manera muy convincente, desempenar el papel de un amigo de la familia en un salon en el que probablemente nunca habia entrado hasta ese momento. Dalgliesh se pregunto si la decision de Paul Berowne de registrar su nombre como paciente de la Seguridad Social habia sido una cuestion de tacto politico, de conviccion o de economia, o tal vez de las tres cosas al mismo tiempo. Habia un rectangulo de papel mural descolorido sobre la chimenea de marmol tallado. Quedaba medio disimulado por un retrato familiar carente de particular distincion, pero Dalgliesh sospecho que en otro tiempo habia colgado de alli un oleo mas valioso. Barbara Berowne dijo:
– Sientese, por favor, comandante.
Le senalo vagamente un tresillo junto a la pared. Estaba colocado en un lugar poco apropiado y parecia demasiado fragil para ser usado, pero Kate se dirigio alli, se sento y saco discretamente su libreta de notas. Dalgliesh se encamino hacia uno de los sillones de alto respaldo, lo acerco a la chimenea y lo coloco a la derecha de Anthony Farrell. Despues dijo:
– Siento tener que molestarla en momentos como estos, lady Berowne, pero estoy seguro de que usted comprendera que es necesario.
Sin embargo, Barbara Berowne miraba hacia la puerta que acababa de cruzar el doctor Piggott y dijo con un tono de enojo:
– ?Extrano hombrecillo! Paul y yo nos inscribimos en su consulta el mes de junio pasado; tiene las manos sudorosas.
Hizo una leve mueca de disgusto y se froto los dedos energicamente. Dalgliesh dijo:
– ?Cree que sera capaz de contestar a unas preguntas?
Ella miro a Farrell, como una nina que esperase consejo, y el le dijo con su voz suave y profesional:
– Mucho me temo, mi querida Barbara, que en una investigacion por asesinato las usuales convenciones civilizadas deban dejarse de lado. El retraso es un lujo que la policia no puede permitirse. Se que el comandante lo acortara todo tanto como sea posible, y que tu seras valiente y le facilitaras la tarea lo mejor que puedas.
Antes de que ella tuviera oportunidad de contestar, dijo tambien a Dalgliesh:
– Estoy aqui como amigo de lady Berowne, asi como abogado suyo. Mi firma se ha ocupado de su familia durante tres generaciones. Yo sentia un gran afecto personal por sir Paul. He perdido un amigo, ademas de un cliente. En parte, esto explica mi presencia aqui. Lady Berowne esta muy sola. Su madre y su padrastro se encuentran los dos en California.
Dalgliesh se pregunto lo que diria Farrell si el replicara: «Pero su suegra esta solo dos pisos mas arriba». Se pregunto tambien si el significado de esta separacion entre las dos, en unos momentos en que es natural que la familia busque un apoyo mutuo, ya que no un consuelo, era algo que se perdia en ellas, o en Farrell, o bien si estaban tan acostumbradas a vivir sus existencias bajo un mismo techo pero aparte la una de la otra que, incluso en un momento de gravisima tragedia, ninguna era capaz de cruzar la barrera psicologica representada por aquel ascensor semejante a una jaula y aquellos dos pisos.
Barbara Berowne dirigio sus grandes ojos de color azul violeta hacia Dalgliesh y, por un momento, este se sintio desconcertado. Despues del primer destello huidizo de curiosidad, la mirada se amortiguo, hasta quedar casi sin vida, como si estuviera contemplando unas lentillas de contacto coloreadas. Tal vez despues de toda una vida de ver el efecto de su mirada, ella ya no necesitara animarla con ninguna expresion que no fuese la de un interes casual. Sabia que era hermosa, aunque no podia recordar como se entero de ello, pero probablemente se debia a una acumulacion de comentarios de pasada cuando se hablaba de su marido, y de fotografias de la prensa. Sin embargo, no era una belleza apropiada para conmover su corazon. Le hubiera gustado poder estar alli sin que se advirtiera su presencia y contemplarla como pudiera hacerlo con un cuadro, observar con admiracion desapasionada el arco delicado, perfectamente curvo, sobre aquellos ojos rasgados, la curva del labio superior, la cavidad sombreada entre el pomulo y la mandibula, el perfil de aquel cuello esbelto. Era algo que podia mirar y admirar, para alejarse despues sin lamentarlo. Para el, aquella rubia hermosura era demasiado exquisita, demasiado ortodoxa, demasiado perfecta. Lo que a el le agradaba era una belleza mas individual y excentrica. La vulnerabilidad aliada con la inteligencia. Dudaba de que Barbara Berowne fuera inteligente, pero tampoco la menospreciaba. Nada mas peligroso, en la labor policial, que hacer juicios superficiales sobre los seres humanos. Sin embargo, se pregunto brevemente si aquella era una mujer por la que un hombre seria capaz de matar. Habia conocido a tres de esas mujeres en su carrera, pero ninguna de ellas podia ser descrita como bella.
