que colgaban, bien ordenadas, varias herramientas. Apoyada en la pared, a la derecha, habia una bicicleta de hombre.
Apenas habian pisado el primer escalon, la puerta se abrio encima de ellos y la robusta silueta de un hombre destaco contra la luz. Al ascender hacia el, Dalgliesh vio que era a la vez mas viejo y mas bajo de lo que habia imaginado; seguramente, su estatura era la minima permitida a un militar, pero sus hombros eran anchos y daban una impresion inmediata de fuerza disciplinada. Era muy moreno, casi cetrino, y sus cabellos hirsutos, mas largos de lo que debia de llevarlos cuando estaba en el ejercito, caian sobre su frente hasta casi tocar unas cejas rectas, como negras hendiduras, sobre sus ojos muy hundidos. La nariz era breve, con las aletas ligeramente ensanchadas, y la boca se mostraba inexpresiva sobre una barbilla cuadrada. Llevaba unos pantalones bien cortados de color claro y una camisa de lana a cuadros, con el cuello abierto; no mostraba la menor senal de cansancio y parecia tan dispuesto como si recibiera una visita matinal. Les miro con ojos agudos pero serenos, unos ojos que habian visto cosas peores que un par de oficiales de la policia que llegaban en plena noche. Apartandose a un lado para dejarlos entrar, dijo con una voz en la que solo habia una traza minima de aspereza:
– Me disponia a preparar cafe, pero tambien tengo whisky si lo prefieren.
Aceptaron el cafe y el atraveso una puerta para dirigirse a la parte posterior de su piso, desde la cual se oyo el rumor del agua corriente y el chasquido de la tapa de una cafetera. La sala de estar era larga pero estrecha, y sus ventanas, bajas, daban a la cara desnuda de la pared. Como buen arquitecto, Soane debio de asegurarse de que la intimidad de la familia quedara protegida, y las caballerizas permanecian invisibles, excepto desde las ventanas mas altas de la casa. En el extremo mas distante de la habitacion, habia una puerta abierta y Dalgliesh pudo observar los pies de una cama individual. Detras de el habia una pequena chimenea victoriana, con adornos de hierro forjado, un marco de madera tallada y una elegante reja que le recordo la de la iglesia de Saint Matthew. Enchufada en ella, habia una moderna estufa electrica de tres pantallas.
Una mesa de madera de pino, con cuatro sillas, ocupaba el centro de la habitacion, y dos butacas algo maltrechas estaban situadas una a cada lado de la chimenea. Entre las ventanas habia un banco de trabajo, y sobre el una panoplia de herramientas, mas pequenas y mas delicadas que las del garaje. Observaron que el
En la pared opuesta habia una libreria desde el suelo hasta el techo. Dalgliesh se acerco a ella y vio con interes que Halliwell poseia lo que parecia una serie completa de los
Halliwell entro con una bandeja en la que habia tres tazas de loza, una botella de leche y otra de whisky Bell's. Hizo un gesto en direccion al whisky y, cuando Dalgliesh y Massingham denegaron con su cabeza, el agrego una dosis generosa a su cafe. Se sentaron alrededor de la mesa.
Dalgliesh dijo:
– Veo que tiene usted lo que parece la coleccion completa de los
Halliwell contesto:
– Es un tema que me interesa. Me hubiera gustado ser abogado criminalista, si las cosas hubieran sido diferentes.
Hablaba sin ningun resentimiento. Era una simple manifestacion, pero no era necesario preguntar que cosas eran aquellas a las que se referia. El derecho era todavia una profesion privilegiada. Era raro que un muchacho de la clase trabajadora acabara cenando en el Inns of Court.
Despues anadio:
– Son los juicios lo que considero interesante, no los abogados defensores. Muchos asesinos parecen estupidos y vulgares cuando se les ve sentados en el banquillo. Sin duda, lo mismo ocurrira con ese tipo, cuando ustedes le echen el guante. Pero tal vez un animal enjaulado sea siempre menos interesante que el que se encuentra en libertad, especialmente cuando se le ha seguido el rastro.
Massingham observo:
– Asi que usted supone que se trata de un asesinato.
