calmo. El panico dio lugar a un incontenible nerviosismo.

Salio a la calle quince minutos despues, en un estado de gran inquietud, ansiosa y perturbada. Cogio la bicicleta y se dirigio deprisa al hospital para asegurarse del turno que le habian asignado. Pedaleo con los ojos vueltos hacia el este, hacia la fuente del fragor de la batalla, y entendio por la reaccion de los transeuntes que tambien estos consideraban que el ruido de la artilleria era mas intenso que de costumbre. Igualmente el trafico de vehiculos militares parecia anormalmente elevado, lo que contribuia al estado de nerviosismo general que se habia aduenado de todos.

En cuanto entro en el hospital, Agnes noto que el ambiente era caotico, el movimiento intenso, el patio se encontraba repleto de heridos y se cernia en el aire una inquietud indefinible. Con un mal presentimiento que le pesaba en el alma, la francesa paso por el despacho.

– ?Oh, mademoiselle! -llamo la enfermera jefe portuguesa cuando la vio en la puerta de su despacho-. ?Hoy la necesitamos en la sala de traumatologia, hay que ver el trajin que hay alli!

– ?En traumatologia? ?Por que?

La enfermera jefe se detuvo, sorprendida.

– ?Por que? ?Vaya pregunta! ?No ha visto que hoy tenemos muchos heridos?

Agnes se sintio paralizada. Queria formular la pregunta que tenia en la mente, la pregunta crucial, la pregunta que la consumia desde que por primera vez oyera el fragor anormalmente intenso de la artilleria. Experimentaba, sin embargo, un pavor que la inmovilizaba, temia la respuesta, le daba miedo la verdad. Vacilo un buen rato, angustiada e indecisa, pero acabo pronunciando las palabras que la sofocaban.

– ?Que ocurre?

La enfermera jefe llenaba el registro de las admisiones de ultimo momento y no levanto la cabeza.

– Asi pues, ?no lo sabe? Los boches han lanzado una gran ofensiva.

El corazon de Agnes se acelero.

– ?Donde?

– En todo el sector portugues. Ferme du Bois, Neuve Chapelle, Fauquissart. Es una catastrofe, hay muchos muertos y no paran de llegar heridos a centenares.

Agnes miro aterrorizada el registro que estaba haciendo la enfermera jefe, lo arranco con brusquedad de las manos de su superiora jerarquica, que se quedo boquiabierta, y busco con angustia y en gran estado de ansiedad el nombre del capitan Afonso Brandao. Recorrio la lista tres veces. Despues de comprobar que no constaba en el registro, dejo caer el documento al suelo y se fue corriendo hasta el patio. Con los ojos banados en lagrimas y la mano derecha pegada a la boca, se quedo inmovil mirando el horizonte.

– Alphonse -murmuro conmovida.

Quiso gritar, pero le faltaban las fuerzas, solo asomo un sollozo a su garganta. Alli se quedo paralizada, con la mirada perdida, invadida por presentimientos tumultuosos, la desesperacion aduenada de su alma, la esperanza sumida en un rincon, rota y olvidada. Se sentia perdida, amedrentada, abandonada por el destino, rodeada por el siniestro fragor de la batalla, aplastada por las tenebrosas columnas de humo negro que se extendian hacia el cielo en un pavoroso augurio de muerte: eran en definitiva el oraculo, la profecia de una terrible tragedia.

Eran poco mas de las nueve de la manana y Afonso sabia que la situacion era muy critica. El sargento Rosa le habia traido la noticia de que los alemanes estaban flanqueando al batallon, entrando por el sector ingles de Fleurbaix, lo que implicaba que el puesto corria el riesgo de ser cercado.

– No entiendo por que motivo los gringos no dijeron nada -se desahogo hablando con Pinto-. ?O sea que retroceden y no avisan?

El teniente Pinto lo encaro con expresion alucinada.

– Deberiamos hacer como ellos, Afonso -dijo-. Si ellos se han ido, tambien tenemos que irnos nosotros, es peligroso estar aqui.

Afonso se quedo atonito ante este comentario hecho delante de los soldados.

