puerta se abrio lentamente y las recias pisadas de un inspector de policia avanzaron por la nave en direccion a el.

IX

Desde el momento en que entro en la sala de accidentados y vio a su abuela, Kate supo que no le quedaba ya opcion. La anciana estaba sentada en una silla junto a la pared, con una manta roja del hospital sobre los hombros y una gasa sujeta con esparadrapo a su frente. Parecia muy pequena y muy asustada, con una cara mas grisacea y arrugada que nunca y unos ojos ansiosos clavados en la puerta de entrada. A Kate le recordo un perro extraviado que, encerrado en la perrera de Notting Hill, esperaba su traslado al Hogar Canino de Battersea, y que, atado con un bramante a un banco, miraba, tembloroso, la puerta con la misma intensa anoranza. Al avanzar hacia ella, le parecio mirar a su abuela con aprension, como si no se hubieran visto durante meses. Los signos bien patentes de deterioro, aquella perdida de fuerzas y de amor propio que ella habia ignorado o fingido no ver, de pronto destacaron con toda claridad. El cabello, que su abuela siempre habia tratado de tenir con su color rojizo original, colgaba ahora en mechas verticales, blancas, grises y curiosamente anaranjadas, a cada lado de las hundidas mejillas; las manos moteadas y resecas como garras; las unas melladas, en las que los restos de la pintura aplicada hacia meses persistian aun como sangre seca; los ojos todavia agudos, pero en los que brillaba ahora un primer destello de paranoia; el agrio olor de ropa y carne sin lavar.

Sin tocarla, Kate se sento a su lado en una silla vacante. Penso: «No debo permitir que lo pida ella; no ahora, cuando la cosa se ha vuelto tan importante. Al menos, puedo evitarle esta humillacion. ?De donde saque yo mi orgullo, sino de ella?». Dijo:

– Esta bien, abuela. Vas a venirte a casa conmigo.

Sin titubeos y sin alternativa. No podia mirar a aquellos ojos y ver en ellos por primera vez autentico miedo, verdadera desesperacion, y aun asi decir que no. La dejo solo un momento, para hablar con la enfermera jefe y confirmar que estaba en condiciones de marcharse. Despues la acompano, docil como una chiquilla, hasta el coche, la llevo a su apartamento y la acosto.

Despues de tantas programaciones y fricciones, despues de querer justificarse a si misma, despues de la determinacion de que ella y su abuela jamas volverian a vivir bajo el mismo techo, todo habia sido asi de sencillo y de inevitable.

El dia siguiente fue ajetreado para ambas. Kate, despues de hablar con el puesto de policia local, acompano a su abuela a su casa y lleno una maleta con la ropa de la senora Miskin y una coleccion de pertenencias de las que ella no quiso separarse, dejo notas a los vecinos explicando lo que habia ocurrido, y hablo con el departamento de servicios sociales y la oficina de la vivienda. Cuando termino era ya media tarde. A su regreso a Charles Shannon House, tuvo que preparar te, despejar cajones y un armario para las cosas de su abuela, y guardar sus utensilios de pintura en un rincon. Solo Dios sabia, penso, cuando podria volver a utilizarlos.

Eran mas de las seis cuando pudo dirigirse al supermercado de Notting Hill Gate para comprar comida suficiente de la que disponer durante los proximos dias. Lo que anhelaba era poder regresar a su trabajo el dia siguiente, que su abuela estuviera lo bastante repuesta como para poder dejarla. Ella habia insistido en acompanar a Kate y habia resistido bien las idas y venidas de la jornada, pero ahora parecia fatigada y a Kate la preocupaba desesperadamente la posibilidad de que a la manana siguiente se negara a quedarse sola. Se habia dado un golpe en la cabeza y magullado el brazo derecho cuando aquellos jovenzuelos arremetieron contra ella, pero se limitaron a arrebatarle el bolso sin patearle la cara y los danos fisicos eran superficiales. Le habian hecho radiografias de la cabeza y el brazo, y en el hospital certificaron que estaba en condiciones de volver a su casa si habia en ella alguien que pudiera vigilarla. Pues bien, alguien habia para vigilarla, la unica persona que a ella le quedaba en el mundo.

