Serge no se mantuvo indiferente ante la ola de conmocion que invadio a los franceses. Esa misma tarde corrio a un puesto de reclutamiento para alistarse en el Ejercito. Llego por la noche a casa con el pelo cortado al rape y los papeles para presentarse a la manana siguiente en un cuartel de la Armee, mientras fuera se desconectaba la iluminacion publica y los reflectores de la Torre Eiffel y de los campos de aeronautica patrullaban diligentemente el cielo.

– Es mi deber patriotico -explico Serge esa noche a una Agnes estupefacta-. Ademas, esto sera rapido y estare en casa antes de que acabe el verano.

Dos dias despues, el 3 de agosto, Alemania declaro la guerra a Francia. En ese momento, los franceses ya tenian su maquina militar en movimiento. Agnes fue ese mismo dia a la Gare du Nord a despedirse de su marido. La estacion de trenes estaba sumida en una tremenda confusion, Paris entera parecia haber ocupado los andenes para saludar a sus valientes. Agnes tuvo una dificultad enorme para abrirse paso entre la compacta masa humana para acercarse al tren destinado al regimiento de Serge. Despues de una espera atormentada en medio de un vocerio increible, vio como se abrian las filas y los soldados marchaban disciplinadamente hasta los vagones, los fusiles alzados con la culata al pecho y los canones apoyados encima del hombro.

Se puso de puntillas y estiro desesperadamente la cabeza, buscando a su marido en medio de aquel mar de gorras rojas, pero solo lo vio minutos antes de que la locomotora pitase dando la senal de partida. Vestia con elegancia, como un soldado de los ejercitos napoleonicos, con una majestuosa chaqueta azul y pantalones de color rojo vivo, quepis vistoso en la cabeza, un fusil Lebel en bandolera: que extrano resultaba verlo asi, parecia un soldadito de plomo. Se saludaron, ella lanzandole besos al aire, el devolviendole sonrisas. Miles de personas cantaban La Marseillaise a coro cuando los vagones comenzaron a moverse, los soldados se despidieron como si fuesen a un picnic. Serge decia adios desde la ventanilla del tren que lo llevaba al frente, agitaba alegremente el quepis en la mano izquierda; aquel petit soldat parecia casi feliz.

Alemania ataco a Belgica al dia siguiente, 4 de agosto, lo que llevo a Gran Bretana a entrar en guerra. Entre tanto, reclutaron a los hermanos Chevallier y, tambien ellos, marcharon inmediatamente al frente. Agnes fue a despedirse de Gaston a la Gare du Nord el dia 5, y de Francois a la Gare de Lyon el 6, siempre en medio de grandes manifestaciones populares, plenas de fervor patriotico. Las tropas francesas avanzaron el dia 7 por Alsacia hasta llegar al Rin y conquistar Mulhouse. Hubo un estallido de entusiasmo en Paris, las personas lloraban de alegria y se saludaban en las calles, habia sonrisas por todas partes: «Vive la France!». La euforia era generalizada. Pero los acontecimientos se precipitaron inesperadamente a mediados de mes. Los alemanes irrumpieron en Francia a traves de Belgica y, despues de dos dias de combate, las tropas francesas comenzaron a retirarse la noche del 23, en lo que fueron acompanadas por la BEF, la British Expeditionary Force. Los alemanes avanzaron tras ellos en direccion a Paris, ciudad solo defendida por una sola brigada de infanteria naval.

A esas alturas, Agnes leia en la prensa parisiense sensacionales noticias de grandes victorias de las fuerzas francesas, en una operacion de propaganda que se haria conocida como Bourrage de crane. Por ello, a principios de septiembre, los hasta entonces euforicos parisienses recibieron con sorpresa la informacion de que las tropas alemanas habian llegado al rio Marne, a solo unos cincuenta kilometros al este de la capital. El panico domino Paris. El Gobierno abandono apresuradamente la ciudad y se traslado a Burdeos la noche del 2 de septiembre, cimentando la conviccion de que Paris estaba a punto de caer.

Angustiada y sola, Agnes decidio seguir el ejemplo del Gobierno, pero descartaba la idea de ir a Lille, dado que su ciudad natal, situada cerca de la frontera belga, se encontraba en el ojo del huracan, lo que la tenia sobremanera preocupada. Vivia en continuo sobresalto, pensaba todo el tiempo en su marido, en su madre, en sus hermanos y en su hermana, en su padre, ?que estarian haciendo en ese momento? Intentaba distraerse, pensar en otras cosas, pero todo le recordaba a la familia, ?estarian bien? Todos los pensamientos la llevaban al frente de batalla y a Lille, era alli donde se concentraba su vida, toda su vida; la soledad en Paris se le hizo opresiva, pesada, insoportable, se sintio deprimida, se dio cuenta de que no podia seguir asi: «Ca ne va pas!». Tenia que hacer algo, tenia que salir de alli. Opto, por ello, por buscar refugio en casa de los padres de Serge, en Dinan. Preparo una maleta, acomodo en ella algo de ropa y a Mignonne y a la manana siguiente se fue a la Gare Montparnasse para coger un tren con destino a Bretana.

