cuadricula de tejados que se extendia quince metros mas abajo. Al sur, los arboles de Holland Park eran una masa negra recortada ante el cielo, y mas alla el campanario de la iglesia de Saint John brillaba como un distante espejismo. Era uno de los placeres de aquellos momentos, contemplar como la torre parecia moverse, a veces tan cercana que le daba la impresion de que le bastaria con alargar una mano para tocar sus asperas piedras, y otras veces, como esta noche, tan distante e insustancial como una vision. Mucho mas alla, a su derecha, bajo los altos faroles, la avenida se extendia hacia el oeste, aceitosa como un rio de materia fundida, transportando su interminable cargamento de coches, camiones y rojos autobuses. Ella sabia que en otro tiempo habia sido la vieja carretera romana que salia, en direccion oeste, directamente desde Londinium, y su constante rugido llegaba hasta ella quedamente, como el rumor de un mar lejano.

Cualquiera que fuese la epoca del ano, excepto en los peores dias invernales, esta era su costumbre nocturna. Se servia un whisky, Bell's, y salia con el vaso en la mano para entregarse a estos minutos de contemplacion, como si fuese, pensaba, una prisionera enjaulada que quisiera asegurarse de que la ciudad seguia alli. Sin embargo, su pequeno piso no era una prision, sino mas bien la afirmacion fisica de una libertad duramente conseguida y celosamente conservada. Habia escapado de la finca, de su abuela, de aquel apartamento de mezquinas proporciones, sucio y ruidoso, en la septima planta de unos edificios de la posguerra, los Ellison Fairweather Buildings, un monumento a un concejal local apasionadamente dedicado, como la mayoria de los de su clase, a la destruccion de pequenas calles de barrio y a la construccion de monumentos de doce pisos al orgullo fisico y a la teoria sociologica. Habia huido de los gritos, de los graffiti, de los ascensores averiados, del hedor a orina. Recordaba la primera tarde de su escapada, el ocho de junio, hacia mas de dos anos. Se habia colocado donde estaba ahora y habia vertido su whisky como una libacion, contemplando el momentaneo arco de luz liquida que caia entre los barrotes de la barandilla, y diciendo en voz alta: «Que te jodan, concejal, Fairweather de mierda. Bienvenida sea la libertad».

Y ahora seguia verdaderamente su propio camino. Si habia tenido exito en ese nuevo trabajo, todo, o casi todo, era posible. Tal vez no fuera tan sorprendente que el jefe eligiera al menos una mujer para su brigada. Sin embargo, no era hombre que hiciera gestos rutinarios de cara al feminismo, ni a ninguna otra causa que estuviera de moda. La habia elegido a ella porque necesitaba una mujer en la brigada, y porque conocia su hoja de servicios, y sabia que podia confiar en ella para realizar una buena tarea. Mientras contemplaba Londres, sintio que la confianza corria a traves de sus venas, vigorosa y dulce como la primera respiracion consciente de la manana. El mundo que se extendia debajo de ella era un mundo en el que se encontraba a sus anchas, una parte de aquel denso y excitante conglomerado de poblaciones urbanas que formaban el distrito de la Policia Metropolitana. Lo imaginaba extendiendose mas alla de Notting Hill Gate, mas alla de Hyde Park y la curva del rio, pasadas las torres de Westminster y el Big Ben, cubriendo brevemente aquella anomalia que era la zona de la City para la Policia de Londres, y despues hacia los suburbios orientales, hasta la frontera con la Policia de Essex. Conocia, casi metro a metro, el recorrido de esa frontera. Asi veia ella la capital, dividida en zonas policiales, distritos, divisiones y subdivisiones. E inmediatamente debajo de ella estaba Notting Hill, aquella poblacion vigorosa, diversa, exuberantemente cosmopolita, adonde la habian enviado a ella despues de salir de la escuela de adiestramiento preliminar. Podia recordar cada ruido, cada color y cada olor tan vivamente como en aquella calurosa noche de agosto, ocho anos antes, cuando aquello sucedio, el momento en que ella supo que su eleccion habia sido acertada y que este era su trabajo.

Habia estado patrullando a pie en Notting Hill, con Terry Read, en la noche de agosto mas calurosa que podia recordar. Un chiquillo, casi chillando de pura excitacion, corrio hacia ellos y, tembloroso, senalaba hacia una casa cercana. Volvia a verlo todo: el grupo de asustados vecinos al pie de la escalera, los rostros brillantes a causa del sudor, las camisas manchadas y pegadas a los cuerpos febriles, y el olor a humanidad acalorada y sin lavar. Y, dominando los murmullos, una voz ronca procedente de arriba y que gritaba una protesta ininteligible. El chiquillo explico:

– Tiene un cuchillo, senorita. George trato de quitarselo, pero el lo amenazo. ?Verdad, George?