Estaba sentada en su sillon con una elegancia tranquila y relajada. Sobre su falda de color gris claro, de lana, finamente plisada, llevaba una blusa de seda azul palido, con un jersey de cachemira gris colocado negligentemente sobre los hombros. Sus unicas joyas eran dos cadenas de oro y unos pendientes pequenos tambien de oro. Sus cabellos, con sus mechas de color amarillo palido y matices mas oscuros de color maiz, estaban peinados hacia atras y colgaban sobre su hombro en un solo y grueso mechon sujetado en un extremo con una peineta de concha. Penso que nada hubiera podido quedar mas discretamente apropiado. El negro, particularmente en una viuda tan reciente, hubiera resultado ostentoso, teatral, incluso vulgar. Aquella gentil combinacion de gris y azul era perfectamente apropiada. El sabia que Kate habia llegado con la noticia antes de que lady Berowne se hubiera vestido. Le habian dicho que su marido habia muerto degollado, y sin embargo ella habia sido capaz de preocuparse por su atuendo. ?Y por que no? El era demasiado veterano para suponer que un dolor no era autentico tan solo por mostrarse debidamente ataviado. Habia mujeres cuyo amor propio exigia una atencion perpetua a los detalles por violentos que fuesen los acontecimientos que las rodearan, otras para las cuales esto era una cuestion de confianza, de rutina o de desafio. En un hombre, este puntillo era juzgado normalmente como elogiable; ?por que no, pues, en una mujer? ?O se trataba, meramente, de que durante mas de veinte anos su aspecto habia sido la principal preocupacion de su vida, y que no podia cambiar ese habito porque alguien le hubiera cortado la garganta a su marido? Pero no podia evitar la observacion de los detalles, la complicada hebilla en el lado de cada zapato, el lapiz de labios meticulosamente aplicado y haciendo juego perfecto con el rosado del barniz de sus unas, asi como la traza del sombreado de los ojos. Sus manos, al menos, se habian mostrado firmes. Cuando hablo, su voz presento un tono alto y, para el, desagradable. Penso que facilmente podia degenerar en una especie de chillido infantil. Dijo:
– Claro que deseo ayudar, pero no se como hacerlo. Quiero decir que todo esto es increible. ?Quien pudo haber querido matar a Paul? No tenia ningun enemigo. Todos le querian. Era un hombre muy popular.
Este tributo banal e inadecuado, pronunciado en un tono alto y ligeramente estridente, hubiera debido parecerle, incluso a ella, torpe. Hubo un breve silencio que Farrell juzgo prudente interrumpir diciendo:
– Como es natural, lady Berowne esta profundamente impresionada. Esperabamos, comandante, que usted pudiera facilitarnos mas informacion de la que poseemos en este momento. Tenemos entendido que el arma fue una especie de cuchillo, y que habia heridas en la garganta.
Y esto, penso Dalgliesh, era lo que cabia esperar del tacto de un abogado experto para decir que la garganta de sir Paul habia sido rebanada.
Contesto:
– Al parecer, tanto sir Paul como el vagabundo fueron muertos de la misma manera.
– ?Encontraron el arma en el lugar?
– Habia en el lugar una posible arma. Cabe que los dos hubieran sido muertos con la navaja de sir Paul.
– ?Y la abandono el asesino en la habitacion?
– La encontramos alli, si.
El significado de sus cuidadosas palabras se perdio para Farrell. Por su parte, no queria utilizar la palabra «suicidio», pero esta flotaba entre ellos con todas sus implicaciones. El abogado prosiguio.
– ?Y la puerta de la iglesia? ?Habia sido forzada?
– Estaba abierta cuando la senorita Wharton, que trabaja en la iglesia, encontro los cadaveres esta manana.
– Por tanto, alguien pudo haber entrado, y al parecer alguien lo hizo, ?no es asi?
– Ciertamente. Usted comprendera que la investigacion se encuentra todavia en sus primeros pasos. No podemos tener ninguna seguridad hasta que dispongamos del resultado de la autopsia y de los informes forenses.
– Desde luego. Lo pregunto porque lady Berowne prefiere conocer los hechos, o por lo menos los que se saben. Y tiene derecho, evidentemente, a estar debidamente informada.
Dalgliesh no contesto, pues no lo juzgo necesario; los dos se comprendian el uno al otro perfectamente. Farrell se mostraba cortes, estudiadamente cortes, pero no afable. Su actitud cuidadosamente controlada, tan frecuentemente parte de su vida profesional que ya no parecia asumida, estaba diciendo: «Los dos somos