unos inquilinos cuidadosamente seleccionados, y se hizo un intento para conservar los modestos ornamentos del lugar: la franja de cesped que bordeaba la calzada, los dos parterres con rosales y los tiestos colgantes en cada balcon. Sin embargo, aquel bloque de viviendas, como la mayoria de los de su clase, habia tenido una historia accidentada. La primera compania inmobiliaria habia sido liquidada y vendida a una segunda empresa, y despues a una tercera. Los alquileres se aumentaron, con el disgusto general de los inquilinos, pero todavia eran insuficientes para cubrir los costes de mantenimiento de un edificio de construccion muy deficiente, y se daban las usuales y agrias disputas entre los inquilinos y los propietarios. Solo la vivienda parroquial estaba bien conservada y las blancas ventanas de sus dos plantas destacaban con una muestra incongruente de respetabilidad entre la pintura medio desprendida y las maderas en curso de desintegracion de las otras ventanas.

Los primeros inquilinos habian sido sustituidos por personas procedentes de la ciudad, jovenes que se mudaban a menudo y que compartian una habitacion entre tres, madres solteras que vivian de la seguridad social, estudiantes extranjeros, en una mezcla racial que, como si fuese un caleidoscopio humano, se agitaba continuamente para producir nuevos y mas brillantes colores. Los pocos que iban a la iglesia se encontraban mas a sus anchas con el padre Donovan, de Saint Anthony, con sus bandas de instrumentos de metal, sus procesiones carnavalescas y su benevolencia general en la cuestion racial. Ninguno de ellos llamaba nunca a la puerta del padre Barnes. Veian con ojos atentos e inexpresivos sus idas y venidas casi furtivas. Pero el era, en Saint Matthew's Court, un anacronismo casi como el de la iglesia que representaba.

Fue escoltado hasta la vicaria por un agente de paisano, no el que habia estado trabajando junto al comandante Dalgliesh, sino un hombre de mas edad, de anchos hombros, estolido y del que emanaba una calma tranquilizadora, que le hablo con un leve acento rural que el cura no supo reconocer pero tuvo la certeza de que no era local. El agente dijo que pertenecia a la comisaria de Harrow Road, pero que habia sido trasladado recientemente a ella desde West Central. Espero mientras el padre Barnes abria la puerta principal y despues le siguio y se ofrecio para prepararle una taza de te, el especifico britanico contra el desastre, el dolor y los sustos. Si le sorprendio la suciedad de la mal equipada cocina de la vicaria, supo ocultarlo. Habia preparado te en lugares peores. Cuando el padre Barnes reitero que se encontraba perfectamente y que la senora McBride, que atendia su casa, llegaria a las diez y media, no insistio en quedarse. Antes de marcharse, entrego al padre Barnes una tarjeta con un numero en ella.

– Este es el numero al que el comandante Dalgliesh dijo que podia llamar si necesitaba algo. Si tiene alguna preocupacion, o si le ocurre alguna novedad, basta con telefonear. No hay ningun problema. Y cuando lleguen los de la prensa, digales tan solo lo minimo que considere necesario. Nada de especulaciones. Especular no sirve de nada, ?no cree? Digales solamente como ocurrio todo. Una senora de su feligresia y un nino descubrieron los cadaveres y el nino vino a buscarle a usted. Es mejor que no de ningun nombre, si no se ve obligado a ello. Vio usted que estaban muertos y llamo a la policia. No necesita decir nada mas. Eso bastara.

Esta afirmacion, que simplificaba las cosas de una manera asombrosa, abrio un nuevo abismo ante los ojos horrorizados del padre Barnes. Habia olvidado a la prensa. ?Cuando llegarian? ?Desearian sacar fotografias? ?Deberia convocar una reunion urgente del Consejo Parroquial? ?Que diria el obispo? ?Deberia telefonear inmediatamente al archidiacono y dejar el asunto en sus manos? Si, ese seria el mejor plan. El archidiacono sabria lo que debia hacerse. El archidiacono era capaz de enfrentarse a la prensa, al obispo, a la policia y al Consejo Parroquial. Sin embargo, a pesar de todo temia que Saint Matthew estuviera condenado a convertirse en el centro de una desagradable atencion.

Siempre celebraba la misa en ayunas y, por primera vez aquella manana, se sintio debil, e incluso, paradojicamente, un poco mareado. Se dejo caer en una de las dos sillas de madera ante la mesa de la cocina, y contemplo con una sensacion de impotencia aquella tarjeta con sus siete cifras claramente escritas, y despues miro a su alrededor, como si buscara inspiracion para guardarla en algun lugar seguro. Finalmente, busco su cartera en el bolsillo de la sotana y la deslizo en ella, junto con su tarjeta bancaria y su unica tarjeta de credito. Despues dejo vagar sus ojos alrededor de la cocina, viendola como debia de haberla visto aquel amable policia, en un estado de total abandono. El plato en el que habia comido sus hamburguesas y sus guisantes congelados, que habian constituido su cena la ultima noche, todavia sin lavar en el fregadero; las manchas grasientas en la vieja cocina de gas; la viscosa capa de mugre que cubria el estrecho espacio entre los fogones y la alacena; la manchada y maloliente toalla colgada de un gancho al lado del fregadero; el calendario del ano pasado, torcido en el clavo que lo sujetaba a la pared; los dos estantes llenos de un conglomerado de paquetes de cereales medio vacios, botes de mermelada rancia, cuencos desportillados y paquetes de detergente; la mesa, barata e inestable, con sus dos sillas, cuyos respaldos mostraban las huellas de numerosas manos; el linoleo, curvado junto a la pared, donde se habia despegado del suelo; todo aquel ambiente general de incomodidad, descuido, negligencia y suciedad. Y el resto del piso no estaba mucho mejor. La senora McBride no se esmeraba demasiado, puesto que no habia alli nada en lo que esmerarse. No se esmeraba porque tampoco lo hacia el. Como el, lo mas probable era que ella hubiera dejado de advertir tambien la lenta acumulacion de polvo sobre sus vidas.

