pero nadie la toco antes de que el vicerrector pronunciase en latin la formula de bendicion de los alimentos. Habia pan de trigo, borona, sopa de verduras, carne de vaca cocida, huevos cocidos y castanas. Para beber, agua. Comian en silencio, haciendo gestos solo para pasarse unos a otros el pan, la carne o el agua. En mitad de la refeccion hubo una novedad con respecto al desayuno. Un seminarista de unos dieciseis anos se levanto de la mesa y se dirigio al pulpito del refectorio con un pequeno libro en la mano. Abrio el libro en una pagina marcada y comenzo a leer un pasaje de la vida de san Francisco Javier con una voz monocorde. Afonso sintio que el muchacho no entendia lo que leia, la entonacion era monocorde e inexpresiva, lo que hacia dificil la comprension del texto. En esas condiciones, la voz se convirtio en un mero ruido de fondo. El orador termino la lectura cuando llegaron las manzanas para el postre y, poco despues, el vicerrector se incorporo, obligando a todos a levantarse, pronuncio una oracion final y dio el almuerzo por terminado.
Salieron al recreo. Afonso comprobo que la mayor parte de los seminaristas ya se conocian y formaban grupos que se reunian aqui y alla. El ambiente era amistoso, pero el recien llegado se mostraba timido y ensimismado. Casi todos eran mayores que el, habia incluso algunos a quienes les estaba creciendo ya una barba incipiente, de modo que Afonso se sintio desplazado. Para no quedarse sin hacer nada, decidio dar discretamente unos puntapies a una pequena piedra y, en su fantasia, se vio jugando al
El sonido de la campanilla los aviso de que el recreo habia terminado. Eran las dos de la tarde cuando se recogieron en las celdas para concentrarse en las materias de las clases de la manana. Afonso paso parte de la tarde estudiando Casuistica y la otra parte a vueltas con el malhadado latin, que tanto lo habia avergonzado durante la sesion en el claustro. A las cinco y media, la campanilla los convoco a la capilla; a las seis y media, volvieron al refectorio para la cena silenciosa. La refeccion termino a las siete y media, momento en que salieron al recreo; una hora despues, la campanilla los mando nuevamente a las celdas. A las nueve de la noche, y despues de preparar las cosas para el dia siguiente, Afonso hizo una ultima visita a las letrinas, volvio a la celda, se metio en la cama, apago el candil de queroseno y se durmio.
Los dias se sucedian unos a otros en esta rutina, con pocas variaciones, monotonos y repetitivos. Las principales novedades se relacionaban con los almuerzos y las cenas, por la variacion en los platos. Unas veces habia carne de vaca, otras carne de cerdo, otras carne de cordero. Jamas se sirvio pescado, lo que hizo a Afonso recordar y echar de menos como limpiaba las cabezas de los chicharros con la lengua. Comian gallina, castanas, patatas, sopas de ajo, sopas de verduras o migas. Los domingos se servia un plato elaborado, el arroz, y los dias festivos habia dulces, algunos de recetas conventuales. El vino se reservaba igualmente para ocasiones especiales, y Afonso anoraba el sabor del tinto. En vez del suave vino maduro al que estaba habituado en Rio Maior, este era de sabor muy frutal. Le explicaron que se trataba de tinto verde, un nectar que el no conocia y que provenia de varias zonas del Mino, como Ponte da Barca, Ponte de Lima y Melgado, y hasta del valle del Sousa, en la region del Duero.
Los jueves y los domingos, los estudiantes abandonaban el seminario y los llevaban de paseo. Avanzaban serios y compenetrados, por parejas en fila india, en excursiones guiadas por el vicerrector, que los llevaba a Montariol y al Fraiao. Cuando el dia amanecia especialmente bueno, iban hasta el portico entre la capilla de la Agonia de Cristo en el Jardin y la capilla de la Ultima Cena y subian la espectacular escalinata del Bom Jesus, primero por la Via Sacra, con las capillas que representaban las catorce estaciones de la Cruz, despues por la empinada escalinata de los Cinco Sentidos y, finalmente, ya con la lengua fuera y las piernas que les pesaban como plomo, se arrastraban por la escalinata de las Tres Virtudes. Una vez arriba, jadeantes y sudorosos, se apoyaban en las paredes enlucidas, se sentaban en el duro suelo de granito y se refrescaban en la fuente del Pelicano. Ya mas recuperados, iban finalmente a visitar la imponente iglesia del Bom Jesus, a cuyos pies se extendia Braga. Otras veces, en lugar de subir el monte, bajaban hasta desembocar en el rio Cavado, donde se quedaban jugando en el agua helada. Alguna que otra vez iban hasta la capilla de San Fructuoso de Montelios, una reliquia del siglo vil, o cogian la carretera hacia Barcelos y daban un salto hasta el monasterio de Tibaes, un hermoso complejo con claustros y jardines construidos en el siglo xi. El objetivo declarado era llevarlos a tomar aire puro y a desentumecer las piernas, pero algunos maestros se reian y sugerian subrepticiamente que aquella era mas bien una artimana para agotarlos.
Las visitas del padre Alvaro, siempre los domingos por la manana, se convirtieron en el momento mas esperado de la semana. El cura llevaba a su protegido unos cuantos dulces comprados en la pasteleria Suissa y ademas, atento a los intereses del muchacho, algunos ejemplares del
Paso una semana de luto por la desaparicion del Club Lisbonense y solo le revelo sus sentimientos a Americo, un seminarista regordete, de quince anos, con quien habia trabado amistad. Afonso incluso intento ensenarle a jugar al
El curso escolar termino deprisa. Afonso, ya con quince anos, recibio un
Cumplidor de sus deberes de protegido, el joven seminarista fue a la Casa Pereira a visitar a dona Isilda, que le habia dado esta oportunidad de estudiar en Braga, pero, compenetrado en su papel de futuro sacerdote celibe, no insistio en ver a Carolina, detalle que lleno a la viuda de satisfaccion. Dona Isilda concluyo que la estrategia de apartar al mozo de su hija estaba resultando y festejo esa victoria en privado con una copa de oporto.
Afonso impresiono a sus padres por el empeno que revelaba en las oraciones y por su comportamiento de modales recatados. Ademas, a veces les brindaba sorprendentes tiradas en italiano, pero tambien en aleman, frances o ingles, frases pomposas y grandilocuentes que solo servian para alardear de los conocimientos que habia adquirido y establecer una sutil superioridad sobre los suyos. Lo contrario, como era de esperar, no ocurria. El joven se sentia ligeramente incomodo con la postura de la familia, tal vez sus habitos de higiene o las conversaciones, que le parecian poco elevadas, solo se hablaba de las cosechas, de los precios del mercado, de la diarrea de la vecina, de la tacaneria del senor Ferreira y de un problema en la pata de la burra. Pero lo peor eran las borracheras de su padre los domingos por la tarde, ya que el senor Rafael volvia de la taberna de Silvestre cantando a voz en cuello y caminando de manera insegura, lo que llenaba a Afonso de verguenza.
Por eso el joven seminarista regreso con alivio a Braga para proseguir sus estudios. Su celda olia