– ?Oiga, teniente, comportese! -bramo el capitan, que asumio con firmeza su papel de superior jerarquico-. ?No quiero oir aqui ese tipo de comentarios! Tenemos un deber que cumplir y vamos a cumplirlo. Haga el favor de asegurar que los hombres bajo este comando mantengan su espiritu de combate.

El teniente no dijo nada mas y fue a sentarse junto al telefonista, cabizbajo. Afonso lo miro con preocupacion. Se negaba a salir del refugio, alegando los mas variados y absurdos pretextos, sudaba mucho y se mantenia ajeno a las funciones de comando a las que, por ser oficial, estaba obligado. El capitan considero que, dadas las circunstancias, eso era normal, el mismo se encontraba terriblemente amedrentado, pero el Zanahoria no deberia dejar traslucir de un modo tan visible su miedo, sobre todo frente a los hombres. Mas que afectar al prestigio de los oficiales, esa actitud era, en aquellas circunstancias, tremendamente peligrosa.

Una intensa fusileria estallo en ese momento en el puesto. Las ametralladoras y los fusiles comenzaron a disparar, y se oian zumbidos por todos lados. Afonso salio del refugio de comando y fue corriendo hasta uno de los tres depositos de Vickers existentes en el puesto. El encargado de la ametralladora disparaba furiosamente hacia delante, mientras el ayudante preparaba una segunda cinta de balas para encajar en el arma. El capitan se le acerco al oido, intentando hacerse entender en medio del estruendo.

– ?Que pasa?

– Boches, mi capitan -grito el ayudante como respuesta. Senalo hacia delante; Afonso vio cascos que se movian en las lineas, eran varios centenares-. Estan alli.

El capitan miro a su alrededor y vio a los soldados que defendian el puesto de Picantin abriendo fuego hacia el este y hacia el norte. Volvio al refugio de comando para coger, tambien el, un fusil, y coordinar la defensa. Asomo a la puerta y lanzo las ordenes.

– Andre, ve con un soldado hasta Red House a pedir auxilio. Diles que nos estan rodeando y necesitamos refuerzos y municiones.

– Inmediatamente, mi capitan -exclamo el telefonista, que se levanto de la silla y se procuro un arma.

Afonso miro a su alrededor.

– ?Donde esta el teniente Pinto?

Andre lo encaro turbado.

– El teniente… ha salido, mi capitan.

– ?Que ha salido? ?Adonde?

El telefonista se encogio de hombros y bajo los ojos. El capitan se dio cuenta de que no estaba diciendo toda la verdad.

– Andre, ve a llamarlo, anda. -Afonso fue hasta el armario del refugio y cogio la ultima Lee-Enfield que habia ahi. Dio media vuelta para salir y vio a Andre inmovil en el mismo sitio-. ?Y? ?Que estas haciendo ahi?

– Mi capitan -titubeo el telefonista, que se callo enseguida.

– ?Que hay, hombre? -se impaciento Afonso, imperioso-. ?Desembucha, anda!

– Mi capitan, el teniente Pinto no esta aqui -dijo Andre con gran esfuerzo.

– Eso ya lo se. Ve a buscarlo.

El telefonista vacilo.

– Mi capitan, el teniente Pinto se ha ido.

El mayor Gustavo Mascarenhas miro las cajas de municiones que habia logrado reunir. Eran ahora las diez de la manana y el segundo comandante de la Infanteria 13 habia juntado solamente tres mil cartuchos, mendigados al comandante de un batallon de ciclistas ingleses que se encontraba en el blockhaus de Lacouture, al lado de la iglesia. No eran muchas balas, penso, pero tendrian que arreglarselas con lo que habia. El problema era ahora hacer llegar estas municiones a las companias que habian salido en busca del enemigo.

– ?Me permite, mi mayor?

Mascarenhas se volvio y vio al alferez Viegas.

– ?Que ocurre, Viegas?

– Han aparecido soldados del 15, mi mayor.

El mayor siguio al alferez y encontro a los integrantes de la Infanteria 15, de Tomar, junto a la iglesia. Ese batallon se mantenia en reserva detras de Vieille Chapelle y su aparicion era la primera buena noticia del dia.

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