profesionales con cierta reputacion en nuestro trabajo. Los dos sabemos que terreno pisamos. Sabra excusarme cierta falta de cordialidad, pero cabe que se nos exija encontrarnos en bandos opuestos».

Lo cierto es que ya se encontraban en bandos opuestos, y los dos lo sabian. Era como si de Farrell emanara un ectoplasma ambiguo que envolviera a Barbara Berowne con su aura reconfortante, diciendole «Aqui estoy yo, estoy a tu lado; dejame que yo me ocupe de todo. No hay nada que deba preocuparte». Y esto llego hasta Dalgliesh como un sutil entendimiento masculino, proximo a la conspiracion, del que ella quedaba excluida. Farrell lo estaba haciendo muy bien.

Su firma en la ciudad -Torrington, Farrell y Penge-, con sus numerosas sucursales, habia disfrutado de una intachable reputacion durante mas de doscientos anos. Su departamento de lo criminal habia representado a algunos de los mas ingeniosos villanos de Londres. Algunos de estos pasaban sus vacaciones en sus villas de la Riviera, y otros en sus yates. Muy pocos de ellos se encontraban entre rejas. Dalgliesh tuvo la subita vision de un furgon celular con el que dos dias antes se habia cruzado camino del Yard, con la hilera de ojos anonimos y hostiles que atisbaban a traves de las mirillas, como si ya no esperasen ver nada mas. La capacidad para pagar un par de horas del tiempo de Farrell en un momento crucial de sus tribulaciones, hubiera representado para ellos toda la diferencia del mundo. Barbara Berowne dijo entonces con displicencia:

– No se por que han de molestarme a mi. Paul ni siquiera me dijo que iba a pasar la noche en esa iglesia. Alternando con un vagabundo…, quiero decir que fue todo tan absurdo…

Dalgliesh pregunto:

– ?Cuando lo vio por ultima vez?

– Alrededor de las nueve y cuarto, ayer por la manana. Vino a verme poco antes de que Mattie me subiera mi desayuno. No se quedo mucho tiempo. Cosa de un cuarto de hora.

– ?Que aspecto tenia, lady Berowne?

– El de siempre. No dijo gran cosa. Nunca lo hacia. Creo que yo le explique como me disponia a pasar el dia.

– ?Y como lo paso?

– Tenia hora a las once en la peluqueria de Michael y John, en Bond Street. Despues almorce en Knightsbridge con una antigua condiscipula mia, e hicimos unas compras en Harveys Nichols. Volvi aqui a la hora del te, y para entonces el ya se habia marchado. Despues de las nueve y cuarto de la manana, no volvi a verle.

– ?Y, que usted sepa, el no volvio a casa?

– No lo creo, pero de todas maneras yo no le hubiera visto. Cuando regrese, me cambie y despues tome un taxi para ir a Pembroke Lodge. Es la clinica de mi primo, en Hampstead. Es ginecologo, el doctor Stephen Lampart. Estuve con el hasta la medianoche, cuando me acompano a casa. Fuimos a cenar a Cookham, en el Black Swan. Salimos de Pembroke Lodge a las ocho menos veinte y fuimos directamente al Black Swan. Quiero decir que no nos detuvimos por el camino.

Era, penso, una explicacion que venia al pelo. Esperaba que presentara una coartada antes o despues, pero no tan pronto y con tanto detalle. Pregunto:

– Y cuando vio por ultima vez a sir Paul, a la hora del desayuno, ?no le dijo el como se proponia pasar el dia?

– No. Sin embargo, tal vez pueda usted verlo en su dietario. Lo guarda en el cajon de su mesa, en el estudio.

– Encontramos parte de su dietario en la sacristia. Habia sido quemado.

Dalgliesh observaba fijamente su cara mientras ella hablaba. Los ojos azules parpadearon y aparecio en ellos una expresion de alerta, pero Dalgliesh hubiera podido jurar que eso era nuevo para su interlocutora. Ella se volvio de nuevo hacia Farrell:

– ?Pero esto es extraordinario! ?Por que habia Paul de quemar su dietario?

Dalgliesh repuso:

– No sabemos si lo hizo. Pero el dietario estaba alli, en la chimenea. Varias paginas se habian quemado, y la mitad de la ultima pagina habia sido arrancada.

