griegos. Al entrar en ella, Massingham advirtio que no era un lugar que le resultara extrano, pues ya habia estado antes alli. Era seguramente en aquella calle donde el y el viejo George Percival habian encontrado dos excelentes restaurantes vegetarianos, cuando ambos eran sargentos de detectives en la division. Incluso los nombres, exoticos y hasta el momento casi olvidados, acudieron a su memoria: Alu Ghobi y Sag Bhajee. Habia cambiado poco desde entonces, y era una calle cuyos habitantes solo atendian a sus negocios, principalmente el de suministrar a los de su raza comidas apreciables por su precio y su calidad. Aunque era la manana y el momento mas tranquilo del dia, en el aire flotaba ya el intenso aroma del curry y las especias, recordando a Massingham que habian pasado varias horas desde el desayuno y que no tenia la menor certeza de donde conseguiria almorzar.
Habia solo un pub, un edificio Victoriano alto y estrecho, comprimido entre un restaurante chino y un cafe
– ?Donde esta tu madre?
Siempre en silencio, el nino senalo hacia la puerta de la izquierda. Massingham llamo suavemente y despues, al no obtener respuesta, la abrio.
Las cortinas estaban corridas, pero eran de tela fina y sin ningun adorno, y, a pesar de la luz difusa, Massingham pudo ver que la habitacion estaba espectacularmente desordenada. Una mujer yacia en la cama. Avanzo y, extendiendo la mano, encontro el interruptor de la luz junto a la cama. Al encenderse, ella emitio un leve grunido, pero no se movio. Yacia boca arriba, desnuda excepto por una bata corta de la que habia escapado un pecho surcado por venas azules, parecido a una medusa viva sobre el saten rosa de la bata. Una fina linea de lapiz de labios perfilaba la boca humeda y abierta, de la que caia un hilillo de espesa saliva. Roncaba suavemente, con un rumor bajo y gutural, como si se hubiera acumulado flema en su garganta. Las cejas habian sido depiladas al estilo de los anos treinta: delgados arcos situados muy por encima de la linea natural del arco ciliar. Incluso en su sueno, conferian a la cara una expresion de comica sorpresa, como la de un payaso, realzada por unos circulos rojos en ambas mejillas. Sobre una silla colocada junto a la cama habia un tarro de vaselina, con la tapa abierta y una mosca pegada al borde. El respaldo de la silla y el suelo estaban cubiertos de prendas de vestir, y la superficie de una comoda que servia tambien como tocador, bajo un espejo ovalado, estaba atiborrada de botellas, vasos sucios, potes de cosmeticos y paquetes de toallitas de papel. Plantado incongruentemente en medio de aquel desorden, habia un frasco de cristal para mermelada, con un ramo de fresias, todavia sujeto por una banda elastica, y el delicado y dulce aroma de las flores se perdia entre el hedor de sexo, perfume y whisky. Massingham pregunto:
– ?Esta es tu madre?
Tenia ganas de preguntar si ofrecia a menudo aquel aspecto, pero se limito a llevarse al nino de alli y cerrar la puerta. Nunca le habia agradado interrogar a un nino con respecto a sus padres, y no pensaba hacerlo ahora. Era una tragedia mas que corriente, pero la tarea correspondia al Departamento de la Juventud y no a el, y, cuanto antes llegara alli uno de sus funcionarios, tanto mejor. Le irritaba pensar en Kate, que habria vuelto ya al escenario del crimen, y experimento cierto rencor contra Dalgliesh, que le habia encomendado aquella gestion desagradable.
– ?Donde duermes tu, Darren? -pregunto.
El nino indico un cuarto en la parte posterior, y Massingham, suavemente, hizo que le acompanara alli.
Era una habitacion muy pequena, poco mas que un cuarto trastero, con una sola ventana situada muy alta. Debajo de ella habia una cama estrecha, cubierta con una manta marron del ejercito, y al lado una silla con una coleccion de objetos bien ordenados. Habia un modelo de coche de bomberos, una esfera de cristal que al sacudirla producia una tormenta de nieve en miniatura, dos modelos de coches de carreras, tres grandes canicas jaspeadas, y otro frasco de mermelada, este con un ramo de rosas, que ya se estaban doblando sobre sus altos tallos desprovistos de espinas. Solo habia otro mueble, una vieja comoda sobre la que se amontonaba una incongruente coleccion de objetos: camisas metidas todavia en sus envases de plastico transparente, ropa interior de mujer, panuelos de seda para el cuello, latas de salmon, de alubias y de sopa, una lata de jamon y otra de lengua, tres juegos de piezas para construir barcos, un par de tubos de pintura de labios, una caja de soldados y tres botellas de perfume barato.
Massingham llevaba demasiado tiempo en la policia para emocionarse con facilidad. Ciertos delitos, como la crueldad con los ninos o animales, la agresion violenta contra personas ancianas y debiles, todavia podian producir un estallido del temperamento espectacular de los Massingham, que habia llevado a mas de uno de sus antepasados a un desafio o ante un consejo de guerra. Pero hasta esto habia aprendido a controlar con la disciplina. Pero ahora, al contemplar con ojos llenos de indignacion aquella habitacion infantil, con su patetico orden, aquellas muestras de cierta autosuficiencia, aquel recipiente con flores, que, segun suponia el, habia arreglado el propio nino, sintio que se apoderaba de el una ira impotente contra la ramera borracha que dormia en la habitacion contigua. Pregunto:
– ?Robaste estas cosas, Darren?
Darren no contesto de momento, pero despues asintio con la cabeza.
– Muchacho, te has metido en un mal fregado.
El nino se sento en el borde de la cama. Dos lagrimas descendian por sus mejillas, y fueron seguidas por sollozos comprimidos y la palpitacion de aquel pecho estrecho. De pronto grito:
– ?No quiero ir a un asilo municipal! ?No ire, no ire!
– Deja de llorar -le ordeno Massingham, que odiaba las lagrimas y deseaba ante todo marcharse de alli.
?Por que puneta le habia metido en eso su jefe? ?Por quien le tomaban, por un protector de la infancia? Dividido entre la compasion, la colera y la impaciencia por volver de nuevo a lo que era su verdadero trabajo, ordeno con mas aspereza:
– ?Deja de llorar!
Debia de haber un tono de gran urgencia en su voz, pues los sollozos de Darren cesaron inmediatamente, aunque las lagrimas siguieran fluyendo. Entonces Massingham dijo con voz mas suave:
– ?Quien ha hablado aqui de asilos? Mira, lo que voy a hacer es telefonear a la Oficina de la Juventud. Vendra alguien para ocuparse de ti. Sera probablemente una asistenta social, y te caera bien.
El rostro de Darren expreso un inmediato y vivo escepticismo que, en otras circunstancias, Massingham hubiera considerado comico. El nino alzo la vista y pregunto:
– ?Por que no puedo ir a casa de la senorita Wharton?
?Y por que no?, penso Massingham. Al parecer, el pobre chiquillo le tenia un gran aprecio. Dos naufragos ayudandose entre si.
– En realidad, no creo que eso sea posible. Esperame aqui, vuelvo en seguida -contesto.
Miro su reloj. No le quedaba mas remedio que esperar, claro, hasta que llegara la asistenta social, pero esta no tardaria mucho y, al menos, el jefe tendria una respuesta para su pregunta. Sabia ahora lo que habia estado preocupando a Darren, lo que habia estado ocultando. Al menos, se habia resuelto un pequeno misterio. El jefe podria relajarse y proseguir su investigacion. Y, con un poco de suerte, tambien podria seguirla el.
XI
Tampoco el predecesor del padre Barnes, el padre Kendrick, habia podido hacer gran cosa con la vicaria de Saint Matthew's Court, un bloque anodino de tres plantas, en ladrillo rojo, que flanqueaba la carretera de Harrow. Despues de la guerra, la autoridad eclesiastica decidio finalmente que la gran casa victoriana existente resultaba antieconomica y poco practica, y vendio el lugar a una inmobiliaria, con la condicion de que se cediera a perpetuidad una vivienda en la planta baja y el primer piso para alojar al cura de la parroquia. Era la unica vivienda de estas caracteristicas en el bloque, pero por otra parte no se la distinguia de las demas, con sus ventanas angostas y sus habitaciones pequenas y mal proporcionadas. Al principio, los pisos fueron alquilados a