humano. Es irrefutable que existe una realidad, aquello que Kant llamaba «la cosa en si», el noumeno. Pero, como el propio Kant destaco, nosotros no vemos la cosa en si, solo vemos sus manifestaciones. Es decir, interpretamos lo real. -Miro a su alrededor y vio una fotografia enmarcada en la pared, el baron montado a caballo, con una escopeta en bandolera y rodeado de perros, una escena de caceria en Compiegne. Afonso senalo la imagen-. Es un poco como aquella fotografia, ?lo ve? Ese no es el senor baron sino una imagen suya. ?Se da cuenta? La fotografia no es lo real, es una representacion de lo real, construida a partir de un angulo, con determinados filtros y segun un determinado codigo arbitrario. Asi como la fotografia reconstruye lo real, poniendolo en blanco y negro, por ejemplo, nosotros tambien lo reconstruimos. Ya Kierkegaard habia observado que todo lo que existe es algo exclusivamente individual. Es decir, ponemos algo de nosotros mismos cuando interpretamos la realidad; por ello nuestra verdad es diferente de la verdad de otras personas.

– Por lo tanto, no hay verdad. ?Es eso?

– No, claro que hay verdad, claro que la hay. Pero hay muchas verdades. Lo real es uno, aunque inalcanzable en su plenitud. Las verdades son multiples, dado que son interpretaciones individuales de lo real. Yo se que parece complicado, pero…

– No, no, lo estoy entendiendo muy bien, es realmente una idea interesante.

– Mire, yo creo que esta es la unica manera de establecer que ambas, la religion y la ciencia, pueden estar diciendo una verdad -concluyo el capitan-. Lo real es uno, pero cada uno de estos discursos, el religioso y el cientifico, presenta una interpretacion individual de lo real. Las dos pueden incluso ser contradictorias y, paradojicamente, seguir siendo verdaderas.

Se hizo silencio, solo roto por el sonido de las crepitaciones de la madera ardiendo en la chimenea. Las sombras de la lumbre danzaban por la sala, las chispas daban saltos y bailaban en el aire como luciernagas nerviosas. Todos miraban el fuego, Afonso con una sonrisa de intima satisfaccion. Desde los tiempos del padre Nunes, en el seminario, y de Trindade, el Mocoso, en la Escuela del Ejercito, no habia vuelto a hablar de filosofia con nadie. Era un placer inmenso estar haciendolo ahora, por primera vez en tanto tiempo, en aquel rincon perdido de Francia, para colmo con una mujer lindisima. Se pregunto si alguna vez llegaria a hablar de cosas tan profundas y apasionantes con una portuguesa, pero tenia muchas dudas, no se imaginaba conversando sobre Hegel con Carolina. Esa sola comparacion lo lleno de admiracion por Agnes.

La francesa, a su vez, tenia tambien la mente concentrada en Afonso, en las palabras que pronunciaba, en su manera agil de razonar. Era la primera vez desde el noviazgo con Serge que mantenia una conversacion tan interesante con alguien, un dialogo que la liberaba de aquellas cuatro paredes castradoras y, trasponiendo una maravillosa ventana imaginaria, la lanzaba intrepidamente en un viaje hecho de encantamiento y magia, un deslumbrante periplo por el inspirador mundo de las ideas, un universo rico, pleno de pensamientos audaces, de novedades palpitantes, de revelaciones sorprendentes. Se acordaba de haber tenido esa sensacion cuando visito la Exposicion Universal de Paris o cuando su padre le enseno los secretos del vino. Tambien vivio las mismas emociones de descubrimiento al asistir a las clases de Medicina y en el momento en que conocio a Serge y su vision sublime del mundo de las artes. Ahora llegaba este capitan portugues a despertarle esos sentimientos, ese gusto por el conocimiento, por el analisis, y Agnes deseo ardientemente quedarse alli toda la noche descubriendolo.

Tal vez presintiendo que una perturbadora quimica nacia entre el oficial y su mujer, el baron decidio poner un fin abrupto a la velada. Bebio de un trago todo el cognac y se levanto con vigor.

– Es tarde. Marcel va a acompanarlo a su habitacion -dijo y, mirando hacia la puerta, elevo la voz-: ?Marcel!

El mayordomo tardo unos instantes en aparecer.

– Acompana al senor a sus aposentos -ordeno-. Senor capitan -dijo, despidiendose de su invitado con una senal de la cabeza. Miro a su mujer-. Viens, Agnes.

La francesa se quedo un instante en la mecedora, como si vacilase. Se incorporo despacio, casi contrariada, y miro al capitan portugues.

– Bonne nuit, Alphonse -susurro con su voz tierna y serena-. A demain.

– M’dame! -exclamo Afonso, que se puso de pie de un salto e hizo una reverencia galante.

Marcel lo guio por los pasillos del palacete, indicandole el cabinet de toilette y sus aposentos. La habitacion asignada era suntuosa, tan lujosa que, por momentos, el oficial se sintio uno de aquellos hombres del cuartel general que hacian la guerra comodamente instalados en un palacete, uniformados con pijama y calzados con pantuflas. El ambiente era refinado. Molduras ovales decoraban las paredes con retratos pintados que ilustraban rostros y hechos de las sucesivas generaciones de Redier, la familia que habia dado nombre al chateau. En el centro de la habitacion se destacaba, imponente, una cama de estilo Luis XV, toda hecha en nogal, con la imagen de una concha esculpida en la madera de la cabecera.

El cuarto de bano era grande y frio. Sujeto a la pared habia un lavabo art nouveau, con el soporte de hierro forjado hecho de curvas y arabescos, en una y otra direccion, ademas de un espejo redondo en el centro flanqueado por dos lamparas. Afonso las encendio. El lavabo tenia un grifo dorado de palanca, con el pico largo de niquel curvado hacia abajo. Lo abrio, sintio el liquido helado que le quemaba los dedos, se paso agua fugazmente por la cara, como un gato, cogio el savon au miel que estaba en el hueco circular del lavabo y se froto las palmas de las manos, sintio la fragancia del jabon y se lo paso por el rostro, se froto la cara con agua y se seco con la toalla. Miro de reojo la banera Chariot instalada junto a la ventana, toda ella hecha de hierro fundido, el interior blanco, el exterior de rosa intenso, las patas doradas. Decidio darse un bano alli al dia siguiente, ahora no, sentia la vejiga hinchada. Salio del cabinet de toilette y fue al cuartito adyacente donde se encontraba el retrete, la taza de porcelana estampada con un elegante grabado floral, un largo tubo de niquel sujeto a la pared conectaba la taza con la cisterna blanca de hierro fundido fijada junto al techo y sostenida por dos soportes dorados de girasol. Levanto el asiento de caoba, orino y, al final, tiro de la cadena que caia de la cisterna y broto el agua con fragor dentro de la taza.

El capitan regreso a la habitacion sin que se le ocurriera lavarse de nuevo las manos, se sentia satisfecho con estos lujos; esto si, esto si que era vida, los demas rondando las letrinas y el alli complaciendose en aquel palacete; la gente tumbada en pajares o revolcandose en el barro de las barracas rusticas y el con una habitacion para su uso personal digna de reyes. Suspiro con alegria. «?Ah, caramba! ?Vaya vida!», murmuro. Tenia que aprovechar bien aquel momento. Se desnudo, deshizo la cama y se acosto, tiro de las mantas hasta taparse casi la cabeza. Se lleno los pulmones con el aroma fresco de las sabanas lavadas e inmaculadamente blancas, sintio el calor que circulaba por su cuerpo encogido, respiro con tranquilidad, cerro los ojos y se durmio en un instante, mientras resonaba el murmullo lejano de los canones como olas que rompian, fustigando imaginarios penascos de la costa, la furiosa tempestad se transformaba en una distante y amodorrada marea que lo mecia en su agitado sueno de soldado.

Una criada desperto por la manana al oficial portugues y le llevo leche, cafe, tres tostadas, un poco de mantequilla y una mermelada, que devoro con avidez. Afilo la navaja y se afeito con agua fria, se vistio y salio de la habitacion. En medio del pasillo vio a Marcel transportando ropa de cama.

– M'sieur, ou est Joaquim?

– Pardon?

– Joaquim, le portugais. ?Donde esta?

– Ah -comprendio Marcel-. Attendez, s'il vous plait.

El mayordomo dejo la ropa en una silla alta del pasillo, dio media vuelta y, acelerando el paso, desaparecio por la escalinata. Afonso siguio en la misma direccion, bajo las escaleras y desemboco en el foyer. Agnes aparecio en la puerta del salon y se apoyo en la jamba.

– Bonjour, Alphonse.

– Bonjour, m'dame.

– ?Ha dormido bien?

– Magnificamente, merci -dijo, observandola con curiosidad. Era francamente una mujer hermosa, con sus ojos verdes aun mas brillantes a la luz del dia. Por la noche parecia una gata, tentadora y misteriosa, pero ahora la veia como un angel, en una actitud inmaculadamente divina y graciosa-. Et vous?

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