que Dios dio al hombre para que reprima su naturaleza animal y procure la perfeccion espiritual. Sin conciencia, el hombre no seria mas que una bestia como las otras. La conciencia es el toque divino en la naturaleza humana.

– Pero, padre, ?eso no contradice el principio de que Dios es infinito? Usted dijo hace un momento que no hay separacion entre Dios, el mundo y el hombre: Dios esta en todo. Si Dios esta en todo, porque es infinito, entonces volvemos a la vieja cuestion de que El tambien esta en el pecado. Pero, como es posible…

– Yo no he dicho eso, Afonso -interrumpio el maestro, frunciendo el ceno y alzando el dedo; el liberalismo de su pensamiento tenia limites y queria evitar aquel terreno escurridizo-. Fue Spinoza quien lo dijo. Y Spinoza era un judio heretico, no te olvides. En la duda, hijo mio, guiate por san Agustin, el es el vade mecum.

Por aquel entonces, los problemas de la naturaleza humana comenzaron a afligir profundamente a Afonso. Esa preocupacion no derivaba solamente de consideraciones filosoficas inducidas por las conversaciones con el padre Nunes, sino tambien del hecho de que su propio cuerpo estaba evolucionando de un modo que el espiritu parecia incapaz de seguir. Le crecieron pelos en las comisuras de la boca y en el menton cuadrado, asi que comenzo a cortarselos semanalmente con una navaja. Tambien empezo a sentir ardores entre las piernas, deseos que habia combatido con manipulaciones de los organos genitales en su pequena celda antes de dormir, pecados mortales que intentaba absolver despues con oraciones intensas y fervorosas en la capilla.

A los quince anos, solia eyacular durante la noche, lo que lo dejaba terriblemente avergonzado y le alimentaba un insoportable sentimiento de culpa. No sabia como controlar ese problema y pensaba que el diablo entraba en su cuerpo para obligarlo a pecar en los momentos en que lo pillaba desprevenido, sobre todo cuando estaba sumido en el sueno. Pensaba que eso no le ocurria a nadie mas y le suplicaba diariamente a la Virgen Maria que lo librase de la tentacion y apartase a los demonios que se aprovechaban de su inconsciencia mientras dormia. Se atormento pensando que Dios ya habia previsto esos hechos en el pasado y que lo habia excluido anticipadamente de la salvacion. ?No era san Agustin quien consideraba el deseo sexual como una tentacion del demonio? Afonso habia aprendido en Teologia Dogmatica que el sexo es animal, algo impuro, y que la resistencia a ese instinto hace de nosotros seres humanos. Segun san Agustin, la tentacion sexual es una violacion de nuestra libre voluntad. Dios nos quiere libres, por lo que El no puede ser el responsable del deseo carnal. Siendo asi, la tentacion sexual es algo que solo puede venir del demonio. En consecuencia, el celibato constituye el triunfo del hombre sobre el animal, de Dios sobre Satanas, o, digamoslo asi, el celibato representa la victoria de la libre voluntad humana sobre los grilletes de las bestias. «Si mi voluntad no logra vencer esta tentacion -penso Afonso-, se debe a que el diablo se esta apoderando de mi. Para retomar la cuestion en los terminos originalmente expuestos por Schelling, aunque trastornando el sentido del raciocinio del filosofo aleman, Satanas esta en nuestra naturaleza, en nuestra animalidad, y solo nuestra voluntad consciente nos permite combatirlo.» El problema lo perturbo tanto que ni siquiera se atrevio a revelar en las confesiones lo que ocurria, todo aquello pertenecia al dominio de lo inconfesable, de lo vergonzoso. Ademas, temia que lo excomulgasen si alguien se daba cuenta de que a veces lo poseia el demonio. Quien sabe, reflexiono, si aquella no era una senal de que Dios consideraba que tales pecados nocturnos lo hacian indigno de ordenarse; a fin de cuentas, tal vez nunca podria ser un hombre inmaculado como don Joao Basilio Crisostomo, el padre Alvaro, el padre Nunes y el padre Fachetti, castos ellos y verdaderos celibes que vivian libres de la tentacion.

Los males del cuerpo comenzaron a contagiarle el alma. Para agravar aun mas las cosas, y para gran tristeza suya, Ame- rico no lograba apoyarlo. No es que su amigo tramontano no estuviese lo bastante comprometido en la fe; el problema fue que no era amante de los estudios y no vivia con agrado en la clausura del seminario, lo que acabo precipitando varios non aprovatus a final de curso, calificaciones que convencieron a su padre para que regresara a Vinhais y no volver nunca mas.

