– O a Halliwell ofreciendo a Swayne una coartada, a menos que no tuviera mas remedio que hacerlo. Aqui no juega el carino, pues el desprecia a ese hombre. A proposito, yo sabia que habia visto antes a Swayne en algun lugar. Ahora acabo de recordarlo. Fue en aquella funcion en el Coningsby Theatre de Campden Town, hace un ano. La obra era El garaje. En realidad, los actores construian un garaje en el escenario. En el primer acto lo montaban todo, y en el segundo lo derribaban.

– Yo creia que se trataba de una tienda para celebrar una boda.

– Sera otra obra, senor. Swayne hacia el papel de un psicopata del pueblo, uno de la pandilla que derribaba el garaje al final. Por consiguiente, debe de tener carnet de actor.

– ?Y que impresion le causo como actor?

– Dinamico, pero poco sutil. En realidad, no puedo considerarme buen juez, pues yo prefiero el cine. Solo fui porque Emma estaba haciendo entonces su cursillo cultural. La obra era muy simbolica. Se suponia que el garaje representaba a Gran Bretana, o al capitalismo, o al imperialismo, o tal vez la lucha de clases. No estoy seguro de que lo supusiera el propio autor. Cabia pronosticar que iba a ser un gran exito de critica. Nadie hablaba alli una sola frase coherente y una semana mas tarde yo ya no podia recordar ni una palabra del dialogo. En el segundo acto, habia una pelea bastante movida. Swayne sabe moverse en este sentido. Sin embargo, darle coces a la pared de un garaje no es el entrenamiento mas apropiado para rajar una garganta. No puedo ver a Swayne como asesino, al menos como ese asesino que andamos buscando.

Eran los dos detectives experimentados y conocian la importancia de mantener, en esa etapa, un nivel racional en sus investigaciones, de concentrarse en los hechos fisicos y demostrables. ?Cual de los sospechosos tiene los medios, la oportunidad, los conocimientos, la fuerza fisica, el motivo? No resultaba productivo en esta fase temprana de la investigacion empezar a preguntarse: ?Tiene este hombre la crueldad, los nervios, la desesperacion, la capacidad psicologica para cometer este crimen en particular? Y sin embargo, seducidos por la fascinacion de la personalidad humana, casi siempre lo hacian.

VI

En el pequeno dormitorio posterior del segundo piso del cuarenta y nueve de Crowhurst Gardens, la senorita Wharton yacia despierta, con el cuerpo rigido y mirando a la oscuridad. Sobre el duro colchon, su cuerpo se sentia extranamente caliente y pesado, como si lo hubieran llenado de plomo. Incluso darse la vuelta en busca de una postura mas comoda representaba un esfuerzo excesivo. No esperaba dormir profundamente, pero habia procedido a todas sus rutinas nocturnas con la obstinada esperanza de que adherirse a aquellos pequenos y reconfortantes rituales enganaria a su cuerpo y lo induciria al sueno, o al menos a una quietud reparadora: la lectura de un capitulo de las Escrituras prescrita en su libro de devociones, la leche caliente, la galleta digestiva como indulgencia final de la jornada. Nada de esto habia dado resultado. El fragmento del Evangelio de San Lucas era la parabola del buen pastor. Era uno de sus predilectos, pero esta noche lo habia leido con una mente aguzada, perversamente inquisitiva. ?Que era, despues de todo, el oficio de pastor? Tan solo ocuparse de las ovejas, procurar que estas no se escaparan para poder ser marcadas, esquiladas y despues sacrificadas. Sin la necesidad de su lana, de su carne, no habria ningun trabajo para el pastor.

Mucho despues de haber cerrado su Biblia, permanecio rigida durante lo que parecia ser una noche interminable, con su mente revolviendose y retorciendose como un animal atormentado. ?Donde estaba Darren? ?Como estaba el nino? ?Quien se aseguraba de que no pasara una noche sin consuelo o presa de temores? No parecia demasiado afectado por el horror de aquella espantosa escena, pero con un nino nunca se sabia. Y era culpa de ella que les hubiesen separado. Ella habria debido insistir en saber donde vivia, en conocer a su madre. El nunca le habia hablado de su madre y, cuando ella le pregunto por ella, se encogio de hombros sin contestar. Ella no queria presionarlo en este sentido. Tal vez pudiera saber de el a traves de la policia. Sin embargo, ?podia molestar al comandante Dalgliesh, cuando este se encontraba ante dos asesinatos que resolver?

Y la palabra «asesinato» le produjo una nueva ansiedad. Habia algo que ella debia recordar, pero no le era posible hacerlo, algo que debiera haber explicado al comandante Dalgliesh. Este la habia interrogado brevemente, con amabilidad, sentandose junto a ella en una de las sillas bajas del rincon de los ninos en la iglesia, como si no le importara, incluso como si no lo advirtiera, el extrano aspecto que esta posicion conferia a su alta figura. Ella habia tratado de mantenerse tranquila, precisa, diligente, pero sabia que habia lagunas en su memoria, y que habia algo que el horror de aquella escena habia borrado. Pero ?que podia ser? Era algo pequeno, posiblemente insignificante, pero el habia dicho que ella debia contarle todos los detalles, por triviales que pudieran parecer.

