muerto, quemado vivo en la torreta posterior de su bombardero Lancaster, el dia antes de cumplir sus diecinueve anos. La senorita Wharton, misericordiosamente ignorante de aquel infierno de acero en el que John habia muerto gritando, habia logrado idealizar su muerte con la pacifica imagen de una sola bala alemana que encontro el corazon de aquel joven y palido guerrero, que seguidamente descendio hacia el suelo con la mano apoyada todavia en su ametralladora. Su hermano mayor, Edmund, habia emigrado a Canada despues de la guerra, y ahora, divorciado y sin hijos, trabajaba como oficinista en una pequena ciudad del norte, cuyo nombre ella nunca recordaba, puesto que el rara vez escribia.
Deslizo de nuevo el orinal debajo de la cama, despues se puso la bata y, descalza, atraveso el estrecho pasillo para entrar en su salita de estar y situarse junto a su unica ventana. En la casa reinaba un profundo silencio. Bajo los faroles, la calle discurria como un rio fangoso entre las orillas formadas por coches aparcados. Aunque la ventana estuviera cerrada, podia oir el apagado rugido del trafico nocturno a lo largo de Harrow Road. Era una noche de nubes bajas, tenidas de rojo por el resplandor de la inquieta ciudad. A veces le parecia a la senorita Wharton, cuando contemplaba aquella semioscuridad espectral, que Londres habia sido construido sobre carbon y que este carbon ardia perpetuamente, como si el infierno, sin que nadie lo reconociera, lo rodease por completo. A la derecha, perfilado contra aquel resplandor turbulento, se alzaba el campanario de Saint Matthew. Generalmente, su vision la reconfortaba. Era un lugar donde a ella se la conocia, se le apreciaban los pequenos servicios que podia prestar, donde se mantenia continuamente ocupada, distraida, protegida, y como en su casa. Pero ahora aquella torre delgada y extrana, desnuda frente al cielo enrojecido, era un simbolo de horror y de muerte. ?Y como podria enfrentarse ahora a aquel paseo, dos veces por semana, hasta Saint Matthew, siguiendo el camino de sirga? El camino le habia parecido hasta entonces misteriosamente exento de los terrores de las calles de la ciudad, exceptuando aquellos breves trayectos bajo los puentes. Incluso en la manana mas oscura, caminaba hasta alli gozosamente libre de todo temor. Y en los ultimos meses habia tenido la compania de Darren. Pero ahora Darren se habia ido, toda seguridad habia desaparecido, y el camino de sirga estaria siempre resbaladizo a causa de una sangre imaginaria. Al volver a la cama, su mente revoloteo sobre los tejados hasta la sacristia pequena. Estaria vacia ya, desde luego. La policia habria retirado los cadaveres. Antes de marcharse ella, ya estaba aparcado alli aquel furgon negro y sin ventanas. Ahora, alli no habia nada, excepto aquellas manchas de sangre de color marron en la alfombra… ?o acaso se las habrian llevado tambien? Nada, excepto el vacio y la oscuridad y el olor de la muerte, excepto en la capilla de Nuestra Senora, donde todavia arderia la luz del santuario. Se pregunto si tambien llegaria a perder eso. ?Era esto lo que el asesinato les hacia a los inocentes? ?Llevarse a las personas que estos amaban, llenar de terror sus mentes, dejarlos abandonados y desconsolados bajo un cielo con resplandor de rescoldos?
VII
Habian dado ya las once y media cuando Kate Miskin cerro la puerta del ascensor detras de ella y abrio con la llave la cerradura de seguridad de su apartamento. Queria esperar en el Yard hasta que Dalgliesh y Massingham regresaran de su visita a Halliwell, pero el jefe le sugirio que ya era hora de dar por terminada la jornada, y en realidad poco mas podia hacer ella, o cualquier otra persona, hasta la manana. Si el jefe tenia razon, y Berowne y Harry Mack habian sido asesinados los dos, ella y Massingham bien podian encontrarse trabajando regularmente jornadas de dieciseis horas. Tal vez mas. Era una posibilidad que no temia, pues ya lo habia hecho en otras ocasiones. Al encender la luz y cerrar con doble vuelta la puerta a su espalda, le choco el pensamiento extrano, tal vez incluso reprensible, de que esperaba que su jefe tuviera razon. Despues, casi inmediatamente, se absolvio mediante la reconfortante explicacion de costumbre. Tanto Berowne como Harry estaban muertos y nada podia volverlos a la vida. Y si sir Paul Berowne no se habia degollado por su propia mano, el caso prometia ser tan fascinante como importante, y no solo para ella personalmente, sino tambien para sus posibilidades de promocion. Se habia formado una cierta oposicion contra la creacion, en el CI, de una brigada especial para investigar delitos graves a los que se considerase como politica o socialmente delicados, y ella hubiera podido nombrar a varios oficiales superiores que no lamentarian que este caso, el primero de la brigada, se convirtiera finalmente en una tragedia corriente de asesinato seguido por suicidio.