Empujando su carrito a lo largo de los pasillos del supermercado, Kate se maravillo al comprobar la cantidad de comida adicional que otra persona hacia necesaria. No necesitaba ninguna lista. Se trataba de las cosas familiares exigidas por su abuela y que ella le habia comprado cada semana. Al meterlas en la cesta, todavia podia oir el eco de aquella voz cascada, confiada y grunona en sus oidos. Galletas de jengibre («no de esas blandas, me gustan duras para poder mojarlas en el te»), peras en conserva («al menos a esas puedes hincarle el diente»), natillas en polvo, paquetes de jamon en lonchas («asi se mantiene mas fresco y ves lo que comes»), bolsas de te del mas fuerte («el que me trajiste la semana pasada no servia ni para banar en el una rana»), Pero esa tarde habia sido diferente. Desde su llegada al apartamento no habia emitido la menor queja, era una anciana patetica, cansada y docil. Incluso su ya esperada critica del ultimo cuadro de Kate -«No se por que quieres colgar eso en la pared, parece el dibujo de un crio»- sono mas bien como una objecion ritual, como un intento de revivir su antiguo genio, que como una autentica censura. Dejo que Kate saliera a hacer sus compras tan solo con una repentina reaparicion del miedo en sus ojos marchitos y una ansiosa pregunta:

– No tardaras mucho, ?verdad?

– No mucho, abuela. Solo voy al supermercado de Notting Hill Gate.

Y entonces, al llegar Kate a la puerta, la llamo y enarbolo de nuevo el pequeno y airoso gallardete de su orgullo:

– No pido que me mantengas, ?sabes? Tengo mi pension.

– Lo se, abuela. No hay ningun problema.

Maniobrando con su carrito en el pasillo flanqueado por las latas de frutas, penso: Me parece que no necesito una religion sobrenatural. Lo que le ocurrio a Paul Berowne en aquella sacristia, fuera lo que fuese, es algo que me esta tan negado a mi como un cuadro para un ciego. Para mi, nada es mas importante que mi trabajo. Pero no me es posible hacer de la ley la base de mi moralidad personal. Ha de haber algo mas si quiero vivir en paz conmigo misma.

Y le parecio haber hecho un descubrimiento sobre si misma y su trabajo que revestia una enorme importancia, y sonrio al pensar que ello hubiera ocurrido mientras dudaba entre dos marcas de peras en conserva en un supermercado de Notting Hill Gate. Extrano tambien que hubiese tenido que ocurrir durante aquel caso en particular. Si todavia seguia en la brigada al finalizar la investigacion, le gustaria decirle a su jefe: «Gracias por haberme admitido en el caso, por haberme elegido. He aprendido algo sobre el trabajo y tambien sobre mi misma». Pero inmediatamente comprendio que esto no seria posible. Estas palabras serian demasiado reveladoras, demasiado confiadas, la clase de entusiasmo infantil que despues no podria recordar sin un rubor de verguenza. Y entonces penso: ?Y por que no, vamos a ver? El no me destituira por eso, y ademas es la verdad. No lo diria para incomodarle ni para causarle buena impresion, ni por cualquier otra razon, excepto porque es la verdad y porque necesito decirlo. Sabia que se estaba poniendo excesivamente a la defensiva, y que probablemente siempre seria asi. Aquellos anos anteriores no podian borrarse y tampoco era posible olvidarlos, pero seguramente bien podia tender un pequeno puente levadizo sin rendir por ello la fortaleza. ?Y seria tan importante si se rindiera?

Era demasiado realista para esperar que ese talante de exaltacion durase largo tiempo, pero la deprimio ver con que rapidez se extinguia. Soplaba un fuerte viento en Notting Hill Gate, que levantaba polvo y briznas de hierba de los parterres de flores y los proyectaba, todavia humedos, contra sus piernas. Junto a la baranda, un viejo harapiento, rodeado por repletas bolsas de plastico, alzaba su voz tremula y despotricaba debilmente contra el mundo. Kate no habia utilizado el coche. Era inutil tratar de aparcar cerca de Notting Hill, pero las dos bolsas eran mas pesadas de lo que habia esperado y su peso empezo a hacer mella en su espiritu, asi como en los musculos de sus hombros. Estaba muy bien entregarse a la autocomplacencia, reflexionar sobre los imperativos del deber, pero ahora la realidad de la situacion la afecto como un golpe fisico, llenandola de una congoja rayana en el desespero. Ella y su abuela quedarian unidas ahora hasta que la anciana muriese. Esta era demasiado vieja ya para pensar en una vida independiente, y pronto veria compensada esta perdida al persuadirse a si misma de que en realidad no la deseaba. ?Y quien le daria ahora prioridad para un apartamento individual o una plaza en una residencia de ancianos, aunque ella quisiera aceptarla, con tantos casos mucho mas urgentes en la lista?

?Como podria ella, Kate, atender a su trabajo y al mismo tiempo cuidar a una paciente geriatrica? Sabia cual seria la pregunta de la burocracia: «?No puede pedir tres meses de permiso por razones familiares, o encontrar un empleo a tiempo parcial?». Y los tres meses se convertirian en un ano, el ano podria llegar a ser dos o tres, y su carrera quedaria truncada. No habia esperanza ya de una plaza en el curso de Bramshill, o de planear la

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