saltaba de excitacion cuando ella traia pescado. En casa, cada sardina o cada chicharro, que el pequeno apreciaba mas que los otros, alimentaba a dos personas. Afonso compartia siempre su pescado con Joaquim, quedandose con la cabeza y su hermano con el resto. En el caso de las sardinas, devoraba toda la cabeza, incluso las espinas, pero con los chicharros era diferente. Los disecaba como en una autopsia, limpiando con la lengua el cartilago de la cabeza y saboreando los ojos como si fuesen un manjar sin igual. El problema es que con una sola cabeza de pescado como comida se quedaba con hambre y no pocas veces subia subrepticiamente a los arboles frutales en patios ajenos para hurtar frutos que completaban su alimentacion.
La higiene parecia, por utilizar un eufemismo simpatico, relajada. La ducha dominical que, por otra parte, solo se daba en verano, constituia la unica verdadera limpieza personal de la familia, hecho deprisa y sin rigor, siendo como era el agua helada un elemento fuertemente disuasivo. Las necesidades se hacian en cuclillas en el patio, junto a la pocilga, o entre los arboles del pinar que se extendia por detras de la casa. Por la noche era diferente, Afonso y sus dos hermanos tenian bajo la cama una pequena bacinilla de loza en la que se aliviaban cuando surgia la necesidad en medio del sueno, y cuyo contenido volcaban en la pocilga por la manana. Limpiarse las posaderas fue un concepto desconocido en los primeros anos, hasta que Joao comenzo a comprar por diez reis
Afonso cumplio diez anos en 1900 y dejo el colegio. Se sentia ya un hombrecito, por lo que decidio ir a trabajar al aserradero con sus hermanos. Era un almacen grande y, como el muchacho tenia una debil complexion debido a su tierna edad, evitaron darle inicialmente los trabajos mas pesados. El senor Guerreiro, que dirigia el almacen, lo coloco como encargado de la limpieza y como recadero. Al contrario de lo que pasaba con sus hermanos, a Afonso no le pagaban en dinero sino en especies. Le daban el almuerzo y la merienda, con lo que aliviaba los exiguos gastos de su casa. Al cabo de un ano, sin embargo, comenzo a realizar trabajos mas pesados, cortando troncos y sirviendose de sierras con el fin de preparar la madera para la fabricacion de muebles. Admiraba la habilidad de los carpinteros para dar forma a los troncos toscamente cortados con hacha, pero ese fue el unico atractivo que descubrio en el aserradero. El trabajo se le hizo pesado y Afonso no tenia gran destreza en las manos, asi que no hubo posibilidad de que progresase en aquel empleo.
Un anuncio en el escaparate de la Casa Pereira, en pleno centro de Rio Maior, desperto la atencion de Afonso cuando paso por alli un dia camino de la Feira dos Passos. La Casa Pereira era un establecimiento comercial donde se vendian tejidos, telas, botones, hilos y cosas por el estilo; alli buscaban un dependiente para pequenos trabajos. Afonso se vistio con su mejor ropa, mando a sus hermanos que le dijeran al senor Guerreiro que ese dia no podia ir a trabajar porque tenia fiebre y se presento en la tienda.
– Quiero trabajar -anuncio.
La duena de la Casa Pereira alzo los ojos de las facturas que estaba contabilizando y miro a aquel chico delgado y grave que se perfilaba frente a su escritorio.
– ?Sabes leer?
– Claro que si, senora. Me enseno el profesor Ferreira.
– ?Y hacer cuentas?
– Tambien, senora.
Ella lo examino de arriba abajo y descubrio sus rodillas heridas, con algunas costras que le cruzaban la piel. ?Seria un pendenciero?
– Oye, muchacho -le dijo, senalando sus rodillas desolladas-, ?como te has hecho eso?
– Jugando a la pelota.
– ?Juegas a la pelota?