El problema es que medio millon de parisienses tuvieron exactamente la misma idea. Agnes encontro la estacion de trenes atestada de gente, eran familias enteras con sus petates a cuestas, inquietas por la proximidad de los alemanes, se multiplicaban los rumores sobre la situacion en el terreno, se decia que el enemigo entraria en Paris al cabo de cuarenta y ocho horas, la fiebre del miedo habia sucedido a la fiebre de la guerra. Miles de personas se amontonaban en la Gare Montparnasse cargadas de sacos, maletas, cajas, envoltorios con tarteras, ninos llorando, la ansiedad estampada en los ojos. Agnes fue a la cola del guillet y le llevo seis horas comprar el billete a Rennes.

La odisea siguiente fue como subir al tren. Un mar de gente llenaba las terminales de la estacion y solo al atardecer, banada en sudor y muerta de hambre, logro subir a un vagon. El tren rebosaba de gente, algunas puertas no pudieron cerrarse siquiera y ni hablar de conseguir un asiento. Agnes se paso doce horas de pie, en el pasillo, pegada a otros pasajeros, exhausta y tambaleando del sueno, soportando las sucesivas paradas del vagon en todas las estaciones y apeaderos, hasta llegar finalmente a Rennes, cuando ya habia salido el sol. Alquilo en la estacion un coche que la llevo, lentamente y a trompicones, hasta Dinan, en un viaje que duro mas de ocho horas. En un estado de total agotamiento se arrastro hasta la puerta de la casa de los suegros, un apartamento en la Rue de la Lainerie, en el corazon de un viejo barrio de encanto medieval.

La situacion en el teatro de operaciones sufrio un nuevo volte-face. El VI Ejercito frances y una division argelina se juntaron con la brigada de infanteria naval en la defensa de Paris, bajo el mando del general Gallieni. El comandante jefe frances, el general Joffre, dio la capital por perdida y prosiguio la retirada del V Ejercito, planeando una contraofensiva para mas tarde. La vanguardia de las tropas alemanas se inmovilizo en el Marne y, vacilando, comenzo incluso a alejarse hacia el este, esperando un nuevo alineamiento de las fuerzas. Gallieni vio la oportunidad y ataco el 4 de septiembre. Frente al hecho consumado de la decision unilateral del comandante de la defensa de Paris, Joffre suspendio la retirada y opto por atacar tambien. El VI Ejercito, proveniente de la capital, alcanzo por sorpresa al I Ejercito aleman en la manana del 6 de septiembre y lo derroto despues de tres dias de combate. Los alemanes ordenaron una retirada general el dia 9 y volvieron a alinear sus fuerzas a lo largo del rio Aisne, donde cavaron posiciones defensivas. Paris estaba a salvo, pero comenzaba la guerra de trincheras.

La victoria en la batalla del Marne devolvio la confianza de los franceses en su ejercito, y muchos parisienses que se habian refugiado en la provincia comenzaron a volver a casa. Agnes emprendio el largo camino de regreso y entro en su apartamento de Les Halles a mediados de septiembre. Las calles de Paris se veian aun semidesiertas, con muchas tiendas cerradas y algunos escaparates rotos, resultado de los saqueos producidos en el auge de la confusion. Madame Jolinon, la portera del edificio donde vivia y que se habia quedado en la capital durante los dias de incertidumbre, le conto que los taxis de Paris se habian movilizado en los momentos mas dificiles de la batalla del Marne, transportando seis mil soldados de reserva al frente de combate. Segun ella, fue eso lo que salvo al VI Ejercito y, en ultima instancia, a la propia ciudad. Era una exageracion, claro, pero la mujer se limitaba a repetir lo que habia oido. El hecho es que los propagandistas no se contuvieron en difundir el mito de que los civiles habian desempenado un papel preponderante en aquella accion desesperada: podia no ser verdad, pero era un excelente pretexto para mantener la moral.

Agnes se esforzaba en rascar el fosforo y encender la lumbre, pero no habia forma de que la llama apareciese. Veces sin cuenta rasco el fosforo en la caja y no ocurrio nada, rasco con tanta fuerza que acabo rompiendose el palito. Fue a buscar otro y despues otro mas, pero no sucedia nada, por mas que rascase los fosforos la lumbre se resistia a dar siquiera una senal.

– Malditos fosforos -le comento, irritada, a Mignonne-. ?Estaran mojados?

Palpo la cabeza negra del ultimo que habia cogido y comprobo que, en efecto, estaba humedo. Echo pestes y fue a buscar una segunda caja al armario. Logro finalmente encender el fuego y puso la olla sobre la llama. Hacia mucho tiempo que le apetecia un gras-double, y ese dia se habia armado de paciencia para prepararlo. Dejo momentaneamente la olla sobre la lumbre y fue hacia la ventana a observar el cielo. El sol habia desaparecido con el verano, septiembre se acercaba a su fin y el otono se habia instalado bruscamente en Paris, cubriendo la ciudad con un sombrio manto grisaceo.

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