Y George, palido, pequeno, semejante a una comadreja acurrucada en un rincon, contesto:

– Si, eso es.

– Y tiene a Mabelle con el, a Mabelle y a la cria.

Una mujer murmuro:

– Dios santo, se ha llevado a la cria.

Se apartaron para dejarla pasar, a ella y a Terry. Ella pregunto:

– ?Como se llama el?

– Leroy.

– ?Y su apellido?

– Price. Leroy Price.

El vestibulo estaba oscuro y la habitacion, abierta, puesto que la cerradura habia sido destrozada, estaba todavia mas oscura. La unica luz se filtraba a traves de un trozo de alfombra clavado sobre la ventana. Pudo ver, en aquella semioscuridad, el manchado colchon doble en el suelo, una mesa plegable, dos sillas, una de ellas volcada. Olia a vomito, a sudor y a cerveza, pero sobre ello predominaba el intenso olor grasiento a pescado y patatas fritas. Junto a la pared se habia agazapado una mujer, con una criatura en sus brazos.

Ella dijo con voz suave:

– No pasa nada, senor Price. Entregueme ese cuchillo. Usted no quiere hacerles ningun dano. Es su hijita. No quiere hacer dano a ninguna de ellas. Yo se lo que ocurre: hace demasiado calor y se siente usted abrumado. A todos nos ocurre lo mismo.

Lo habia visto antes, tanto fuera de la ciudad como patrullando por ella, aquel momento en que la carga de frustracion, desesperacion y miseria resultaba de pronto demasiado pesada y la mente explotaba en una anarquia de protestas. Ciertamente, el hombre se sentia abrumado. Demasiadas facturas sin pagar y que no podrian pagarse, demasiadas preocupaciones, demasiadas exigencias, demasiada frustracion y, desde luego, demasiado alcohol. Se habia acercado a el sin hablar, aguantando tranquilamente su mirada, alargando la mano para que le entregase el cuchillo. No sentia ningun miedo, tan solo el temor de que a Terry se le ocurriera entrar violentamente. No se oia el menor rumor; el grupo al pie de la escalera guardaba un silencio glacial y la calle habia alcanzado uno de aquellos extranos momentos de quietud que a veces se apoderan incluso de los barrios mas estruendosos de Londres. Solo podia oir su propia y acompasada respiracion, y el aspero jadeo del hombre. Despues, con un violento sollozo, este dejo caer el cuchillo y se lanzo a sus brazos. Ella le retuvo entre ellos, murmurando como hubiera hecho con un nino, y todo termino.

Habia desempenado con creces el papel de Terry en el caso y el se lo habia permitido. Sin embargo, la vieja Moll Green, jamas ausente cuando habia una probabilidad de emociones y la esperanza de derramamiento de sangre, era una de las personas que esperaban, con los ojos brillantes, al pie de la escalera. El martes siguiente, Terry la detuvo por llevar encima hachis; forzoso era reconocer que la provocacion de ella habia sido menor, pero Terry andaba un poco retrasado en la cuota semanal de arrestos que se habia impuesto a si mismo. Moll, ya fuese motivada por un inesperado impulso de solidaridad femenina, o por una repulsa contra todos los hombres en general y Terry en particular, dio su propia version del incidente al sargento del puesto. Poco se le dijo despues a Kate al respecto, pero si lo suficiente para que comprendiera que la verdad se sabia, y que su reserva no le habia ocasionado ningun perjuicio. Y ahora se pregunto, por unos momentos, que habria sido de aquel hombre, de Mabelle y de la nina. Por primera vez, le choco que, una vez terminado el incidente y redactado su parte, jamas hubiera concedido a ninguno de ellos ni un solo pensamiento.

Entro de nuevo, cerro la puerta y corrio las gruesas cortinas de lino, y despues telefoneo a Alan. Habian planeado ir a ver una pelicula la noche siguiente, pero esto ya no seria posible. Era inutil trazar planes hasta que el caso hubiera concluido. El acepto la noticia con calma, como siempre hacia, cuando ella habia de cancelar una cita. Una de las muchas cosas que a ella le agradaban en el era que nunca se enfadaba. Esta vez, Allan dijo:

– Parece ser, pues, que la cena del proximo jueves tampoco sera posible.

– Es posible que para entonces hayamos terminado, pero no lo creo probable. Sin embargo, dejemos el plan abierto y, si es necesario, te llamare para anularlo.

– De acuerdo, te deseo mucha suerte en el caso. Espero que no sea un trabajo de amor perdido.

– ?Como?

– Lo siento. Berowne es el nombre de un noble en la obra de Shakespeare. En realidad, es un nombre poco usual y muy interesante.

– Fue una muerte poco usual y muy interesante. Espero verte el jueves proximo, alrededor de las ocho.

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