Por ello, Afonso comenzo el tercer curso del seminario con un gran sentimiento de soledad. Tenia dieciseis anos, la misma edad que otros estudiantes que ese ano habian entrado en la institucion, pero sus companeros del tercer curso eran todos mayores, andaban por los diecinueve. Se mostraban afables y corteses, lo que no impedia que se notase la diferencia de edades, a pesar de la inquieta y estimulante curiosidad que manifestaba Afonso sobre los misterios del universo. Algunos se interesaban, ?oh, pecadores!, por las «chavalas»; el joven de Rio Maior vio incluso a uno de ellos, Abilio, lanzando un piropo desde su celda a una chica que pasaba por el Largo de Sao Thiago, y se sintio desconcertado ante comportamiento tan insensato. Cuando le reprocho lo que habia hecho, mostrandose soberbio de virtud moral, el seminarista galanteador se encogio de hombros.

– El pecado consiste, no en desear a una mujer, sino en consentir en el deseo -replico Abilio con altivez.

– ?Quien ha dicho eso?

– Abelardo.

– ? Quien?

– Pedro Abelardo, un filosofo y teologo del siglo xii.

– Eso es una herejia -sentencio Afonso, muy convencido-. San Agustin no ha dicho nada semejante.

– ?A san Agustin que lo parta un rayo! -exclamo Abilio ante la mirada escandalizada del companero.

Pero ahi no acabo todo. En una clase de latin, el maestro sorprendio a otro de sus companeros, Rudolfo, con un ejemplar del Decameron escondido debajo del Tito Livio, y el muchacho fue expulsado del seminario por el vicerrector. Desilusionado y solitario, Afonso comenzo a sentirse desmotivado y a ensimismarse. Volvio a los juegos imaginarios en el patio: pasaba los recreos pateando piedras, regateando a players invisibles, venciendo a goalkeepers fingidos, marcando goals espectaculares, fantaseando con el regreso glorioso del Club Lisbonense bajo la accion de sus deslumbrantes dribblings.

Los juegos imaginarios se hicieron desaforados. Afonso corria furiosamente por el patio en busca de piedras y pateandolas con inusitado vigor. Cierto dia, una de las piedras alcanzo la cabeza de un companero que estudiaba apoyado en el tronco de un roble, y la sangre que brotaba profusamente del cuero cabelludo llevo a que el vicerrector llamase al joven a su despacho para amonestarlo. El eclesiastico le dijo que aquel comportamiento era indigno de un seminarista: quien deseaba servir a Dios con devocion no podia actuar de esa manera, parecia un lunatico dando puntapies en el patio. Afonso lo escucho cabizbajo, con los ojos fijos en la tarima encerada. Durante unas semanas, se inhibio de jugar al football imaginario, pero la tentacion acabo siendo mas fuerte que la prudencia y, pasado un tiempo, ya estaba de nuevo pateando piedras, primero de forma discreta, sereno, como quien no quiere la cosa, despues con mas impetu, olvidandose momentaneamente del decoro, con energia en la pelota para que los ingleses del Carcavellos Club viesen de que temple estaba hecho un player del glorioso Club Lisbonense.

El frio, cruel y penetrante, se abatio sobre Braga durante el mes de diciembre. Cada uno se protegia del hielo a su manera. Unos no se apartaban de las chimeneas, otros se envolvian en pesados abrigos, Afonso preferia agotarse corriendo, saltando, deslomandose. Pero, con los musculos congelados, el control de los movimientos era mas brusco, y ocurrio lo inevitable. Una patada mas fuerte que el invisible goalkeeper del Carcavellos Club acabo con el cristal de la casucha del jardinero hecho pedazos.

El vicerrector considero que ya era demasiado. Afonso fue tachado de «discolo», termino que se usaba para los jaraneros e indisciplinados que a veces aparecian en el seminario. Temprano, al dia siguiente, don Basilio Crisostomo llamo al padre Alvaro y le entrego un sobrescrito lacrado.

– ?Que es esto? -pregunto el sacerdote, mirando el sobre.

– Lee -le dijo el rector.

Intrigado, el sacerdote obedecio y rompio el lacre. Desdoblo la carta y comenzo a leer. El documento iba firmado por Joao Basilio Crisostomo; el vicerrector explicaba en el que el seminario habia llegado a la conclusion de que Afonso da Silva Brandao, aunque alumno aplicado y talentoso, no tenia en realidad vocacion para la vida sacerdotal. En consecuencia, no seria ordenado. El padre Alvaro palidecio, jamas habria imaginado que lo convocaban para entregarle la carta orden. Al fin y al cabo, don Basilio Crisostomo siempre le habia transmitido los mas enfaticos elogios sobre su protegido, lo que confirmaban sus buenas notas a final de curso, por lo que aquella decision le resultaba totalmente inesperada. El vicerrector le explico al amigo las circunstancias que lo habian llevado a tomar aquella decision, pero acordaron permitir que Afonso concluyera el tercer curso en el

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