– A veces. Me gusta dar unos
A la propietaria, dona Isilda Pereira, le cayo bien y lo contrato. Corria el ano 1902 cuando Afonso, con doce anos, entro en la Casa Pereira y fue acogido bajo el ala protectora de dona Isilda, que le dio almuerzo, merienda y ropa nueva, ademas de un punado de reis para que los llevase a su casa. Aqui saboreo por primera vez
Dona Isilda enviudo pronto y se quedo sola a cargo de la educacion de una hija, Carolina, una chica de once anos, pelirroja y con la cara pecosa, que era atrevida y arisca. No hizo falta esperar mucho tiempo para que la chiquilla comenzase a jugar con Afonso, al fin y al cabo solo se llevaban un ano. El muchacho reacciono inicialmente con reserva, no estaba habituado a relacionarse con chicas. No asistian a su colegio y nunca habia hablado con ninguna de su edad; se limitaba a mirarlas desde la distancia en la misa del domingo. Afonso comenzo, por ello, a retraerse, timido y desconcertado, pero ella insistio y el, ardiendo de curiosidad, fue tomando confianza poco a poco, como quien no quiere la cosa. Carolina lo ayudaba en sus tareas en la tienda y Afonso le correspondia en las horas libres, prestandose a hacer el papel de marido o de medico, segun los juegos. Jugar a los papas y a las mamas sustituyo temporalmente los partidos de
Dona Isilda era una senora educada, incluso hablaba frances y entendia algo del latin de las misas, pero se revelaba igualmente atenta a las cosas de la vida y, mujer experimentada, percibio el acercamiento entre su hija y el joven empleado. Simpatizaba con Afonso, no habia duda, pero no le hicieron mucha gracia los juegos que compartian y decidio tomar medidas, no quisiese el diablo que Carolina, muchacha evidentemente obstinada como su difunto padre, insistiera con aquel chaval. No eran raros en aquella epoca los matrimonios de adolescentes, la historia de los padres de Afonso lo demostraba, y dona Isilda no queria un yerno pelagatos y mucho menos verse tan pronto con un nieto en brazos.
La opcion mas sencilla seria despedir de inmediato al chaval, pero dona Isilda conocia a su hija y su irritante gusto por el fruto prohibido, asi que, mujer avisada y conocedora de estas cosas de la naturaleza humana, sospecho que, en un lugar pequeno como Rio Maior, no seria dificil para ambos seguir encontrandose a escondidas, habia abundantes historias de noviazgos prohibidos que acababan con el enlace no deseado. Eran necesarias, por tanto, medidas mas drasticas, aunque la sutileza fuese igualmente esencial.
Despues de mucho pensar, la madre de Carolina se puso en marcha y fue a hablar con los padres de Afonso. Se presento en Carrachana ante la senora Mariana, embarazada, nunca en la vida habia entrado dama tan distinguida en aquella humilde casa. La anfitriona se deshizo en cortesias, corriendo de aqui para alla, yendo a buscar una cosa y despues alguna otra, llegando hasta la trasera para llamar a gritos a su marido; entre aquellas cuatro paredes se armo un alboroto antes jamas visto.
– Ay, senora, estoy tan nerviosa -gimio Mariana, frotandose las manos mojadas en el delantal inmundo, con sus dedos gordos nerviosamente inquietos-. Valgame Dios, al menos podria haber avisado. -Miro a su alrededor, asustada por lo que dona Isilda podria pensar sobre el aspecto de la sala-. Una senora tan fina, Jesus, de visita en nuestra modesta casa… Una se queda sin saber que hacer, ?no?
– Oh, no se preocupe, no se preocupe, todo esta muy bien.
Isilda se esforzo por ignorar el olor a estiercol que apestaba aquel miserable cuchitril, e intento mantener un semblante tranquilo, sereno, placido. Pero, al ver el antro del que habia salido Afonso, mas se afirmo en su determinacion de alejar al muchacho de su hija, era totalmente absurdo que el noviazgo continuase, deseaba para
