amargando las almas -escribio el periodico en un largo articulo repleto de angustias, de exhortaciones y que terminaba con una fervorosa plegaria-: Dios os acompane en la lucha y guie vuestros pasos al triunfo, a la victoria.» A Afonso el texto le parecio cursilon, pero en el fondo le gusto, lo sintio sincero. Cuando acabo de leer el periodico, se dedico a las «Instrucciones para el embarque», un documento emitido en la vispera por la 2a Reparticion del CEP, destinado a regular procedimientos que impidiesen la repeticion del caos de los primeros embarques. El ambiente en el tren resultaba moderadamente alegre, los soldados eran muchachos jovenes y muchos se mostraban excitados con el viaje, vivian intensamente la gran aventura: «Vamos a ligar con unas francesas». Todo era novedad, la mayoria abandonaba por primera vez el Mino y sentia que iba a conquistar el mundo. A la vista de Lisboa, el tren redujo la velocidad y entro lentamente en la estacion. Los soldados se apearon y fueron alojados en un cuartel, donde pernoctaron.

A la manana siguiente se dirigieron al puerto. En el muelle, Afonso comprobo que su compania se alineaba en el lugar que le fue designado; todos se quedaron aguardando las instrucciones de los delegados del cuartel general. Habia miles de hombres y centenares de caballos en el puerto, y quedo claro que el embarque se retrasaria. Aprovechando el compas de espera, Afonso fue a una tabaqueria, compro un ejemplar de O Se culo de ese memorable dia 22 de abril y regreso al muelle. Los hombres se encontraban sentados en el suelo, conversando o admirando los barcos britanicos que los llevarian a Francia.

El capitan se sento sobre unas cajas, Pinto apoyo su cabeza sobre el hombro de Afonso, y ambos se quedaron asi, leyendo el periodico. La gran cabecera del dia era la noticia: «Los ingleses derrotan a los turcos». Sin embargo, pasearon los ojos por las primeras lineas y entendieron que todo aquello ocurria en la distante Mesopotamia, que no les interesaba. Su atencion recorrio la segunda columna hasta fijarse en un pequeno titulo: «Los prisioneros de guerra»; eso era algo que les importaba o podia importarles. La noticia contaba la historia de tres soldados britanicos que habian huido de un campo aleman de prisioneros y, una vez en las lineas aliadas, «citan cosas extraordinarias de los sufrimientos y del trato brutal al que son sometidos los prisioneros». Segun la noticia, los tres parecian esqueletos vivientes y revelaron que la vida en los campos estaba dominada por el hambre, el frio y las enfermedades.

– Fijate -exclamo el Zanahoria-: ya he comprendido que, si me rindo, tengo que llevar unos chorizos en el bolsillo.

Otro titulo desperto igualmente su atencion: «Portugueses en la guerra». Leyeron y comprobaron que era el anuncio de que la Ilustracao Portuguesa del dia siguiente incluiria «flagrantes aspectos de nuestras tropas que fueron a combatir contra los alemanes».

– ?Has visto? -pregunto Afonso-. Cualquier dia tambien aparecemos nosotros en la Ilustracao Portuguesa.

Al cabo de algunas horas de espera, dedicadas esencialmente a cargar los navios con abastecimientos y caballos, los delegados del cuartel general dieron la orden de embarque. Como responsable de una compania, Afonso subio al Bellerophon, el barco destinado a su regimiento, y se quedo junto a la plancha esperando a los hombres. La Infanteria 8 se alineo en grupos de doce soldados, cada grupo dirigido por un cabo, y los hombres marcharon de lado, en parejas, y desfilaron hacia la cubierta del barco, donde los distribuyeron en los alojamientos segun las instrucciones de los comandantes del peloton. El embarque se hizo en silencio, de acuerdo con las ordenes emitidas, lo que otorgo una severa solemnidad al momento. Terminado el embarque de la Infanteria 8, los oficiales entregaron a los delegados la relacion nominal de todos los hombres embarcados en el Bellerophon. Eran en total 29 oficiales, 45 sargentos y 1.075 soldados del 8, ademas de 50 soldados del 10, el regimiento de Braganza.

Algunos hombres del 8 habian sido asignados al Inventor. Desde la cubierta, Afonso observo los restantes navios, el City of Benares y el Bohemian, donde se encontraban los miembros del 29, el otro regimiento de Braga, y penso que tendria que habituarse a la idea de que aquellas unidades dejarian de ser regimientos y se convertirian en batallones: era un paso necesario para homogeneizar las fuerzas portuguesas y britanicas.

Se desmontaron las planchas y, poco tiempo despues, los remolcadores comenzaron a arrastrar los barcos lejos del muelle, los llevaron hacia las aguas profundas, hacia abismos lejanos, hacia tinieblas desconocidas, y los hombres se quedaron en silencio observando como se alejaba la tierra, despacio, despacio… Solo volverian a ver la costa cuando avistasen Brest.

SEGUNDA PARTE

Flandes

Capitulo 1

El enorme Daimler negro, con las banderas con el aguila imperial que flameaban junto a los faros delanteros llenos de barro, cruzo la Rue de la Chausee, entro en la Grande Place por el sur, dio lentamente la vuelta a la plaza y se detuvo frente al Hotel de Ville, el edificio de la Mairie. Los batidores estaban distribuidos para vigilar los accesos a la plaza: eran ocho las calles que convergian alli. Un oficial con la cruz de hierro al cuello y uniforme feldgrau dirigio un saludo hacia la ventanilla de la limusina, dio un paso adelante y abrio con deferencia la puerta izquierda trasera. El general salio del coche, su bota impecablemente lustrada se sumergio en un charco de agua barrosa. «Scheisse!», impreco, busco una parte mas seca del suelo, sintio el viento cortante punzandole el rostro y se acomodo el grueso abrigo con un gesto rapido, para proteger su cuello del frio.

– Was fur ein schreckliches Wetter! -vocifero entre dientes, con su voz ronca y baja, rezongando contra el tiempo y el frio.

Alzo los ojos hacia el cielo gris, buscando inexistentes rayos de sol, pero su atencion fue atraida por la soberbia fachada que se levantaba enfrente. El general se detuvo frente a los enormes portones abiertos, y admiro la arquitectura del edificio del Consistorio Municipal e ignoro a los soldados que se cuadraban y la extrana estatua de hierro que protegia la entrada.

– Was ist das fur ein Kunststil? -pregunto al ayudante de campo, sin apartar los ojos de la fachada. Queria saber cual era el estilo arquitectonico de la Mairie.

– Gotik, Herr Kommandant.

El ayuntamiento de Mons estaba situado en la plaza principal de la ciudad, capital de Hainant, provincia belga ocupada. Era un antiguo fuerte del siglo xv, construido en estilo gotico, imponente, la fachada pintada de rosa y decorada con sumo detalle por los arquitectos y pedreros medievales. La estatua de hierro colocada junto a la gran puerta era la popular Grande Garde, el mono de la Guardia, una escultura de la Edad Media, de origen desconocido, que mostraba a un mono en cuclillas, con la mano izquierda rascandose la cara. Al lado de la original estatua habia una tablilla con Eintritt Verboten escrito en gruesas letras goticas, una prohibicion de ingreso, obviamente destinada a los civiles belgas. En lo alto del edificio, en la zona central, se alzaba, como una corona imponente, una torre casi cilindrica, en cuya base un reloj marcaba las 8:09.

Era la manana, en Mons, del 11 de noviembre de 1917, segun indicaba el calendario. Despues de apreciar la fachada del Hotel de Ville, el general recien llegado dejo atras los portones, atraveso el tunel y llego al jardin interior, llamado Le jardin du Mayeur. Lo cruzo, entro por una puerta ancha, subio al salon noble de la sede del municipio, el ayudante de campo tras el, y saludo apresuradamente al grupo que lo esperaba.

– Guten Morgen -saludo el general Erich Ludendorff, cuartel maestre general de las fuerzas armadas alemanas, el cerebro por detras de las operaciones militares de Alemania, el tercer hombre en la jerarquia militar del pais, despues del comandante en jefe, el kaiser, y del mariscal Paul von Hindenburg, pero en realidad el verdadero comandante de todos los ejercitos alemanes, la gran eminencia gris del pais.

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