los delicados chopos se encontraban casi totalmente desnudos, si bien es cierto que en algunos arboles quedaban aun hojas amarillentas o rojizas adornando las ramas o extendiendose como alfombra a la sombra de las copas, espectros fantasmagoricos en el paisaje verde, llano y bucolico de Flandes. Colgados en las ramas o revoloteando de arbol en arbol, los mirlos silbaban por un lado, los gorriones piaban por otro, alegres y despreocupados, en una animada sinfonia de despedida del otono.

El ronquido distante de un motor que se acercaba se entrometio en aquella armoniosa melodia de la naturaleza. Un Hudson negro cruzo el gran porton de piedra y entro en los dominios del Chateau Redier, por un sendero empedrado que cortaba por el medio el vasto jardin, con sus setos cuidadosamente cortados y dispuestos en laberinto entre alamos blancos, cipreses delgados y tilos de gran porte: el palacete claro se elevaba al fondo, justo detras de una rotonda estrecha con un jardin formado en circulo en el medio, vistoso con sus coloridos tulipanes, vigorosos jacintos e hibiscos de un purpura pertinaz. Un angel de piedra adornaba el centro de aquel pequeno jardin oval, y un surtidor de agua brotaba del pifano que la estatua gris tenia en la boca.

– Estaciona junto a la escalinata -indico Afonso a su ordenanza.

– Si, mi capitan.

El oficial tenia los ojos fijos en el espectaculo de verde serenidad que armoniosamente se perfilaba alrededor, se sentia casi chocado por el contraste con el mar de barro al que se habia habituado desde su llegada a Flandes. El Hudson rodeo la rotonda y se detuvo al borde de los peldanos de marmol envejecido del chateau. Afonso bajo del coche y examino la fachada del edificio, las enredaderas que cubrian la piedra corroida, el cardenillo que se entranaba en la base del palacete, las enormes ventanas que sobresalian de aquella marana de plantas y de paredes grises, un elegante porche sobre la puerta de entrada, guarnecida por dos columnas de fino marmol, con su color beis pulido rasgado por multiples vetas encarnadas.

Joaquim estaba sacando la maleta del portaequipaje cuando se abrio la puerta principal. Un hombre pequeno, con un bigote canoso y un monoculo en el ojo derecho sujeto al bolsillo con una cadena dorada, bajo la escalinata al encuentro de los recien llegados.

– Bon soir -saludo, y se presento-. Je suis le baron Redier.

– Bon soir, monsieur le baron. Je suis le capitaine Afonso Brandao. Vengo de parte del maire.

– Lo se, lo se -exclamo el baron, extendiendo la mano-. Bienvenu.

– Merci -agradecio Afonso, mirando de reojo hacia atras-. Joaquim, trae la maleta.

– ?Necesita ayuda? -pregunto el baron-. Voy a llamar a los criados.

– No hace falta -se apresuro a responder el capitan-. Es solo una maleta.

Los dos traspusieron la puerta de entrada, dando paso el anfitrion al invitado, se abrio el foyer de par en par, una escalinata amplia daba acceso al piso superior, dos puertas, una a la derecha y otra a la izquierda, dejaban ver pasillos y salas. El suelo brillaba, reluciente gracias a un impecable barnizado, parecia un lago cristalino que reflejara, como un espejo, las figuras que lo pisaban y todo lo demas, hasta los enormes retratos que colgaban de las paredes, las aranas que pendian del techo, los amplios cortinajes que ornaban las ventanas.

– ?Marcel! -llamo el baron, volviendose hacia el pasillo de la izquierda.

Asomo solicito un hombre calvo con chaleco oscuro en el foyer.

– Oui, m'sieur le baron?

– Acompana al ordenanza a la habitacion de nuestro invitado para que deje alli la maleta.

Marcel ayudo a Afonso a quitarse el abrigo, lo colgo en un armario del foyer y luego guio a Joaquim por la escalinata, con la maleta en la mano, hasta que ambos desaparecieron en el piso superior.

– ?Tiene hambre? -pregunto el baron, avanzando hacia la sala, a la derecha.

– He cenado en un estaminet, gracias -respondio el invitado.

– Pero no se negara a beber un licor…

– Allons y!

El salon estaba templado, agradable, las maderas oscuras iluminadas por las velas encendidas en las paredes y en las mesas, proyectando luces amarillentas y sombras tremulas sobre los sofas, los muebles y la tarima cubierta de alfombras. En la pared junto al sofa ardia lena en una chimenea intensa, entre chispas y crepitaciones, algunos trozos de madera amontonados en un cesto de mimbre esperaban que alguien los usase para alimentar aquel fuego acogedor. El baron se dirigio al bar y cogio dos copas.

– Cognac? ?Oporto?

– ?Tiene whisky?

El baron se rio.

– Whisky? No me imagino a un portugues bebiendo whisky…

– La culpa es de los oficiales del regimiento escoces -sonrio Afonso-. Los jocks me presentaron el whisky y ahora no quiero otra cosa.

– Pero mire que los ingleses hacen siempre los brindis con oporto -puso de relieve el baron-. Solo se inclinan por el whisky cuando ya no hay mas oporto.

– Lo se, lo se, pero ?que quiere? El whisky me estimula mas.

El anfitrion se inclino, cogio una botella y la apoyo en la barra del bar. El liquido dorado danzaba y brillaba dentro del recipiente delgado, cuya etiqueta rezaba «The Balvenie».

– Tengo este blended scotch que seguramente le gustara -anuncio-. Me lo regalo un coronel del regimiento de Yorkshire. -Alzo la cabeza y miro en direccion a la chimenea-. Agnes, qu'est-ce que tu prends?

Afonso miro en la misma direccion, sorprendido. De una mecedora a la sombra, junto a la chimenea, salio una bocanada suave de humo gris azulado que rapidamente se disipo en el aire. El oficial portugues noto por primera vez la presencia femenina en el salon.

– Du champagne -murmuro una voz dulce, impregnada de una entonacion tierna de la que solo son capaces las mujeres francesas.

El capitan intento distinguir el rostro de la mujer, pero la sombra alli era densa y solo identifico el perfil de la mecedora y de la cabeza femenina, unas piernas largas que asomaban en la penumbra, medio escondidas entre un vestido rojo con volantes blancos, desconcertante y sensual.

– M'dame -saludo, bajando levemente la cabeza y mirando sin verla.

– Asseiez-vous, s'il vous plait - dijo la mujer, senalando con la mano un sofa junto a la chimenea, con un cigarrillo entre los dedos.

Afonso cogio el vaso con scotch y el otro con champagne, que entre tanto habia preparado el baron, y se acerco a la mecedora. La silla giro y la mujer se incorporo con delicadeza; avanzo un paso para recibir el champagne. El capitan absorbio primero y estimulo en sus sentidos la fragancia de L'heure bleue que emanaba de aquel cuerpo escultural, la armoniosa mezcla de rosas, lirios, vainilla y almizcle del sofisticado perfume de Guerlain. Despues, la oscilante luz amarillenta de la chimenea ilumino el misterioso rostro, descubriendo sus rasgos finos y distinguidos, sus cabellos castanos, largos, y los rizos con mechones rubios, la nariz pequena y delicada, los ojos de un verde profundo y luminoso, el aspecto dulce y vulnerable, una sonrisa enigmatica en sus labios gruesos y bien delineados. Traslucia un tono sereno, algo inaccesible, en aquel rostro bello, sublime incluso, de francesa coquette. Afonso recibio el impacto, sintio una falta subita de aire, ?oh, que encanto!, se quedo perturbado por el brillo que ella irradiaba, la belleza de esa mujer era deslumbrante, inalcanzable, tanto que se hacia dificil mirarla de frente e imposible dejar de mirarla. El capitan se sintio paralizado por la sorpresa, no esperaba ver alli una flor semejante. Una mujer joven, tal vez de unos veinticinco anos, poco mas joven que el mismo, una joya rara tan cerca del sector del frente. ?Seria hija del baron?

– Ma femme -la presento el baron, acercandose con su

Вы читаете La Amante Francesa
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату