sala?

– Si quisiera instalarme para leer tranquilamente un rato, preferiria la biblioteca publica de Kensington. Es para ensenar, mas bien que para utilizarla, ?no cree? Curiosa idea la de tener en una sola habitacion la biblioteca y el comedor. -Y anadio-: Pero supongo que, a su manera, es esplendida. No es exactamente lo que yo llamaria confortable, sin embargo. Me pregunto si alguien ha sido asesinado alguna vez por una casa.

Para tratarse de Kate, habia sido un largo discurso.

Dalgliesh contesto:

– No recuerdo ningun caso. Podria ser un motivo mas racional que asesinar a causa de una persona; habria menor riesgo de sufrir despues una decepcion.

– Y tambien menos oportunidad de traicion, senor.

La senorita Matlock aparecio en el umbral y dijo con fria formalidad:

– Lady Ursula les espera. Su salon esta en el cuarto piso, pero hay un ascensor.

Era como si fueran una pareja de aspirantes a un empleo domestico de escasa categoria. El ascensor era una elegante caja dorada en la que subieron lentamente, sumidos en un opresivo silencio. Cuando se detuvo repentinamente, fueron invitados a seguir un estrecho pasillo alfombrado. La senorita Matlock abrio una puerta al fondo y anuncio:

– El comandante Dalgliesh y la senorita Miskin, lady Ursula.

Despues, sin esperar a que ellos entraran en la habitacion, dio media vuelta y se retiro.

Ahora, al entrar en el salon de lady Ursula Berowne, Dalgliesh sintio por primera vez que se encontraba en una casa particular, que aquella era la habitacion que la propietaria habia convertido en peculiarmente suya. Las dos altas ventanas, de bellas proporciones y con sus doce hojas de cristal, ofrecian una vision de un cielo delicadamente enmarcado por las copas de los arboles, y la habitacion, larga y estrecha, estaba repleta de luz. Lady Ursula se sentaba, muy erguida, a la derecha de la chimenea, dando la espalda a la ventana. Habia un baston de ebano con puno de oro apoyado en su sillon. No se levanto al entrar ellos, pero extendio la mano cuando Kate le presento a Dalgliesh. Su apreton, aunque muy breve, resulto sorprendentemente vigoroso, pero fue como sostener por unos instantes una serie de huesos inconexos estrechamente enfundados en una seca piel de Suecia. Dirigio a Kate una rapida mirada como salutacion y movio la cabeza en un gesto que podia ser reconocimiento o aprobacion, antes de decir:

– Sientense, por favor. Si la inspectora Miskin ha de tomar notas, tal vez le resulte conveniente esa silla junto a la ventana. Usted puede sentarse ante mi, comandante.

La voz, con su timbre lleno de la arrogancia propia de la clase alta, aquella arrogancia que a menudo parece pasarle inadvertida a quien la muestra, era, exactamente, lo que el hubiese esperado. Parecia artificialmente producida, como en un intento de controlar cualquier dificultad que experimentara en reunir aliento y. energia para producir las cadencias debidas. Sin embargo, era todavia una voz hermosa. Sentada ante el, rigidamente erguida, Dalgliesh vio que su silla era de un modelo especial para los impedidos, con un boton en el brazo para alzar el asiento y ayudarla cuando quisiera levantarse. Su modernidad funcional era una nota discordante en una habitacion que, por otra parte, estaba llena de mobiliario del siglo XVIII: dos sillones con asientos tapizados en brocado, una mesa Pembroke y un escritorio, cada pieza un hermoso ejemplo de su periodo, y todas estrategicamente colocadas para facilitar una isla de apoyo si ella necesitaba dirigirse trabajosamente hacia la puerta, de modo que el salon recordaba una tienda de antiguedades con sus tesoros inadecuadamente expuestos. Era una habitacion de anciana y, por encima del olor a cera virgen y el leve aroma estival que emanaba de un pebetero sobre la mesa Pembroke, su sensible olfato pudo detectar un atisbo de agrio olor de la vejez. Sus ojos se encontraron y se sostuvieron la mirada. Los de ella todavia eran extraordinarios, muy grandes, bien espaciados y con parpados gruesos. En otro tiempo debieron de ser el foco de su belleza y, aunque ahora estuvieran ya hundidos, todavia pudo ver la chispa de la inteligencia detras de ellos. Su piel estaba marcada por profundos surcos que discurrian desde la mandibula hasta los altos pomulos. Era como si alguien hubiera colocado las dos palmas de las manos junto a aquella piel fragil y la hubiera tensado hacia arriba, hasta el punto de que el vio, como en un reconocimiento premonitorio, el brillo de la calavera bajo la piel. Los pabellones de las orejas, aplanadas contra el craneo, eran tan amplios que daban la impresion de unas excrecencias anormales. En su juventud, seguramente se habia peinado de modo que permitiera cubrirlos. No habia rastros de maquillaje en su cara y, con los cabellos peinados energicamente hacia atras y reunidos en un mono alto, era una cara que parecia desnuda, preparada para la accion. Vestia unos pantalones negros y sobre ellos una tunica fina de lana gris, con cinturon y abrochada casi hasta la barbilla, con punos muy ajustados. Calzaba unos zapatos anchos y negros y, en su inmovilidad, sus pies daban la impresion de estar clavados al suelo. Habia una edicion de bolsillo en la mesita redonda, a la derecha de su butaca. Dalgliesh observo que la obra era Required Writing, de Philip Larkin. Ella extendio la mano, la deposito sobre el libro y despues dijo:

– Larkin escribe aqui que la idea de un poema y un verso del mismo acuden simultaneamente. ?Esta usted de acuerdo, comandante?

– Si, lady Ursula, creo que si. Un poema empieza con poesia. No con una idea para la poesia.

No mostro ninguna sorpresa ante semejante pregunta. Sabia que un shock, una pena o un trauma afectaban a las personas de muy diferentes maneras, y si esa extrana manera de comenzar una conversacion habia de ayudarla a ella, bien podia el disimular su impaciencia. Ella dijo:

– Ser poeta y bibliotecario, aunque el hecho en si sea inusual, tenia cierta relacion, pero ser poeta y policia me parece a mi algo excentrico, incluso perverso.

Dalgliesh repuso:

– ?Considera usted la poesia contraria a la deteccion, o la deteccion contraria a la poesia?

– Desde luego, lo ultimo. ?Que pasa si la musa irrumpe -no, esta no es la palabra adecuada-, si la musa le visita a usted en medio de un caso? Aunque, si la memoria no me engana, comandante, en los ultimos anos su musa se ha mostrado mas bien fugitiva. -Y anadio, con una nota de delicada ironia-: Lo que no deja de ser una lastima para todos nosotros.

Dalgliesh replico:

– Hasta el momento, eso no ha ocurrido. Es posible que la mente humana solo pueda enfrentarse a una sola experiencia intensa en cada momento.

– Y la poesia es, claro esta, una experiencia intensa.

– Una de las mas intensas, diria yo.

De pronto, ella le sonrio. La sonrisa ilumino su rostro con toda la intimidad de una confidencia compartida, como si fueran antiguos colegas.

– Debe usted excusarme. Ser interrogada por un detective es una experiencia nueva para mi. Si es que existe un dialogo apropiado para esta ocasion, yo todavia lo ignoro. Gracias, de todos modos, por no abrumarme con sus expresiones de pesame. Dados mis anos, he recibido demasiados pesames oficiales, y siempre me han parecido embarazosos o bien muy poco sinceros.

Dalgliesh se pregunto que hubiera contestado ella si el hubiese dicho: «Conocia a su hijo. No muy bien, pero le conocia. Acepto que no desee usted mis expresiones de condolencia, pero, si yo hubiese sido capaz de decir las palabras oportunas, estas no habrian sido falsas».

Ella dijo:

– La inspectora Miskin me dio la noticia con tacto y consideracion. Le estoy agradecida. Pero, desde luego, no pudo o no quiso decirme nada mas aparte del hecho de que mi hijo habia muerto, y de que presentaba ciertas heridas. ?Como murio, comandante?

– Degollado, lady Ursula.

No habia manera de suavizar aquella brutal realidad. Anadio:

– El vagabundo que encontrarnos junto a el, Harry Mack, murio de la misma manera.

Se pregunto por que habia considerado importante decir el nombre de Harry. Aquel pobre Harry, tan incongruentemente uncido a la democracia forzosa de la muerte, cuyo cuerpo ya rigido recibiria muchas mas atenciones en su disolucion de las que el habia recibido en vida.

– ?Y el arma? -pregunto ella.

– Una navaja ensangrentada, aparentemente propiedad de su hijo, que estaba cerca de su mano derecha. Habra que efectuar numerosas pruebas forenses, pero espero constatar que esa navaja fue el arma.

– Y la puerta de la iglesia… la sacristia, o dondequiera que estuviera el, ?estaba abierta?

– La senorita Wharton, que, junto con un nino, descubrio los cadaveres dice que la encontro sin cerrar.

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