Es importante que no les veas estando sola, y otra cosa, Sarah…

– Si, te oigo.

– Estuvimos los dos juntos toda la tarde de ayer. Estuvimos juntos los dos desde las seis, cuando yo llegue de mi trabajo. Pasamos juntos toda la noche. Comimos en tu casa. Grabate esto en la mente. Empieza ahora mismo a concentrarte en ello. Y quedate donde estas. Yo llegare dentro de unos cuarenta minutos.

Colgo el telefono y se quedo inmovil unos momentos, con la cabeza todavia apoyada en el frio metal de la cabina. Una voz enfurecida de mujer dijo: «Si no le importa, algunos tenemos que tomar un tren», y se sintio empujada a un lado. Salio como pudo hasta el vestibulo de la estacion y se apoyo en una pared. Unas leves oleadas de debilidad y mareo se cernieron sobre ella, y cada una de ellas la dejo mas desolada, pero no habia ningun lugar donde sentarse, no habia intimidad ni paz. Podia ir al cafe, pero tal vez no fuese oportuno. Acaso llegara a desorientarse y perder la nocion del tiempo. El le habia dicho: «Quedate donde estas», y obedecerle se habia convertido en un habito para ella. Se apoyo y cerro los ojos. Ahora tenia que obedecerle, confiar en su fuerza, esperar que le dijera lo que habia de hacer. No tenia a nadie mas.

En ningun momento le habia dicho el que lamentaba la muerte de su padre, pero en realidad no la lamentaba ni esperaba que ella lo hiciera. Siempre habia mostrado una falta absoluta de sentimentalismo, y eso era lo que el interpretaba como sinceridad. Sarah se pregunto que hubiera hecho el en caso de decirle ella: «Era mi padre y ha muerto. Yo le queria. Necesito llorarlo, lo necesito de veras y necesito ser consolada. Me siento perdida, estoy asustada. Necesito sentir tus brazos alrededor de mi. Necesito que me digan que no fue por culpa mia».

La multitud seguia caminando junto a ella, una falange de caras grises y decididas, con la vista al frente. Era como una multitud de refugiados de una ciudad bombardeada, o como un ejercito en retirada, todavia disciplinado pero peligrosamente proximo al panico. Cerro los ojos y dejo que el ruido de aquellas pisadas la invadiera. Y de pronto se encontro en otra estacion, con otra multitud. Pero entonces ella tenia seis anos y el lugar era la estacion Victoria. ?Que estaban haciendo alli, ella y su padre? Probablemente, esperando a su abuela, que regresaba por tren y barco de su casa de Les Andelys, junto al Sena. Por un momento, ella y su padre quedaron separados. El se habia detenido para saludar a un conocido y, momentaneamente, ella se solto de su mano y echo a correr para mirar un cartel que representaba en vivos colores una poblacion junto al mar. Al mirar a su alrededor, comprobo, llena de panico, que su padre ya no estaba alli. Se sintio sola, amenazada por un bosque movil de piernas interminables y terrorificas, que pisaban el suelo sin cesar. Es posible que solo hubieran estado separados unos segundos, pero aquel terror fue tan intenso que, al recordarlo ahora, dieciocho anos mas tarde, noto la misma sensacion de perdida, el mismo miedo avasallador y la misma y absoluta desesperacion. Pero de pronto el volvio a aparecer, avanzando hacia ella con largas zancadas, con un revuelo de su largo abrigo de mezclilla, sonriendo, su padre, su seguridad, su dios. Sin llorar, pero estremeciendose a causa del terror y de la sensacion de alivio, ella corrio hacia sus brazos abiertos y se vio levantada en el aire, oyo su voz: «Todo va bien, carino, no pasa nada, todo va bien». Y entonces noto que aquel estremecimiento espantoso se disolvia en el vigor de aquel abrazo.

Abrio los ojos y entre las lagrimas que ardian en sus ojos vio que los opacos negros y grises de aquel ejercito en movimiento se mezclaban y se fundian, para girar despues en una imagen caleidoscopica a traves de destellos de brillantes colores. Le parecio como si aquellos pies en movimiento siguieran avanzando a traves de ella, como si se hubiera vuelto invisible, una concha fragil y vacia. Pero de pronto la masa abrio un camino y el estaba alli, todavia con aquel largo abrigo de lana, avanzando hacia ella, sonriendo, hasta el punto de que tuvo que reprimirse para no gritar: «?Papa, papa!», y echar a correr hacia sus brazos. Pero la alucinacion paso. No era el; era un extrano con prisa, con una cartera de mano, que miro con una curiosidad momentanea su cara llena de ansiedad y sus brazos tendidos, y despues miro a traves de ella y siguio su camino. Sarah se encogio, apoyandose con mas fuerza en la pared, y comenzo su larga y paciente espera hasta que llegase Ivor.

V

Faltaba poco para las diez y pensaban recoger ya sus papeles dando la noche por terminada, cuando lady Ursula telefoneo. Gordon Halliwell habia regresado y ella agradeceria que la policia pudiera hablar ahora con el. Tambien el lo preferia. El dia siguiente seria de mucho ajetreo para los dos, y ella no podia asegurar cuando estarian disponibles. Dalgliesh sabia que Massingham, de haber estado al frente de la situacion en aquel momento, hubiera contestado con firmeza que irian a la manana siguiente, aunque solo fuera para demostrar que trabajaban de acuerdo con sus conveniencias, y no con las de lady Ursula. Sin embargo, Dalgliesh, que ansiaba interrogar a Gordon Halliwell y que nunca habia sentido la necesidad de subrayar su autoridad ni su amor propio, dijo que irian tan pronto como les fuese posible.

La puerta del numero sesenta y dos fue abierta por la senorita Matlock, que les miro durante un par de segundos con ojos fatigados y rencorosos, antes de apartarse a un lado para dejarles pasar. Dalgliesh pudo observar que su piel mostraba el tono grisaceo de la fatiga y que el perfil de sus hombros era demasiado rigido para corresponder a su postura natural. Llevaba una bata larga de nilon estampado con flores, cruzada ante el pecho y con el cinturon asegurado con un nudo doble, como si temiera que alguien le pudiera quitar aquella prenda. Ella misma senalo esa bata con un torpe movimiento de las manos y explico timidamente:

– No estoy vestida para recibir visitas. Esperabamos acostarnos temprano. No sabia que volverian ustedes esta noche.

Dalgliesh contesto:

– Siento tener que molestarla de nuevo. Si quiere acostarse, tal vez el senor Halliwell nos abrira despues la puerta.

– No es esa su tarea. El solo es el chofer. Cerrar la casa es responsabilidad mia. Lady Ursula le ha pedido que manana conteste al telefono, pero eso no es lo convenido, y no esta bien. No hemos tenido ni un momento de tranquilidad desde las noticias de las seis. A ella, esto la matara si continua asi.

Dalgliesh penso que lo mas probable era que siguiera asi durante largo tiempo, pero se permitio dudar que llegara a matar a lady Ursula.

Sus pasos resonaron sobre el suelo de marmol cuando la senorita Matlock les acompano a traves del pasillo hasta el estudio octogonal y despues, a traves de la puerta forrada de pano verde, hasta la parte posterior de la casa, bajando finalmente tres escalones hasta la puerta del exterior. La casa estaba muy tranquila, pero parecia esperar algo, como si fuera un teatro vacio. Dalgliesh tuvo la sensacion, como le ocurria a menudo en las casas de los recien asesinados, de una atmosfera enrarecida, de una presencia carente de voz. Ella corrio los cerrojos y se encontraron en el patio posterior. Las tres estatuas, en sus hornacinas, estaban sutilmente iluminadas por unos focos ocultos, y parecian flotar, con una suave luminiscencia, en un aire inmovil. La noche era sorprendentemente benigna tratandose del otono y, desde algun jardin cercano, llegaba el olor transitorio de los cipreses, hasta el punto de que por un momento se sintio desplazado, desorientado como si le hubieran transportado hasta Italia. Le parecio impropio que las estatuas estuvieran iluminadas, que la belleza de la casa siguiera luciendo cuando Berowne yacia, congelado como un bloque de carne, en su funda de plastico, y de una manera instintiva busco con la mano un interruptor antes de seguir a la senorita Matlock a traves de una segunda puerta que conducia a las antiguas caballerizas y los garajes.

El otro lado del muro de las estatuas carecia de adornos; los lujos del grand tour del siglo XVIII no estaban destinados a los ojos de los lacayos o cocheros que en otro tiempo habian habitado aquellas caballerizas. El patio estaba adoquinado y llevaba a dos grandes garajes. Las puertas dobles del de la izquierda estaban abiertas y, a la luz de dos largos tubos fluorescentes, vieron que la entrada al piso se efectuaba mediante una escalera de hierro forjado que ascendia junto a la pared del garaje. La senorita Matlock se limito a senalar hacia la puerta que habia arriba y a decir:

– Encontraran alli al senor Halliwell. -Y entonces, como para justificar la formalidad que daba a su nombre, anadio-: Fue sargento en el regimiento del difunto sir Hugo. Fue condecorado por su valor, con la Medalla de Servicios Distinguidos. Supongo que lady Ursula ya se lo explico. No es un chofer corriente.

Dalgliesh se pregunto que supondria ella que era, en los tiempos actuales, un chofer corriente.

El garaje tenia espacio suficiente para albergar comodamente el Rover negro, con su matricula A, y un Golf blanco, los dos bien aparcados y dejando espacio para un tercer coche. Al pasar junto al Rover, entre un intenso olor a gasolina, vieron que el garaje era utilizado tambien, sin duda, como taller. Bajo una alta y amplia ventana en la parte posterior habia un banco de madera con numerosos cajones, y en la pared, sobre el, un tablero del

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