– Comprendo -murmuro, incomodo-. Pobrecita, debes de estar pasando momentos dificiles. -Hizo una pausa-. Razon de mas para que vengas a Armentieres conmigo, aqui no estas haciendo nada. Dime, ?hay algo que te ate a Paris?

Agnes se quedo inmovil mirandolo.

– Bien…, yo… -tartamudeo-. En rigor, nada. Pero no me parece correcto ir a su chateau.

– ?Que disparate! -exclamo el baron-. Te conozco desde pequena. Necesitas ayuda, estas sola, a mi tambien me hace falta encontrar compania, ?que mas quieres? Tengo la obligacion de ayudarte, acerca de eso no cabe la menor duda. Ademas, esta es solo una solucion transitoria, hasta que acabe la guerra. Cuando vuelva la paz, vas a Lille a reunirte con tu familia y vuelves luego a Paris a terminar tu carrera.

– Pero, senor baron, no puedo aceptarlo.

– No digas tonterias. En situacion semejante, estoy segurisimo de que tu padre habria ayudado a un hijo mio. -Hizo un gesto enfatico con la mano-. Esta decidido, muchacha. Te vienes a Armentieres conmigo…, no se hable mas.

A principios de 1915, Agnes se vio instalada en el Chateau Redier, la enorme mansion donde paso tantos fines de semana durante su ninez. El palacete le daba refugio y seguridad, pero, por otro lado, tenia el irritante inconveniente de estar relativamente cerca de las primeras lineas. El permanente rumor de la artilleria, hecho de un furioso mar de olas que porfiadamente fustigaba penascos invisibles, la tenia algo inquieta. Con el tiempo, sin embargo, se fue habituando a los sonidos de aquella lejana pero incansable tempestad, el tronar constante se transformo en una rutina, en un ruido de fondo que iba aprendiendo a ignorar.

El baron la trataba como a una hija, lo que, dada la diferencia de edad y la proximidad de Redier con su padre, parecia natural. La relacion entre ambos fue, sin embargo, evolucionando gradualmente, una sonrisa, un roce, una palabra, hasta hacerse inevitable la conversacion que tuvieron en el salon, una tarde gris y ociosa, despues de haber tomado el te de las cinco y comido unas madeleines de elaboracion casera.

– Tengo una propuesta que hacerte -anuncio el con actitud solemne, recostado en el canape.

Agnes se balanceaba suavemente en su mecedora, mirando con melancolia hacia el otro lado de la ventana, hacia los arboles del jardin que murmuraban bajo el viento fresco del anochecer.

– ?Si?

El baron carraspeo y se incorporo. Agnes lo sintio repentinamente perturbado y desvio la atencion hacia el, observandolo con curiosidad. Redier se habia ruborizado, tenia el rostro tenso y los ojos inquietos, parecia nervioso.

– ?Sabes, Agnes?, desde la muerte de mi mujer, Solange, me siento muy solo. Este palacete es enorme, pero no tan grande como la soledad que me atormenta. La vida me parece vacia, sin sentido, los dias pasan unos tras otros y tengo la terrible sensacion de vegetar, sin rumbo ni direccion, a merced del tiempo y de lo que el destino me quiera ofrecer. -La miro fijamente a los ojos-. Tu venida ha cambiado un poco todo eso, me ha traido alegria y cierta raison de vivre. Me he aficionado a ti y no se si soportaria vivir en esta casa sin tu presencia. Por ello, quiero hacerte una proposicion.

El baron se callo y se quedo observandola, como si estuviese sumido en un debate interior, intentando decidir si avanzaba o no con la idea que bullia en su mente. Agnes se agito, inquieta, en su mecedora, incomoda bajo el agobiante silencio que habia seguido a aquellas intrigantes palabras.

– ?Si?

Redier suspiro pesadamente, armandose de valor para avanzar en su arrojada proposicion; sabia que, despues de formularla, no habria camino de retorno, todo seria diferente.

– Soy un hombre de mediana edad y no me hago ilusiones acerca de tus sentimientos con respecto a mi - parpadeo con una especie de tic nervioso-, pero, aun asi, me gustaria pedirte que te casaras conmigoAgnes abrio la boca, sorprendida ante la idea. Veia al baron como una figura paternal, protectora y amiga, y no sentia la menor atraccion por el. Su primera reaccion fue la de decir que descartaba la idea del casamiento. Esbozo incluso un gesto para rehusar de inmediato la peticion, pero vacilo, en cierto modo se habia aficionado a el y no queria herirlo ni ofenderlo, se dio cuenta de que tendria que tener mucho tacto para afrontar la situacion. Busco la manera mas apropiada de abordar el asunto y opto por la prudencia.

– Bien, senor baron, esa es… una proposicion inesperada, estoy sorprendida -titubeo, ganando tiempo para pensar-. A decir verdad, no se bien que responder.

– Di que si -imploro el fervorosamente. Ahora que habia lanzado la proposicion se mostraba decidido a llegar hasta el final-. Por favor, di que si.

– Pero tenemos una gran diferencia de edad, usted podria ser mi padre.

– Escucha, Agnes, como te he dicho, no me hago ninguna ilusion. Se que no me amas, eso es evidente y natural, eres mucho mas joven que yo. Pero te suplico que, por lo menos, consideres seriamente lo que te pido. Dejame que te diga que los mejores matrimonios no son los que parten de una pasion que deprisa se apaga, sino aquellos cuyo amor va naciendo con el tiempo y madurando como el vino. No me cabe duda de que llegaras a aprender a quererme, ese sentimiento crecera naturalmente y estoy seguro de que podremos ser muy felices.

– ?Y si no crece?

– Crecera, estoy seguro.

– Es posible, no digo que no. Pero ?y si no crece?

El baron volvio a suspirar, considerando esa hipotesis.

– Bien, me parece evidente que esa es una posibilidad que tenemos que admitir. -Se rasco la barbilla, pensativo-. Mira, podemos muy bien comenzar despacio, dejar que las cosas se den de forma natural. Por ejemplo, en vez de compartir enseguida la misma habitacion, cada uno puede mantenerse inicialmente en sus aposentos, aguardando el curso normal de los hechos, sin forzar nada. Creo que tenemos que hacer el camino caminando.

Agnes dijo que tenia que pensarlo. Era una mera estratagema para ganar tiempo y buscar una forma de rechazar delicadamente la proposicion. A lo largo de la semana siguiente, analizo la idea desde varios angulos, hasta admitio el casamiento como hipotesis academica, imagino como seria su vida unida a aquel hombre. La verdad, se sorprendio, porque tal vez no tenia por que ser tan mala idea. Alli estaba ella, perdida en un mundo hostil, desarraigada, separada de su familia, debilitada y vulnerable, y quien la habia ayudado, quien le habia tendido la mano sin vacilar en su momento dificil, habia sido el baron, aquel mismo hombre que ella se mostraba tan pronta a desdenar. Es verdad que Redier era mas viejo que ella y que no la atraia, pero, observandolo ahora con otros ojos, no los ojos de una muchacha sonadora, sino con los de una mujer madura, comprobaba que el baron se revelaba incluso como un hombre interesante, bien conservado para su edad, energico y seguro de si mismo. No se trataba, evidentemente, de un Matt Moore; lejos de ello, desde el punto de vista fisico no se lo podia comparar con la famosa estrella del cine, pero, quand meme, el baron se distinguia por su actitud charmante y mostraba ser una persona sensible y culta. Ademas, concluyo, la idea de no forzar las cosas era sensata: dejar que el matrimonio siguiese su rumbo natural. Agnes se descubrio a si misma imaginando una convivencia real con aquella figura distinguida.

Se casaron un sabado lluvioso de octubre de 1916 en el Registro Civil de Armentieres, en una ceremonia en la que el unico miembro de la familia que la acompano fue Gaston, el hermano que desempenaba funciones administrativas en el sector de Champagne y que se encontraba de baja. En el momento de la verdad, Agnes cerro los ojos, se despidio en secreto de Serge, se sintio invadida por una placida serenidad y, en un susurro furtivo, dijo «oui».

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