lineas fundamentales de trincheras, todas ellas paralelas y ligadas entre si por las trincheras de comunicacion, que las cruzaban perpendicularmente. La mas adelantada de las tres lineas era la linea del frente, con un diseno quebrado, casi en zigzag, en un esfuerzo deliberado por escapar del trazado rectilineo y evitar asi enfilaciones y facilitar el cruce del fuego de las ametralladoras defensivas. Delante de la linea del frente, justo despues del parapeto de la trinchera, se extendian tres fajas de rollos de alambre de espinos, levantados para dificultar el avance del enemigo cuando este atacaba por la Tierra de Nadie. Detras, cavada paralelamente a la linea del frente, estaba la linea B, que constituia la principal linea de defensa adelantada y se encontraba protegida por una faja mas de rollo de alambre y por hoyos camuflados con ametralladoras pesadas, en general Vickers. Aun mas atras, la linea C, tambien conocida como linea de apoyo, donde se situaban los asentamientos de los batallones avanzados. Despues de estas tres filas de trincheras, conocidas globalmente por la denominacion de primera linea, venia la linea de las aldeas, que conectaba Richebourg, Pont du Hem y Laventie, igualmente protegida por una larga valla de alambre de espinos, y la linea de Cuerpo, que pasaba por Huit Maisons y Lacouture, constituida por varios puntos fortificados que defendian las principales vias de comunicacion hacia la retaguardia. Finalmente, a lo largo de la ribera de Lawe, la linea del Ejercito, detras de la cual se encontraban los cuarteles generales y una legion de «pajaros», la expresion peyorativa con la que se aludia a todos los militares dedicados a tareas burocraticas y que de las trincheras solo conocian las fotografias que veian en las revistas.

Matias percibio un movimiento a su izquierda. Segun los reglamentos, estaba prohibido volver la cabeza para otro lado que no fuese la Tierra de Nadie, pero tenia que comprobar que el enemigo no habia entrado furtivamente en la primera linea. Al fin yal cabo, las trincheras eran lugares habitualmente desiertos, andando centenares de metros solo se veia un centinela, por lo que habia que identificar cualquier movimiento en aquel sitio desolado. Miro a la izquierda y no vio a nadie. Podria ser el sargento o el oficial de servicio de guardia en la linea del frente, pero tenia que estar seguro. Movio la Lee-Enfield y apunto, por prevencion.

– ?Quien anda ahi? -pregunto.

– Tiro. -Esa fue la respuesta-. ?Contrasena?

– Fuego -dijo Matias, que se relajo y volvio a prestar atencion a la Tierra de Nadie.

Un soldado tambien abrigado con un chaleco de piel de cordero asomo por la trinchera de comunicacion La Fone Street, perpendicular a la linea del frente y construida asimismo en sucesivos zigzags, y se presento en el puesto del centinela. Matias lo vio y reconocio a Vicente, un hombre bajo y fuerte, ancho de cara, con un bigote timido en la comisura de los labios y unas manos de oro, era carpintero en Barcelos y su habilidad para trabajar la madera habia logrado tal fama que todos lo conocian como el Manitas.

– Vengo a sustituirte -anuncio Vicente-. ?Comesta esta mierda?

Vicente era un poco atropellado hablando, disparaba las palabras con una rapidez ansiosa y se tragaba algunas silabas. A veces resultaba dificil comprenderlo, pero, gracias al habito, Matias se convirtio en un buen descodificador de sus palabras.

– He tenido una hora tranquila -le respondio-. La ametralladora de los boches abrio fuego hace veinte minutos, pero creo que solo fue para mantenerme despierto.

– Brrrr, hace un frio que pela…

– Aguanta, Manitas, que ahora voy a cortar un poco de jamon y a ver si me tiro a unas tias en el refugio.

– ?Vete a freir esparragos, cabron!

Matias se rio y salio de alli a paso rapido, aliviado: permanecer en la linea del frente ponia nervioso a cualquiera. Es cierto que eran las primeras horas de la tarde y que lo peor era la noche, pero nadie ignoraba que, a la carrera y si no hubiese obstaculos, a los alemanes les bastarian entre quince segundos y dos minutos para cruzar la Tierra de Nadie y aparecer en las trincheras portuguesas, segun el punto del frente por donde hicieran la travesia. En algunos sectores, la distancia era de apenas ochenta metros, en otros llegaba a los ochocientos. Cuando alguna vez los alemanes efectuaban un golpe de mano, los centinelas de la linea del frente vivian una experiencia desagradable.

