obtencion de un mando superior. Ni esperanza siquiera de permanecer en la brigada especial, con sus horarios prolongados e imprevisibles, y sus exigencias de dedicacion total.

La tormenta habia cesado, pero de los grandes platanos de Holland Park Avenue todavia se desprendian gruesas gotas de lluvia que se escurrian, desagradablemente frias, bajo el cuello de su abrigo. La tarde atravesaba la hora punta y sus oidos eran machacados por el zumbido y el rugido del trafico, un ruido que rara vez advertia. Mientras esperaba para cruzar Ladbroke Grove, una furgoneta que circulaba con rapidez excesiva a traves de los charcos formados junto a las bocas de alcantarilla, le salpico las piernas con agua fangosa. Lanzo un grito de protesta, pero nadie pudo oirlo entre el estrepito de la calle. La tempestad habia provocado la primera caida otonal de hojas. Descendian lentamente, junto a las cortezas de los arboles, y se posaban, como esqueletos de delicadas venas, en el mojado pavimento. Al pasar por Campden Hill Square, miro hacia la casa de los Berowne. Quedaba oculta por los arboles del jardin de la plaza, pero podia imaginarse su vida secreta y tuvo que resistir la tentacion de atravesar la calzada y acercarse para ver si ante ella se encontraba el Rover de la policia. Le parecia haber estado alejada de la brigada durante semanas, en vez de un solo dia.

Se alegro al dejar atras el fragor de la avenida y entrar en la relativa tranquilidad de su propia calle. Su abuela no pronuncio palabra cuando toco el timbre y pronuncio su nombre en el interfono, pero hubo un zumbido y la puerta se abrio con sorprendente rapidez. La anciana debia de encontrarse cerca de la puerta. Metio las bolsas en el ascensor y ascendio, planta tras planta de vacios y silenciosos pasillos.

Entro en el apartamento y, como hacia siempre, dio vuelta a la llave en la cerradura de seguridad. Despues deposito las bolsas de comestibles sobre la mesa de la cocina y se volvio para recorrer los tres metros del vestibulo hasta la puerta de la sala de estar. Habia en el apartamento un silencio poco natural. ?Habria apagado su abuela la television? Pequenos detalles, que le habian pasado desapercibidos en su estado obsesivo de enojo y desesperacion, se unieron repentinamente: la puerta de la sala cerrada cuando ella la habia dejado abierta, la rapida pero muda respuesta a su llamada desde la puerta de la calle, aquel silencio extrano. Mientras su mano se posaba en el pomo de la puerta de la sala y la abria, supo ya, con toda certeza, que algo malo sucedia. Mas para entonces ya era demasiado tarde.

Habia amordazado a su abuela y la habia atado a una de las sillas de comedor con tiras de tela blanca, probablemente, penso Kate, una sabana rasgada. El se encontraba de pie detras de ella, con ojos centelleantes sobre una boca sonriente, como un extrano cuadro de juventud triunfal y vejez. Sostenia la pistola con ambas manos, bien nivelado el canon, rigidos los brazos. Ella se pregunto si estaba familiarizado con las armas de fuego, o si era asi como habia visto empunar una pistola en las series policiacas de la television. Tenia la mente curiosamente despejada. A menudo se habia preguntado como se sentiria si se encontrara frente a este tipo de emergencia y le intereso comprobar que sus reacciones eran ahora las pronosticables. Incredulidad, shock, miedo. Y despues la oleada de adrenalina, los engranajes de la mente asumiendo el control.

Cuando los ojos de los dos se encontraron, los brazos de el descendieron lentamente, y despues apoyo el canon del arma contra la cabeza de su abuela. Los ojos de esta, sobre la mordaza, eran inmensos, grandes estanques negros de terror. Era extraordinario que aquellos ojos inquietos pudieran contener tal grado de suplica. Kate se sintio invadida por una compasion y una ira tan intensas que por un momento no se atrevio a hablar. Despues dijo:

– Quitele esa mordaza. Le esta sangrando la boca. Ha tenido ya una impresion muy fuerte. ?Quiere que muera de dolor y miedo?

– Oh, no se morira. Estas brujas no se mueren. Viven para siempre.

– No esta muy fuerte y un rehen muerto no le servira de nada.

– Bien, pero siempre la tengo a usted. Una mujer policia, algo mucho mas valioso.

– ?Lo cree? Sepa que a mi me tiene sin cuidado, a no ser por ella. Veamos, si quiere alguna cooperacion por mi parte, quitele la mordaza.