Pero ahora afloraba otra preocupacion todavia mas inmediata. Necesitaba ir al retrete. Encendio la luz junto a su cama, busco sus gafas y echo un vistazo al reloj que dejaba oir su quedo tictac sobre su mesita de noche. Solo eran las dos y diez. No le era posible esperar hasta que despuntara el dia. Aunque disponia de su propia sala de estar, su dormitorio y su cocina, la senorita Wharton compartia el cuarto de bano con los McGrath, que vivian en la planta baja. La instalacion de fontaneria era anticuada y, si se veia obligada a utilizar el water por la noche, la senora McGrath se quejaria a la manana siguiente. La alternativa consistia en utilizar su orinal, pero este habia de ser vaciado y toda la manana estaria dominada por sus ansiosas exploraciones en busca del momento mas oportuno para llevarlo hasta el retrete, sin topar con los ojos severos y despreciativos de la senora McGrath. En cierta ocasion, se encontro con Billy McGrath en la escalera, llevando ella el orinal, tapado, en su mano. Aquel recuerdo todavia hacia que le ardieran las mejillas, Sin embargo, habria de utilizarlo. La noche era todavia tan tranquila que no podia osar quebrantar su paz con cascadas de agua corriente, acompanadas por aquellos largos estremecimientos y gargarismos en la tuberia.

La senorita Wharton ignoraba por que les caia tan mal a los McGrath, por que su inofensiva amabilidad habia de resultarles tan provocativa. Procuraba mantenerse fuera de su camino, aunque esto no fuese facil, ya que compartian la misma puerta principal y el mismo estrecho pasillo de entrada. Les habia explicado la primera visita de Darren a su habitacion, diciendoles que su madre trabajaba en Saint Matthew. Esta mentira, proferida con panico, parecia haberles satisfecho y, mas tarde, ella tomo la resolucion de borrarla de su mente, puesto que apenas merecia ser incluida en sus idas y venidas que habia muy escaso riesgo de que ellos pudieran interrogarle. Era como si el nino presintiera que los McGrath eran enemigos, a los que valia mas evitar en vez de salir a su encuentro. Ella trataba de propiciarse a la senora McGrath con unas muestras desesperadas de urbanidad, e incluso con pequenas gentilezas, como apartar del sol sus botellas de leche en verano, o dejarle un tarro de mermelada o confitura casera ante su puerta, cuando regresaba de la feria navidena de Saint Matthew. Pero estos signos de debilidad solo parecian aumentar la enemistad de ellos, y la senorita Wharton sabia, en el fondo de su corazon, que nada podia hacerse al respecto. La gente, como los paises, necesitaba a alguien mas debil y mas vulnerable, a quien poder tiranizar y despreciar. Asi estaba hecho el mundo. Mientras sacaba cuidadosamente el orinal que habia debajo de la cama y se situaba en cuclillas sobre el, con los musculos tensos, tratando de regular y silenciar el chorro, penso una vez mas cuanto le hubiera gustado tener un gato. Pero el jardin, veinte metros de hierba sin cuidar, ondulado como un campo, rodeado por un borde casi desaparecido de rosales sin cuidar, y de arbustos maltrechos y sin flores, pertenecia a los de la planta baja. Los McGrath jamas le permitirian hacer uso de el, y no seria justo mantener un gato encerrado toda la noche y todo el dia en sus dos pequenas habitaciones.

A la senorita Wharton la habian ensenado en su infancia mediante el miedo, y esta es una leccion que los ninos nunca dejan de aprender. Su padre, maestro en una escuela elemental, habia conseguido mantener una precaria tolerancia en el aula, mediante una tirania compensadora en su propio hogar. Su esposa y sus tres hijos le temian. Sin embargo, este temor compartido no habia logrado que los ninos se unieran mas entre si. Cuando, con su irracionalidad usual, el elegia a uno de los hijos para dar rienda suelta a su enojo, los otros hermanos observaban, cada uno en los ojos avergonzados del otro, su sensacion de alivio al verse exentos del castigo. Aprendieron a mentir para protegerse, y se les pegaba por decir mentiras. Aprendieron a sentir temor, y se les castigaba por su cobardia. Y, sin embargo, la senorita Wharton conservaba en su mesilla de noche una fotografia de sus padres, con un marco de plata. Jamas culpaba a su padre por su desdicha pasada o presente. Habia aprendido bien su leccion. Se culpaba a si misma.

Estaba ahora virtualmente sola en el mundo. Su hermano menor, John, al que ella se habia sentido mas proxima, mas fuerte psicologicamente que sus hermanos, se las habia arreglado mejor. Sin embargo, John habia

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