destructiva, como una orquesta que de repente rasga el silencio e irrumpe furiosamente en una infernal sinfonia.

Desde que regresara de Fleurbaix, el capitan Afonso Brandao se habia sumido en un gran estado de ansiedad. Comunico al mayor Montalvao todo lo que habia sabido en el cuartel general de la 40a Division britanica, pero el comandante de la Infanteria 8 no se mostro muy preocupado, probablemente penso que era una mas de las muchas falsas alarmas dadas por algun otro oficial demasiado nervioso. Sintiendose impotente para frenar el rumbo de los acontecimientos, Afonso se resigno a su destino y regreso al Picantin Post aun con la intima esperanza de que sus temores fuesen realmente infundados. No pudo dormir. Paso la noche inquieto, inspeccionando las trincheras, mandando limpiar las armas y revisando los polvorines. Fijaba a veces los ojos en las lineas enemigas, intentando avizorar algun movimiento, tratando de adivinar lo que alli se tramaba, pero no veia nada, era como si se hubiese alzado un muro negro, amenazador y siniestro, insondable e impenetrable. Hacia las cuatro de la manana, algo cansado, se recogio en el puesto y se sento junto al deposito de ametralladoras a beber un te con dos hombres de guardia armados con Vickers.

A pesar de que ya estaba sobre aviso, Afonso casi volco la jarra de te por el susto que le produjo aquella enorme oleada de explosiones que de repente encendio el horizonte e ilumino las sombras. Un fragor tumultuoso lleno la noche, el suelo temblaba como si lo sacudiera un tremendo terremoto, brutal y feroz, de una intensidad alucinante, colerica, el aire vibraba y trepidaba hasta el punto de hacer revirar los ojos, el ruido era tanto y tan compacto que al capitan le costo entender lo que le gritaba uno de los hombres de la ametralladora situada a solo unos dos metros de distancia.

– … ya… al… gio.

– ?Como?

– … ya… al… gio.

Afonso, perplejo, miro al soldado. No lograba entender lo que este le gritaba. Dio un paso y acerco su oido a la boca de quien gritaba.

– ?Vaya al refugio! -vociferaba el hombre.

El capitan respondio que no, con la cabeza. La intencion del soldado era buena, pero quien daba alli las ordenes era el. Miro el reloj y comprobo que eran las cuatro y cuarto de la madrugada. Estiro la cabeza por encima del monton de sacos de tierra que protegia el refugio y vio el horizonte encendido enfrente y, detras de el, una claridad roja de infierno se alzaba de las trincheras mientras fulgores luminosos cruzaban el cielo a centenares, a miles, silbando todos los proyectiles incandescentes que lanzaban los alemanes como lluvia sobre las lineas portuguesas, alcanzando al principio la zona del comando, en la retaguardia. Los canonazos eran tantos que no se oia ninguno aisladamente, sino que todos formaban un bramido unico, sordo, brutal, siniestro. Por el sentido de las detonaciones, se hizo evidente que el bombardeo no era aleatorio, sino dirigido con precision a las carreteras, cruces y puntos de comando. Brillaban resplandores de fuego en el sector donde se situaba Laventie: probablemente el cuartel general de la brigada ardia.

El mayor Gustavo Mascarenhas desperto sobresaltado y vio pedazos de ladrillo, tierra y caliza desparramados sobre la manta que lo abrigaba. Dio un salto en la cama, sorprendido, con los oidos que aun le zumbaban, y, ya en pie, miro al otro lado de la ventana destrozada. La noche se habia encendido, iluminada por sucesivas explosiones, la planicie temblaba bajo una barrera de fuego jamas vista por las tropas portuguesas. El segundo comandante de la Infanteria 13 se quito torpemente el pijama y se puso deprisa el uniforme. Una vez vestido y armado, salio de la habitacion y bajo a la sala que servia de despacho, adonde afluyeron tambien los otros oficiales del batallon tramontano.

– Mi mayor, ?ha visto esto? -le pregunto el alferez Viegas, aun calzandose una bota-. Ni el ultimo dia los boches nos dejan en paz. Ni el ultimo dia, carajo.

– Si -asintio Mascarenhas de buen humor-. Me parece que ya nos estan echando de menos y han decidido mandarnos estas simpaticas postales de despedida.

Todos se rieron nerviosamente, incluso dos sargentos que ejecutaban tareas de amanuenses en el despacho del batallon. El comando de la Infanteria 13 se encontraba instalado en un edificio denominado Senechal Farm, en Lacouture, un puesto que estaba con respecto a Ferme du Bois como Laventie con respecto a Fauquissart.

Fuera, el ruido de las detonaciones era ensordecedor. La casa temblaba con la vibracion de las explosiones, pero los oficiales se mostraban serenos.

