rio cuando noto su sabor dulce en la lengua. Junto a sus pies se formo un pequeno charco. Despues, lentamente, casi ceremoniosamente, se dirigio desde la nave al candelabro que habia delante de la reja.

Habia un candado en la caja, pero muy pequeno, y la propia caja era mas fragil de lo que esperaba. Inserto el escoplo bajo la tapa e hizo palanca. Primero resistio, pero en seguida pudo oir el leve crujido de la madera al astillarse y la abertura se ensancho. Aplico mas presion y de pronto el candado salto con un chasquido tan fuerte que su eco resono a traves de la iglesia como un pistoletazo. Casi al mismo tiempo, fue contestado por un trueno. Los dioses, penso, me estan aplaudiendo.

Y entonces advirtio la presencia de una sombra que avanzaba hacia el y oyo una voz amablemente despreocupada, gentilmente autoritaria:

– Si buscas el boton, hijo mio, has llegado demasiado tarde. La policia lo ha encontrado.

VIII

La noche anterior, el padre Barnes habia tenido otra vez el mismo sueno que le asalto la noche del asesinato. Fue terrible, terrible en el momento de despertarse y no menos terrible cuando penso mas tarde en el, y como todas las pesadillas dejo la sensacion de que no habia sido una aberracion, sino que estaba firmemente alojado en su subconsciente, animado por su propia y espantosa realidad, agazapado y presto a volver. El sueno habia sido un horror en tecnicolor. El estaba presenciando una procesion, no como parte de ella, sino de pie junto al bordillo de una acera, solo e ignorado. Al frente de la procesion iba el padre Donovan con su mejor casulla, contoneandose delante de la cruz procesional mientras los fieles salian en tropel de la iglesia, detras de el, con caras sonrientes, cuerpos que saltaban y levantaban polvo, y estrepito de tambores metalicos. David, penso el, bailando ante el Arca del Senor. Y entonces venia la custodia, muy alta bajo el palio. Pero cuando estuvo cerca, vio que no se trataba de un palio sino de la sucia y ajada alfombra de la sacristia pequena de Saint Matthew, con su fleco meciendose al inclinarse los palos de los porteadores, y lo que llevaban no era la custodia, sino el cadaver de Berowne, desnudo y sonrosado como un lechon ensartado, y con la garganta rajada.

Se desperto gritando, buscando la lamparilla de la mesita de noche. Noche tras noche se habia repetido la pesadilla, hasta que el domingo anterior, misteriosamente, se vio libre de ella y durante varias noches su sueno fue profundo y tranquilo. Y, al regresar para cerrar la vacia y oscura iglesia despues de haberse marchado Dalgliesh y la senorita Wharton, se encontro rezando para que no volviera a visitarle aquella noche.

Miro su reloj de pulsera. Solo eran las cinco y cuarto, pero la tarde era tan oscura que parecia que fuera medianoche. Y, cuando llego junto al portico, la lluvia empezo a caer. Hubo primero un relampago y un trueno, tan intenso que parecio sacudir la iglesia. Penso en lo inconfundible y estremecedor que resultaba ese ruido ultraterreno, mitad rugido y mitad explosion. No era extrano, penso, que el hombre siempre lo hubiera temido, como si fuese la ira de Dios. Y entonces, inmediatamente, llego la lluvia, cayendo desde el tejado del portico como un solido muro de agua. Seria absurdo dirigirse hacia la vicaria con semejante tormenta. Quedaria empapado en cosa de segundos. Si no se hubiese empenado en quedarse unos minutos mas despues de haberse marchado Dalgliesh, para anotar el dinero de las velas en su libro de la caja pequena, probablemente le hubieran llevado en coche a casa, ya que el comandante habia de dejar a la senorita Wharton en su casa, camino del Yard. Pero ahora no le quedaba mas remedio que esperar.

Y entonces recordo el paraguas de Bert Poulson. Bert, que era el tenor del coro, lo habia dejado en la sacristia despues de la misa dominical. Volvio a entrar en la iglesia, dejando entreabierta la puerta norte, abrio la puerta de la verja y se dirigio hacia la sacristia principal. El paraguas seguia alli, y entonces se le ocurrio que tal vez debiera dejar una nota en el perchero. Teniendo en cuenta su caracter, Bert podia llegar temprano el domingo y empezar a armar jaleo cuando viera que el paraguas no estaba alli. El padre Barnes entro en la sacristia pequena y, sacando una hoja de papel del cajon del escritorio, anoto: «El paraguas del senor Poulson esta en la vicaria».

Acababa de escribir estas palabras y se estaba metiendo de nuevo el boligrafo en el bolsillo cuando oyo el ruido. Fue un estampido considerable, y muy cercano. Instintivamente, salio de la sacristia pequena y cruzo el pasillo. Detras de la reja habia un hombre joven, rubio, con un escoplo en la mano, y la caja de las limosnas estaba abierta de par en par.

Y entonces el padre Barnes lo supo. Supo a la vez quien era y por que se encontraba alli. Recordo las palabras de Dalgliesh: «Nadie correra peligro cuando sepa que hemos encontrado el boton». Pero durante un segundo, un solo segundo, sintio miedo, un terror abrumador e incapacitante que le privo del habla. Y despues paso, dejandole frio y debil, pero con la mente perfectamente clara. Lo que ahora sentia era una calma inmensa, una sensacion de que nada podia hacer y de que nada habia de temer. Todo estaba controlado. Avanzo tan decidido como si se dispusiera a saludar a un nuevo miembro de su parroquia, y supo que su cara denotaba la misma atencion consciente y sentimental. Su voz sono totalmente firme al decir:

– Si buscas el boton, hijo mio, has llegado demasiado tarde. La policia lo ha encontrado.

Los ojos azules centellearon ante los suyos. El agua se escurria como lagrimas en aquel rostro juvenil. Parecio de pronto la cara de un nino desolado y aterrorizado, y su boca, entreabierta, fue incapaz de pronunciar palabra. Y entonces oyo un grunido y vio con ojos incredulos las dos manos extendidas hacia el, temblorosas, y en aquellas manos habia una pistola. Oyo su propia voz: «?No, por favor, no!», y supo que no estaba implorando piedad porque alli no la habia. Fue un ultimo grito impotente ante lo insoslayable. Y, mientras lo estaba profiriendo, sintio un golpe violento y su cuerpo dio un brinco. Solo momentos despues, cuando choco contra el suelo, oyo la detonacion.

Alguien se desangraba sobre las losas de la nave. Se pregunto de donde procedia aquella mancha que se agrandaba sin cesar. Mas trabajo de limpieza, penso. Seria dificil hacerla desaparecer. La senorita Wharton y las demas senoras se disgustarian. El chorro rojo se deslizaba, viscoso como el aceite, entre las losas. Ingenieria liquida, como en aquel anuncio de la television. En algun lugar, alguien gimoteaba. Era un ruido horrible, muy intenso. Verdaderamente, tendrian que callarse. Y entonces penso: «Esta es mi sangre, soy yo el que sangra. Voy a morirme». No tuvo miedo, sino tan solo un momento de terrible debilidad, seguida por una nausea mas espantosa que cualquier otra sensacion fisica experimentada hasta entonces. Pero, despues, tambien esto paso. Penso: Si esto es morirse, no es tan dificil. Sabia que habia palabras que deberia decir, pero no estaba seguro de recordarlas y no importaba. Penso: Debo abandonarme, tan solo abandonarme.

Estaba inconsciente cuando al fin dejo de brotar la sangre. Nada oyo cuando, casi una hora mas tarde, la

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