– ?Para que se ponga a chillar como un cerdo en el matadero? No es que yo sepa como chilla un cerdo en el matadero, pero si se el ruido que armaria ella. Soy particularmente sensible, y nunca he podido soportar los ruidos.

– Si grita, siempre puede amordazarla otra vez, ?no le parece? Pero no lo hara. Yo me ocupare de ello.

– Esta bien. Acerquese y quitesela usted misma. Pero tenga cuidado. Recuerde que tengo la pistola junto a su cabeza.

Kate atraveso la habitacion y puso una mano en la mejilla de su abuela.

– Voy a quitarte la mordaza, pero no debes hacer ningun ruido. Ni el mas pequeno ruido. Si lo haces, el volvera a ponertela. ?Prometido?

No hubo respuesta, solo terror en aquellos ojos vidriosos. Pero seguidamente su cabeza asintio dos veces.

Kate dijo:

– No te preocupes, abuela. Estoy aqui. No pasara nada.

Las manos, rigidas, con los nudillos abultados y apergaminados, se aferraban a los brazos del sillon como si estuvieran pegadas a la madera. Kate puso sobre ellas las suyas. Eran como de caucho reseco, frias y sin vida. Las oprimio con sus calidas palmas y sintio la transferencia fisica de vida, de esperanza. Suavemente, coloco la mano derecha junto a la mejilla de su abuela y se pregunto como pudo haber considerado alguna vez repulsiva aquella piel arrugada. Penso: «No nos hemos tocado nunca durante quince anos. Y ahora yo la estoy tocando, y con amor».

Cuando la mordaza se desprendio, el le hizo una sena para que se apartara y dijo:

– Quedese alli, junto a la pared. ?Vamos!

Hizo lo que le ordenaban y sus ojos la siguieron.

Atada a su silla, su abuela abria y cerraba ritmicamente la boca, como un pez en busca de aire. Un hilillo de mucosidad sanguinolenta se deslizaba por su barbilla. Kate espero hasta que pudo dominar su voz, y entonces dijo friamente:

– ?A que viene ese panico? No tenemos ninguna prueba real, y usted debe de saberlo.

– Si, ahora si la tienen.

Sin mover la pistola, volvio con la mano izquierda el borde de su chaqueta.

– Mi boton de recambio. Sus colegas del laboratorio no habran dejado de ver este trozo de hilo que hay aqui. Es una lastima que estos botones sean tan caracteristicos. Esto es culpa de tener un gusto tan refinado para la ropa. Papa siempre decia que esto seria mi desgracia.

Tenia una voz aguda, vidriosa, y unos ojos grandes y brillantes como si estuviera bajo el efecto de una droga. Ella penso: En realidad no esta tan tranquilo como quiere aparentar. Y ha estado bebiendo. Probablemente, le ha echado mano a mi whisky mientras esperaba. Pero eso le hace mas peligroso, en vez de menos. Dijo:

– Un boton no es suficiente. Mire, no pierda la cabeza. Deje de hacer comedia y entregueme la pistola. Vuelva a su casa y avise a su abogado.

– Es que en este preciso momento no creo poder hacerlo. Sepa que esta tambien lo de ese maldito cura entrometido. O, mejor dicho, estaba ese maldito clerigo entrometido. Le tenia aficion al martirio, pobre infeliz. Espero que este disfrutando de el.

– ?Ha matado al padre Barnes?

– Le he pegado un tiro. Por tanto, ya ve que nada tengo que perder. Si busco mas bien Broadmoor que una prision de alta seguridad, podriamos decir que cuanto mas haya hecho tanto mejor.

Ella pregunto:

– ?Como ha encontrado mi casa?

– En la guia telefonica, ?como iba a ser, si no? Una entrada mas bien discreta y poco explicita, pero supuse que era usted. Ademas, ni la menor dificultad para que la vieja me abriera la puerta. Me limite a decir que era el inspector jefe Massingham.

– Muy bien, ?y cual es el plan?

– Pienso largarme. Espana. Hay un barco en el puerto de Chichester que me viene al pelo. El Mayflower. Ya he navegado en el. Es propiedad del querido de mi hermana, si le interesa. Y usted me llevara en coche alli.

– No pienso hacerlo, por el momento. Al menos hasta que los caminos esten despejados. Sepa que tengo tantas ganas de vivir como usted mismo. Yo no soy el padre Barnes, no soy una martir. La policia me paga bien, pero no tanto. Yo le llevare a Chichester, pero tendremos que esperar hasta que la A3 este despejada, si es que

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