– ?Saben que es esto? -pregunto el capitan Ambrosio despues de un estremecimiento mas de los cimientos de la casa.

– ?Una venganza por nuestro bombardeo de ayer? -arriesgo Viegas.

– Ni mas ni menos. Los tipos nos estan haciendo pagar lo de ayer.

La artilleria portuguesa, en la vispera, habia bombardeado las posiciones alemanas en Bois du Biez, frente a Neuve Chapelle, y todos coincidian en que estaban recibiendo la respuesta del enemigo.

– Oye, Viegas, fijate a ver si este bombardeo es solo en nuestro honor o si esta tambien afectando a otros batallones -ordeno Mascarenhas.

El alferez era el senalero de la Infanteria 13, y fue a comunicarse por telefono con la brigada. Cogio el telefono, se pego al microfono y se puso el auricular en el oido izquierdo.

– ?Oiga! ?Oiga! -llamo, e hizo una pausa-. ?Me oye bien? ?Diga! ?Oiga! -Intento la comunicacion durante un minuto mas hasta convencerse de que no era posible la llamada. Miro a Mascarenhas y meneo la cabeza-. No hay respuesta, mi mayor. Las granadas deben de haber cortado los hilos.

– Coge a dos hombres y ve a reparar las lineas -ordeno el mayor.

Viegas se puso la gabardina, llamo a dos soldados, cogio una caja de herramientas y salio, sumergiendose en la noche turbulenta.

Hacia ya una hora que el peloton dirigido por el sargento Rosa se protegia en la linea del frente, viendo como las granadas y bombas, que ululaban al acercarse, despedazaban metodicamente la trinchera de la primera linea. Las primeras salvas se habian dirigido a la retaguardia, pero la artilleria alemana fue poco a poco acortando el tiro, arrasando las posiciones portuguesas de atras hacia delante como un rodillo compresor, hasta concentrarse en la primera linea. A Vicente ya le habia rozado el hombro una esquirla de bomba cuando se oyo un zumbido mas y todos se acurrucaron, dandose cuenta por instinto de que la granada caeria justo encima de ellos.

La explosion se produjo de lleno en la linea del frente, en una zona guarnecida por algunos hombres del peloton. Fue una deflagracion terrible, seguida de una rafaga caliente de aire y de una lluvia de escombros, piedras y polvo, como si estuviese pasando por alli una corriente de los infiernos. Matias, el Grande, se levanto, los oidos le zumbaban, se inspecciono el cuerpo, confirmo que habia salido ileso a pesar de tener las mangas del uniforme rasgadas, y miro el crater donde habia caido la granada. En el lugar de sus companeros se encontraba solamente aquel siniestro hueco humeante, era evidente que los cuerpos habian sido cortados a pedazos o incluso se habian volatilizado por la accion del calor de la explosion. El sargento Rosa se levanto con igual dificultad, se sentia mareado, y miro, contandolos, a cada uno de los hombres del peloton.

– Faltan tres -concluyo. Miro de nuevo, busco los rostros que no veia y los llamo-. ?Ribeiro? -insistio-. ?Ribeiro! ?Ribeiro! -Todos se quedaron callados, con la mirada pesada, tensa-. ?Parente? ?Oliveira?

No hubo respuesta y el grupo supuso, sin gran margen para la duda, que los tres estaban muertos. En el crater se veian algunos trozos de carne suelta y se reconocian incluso dos dedos, uno de ellos un pulgar. Habia mas vestigios, pero nadie quiso analizarlos. Otros dos hombres se encontraban heridos y gemian apoyados en lo que quedaba del parapeto, con unos sacos de tierra ya rasgados. A uno de los heridos le sangraba abundantemente la cabeza y el segundo tenia una esquirla clavada en la pierna.

– Pedroso -llamo Rosa-. Ayuda a esos dos y llevalos al puesto medico.

– Si, mi sargento.

Pedroso se coloco la Lee-Enfield en bandolera, agarro el brazo del que estaba herido en la pierna, que se apoyo en el, cogio la mano del otro, y avanzaron trinchera arriba hasta donde pudiesen prestarles ayuda.

El peloton se encontraba ahora reducido a unos cuatro hombres extendidos en la primera linea vigilando la Tierra de Nadie. A lo largo de la trinchera, se refugiaban otros pelotones de la compania, pero no estaban a la vista. Diez minutos mas tarde, otras dos granadas cayeron a continuacion en plena linea del frente, a unos quince metros de distancia de los restos del peloton del sargento Rosa, y los hombres se miraron.

– Mi sargento -dijo Matias, hablandole a Rosa al oido-. Es mejor que nos vayamos a una trinchera de

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