para llenarlo con provisiones solo para la semana siguiente, aunque casi siempre topaba con una queja que ya resultaba familiar:
– Yo no puedo comer esas porquerias. Yo quiero hacer mi propia compra. Quiero salir de aqui.
Le habia pagado la instalacion del telefono y habia ensenado a su abuela a no temer aquel aparato. Se habia puesto en contacto con las autoridades locales y habia logrado que se hiciera una visita semanal a su abuela para limpiarle el piso. De buena gana lo habria hecho ella misma, si su abuela hubiera tolerado semejante interferencia. Estaba dispuesta a asumir cualquier molestia, a gastar el dinero que fuese, con tal de evitar que su abuela viviera con ella en Charles Shannon House. Pero esto, bien lo sabia, era el objetivo que la anciana, aliada con su asistenta social, perseguia inexorablemente para lograr que ella lo aceptara. Y ella no podia hacerlo. No podia prescindir de su libertad, de las visitas de Allan, de la habitacion extra donde pintaba, de su intimidad y paz al finalizar la jornada, en aras del impedimento de una anciana, del ruido incesante de la television, del desorden, del olor a vejez y a fracaso, el olor de los Ellison Fairweather Buildings, de la infancia, del pasado. Y ahora, mas que nunca, eso era imposible. Ahora, con su primer caso en la nueva brigada, necesitaba ser libre.
Se apodero de ella un sentimiento de envidia y de enojo contra Massingham. Aunque este tuviera una docena de parientes dificiles y exigentes, ninguno esperaria que el se doblegara jamas. Y si ella se viera en la necesidad de sacarse unas horas de sus tareas, el seria el primero en senalar que, cuando las cosas se ponian realmente dificiles, no era posible confiar en una mujer.
VIII
En su dormitorio del segundo piso, Barbara Berowne yacia sobre unos cojines y contemplaba la pantalla del televisor instalado en la pared opuesta a su cama con baldaquin pero sin cortinajes. Estaba esperando la ultima pelicula de la noche, pero habia encendido el televisor apenas se acosto, y ahora este le ofrecia los ultimos diez minutos de un debate politico. Habia bajado el volumen hasta el punto de que no oia nada, pero seguia mirando fijamente aquellas bocas incansables como si leyera los movimientos de los labios. Recordaba como se habia apretado la boca de Paul en una mueca de desaprobacion cuando vio por primera vez el televisor instalado en su placa giratoria, excesivamente grande, estropeando la pared y reduciendo a un tamano insignificante las dos acuarelas de Cotman con la Catedral de Norwich, a cada lado del mismo. Sin embargo, no hizo ningun comentario, y ella se dijo para sus adentros, desafiante, que no le importaba. Pero ahora podia ver la ultima pelicula sin la molesta sensacion de que el se encontraba en la habitacion contigua, tal vez echado y sin dormir, en una rigida desaprobacion, oyendo los gritos y los disparos del film como si fueran las ruidosas manifestaciones de la guerra mas sutil y no declarada que existia entre los dos. Tambien le desagradaba su desorden, una protesta inconsciente contra la impersonalidad, la obsesiva pulcritud del resto de la casa. A la luz de la lampara junto a su cama, contemplo impavida el caos de la habitacion: las ropas esparcidas alli donde las habia dejado caer, el brillo de su bata de saten a los pies de la cama, la blusa gris abierta como un abanico sobre una silla, sus bragas depositadas como una palida sombra en la alfombra, su sujetador colgado por una de sus tiras en el tocador. Echado alli casualmente, tenia el aspecto de una prenda necia e indecente, moldeada y cortada con precision y con un aspecto quirurgico, a pesar de todos sus encajes y refinamientos. Sin embargo, Mattie lo arreglaria todo por la manana, recogeria su ropa interior para lavarla, y colgaria chaquetas y faldas en el armario guardarropa. Y ella permaneceria en la cama, con la bandeja del desayuno sobre las rodillas y contemplaria aquella actividad; despues se levantaria, se banaria, se vestiria y se enfrentaria al mundo, inmaculada como siempre.
Habia sido la habitacion de Anne Berowne y ella se instalo alli despues de su matrimonio. Paul sugirio que cambiaran de dormitorio, pero ella no vio razon alguna para dormir en una habitacion mas pequena, inferior, privada de la vista del jardin de la plaza, simplemente porque aquella habia sido la cama de Anne. Primero habia sido la habitacion de Anne, despues la de Paul y ella, mas tarde fue solamente suya, pero siempre sabiendo que el dormia al otro lado de la puerta. Y ahora era absolutamente suya. Recordo aquella tarde en que por primera vez se encontraron juntos en el dormitorio despues de casarse, y la voz de el, tan formal que ella apenas la reconocio. Era como si estuviera ensenando la casa a un presunto comprador.
– Puede interesarte elegir unos cuadros; hay unos cuantos en el salon pequeno. A Anne le agradaban las acuarelas y la luz es aqui propicia para ellas, pero no es necesario que las conserves.
A ella no le importaban aquellas pinturas que le parecieron mas bien unos paisajes ingleses insulsos e insignificantes, obra de unos pintores que, al parecer, Paul creia que ella debiera reconocer. Seguian sin importarle, y ni siquiera valia la pena cambiarlas, pero desde su primer acto de posesion, el dormitorio parecio adquirir una personalidad diferente: mas blanda, mas lujosa, mas perfumada y femenina. Y, gradualmente, se lleno como si fuera una tienda de antiguedades indiscriminadamente abastecida. Habia recorrido la casa y habia trasladado a su habitacion aquellos muebles, aquellos objetos disparatados de los que se habia encaprichado, como si violara obsesivamente la casa, sin dejar espacio para aquellos espectros repudiados pero insidiosos. Un jarron Regencia de dos asas bajo una campana de cristal y lleno de flores multicolores elaboradamente confeccionadas a base de conchas, una arquilla Tudor de madera y bronce dorado, decorada con ovalos de porcelana con pastores y pastoras, un busto de John Soane sobre un pedestal de marmol, una coleccion de tabaqueras del siglo XVIII, sacadas de su vitrina y que ahora estaban esparcidas sobre el tocador. Sin embargo, todavia habia fantasmas, fantasmas vivientes, voces en el aire que ningun objeto, por mas que fuese deseado, tenia poder para exorcizar. Reclinada en aquellas almohadas perfumadas, volvia a encontrarse en su cama de mimbre, una nina de doce anos que yacia rigida y sin poder dormir, con las manos aferrando las ropas de la cama. Fragmentos de discusiones interminables oidas a medias a lo largo de semanas y meses, y despues solo comprendidas en parte, habian acudido a la vez formando un todo coherente, refinado por su imaginacion y ahora inolvidable. Primero, la voz de su madre:
– Creia que tu querias la custodia de los ninos. Tu eres su padre.
– ?Y dejarte a ti libre de responsabilidades, para que te diviertas en California? Oh, no, querida, tu eras la que querias tener hijos, y ahora te quedas con ellos. Supongo que Frank no regateara al encontrarse con un par de hijastros, ?verdad? Pues bien, ya los tiene. Espero que le gusten.
– Ellos son ingleses. Su lugar esta aqui.
– ?Que le dijiste a el? ?Que irias alli sin ningun fardo a cuestas? ?Un poco deteriorada, querido, pero libre por fin? El lugar de ellos esta junto a su madre. Incluso una perra tiene algun instinto maternal. Te los llevas o me opondre al divorcio.
– Dios mio, ?es que son tus hijos! ?No te importan? ?Es que no los quieres?
– Lo habria hecho si tu me lo hubieras permitido, y si se parecieran algo menos a ti. Tal como estan las cosas, me son totalmente indiferentes. Tu quieres libertad, y yo tambien.
– Esta bien, nos los repartiremos; yo me quedare con Barbie y tu con Dicco. El lugar de un nino es junto a su padre.
– Entonces, tendremos una dificultad. Seria mejor que consultaras al padre, es decir, si es que sabes quien fue. Te ruego que le entregues a Dicco. Yo no me interpondre en su camino. Si hubiera algo de mi en ese chico, lo habria reconocido. Es grotesco.
– ?Dios mio, Donald, eres un hijo de puta!
– Oh, no, querida, no soy yo el hijo de puta de esta familia.
Penso: «No escuchare, no recordare, no pensare en ello», y apreto el pulsador de volumen, permitiendo que aquellas voces roncas percutieran en sus oidos. No oyo abrir la puerta, pero de pronto hubo un rectangulo de luz palida y Dicco aparecio alli, con su batin hasta las rodillas y con sus rizados cabellos formando un halo enmaranado. Permanecio contemplandola en silencio y despues atraveso descalzo, la habitacion y los muelles de la cama vibraron al instalarse el junto a ella. Dicco pregunto:
– ?No puedes dormir?
Ella apago el televisor, sintiendo aquella sensacion familiar de culpabilidad.
– Estaba pensando en Silvia y en nuestro padre.
– ?Cual? ?Hemos tenido tantos!
– El primero. Nuestro padre de verdad.
– ?Nuestro padre de verdad? Nuestro padre de mentira, diras. Me pregunto si habra muerto ya. El cancer era demasiado bueno para el. No pienses en ellos, piensa en el dinero. Eso siempre es un consuelo. Piensa en ser