El soldado entro por La Fone Street, tras coger la linea B, paralela a la linea del frente pero cien metros mas atras, atraveso los puestos de las ametralladoras pesadas, unas Vickers MK I rotativas, alimentadas por un cinturon de municiones y protegidas por sacos de arena con una abertura hacia la Tierra de Nadie. Matias cruzo el puesto de los telefonos y llego a Ghurkha Road, la siguio hasta Sign Post Lane, volvio a la derecha y cogio Cardiff Road. Paso por el albergue de comando y llego a Euston Post, donde aquel dia se habia montado la cocina.

– Matos -llamo-. Pasame el cordero asado con patatas a lo pobre y la salsa de caviar.

El cocinero cogio una escudilla.

– Servido, senor marques -dijo, llenando la escudilla con una sopa aguada y entregandosela al soldado.

Matias cogio un trozo de pan, se sento sobre la mesa y vio el agua grasosa con verduras flotando en la escudilla blanca.

– Joder, Matos, has puesto demasiado caviar -se quejo, llevandose una cuchara a la boca y tragando despacio la sopa juliana.

Matias, el Grande, era un nativo del Mino con sentido del humor. Venia de Palmeira, una localidad al norte de Braga, y estaba habituado a la comida del Mino, buena y pesada, pero aqui, en las trincheras, no se hacia ilusiones en cuanto a la calidad de la cocina. Su madre hacia sopas de gallina de sueno, suculentas, ricas, sazonadas, salpicadas de cilantros de la huerta, un manjar de los dioses a los que solo ahora les daba el valor que se merecian. Desde que habia llegado a Francia, como integrante del batallon de la Infanteria 8 de la Brigada del Mino, Matias, el Grande, pocas veces habia vuelto a comer bien. Solia sonar con las sopas secas, las albondigas, las orejas y el revuelto de morcilla, ademas de los deliciosos postres como los bollos, las brisas y las roscas, sin hablar de las fabulosas molarinhas. [6] Pero alli, en las primeras lineas, aquellas no eran mas que fantasias cruelmente alimentadas por la memoria de los dias que, aun siendo de miserias y llenos de carencias, vistos desde aquella perspectiva parecian hartos y opulentos. Tal como la mayoria de sus companeros, Matias adelgazaba medio kilo por dia cuando ocupaba las trincheras, y solo al volver a las aldeas de la retaguardia, una semana despues, lograba recuperar el peso.

No obstante, si hubo algo que aprendio en aquel lugar, fue a darle valor a las pequenas cosas. Las mas sencillas le proporcionaban ahora momentos de inexpresable alegria. Disfrutaba de los instantes de silencio, saboreaba con gusto cualquier alimento, incluso el recurrente corned-beef le sabia casi tan bien como unos torreznos a la moda del Mino, se complacia con el calor del aguardiente repartido a los centinelas y que le ardia en las entranas y le quemaba la sangre, se deleitaba con los instantes en que no tenia tareas atribuidas y se empenaba aplicadamente en recuperar la falta de sueno o en sonar con el aire perfumado de los montes del Mino, con las aguas frias del este congelandole los pies y atizandole el fuego de la pasion. Durante una marcha, hasta una parada de medio minuto le daba placer. Como cualquier otro soldado del CEP, Matias habia aprendido a vivir para el presente, para el momento, vivia como si no existiese manana, como si no tuviese futuro, como si el tiempo se le escapase, como si la muerte pudiese llevarselo a la semana o incluso al minuto siguiente.

Despues de comer su racion de corned-beef y de tomar el te, que bebio con los ojos cerrados, salio de la cocina y volvio a La Fone Street hasta llegar a la linea C, quinientos metros atras de la B y completando las tres lineas de trincheras que constituian la primera linea. En la linea C se cruzo con elementos de la reserva del batallon y fue a la zona de las letrinas. El olor a excremento, siempre presente en las trincheras en general, y en las portuguesas en particular, era aqui mas intenso. Matias cogio un cubo, cerro la puerta de la letrina, defeco en el cubo mientras agitaba la mano para ahuyentar las moscas de su cara, enormes moscardas azules que se desplazaban en una nube ruidosa, zumbando ensordecedoras, avidas de podredumbre. Cuando termino, el soldado se incorporo y comprobo el color de las heces, que estaban algo liquidas, se pregunto si no tendria disenteria, busco senales de la diarrea tan frecuente en las trincheras, pero no las vio; al fin y al cabo, no le dolia el estomago ni vio sangre en los excrementos. Aun asi, tomo nota mental para vigilar la proxima evacuacion, se limpio con un periodico, en este caso una pagina deportiva de Le Petit Journal, salio de la letrina, cogio el cubo y lanzo los excrementos a la fosa, guardo el cubo, vio que unas gotas de las heces le habian salpicado el dorso de la mano derecha, echo pestes, se limpio, frotandose fugazmente la mano en la tela de los pantalones, y bajo rapidamente por la linea C hasta el refugio de su peloton.

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