Despues de treinta anos de matrimonio con Tom McBride, Beryl McBride parecia mas irlandesa incluso que su esposo. De hecho, el padre Barnes sospechaba a veces que su acento irlandes era menos adquirido que asumido, como un estereotipado irlandes teatral adoptado a partir de la union marital o bien a partir de alguna necesidad menos identificable. Habia observado que, en raros momentos de tension, ella tendia a utilizar de nuevo el cockney de su infancia. La empleaba la parroquia doce horas por semana y sus obligaciones nominales consistian en venir los lunes, miercoles y viernes, limpiar la casa, lavar y secar las ropas y otras prendas domesticas que encontraba en el sucio cesto destinado a esta finalidad, y prepararle al parroco un sencillo almuerzo que le dejaba en una bandeja. Los demas dias de la semana, asi como los fines de semana, se confiaba en que el padre Barnes supiera ocuparse de si mismo. Nunca habia existido una descripcion exacta de la tarea. La senora McBride y el ocupante de la casa habian de seguir una distribucion de horas y deberes mutuamente acordada.

Doce horas por semana fue una distribucion de tiempo adecuada, incluso generosa, cuando el joven padre Kendrick era el parroco del lugar. Este estaba casado con una mujer que era el prototipo ideal de la esposa de un parroco, una fisioterapeuta rolliza y eficiente, perfectamente capaz de desempenar sus tareas en el hospital y en la parroquia simultaneamente, y de infundir en la senora McBride, vigorosamente, las energias que sin duda conferia a sus pacientes. Nadie, desde luego, esperaba que el padre Kendrick, se quedara alli. Fue tan solo un parroco provisional, para rellenar el hueco despues del largo ministerio desempenado durante veinticinco anos por el padre Collins y antes de que se produjera el nombramiento de un sucesor permanente, si es que llegaba un sucesor. Saint Matthew, como nunca se cansaba de senalar el archidiacono, representaba un excedente en el ministerio pastoral de la Iglesia en el radio interior de Londres. Con otras dos iglesias anglicanas a una distancia de cuatro o cinco kilometros, ambas con una plantilla clerical de hombres jovenes y con suficientes organizaciones parroquiales para constituir una seria competencia frente al departamento de servicios sociales, Saint Matthew, con una poblacion reducida y de elevado indice de edad, era un recuerdo incomodo de la autoridad en declive de la Iglesia establecida en el interior de las ciudades. Sin embargo, el archidiacono solia decir: «Su parroquia se muestra notablemente leal. Es una lastima que los feligreses no sean al mismo tiempo ricos. No cabe duda de que esta parroquia es un agujero en nuestros recursos, pero dificilmente podriamos venderla. Se supone que el edificio tiene cierta importancia arquitectonicamente hablando, aunque yo nunca lo haya considerado asi. Yo diria que ese campanario tan extrano dificilmente puede considerarse como ingles, ?no cree? Al fin y al cabo no nos encontramos, ni mucho menos, en el Lido de Venecia, pensara lo que pensase el arquitecto». Y es que el archidiacono que, en realidad, nunca habia visto el Lido de Venecia, se habia criado en el Close de Salisbury, y, permitiendo cierto margen en la escala, habia sabido exactamente, desde su infancia, el aspecto que habia de tener una iglesia.

Antes de que el padre Kendrick se estableciera en su nueva parroquia urbana -mezcla racial, club de chicos, asociacion de madres, reunion de jovenes, es decir, el reto adecuado para un joven clerigo moderadamente ambicioso, pero con un ojo puesto en la mitra-, habia tenido una breve conversacion acerca de Beryl McBride.

– Francamente, esta mujer me aterra. Procuro mantenerme alejado de su lado. Sin embargo, Susan parece capaz de entenderselas con ella. Es mejor tener un cambio de impresiones con ella sobre las cuestiones domesticas. Ojala la senora McBride hubiera adoptado la religion de su marido, en vez de su acento, pues con ello Saint Anthony se habria beneficiado de su cocina. Le indique al padre Donovan que habia aqui una fruta madura a punto de ser cogida, pero Michael sabe cuando apanarselas bien solo. Ahora, si puede convertir usted a su ama de llaves, la senora Kelly, a la doctrina anglicana, encontrara una bicoca.

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