Los ojos de Farrell buscaron los de Dalgliesh. Ninguno de los dos hablo. Despues, Dalgliesh dijo:

– Por consiguiente, necesitamos tratar de establecer sus movimientos de alguna otra manera. Yo esperaba que usted pudiera ayudar en este sentido.

– Pero ?es que eso importa? Quiero decir que, si alguien entro y lo mato, ?de que va a servir el saber si el fue a ver a su agente de la propiedad unas horas antes?

– ?Es que lo hizo?

– Dijo que tenia una cita con el.

– ?Dijo con que agente?

– No, y yo no lo pregunte. Supongo que Dios le dijo que vendiera la casa. No creo, sin embargo, que Dios le dijera a que agente habia de dirigirse.

Las palabras le impresionaron tanto como si hubiera oido una indecencia. Dalgliesh noto el desconcierto y la sorpresa de Farrell tan claramente como si al abogado se le hubiera escapado una exclamacion. No pudo detectar, sin embargo, amargura ni ironia en aquella voz de tono alto, ligeramente petulante. Hubiera podido ser la de una criatura traviesa, que osara decir en presencia de adultos algo imperdonable, sorprendida a medias por su propia temeridad. Anthony Farrell decidio que habia llegado el momento de intervenir y dijo con voz suave:

– Tambien yo esperaba ver a sir Paul ayer por la tarde. A las dos y media tenia una cita conmigo y dos de mis colegas del departamento financiero de la firma, para hablar de ciertas medidas que, segun tengo entendido, resultaban necesarias a causa de su decision de abandonar su carrera parlamentaria. Pero llamo ayer, poco antes de las diez, para cancelar la cita y establecer otra para hoy, a la misma hora. Yo no habia llegado todavia al despacho cuando telefoneo, pero dejo un mensaje a uno de mis empleados. Si puede usted demostrar que su muerte fue por asesinato, entonces, yo acepto, naturalmente, que cualquier detalle de sus asuntos sea sometido al debido examen. Tanto lady Ursula como lady Berowne desearan que sea asi.

Podia ser un asno pomposo, penso Dalgliesh, pero no era tonto. Sabia o sospechaba que la mayoria de estas preguntas eran prematuras. Estaba dispuesto a permitirlas, pero podia atajarlas cuando quisiera. Barbara Berowne dirigio hacia el sus admirables ojos.

– Pero si no hay nada que discutir… Paul me lo dejaba todo a mi. Me dijo que lo habia hecho despues de casarnos. Y tambien la casa. Todo esta bien claro. Yo soy su viuda. Todo es mio…, bueno, casi todo.

Farrell repuso con la misma calma:

– Todo esta bien claro, querida. Sin embargo, no creo que sea necesario hablar de esto ahora.

Dalgliesh saco de su cartera una fotocopia de la carta anonima y se la entrego a ella, diciendo:

– Supongo que usted ya ha visto esto.

Ella nego con la cabeza y entrego la carta a Farrell, que la leyo detenidamente con una cara totalmente inexpresiva. Si ya la habia visto antes, era evidente que no pensaba admitirlo.

Despues dijo:

– Por su aspecto, esto es un ataque malicioso y posiblemente delictivo contra la persona de sir Paul.

– Puede que no tenga nada que ver con su muerte, pero, desde luego, nos gustaria aclarar este asunto antes de poder descartarlo -dijo Dalgliesh, y seguidamente se volvio de nuevo hacia Barbara Berowne-. ?Esta segura de que su esposo no le enseno nunca esta carta?

– No, ?por que habria de hacerlo? A Paul no le gustaba preocuparme con cosas sobre las que yo no podia hacer nada. ?No es eso un ejemplo de lo que se conoce como carta anonima? Quiero decir que los politicos las reciben en todo momento.

– ?Quiere usted decir que no tenia nada de particular, o sea que su marido habia recibido ya escritos similares?

– No, yo no lo se, y no creo que fuese asi. El nunca me lo dijo. Queria decir que cualquiera en la vida publica…

Farrell intervino, con su tacto profesional:

– Lady Berowne se refiere, desde luego, al hecho de que cualquiera que tenga una vida publica, particularmente en la politica, debe esperar ser victima de alguno de estos atentados tan desagradables como malevolos.

Вы читаете Sabor a muerte
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату