veian relojes solares, relojes de arena y clepsidras, otras dos medias cupulas en las puntas, mas pequenas, ornadas con bajorrelieves que mostraban simbolos astronomicos. Los Chevallier subieron la escalinata de la entrada principal y accedieron a la gran galeria central del edificio, banada por la luz difusa de los cristales coloridos de la media cupula principal. Entraron en la Galerie du Telescope y se maravillaron ante el largo tubo de la luneta gigante, eran sesenta metros de telescopio soportados por sucesivas columnas apoyadas en el suelo.

– Es el mayor del mundo -susurro Paul a los ninos despues de leer el placard con la informacion.

Subieron al balcon y lo miraron respetuosamente. El largo telescopio estaba en posicion horizontal y apuntaba a un siderostato de Foucault, un gran espejo, con dos metros de diametro, ligeramente inclinado hacia arriba, de tal modo que reflejaba los astros en la lente del telescopio.

Salieron contentos del Palais de l'Optique hablando de Jules Verne, mientras Paul contaba la iniciativa del Gun-Club descrita en De la terre a la lune y en Autour de la lune; los libros ya tenian treinta anos largos, pero, mon Dieu!, que actuales seguian siendo.

– Pero, papa, ?es realmente posible ir a la Luna? -pregunto Agnes.

– Monsieur Verne dice que si, y la verdad es que se esta desarrollando de tal modo la artilleria que un dia tal vez haya un canon capaz de lanzar una bala hasta la Luna. ?Por que no?

– ? Con personas dentro?

– Si, pero sera complicado. El principal problema es amortiguar el tiro, hacer que el impacto inicial no sea muy fuerte dentro de la bala. Eso tal vez sea posible a traves de un sistema de muelles. Despues hay que afinar bien la punteria, no se puede apuntar directamente a la Luna, seran necesarios muchos calculos matematicos para hacer que la bala y la Luna se encuentren en el mismo sitio al mismo tiempo.

– ?Y que comen ellos dentro de la bala? -intervino Michelle, curiosa por entender cual era la forma de impedir que la comida se estropease durante el viaje.

– Oh, eso es sencillo. Seria necesario llevar gallinas y pavos, que se irian matando segun las necesidades.

– Entonces, si eso es posible, ?por que no vamos? -quiso saber Agnes.

– Porque no existe aun un canon con esa potencia ni una bala concebida para ese proposito -explico Paul, acariciandole el pelo rizado-. Ademas, querida, hay que considerar otros problemas. ?Sabeis?, tal vez se pueda llegar a la Luna, pero volver ya es mas dificil, no hay alli canones capaces de lanzar la bala hacia la Tierra.

Se enredaron asi los seis conversando, divagando, sonadores. Rodearon distraidamente el Touring Club y el lago y, casi rozando un pilar de la Torre Eiffel, entraron en la gran alameda del Champ-de-Mars, pasaron de largo los kiosques a la musique, admiraron superficialmente las rosas, los tulipanes, las magnolias, las violetas y las margaritas que coloreaban los jardines y no se callaron hasta desembocar en el Palais de l'Electricite, una magnifica estructura de acero retorcido y arqueado, con un armazon cubierto de cristales, que mostraba entranas de hierro, espejos, columnas, arcos, curvas, arabescos, todo concentrado en una arquitectura que se habia transformado en un festin de metal, en una orgia de hierros, de cupulas acristala- das, de fachadas vistosas, envueltas en garridas banderas tricolores. Subieron al primer piso y se asombraron frente a los tubos de Geissler que se iluminaban, frente a los radiadores que emitian un calor sin lena, frente a las campanillas que sonaban sin cuerda, las lamparas incandescentes que derramaban luz sin velas, los theatrophones, los telegraphones, los telefonos incripteurs que registraban mensajes, los trenes en miniatura que circulaban en carriles minusculos. En realidad, todo aquello se revelaba como un extrano y desconcertante concierto electrico caoticamente dirigido por un maestro invisible y confuso.