– Lo que yo supongo es que un comandante y un inspector jefe del departamento de investigacion criminal no vendrian aqui, pasadas las diez de la noche, a causa de los motivos que pudiera tener sir Paul Berowne para cortarse la garganta.
Massingham adelanto una mano para alcanzar la botella de leche. Mientras removia su cafe, pregunto:
– ?Cuando se entero usted de la muerte de sir Paul?
– Por el noticiario de las seis de la tarde. Telefonee a lady Ursula y le dije que volvia en seguida. Ella me dijo que no me apresurase. No habia nada que yo pudiera hacer aqui y ella tampoco necesitaria el coche. Dijo que la policia habia querido verme, pero que tendrian ustedes muchas cosas por hacer hasta que regresara.
Massingham pregunto:
– ?Que le conto lady Ursula?
– Todo lo que sabe, que no es mucho. Me dijo que los habian degollado y que el arma habia sido la navaja de sir Paul.
Dalgliesh habia pedido a Massingham que efectuara la mayor parte del interrogatorio. Esta aparente inversion de papel y categoria resultaba a menudo desconcertante para un sospechoso, pero no para este. O bien Halliwell se sentia demasiado confiado, o bien demasiado preocupado para que le turbaran esas trivialidades. Dalgliesh tuvo la impresion de que, de los dos, era Massingham el que, inexplicablemente, se mostraba menos dueno de si mismo. Halliwell, que contestaba a sus preguntas con lo que parecia una lentitud deliberada, practicaba el extrano y desconcertante truco de clavar sus ojos oscuros en el interrogador como si quien realizara el interrogatorio fuese el, como si fuera el el que tratara de explorar una personalidad desconocida y escurridiza.
Admitio que sabia que sir Paul utilizaba una navaja barbera; todas las personas de la casa lo sabian. Sabia que guardaba su dietario en el cajon superior de la derecha. No era un dietario privado. Sir Paul llamaba a veces y pedia a la persona que contestaba al telefono que le confirmara la hora de alguna cita. Habia una llave para aquel cajon, que solia encontrarse en la cerradura del mismo. A veces, sir Paul cerraba el cajon y se llevaba la llave consigo, pero esto no era usual. Era uno de aquellos detalles que cualquiera llegaba a conocer si vivia o trabajaba en una casa. Sin embargo, no pudo recordar cuando habia visto por ultima vez las navajas o el dietario, y no se le habia dicho que sir Paul visitaria la iglesia aquella noche. No le era posible decir si alguna otra persona de la casa lo sabia, pues nadie le habia hecho mencion de esta cuestion.
Al preguntarle por sus movimientos durante el dia, dijo que se habia levantado alrededor de las seis y media y habia salido para practicar media hora de marcha atletica en Holland Park, antes de prepararse un huevo pasado por agua para desayunar. A las ocho y media habia entrado en la casa para preguntar si habia alguna tarea que la senorita Matlock quisiera encomendarle. Esta le habia entregado una lampara de sobremesa y una tetera electrica para arreglar. Despues habia ido a buscar a la senora Beamish, la podologa de lady Ursula, que vivia en Parsons Green y ya no conducia. Era una visita regular el tercer martes de cada mes. La senora Beamish tenia mas de setenta anos y lady Ursula era la unica paciente a la que ella atendia ahora. La sesion termino a las once y media, y, seguidamente, acompano a la senora Beamish a su casa y volvio para conducir a lady Ursula a un almuerzo que habia concertado con una amiga, la senora Charles Blaney, en el University Women's Club. Habia aparcado el coche cerca del club, y, despues de almorzar en una taberna solitaria, regreso a las tres menos cuarto para llevarlas a las dos a una exposicion de acuarelas en Agnew's. Despues las dejo en el Savoy para tomar el te y, seguidamente, regreso a Campden Hill Square, pasando por Chelsea, donde la senora Blaney se apeo ante su casa. El y lady Ursula llegaron al numero sesenta y dos a las cinco y treinta y tres minutos. Podia recordar con exactitud la hora, porque la miro en el reloj del coche. Estaba acostumbrado a organizar su vida en funcion del tiempo. Ayudo a lady Ursula a entrar en la casa, metio despues el Rover en el garaje y paso el resto de la velada