Entro en su piso, como siempre, con la sensacion de satisfaccion que le daba el regreso a su casa. Llevaba poco mas de dos anos viviendo en Charles Shannon House. Comprar el piso mediante una hipoteca cuidadosamente calculada habia sido su primer paso en un proceso ascendente y debidamente planeado, que con el tiempo podia llevarla hasta uno de los almacenes reconvertidos junto al Tamesis, con amplios ventanales sobre el rio, enormes habitaciones con sus vigas desnudas y una vista distante de Tower Bridge. Pero esto era el comienzo. Ella disfrutaba con su piso, y a veces habia de reprimirse para no empezar a recorrerlo, tocando las paredes y los muebles, como para asegurarse de su propia realidad.
El piso, una larga sala de estar con un estrecho balcon de barandilla de hierro y que abarcaba toda su anchura, dos pequenos dormitorios, una cocina, un cuarto de bano y un cuarto de aseo aparte, se encontraba en la planta mas alta de un edificio Victoriano, cerca de Holland Park Avenue. Habia sido construido a principios de la decada de 1860, para facilitar estudios destinados a artistas y disenadores del movimiento, entonces en auge, de las artes y los oficios, y un par de placas azules conmemorativas sobre la puerta atestiguaban su interes historico. Sin embargo, en el aspecto arquitectonico carecia de todo merito; era una aberracion de ladrillo amarillento londinense implantada entre la elegancia estilo Regencia que lo rodeaba, inmensamente alto, almenado y tan incongruente como un castillo Victoriano. Los imponentes muros, perforados por numerosas ventanas talladas y de extranas proporciones, y surcados en zigzag por escaleras metalicas de seguridad, se alzaban hasta un tejado coronado por hileras de chimeneas entre las cuales brotaba toda una variedad de antenas de television, algunas de ellas fuera de uso desde hacia largo tiempo.
Era el unico lugar que ella jamas habia considerado como un hogar. Era hija ilegitima y habia sido criada por una abuela materna que estaba a punto de cumplir los sesenta anos cuando ella nacio. Su madre habia muerto a los pocos dias de nacer ella, y solo la conocia como un rostro delgado y muy serio en la primera fila de una fotografia de alumnas de la escuela, un rostro en el que ella no podia reconocer ninguna de sus vigorosas facciones. Su abuela nunca le habia hablado de su padre, y ella supuso que su madre jamas habia divulgado la identidad de el. Carecia de padre incluso en su apellido, pero hacia largo tiempo que esto habia dejado de preocuparla, suponiendo que lo hubiera hecho alguna vez. Aparte de las fantasias inevitables de la primera infancia, cuando imaginaba a su padre buscandola, no habia experimentado ninguna necesidad apremiante de averiguar sus raices. Dos lineas de Shakespeare, que recordaba a medias y que habia encontrado al abrir casualmente el libro en la biblioteca de la escuela, se convirtieron para ella en la filosofia con la que pretendia vivir.
«Que importa lo que ocurrio antes o despues, si conmigo voy a empezar y a terminar.»
Habia optado por no amueblar su piso siguiendo un estilo clasico. Le interesaba poco el pasado, ya que toda su vida habia sido una pugna por librarse de el, para forjarse un futuro amoldado a sus propias necesidades de orden, seguridad y exito. Durante un par de meses, vivio tan solo con una mesa plegable, una silla y un colchon en el suelo, hasta que ahorro el dinero suficiente para comprarse el mobiliario moderno, austero y bien disenado, que a ella le gustaba: el sofa y dos butacas tapizadas en cuero autentico, la mesa de comedor y cuatro sillas de madera de olmo pulimentada, la libreria a medida que cubria completamente una pared, y la brillante y bien disenada cocina que contenia el minimo de utensilios y vajilla necesarios, sin nada que resultara superfluo. El piso era su mundo privado, inviolable por parte de sus colegas de la policia. Solo admitia en el a su amante, y cuando Allan cruzo por primera vez aquella puerta, sin mostrar curiosidad ni el menor asomo de amenaza, cargado como siempre con su bolsa de plastico llena de libros, incluso su amable presencia parecio por un momento una peligrosa intrusion.
Se sirvio dos dedos de whisky, lo mezclo con agua y despues abrio la cerradura de seguridad de la estrecha puerta que comunicaba la sala de estar con el balcon. El aire penetro, fresco y limpido. Cerro la puerta y se quedo, con el vaso en la mano, apoyada en la pared de ladrillo y contemplando la parte este de Londres. Un bajo banco de nubes espesas habia absorbido el resplandor de las luces de la ciudad y se cernia, con su color carmesi mas bien palido, como una pincelada de color cuidadosamente trazada junto al intenso negro azulado de la noche. Habia una leve brisa, la suficiente para agitar las ramas de los grandes limeros que flanqueaban Holland Park Avenue, y para hacer vibrar las antenas de television que brotaban, como fragiles y exoticos fetiches, de la