El espectaculo del Cinematographe Lumiere estaba a punto de empezar y los seis se dirigieron deprisa a la Salle des Fetes, una enorme estructura metalica construida circularmente en el centro de la monumental Galerie des Machines, un pabellon de hierro construido para la Exposicion de 1889 con el proposito de celebrar el triunfo de la industria y de la tecnica y ahora considerado demode. Cuando llegaron al local, comprimido entre el Palais de l'Electricite y la Avenue de la Motte-Picquet, los Chevallier se encontraron con una enorme multitud que confluia para el mismo espectaculo, de modo que tuvieron que ha- cer cola para entrar en la galeria. La Machines era una gigantesca estructura de hierro y cristal con mas de cuatrocientos metros de largo, el porton y la boveda en arco, un espacio colosal en el interior. Un cartel anunciaba el estreno del primer Cinematographe Lumiere gigante y miles de personas se dirigian a la galeria para asistir al acontecimiento.

Los Chevallier entraron en la Salle des Fetes de la Machines por los dos tramos descendentes de la enorme escalinata y fueron a sentarse en las butacas colocadas a lo largo de todo el perimetro del edificio circular, donde habia veinticinco mil lugares disponibles, que claramente no resultarian demasiados ante el extraordinario interes que estaba suscitando el espectaculo. Agnes se acomodo entre Claudette y su madre y se quedo mirando la inmensa tela blanca alzada verticalmente en el centro de la gigantesca galeria, justo por debajo de la cupula acristalada: ella no lo sabia, pero aquella era una pantalla de cuatrocientos metros cuadrados, de lejos la mayor del mundo. La enorme tela estaba mojada, se encontraba sujeta a la cupula de cristal por un gancho y se cernia sobre el ancho estanque de agua donde la habian izado. Agnes se pregunto para que servia, nada de aquello tenia el aspecto tecnologicamente avanzado de las estructuras de hierro que lo rodeaban.

Cuando ya no cabian mas personas en la galeria, se cerraron los portones ovales y, despues de una breve pausa expectante, un haz de luz corto la sombra e incidio sobre la tela gigante. Broto un «ah» entusiasta de la multitud. Agnes observo, pasmada, a personas que se movian en la tela mojada. El agua que impregnaba la trama absorbia la luz, las formas en blanco y negro evolucionaban con gestos bruscos en la pantalla. Durante veinticinco minutos pasaron quince peliculas, las suficientes para dejar a la multitud hipnotizada y a Agnes fascinada con el mundo del cine.

La visita a la Exposicion Universal de Paris produjo una profunda impresion en la muchacha: fueron, en realidad, los dos dias mas felices de su infancia. Ya de vuelta en Lille, todas aquellas maravillas, formadas por torres de hierro, fotografias que se movian en telas mojadas y telescopios que mostraban la Luna a un metro de distancia, reaparecieron sucesivamente en su memoria, fueron objeto de charlas, de especulaciones, de fantasias sonadoras, que magnifico seria el siglo XX que ahora comenzaba, que hermoso el futuro que aquellas maquinas dejaban presentir, que grande el ingenio del hombre, que gloriosa la ciencia francesa.

Capitulo 3

La senora Mariana era una mujer religiosa y de principios. Todos los lunes iba hasta el baul donde su marido guardaba el trigo, sacaba un punado de cereal y lo llevaba despues al molino de Silvestre, el mismo que regentaba la taberna. Ahi molian el trigo y lo transformaban en harina. Cuando volvia a casa, encendia el horno con lena traida de Cidral a lomo de burra y cocia el pan, que duraba hasta el domingo, siempre fresco.

Un dia, al acompanar a su madre al molino, Afonso se quedo fascinado con una pesa de hierro usada en la balanza decimal y se la metio inocentemente en el bolsillo. Mariana descubrio la pesa robada ya en casa y arrastro a su hijo por una oreja durante todo el trayecto hasta el molino, donde devolvio el objeto; alli, obligo a Afonso a pedir disculpas. El pequeno descubrio dos cosas de una sola vez: entendio lo que era el robo y comprendio que su madre se enfadaba mucho si el robaba.

La senora Mariana preparaba tambien la menestra, una sopa muy rica que reunia todos los alimentos, desde hortalizas, alubias y patatas hasta carne y chorizos, en una version propia de Ribatejo de la sopa de pedra [1] y que sustituyo a las sopas de pan remojado en vino de la infancia. Tal como el pan, las menestras duraban toda la semana sin estropearse. Muchas veces se anadia harina o pan de maiz en trozos a las menestras, junto con aceite y ajo picado, para hacer suculentos guisos. Otras opciones tenian que ver con el mar. Afonso solia acompanar a su madre hasta la plaza y

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